“… recién ahora, y estimulado por tu ejemplo, es que renuevo el género epistolar,
en donde se puede encontrar, después de mi muerte, algo de lo mejor que he escrito”.
–Andrés Caicedo, Carta a Miguel Marías. Octubre de 1975
Hablar de la censura en la vida del escritor colombiano Andrés Caicedo implicaría prácticamente hablar de su vida entera –de su corta vida– ya que murió de su propia mano a los 25 años. Escribo estas palabras, estas tristes palabras, pues todo lo que tiene que ver con la censura es, para mí, la contradicción total de lo que es la definición de toda obra de arte. Y arte literario fue lo que Andrés Caicedo, mi hermano, se dedicó a producir en una forma prodigiosa y audaz desde que se empezó a llamar escritor a la tierna edad de 15 años. Es decir, en diez años este joven demasiado precoz escribió cuentos, poemas, obras de teatro, novelas, críticas de cine, guiones cinematográficos y cientos de cartas. Literalmente se murió escribiendo, la cabeza cobijando las teclas de su máquina de escribir. Y en ella, enrollada, la última carta dirigida a su amigo epistolar, el crítico de cine español Miguel Marías. Su madre llegó primero al apartamento y después fue llegando el resto de la familia. Mi padre, con quien Andrés sostuvo una dolorosa relación, se encargó de empezar a desocupar el espacio y de “meter en una caja tras otra todas las hojas que me pude encontrar, Mijita, y eran miles”. Y desde ese día, el 4 de marzo de 1977, Carlos Alberto Caicedo Arboleda se dedicó a entender a través de sus escritos al hijo que jamás pudo entender en vida. “Más vale tarde que nunca”, me repitió por décadas cada vez que él y yo hablábamos sobre el hijo y el hermano muerto. Y fue gracias a esa tardía epifanía que la obra literaria de Andrés Caicedo se conservó para la posteridad. Gracias al trabajo expiatorio de un padre adolorido que entendió el obsesivo deseo de su hijo por publicar absolutamente todo lo que salió de sus manos y que aceptó la ayuda de “los pocos buenos amigos” de Andrés, quienes se adentraron en todas las cuartillas para ordenar y empezar a publicar su extensa obra inédita.
Cuando Andrés Caicedo se suicidó era relativamente poco lo que él había podido publicar: varios cuentos –algunos ganadores de premios– en varias revistas literarias; múltiples críticas cinematográficas publicadas en periódicos de Colombia y magazines especializados. (Andrés Caicedo fundó El Cine Club de Cali y su revista Ojo al Cine. Estas dos creaciones son consideradas de gran importancia en la historia de la crítica cinematográfica en Colombia). Cuando murió, los periódicos anunciaron su deceso especificando que “un crítico de cine” había muerto. Este era su rol más conocido a pesar de que se pasó años produciendo obras de teatro y escribiendo novelas, cuentos y guiones. Hasta una película trató de filmar. Hasta trató de ser actor en esta inconclusa producción. Dos años antes de su muerte, había podido publicar, como regalo de cumpleaños de su madre, un librito de imprenta baratísima: su novela El atravesado (1975). Y el día antes de su muerte había podido tener en sus manos una copia de ¡Que viva la música! publicada por Colcultura. Todo lo demás, toda su extensa obra (teatral, literaria, cinematográfica y epistolar) que vendría a conocerse después, quedó inédita. A los pocos meses de su muerte apareció un pequeño librito con el título Angelitos empantanados o historias para jovencitos, de su autoría. La editorial ubicada en la ciudad de Medellín, era casi desconocida. En este delgado libro se encontraban tres cuentos: “El pretendiente”, “Angelita” y “Miguel Angel y el tiempo de la ciénaga”. Eso era todo, parecía, en el legado literario del escritor suicida.
Lo que nunca supo Andrés Caicedo fue que su padre, ese padre que dudó de la autoría de sus propios escritos cuando el hijo se los mostró por primera vez, ya estaba listo para emprender la tarea de ser el Max Brod de su obra. El padre que a los pocos días del suicidio de su hijo empezó a clasificar y a leer absolutamente todo lo que pudo encontrar. Todo. Y respetando los deseos de nuestra madre que jamás se pudo recuperar de la muerte escogida de su único hijo hombre, organizó todo en legajadores y cerró los manuscritos con llave. Y el padre adolorido los siguió leyendo de noche y los subrayaba y lloraba y escribía sus propios poemas y sus disquisiciones y esperaba a que esos “pocos buenos amigos” que había dejado el escritor se aparecieran. “Había veces que pensaba que el dolor me iba a parar el corazón y yo hasta le daba la bienvenida a la muerte, pero nunca se apareció totalmente. Allí se quedaba, en una esquina. Hasta buena compañía”. Palabras de ese hombre valiente cuando me conversaba entrada la noche, décadas después de la tragedia que destruyó a tantos, pero no a él. Lo único que me pedía para seguir narrando su dolor era “un vinito” y yo salía con él a comprar una botella de vino blanco. Y los dos brindábamos con copas pequeñas y él continuaba su narrativa expiatoria: como empezó a tocar puertas: con un periódico, con una editorial…hasta que los amigos se aparecieron: Hernando Guerrero el amigo fiel trajo al otro amigo fiel: Luis Ospina, y a un jovencito que nunca había sido amigo de Andrés pero se había enamorado de su teatro y de su Cine Club y de sus obras desde que las pudo leer: Sandro Romero. Y el padre No censor les abrió el baúl y los dejó completamente solos para que pudieran con tranquilidad leer y ordenar y sacar a la luz “todo, absolutamente todo. Eso era lo que quería Andrés”. Alabanza digo yo. Alabanza.
Y poco a poco con la aprobación del padre fueron apareciendo “cosas”: Tras pasarse meses, años, organizando los escritos y fólderes del baúl, Luis Ospina y Sandro Romero publicaron en 1984 una compilación de escritos de Andrés Caicedo con el título Destinitos Fatales (Editorial Oveja Negra). En este hermoso volumen nos encontramos con 18 cuentos y una novela “inconclusa” titulada Noche sin fortuna. Este volumen, publicado a los siete años de su suicidio, puso al joven escritor en un nicho muy importante en la literatura colombiana. Nicho, valga la verdad decir, que empezó a ocupar desde el momento en que ¡Viva la música! salió publicada. 1977. El mismo año de su suicidio. La fama literaria siguió creciendo y el padre continuó adentrándose y promoviendo la obra de su hijo con la ayuda constante de “sus pocos buenos amigos”. Yo fui testigo de su trabajo incansable por décadas. Debido a que mi lugar de residencia desde el 1972 ha sido en los Estados Unidos, mis idas a Colombia después de la muerte de Andrés me mostraban en forma palpable el dolor de mi padre y el deseo incansable para que su obra se conociera. Las décadas pasaron. 1980, 1990, la llegada del nuevo siglo. De esos años conservo cartas, documentales, múltiples artículos de periódicos y varios libros de Andrés y sobre Andrés.
La lista de los libros es larga y la censura a su obra fue nula durante todas esas décadas desde su suicidio cuando su padre estaba a cargo de su legado. Estudiantes de la obra de Andrés Caicedo me han contado a lo largo de todos estos años bellas anécdotas sobre la apertura de mi padre. “Yo era un estudiante de una pequeña universidad y le escribí una nota y él me recibió literalmente con los brazos y los papeles abiertos”, me relató un profesor hace poco. “Es más”, añadió, “se sentó después conmigo y me empezó a contar de la difícil relación que él y su hijo habían tenido en vida, que había sido la muerte la que los había unido. Jamás olvidé esas palabras. Jamás olvidaré sus ojos dolientes inquisitivos, valientes”. Los derechos de autor de Andrés Caicedo quedaron en manos de sus padres. Y fue su padre el que se encargó de la conservación y diseminación de su obra hasta que su salud empezó a fallar. Fue en ese momento cuando los tentáculos de la censura familiar aparecieron en una forma clara y activa. La primera muestra de este comportamiento inquisitorio de parte de las dos hermanas mayores del escritor se dio en el 2008 cuando el escritor chileno Alberto Fuguet estaba editando su libro Mi cuerpo es una celda. Estando en mi casa en Connecticut, Alberto llegó con copias de cientos de cartas cuyos originales estaban en el archivo donado por mi padre en el 2007 a la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá. Considerando él que una carta dirigida por Andrés Caicedo a Jaime Manrique valía la pena incluirla en el libro, se añadió esta al manuscrito que iría a ser considerado para “aprobación” por las tres hermanas del escritor. (NOTA: Mi padre, que fallecería en el 2010, estaba sufriendo de mala salud y ya para esa época se había constituido una sociedad conformada por mi padre y las tres hermanas sobrevivientes de Andrés Caicedo para administrar su legado literario.)
La carta, fechada en el año de 1975, fue vetada rotundamente por la mayoría (de dos) debido a que “parecía una carta de amor homosexual y eso no lo permitiremos bajo ningún punto de vista. La familia se tiene que proteger ante todo”. Premisa que se ha utilizado cientos de veces para censurar el trabajo artístico de hombres y mujeres. Confieso que esta respuesta tan claramente homofóbica no me sorprendió pues conocía muy bien no solamente el conservadurismo de las dos hermanas mayores del escritor pero también sus más arraigados prejuicios. Lo que sí me sorprendió fue su orgullosa censura a las palabras de un escritor. Su sentimiento explícito de que tenían todo el derecho a hacerlo. Cuando las confronté abiertamente con esto y expresé mi oposición sus acciones me dejaron saber que la carta no sería publicada porque ellas eran mayoría y tenían la razón. Yo les dejé saber verbalmente y por escrito cómo veía este veto: era un irrespeto total al legado literario de un escritor. Este primer incidente del que yo tuve conciencia –hubo otros en el pasado que vendría a saber posteriormente– me impulsó a mí a comenzar una lucha abierta en contra de la censura a la obra de Andrés Caicedo. Y hago enfásis en este texto en algo que he insistido siempre durante todos estos años de una lucha quijotesca pero profundamente justa. Mi lucha no se centra en ningún momento en los lazos de sangre que por pura casualidad tengo con el escritor en cuestión. Mi lucha y mis demandas se basan en el amor apasionado que siempre he tenido por El arte. Y por la admiración que siento por toda la obra de Andrés Caicedo. Un escritor que se sentó seriamente a escribir a los 15 años y siguió escribiendo por diez años continuos hasta que ya no pudo más. Sus dos últimas creaciones literarias: dos cartas. Qué ironía que sean sus cartas las que fueron vetadas en el 2017 por la mayoría de sus herederos después de haber aprobado un libro llamado Correspondencia. Este posible libro que tenía ya índice y prólogo y que sería publicado por El Fondo de Cultura Económica, fue considerado imposible de publicar pues la mayoría de los herederos consideraron de forma súbita que una carta no era parte del legado literario de un autor. Cuando esta insultante afirmación se me dio a conocer a través de mis abogados yo decidí informarle al público interesado en la obra de Andrés Caicedo sobre este insulto a su integridad literaria. La lucha contra la censura que emprendí en el 2008 continúa hasta hoy. Afortunadamente gracias a la disolución de la sociedad familiar que se logró en el 2018, la mayoría de los herederos se vieron forzados a aceptar la publicación del libro Correspondencia que será publicado por la editorial Planeta en abril de este año. Es importante aclarar que el costo económico y emocional que esta lucha ha conllevado ha sido bastante alto. Pero nada de estos costos se pueden comparar con las maravillosas consecuencias de luchar por la libertad de un autor que lo único que deseó en su corta vida fue escribir y ser publicado. Y sinceramente todavía no canto victoria. Todavía pueden suceder muchas cosas. El prejuicio es poderoso e irracional y mientras exista ese profundo temor familiar en contra de un artista que grita su verdad, muchas cosas pueden suceder. Mientras esto escribo, hay todavía un archivo físico (en poder de las dos hermanas del escritor) de casi dos mil folios que contiene material relacionado con la obra de Andrés Caicedo. Ese material físico, al cual se me ha prohibido el acceso, me fue enviado digitalmente con múltiples documentos faltantes. Mi petición para que se me entregue el archivo digital completo no ha tenido éxito alguno. Aquí estoy a la espera y en una lucha continua que no cesará hasta que la obra sobreviviente e inédita del escritor pueda ser sacada a la luz en su totalidad.
La lucha que empezó abiertamente en el 2008 continuará. Durante estos 12 años me he visto forzada a escribir misiva tras misiva a posibles editores y a los herederos del escritor. He aquí una de las tantas cartas. (Esta carta la escribí cuando fui informada que un libro llamado Correspondencia en el que se trabajó con la clara aprobación de los otros dos herederos no podía ser publicado. La carta es dirigida a Mario Jursich, editor a cargo del proyecto auspiciado por El fondo de cultura económica). Leyendo estas palabras, pienso yo, podrá el lector entender con mayor claridad este duro proceso de un oscurantismo humillante e inquisidor, propiciado abiertamente por la familia del escritor. También estoy incluyendo la carta que abrió literalmente la caja de Pandora de la censura: la misiva escrita por Andrés Caicedo a Jaime Manrique en 1975. Lo que este largo y duro proceso me ha confirmado aún más es que la libertad de expresión es la base de toda expresión artística, y que cuando se lucha por ella, estamos afirmando el derecho a que el arte exista en nuestro diario vivir.
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Cali, 24 de marzo de 1975
Querido Jaime:
Ojalá que escribiéndote me recupere un poco del horrible domingo pasado. Como siempre en Cali, calor congelado, calles desiertas, ausencia de madre. Yo pensaba quedarme en Cartagena mínimo hasta el lunes próximo pero me fue azarando la situación incierta de la revista, he venido aquí para encararla sin que mi presencia ayude a mover nada, la pura verdad. Debemos 20 mil pesos que es lo que nos deben a nosotros en avisos. Puede que para las últimas horas de hoy consigan 10 mil. En ese caso, intentaría sacar 400 ejemplares y viajar a Bogotá con ellos. ¿Pero los días muertos de Semana Santa?
Ciertamente que no me era fácil explicar por vía verbal mi desconcierto ante ti, etc. Te quería conocer, saber que estabas escribiendo seguido me produjo como una estabilidad: ya había más gente con la que se pudiera trabajar, un crítico más. Te imaginaba distinto: igual de alto pero menos fuerte (esa complexión tuya es, me imagino, como la de los grandes poetas hedonistas: serías capaz de beber 40 horas seguidas y escribir 8 horas diarias, y yo que ya no alcanzo ni a las 2 en los primeros y con esfuercísimo puedo concentrarme horitas en lo segundo), sin barba, bien peinado, más seguro. Acepté sin decepción tu presencia. Me angustió en un principio la timidez mutua. Preví imposibilidad de comunicación en por la menos nuestro oficio. Por eso accedí a la chaborrera en la alcaldía, ya está hecho, conversaremos, trabajaremos juntos. Cuando vino lo otro, cuando por primera vez (si no lo crees se me da un culito) accedí a ser acariciado,
accedí
accedí
Crecía al mismo tiempo el temor:
Este nuevo vínculo correr a el interés cinematográfico ya no habrá muto estímulo sino búsqueda y: ¿cuál será el buscado? ¿Quién llevará la iniciativa? La leve competencia intelectual masculina se transmutó (¿o no?), y para mi caso (¿o no? Estoy muy confundido) en la normal pasividad femenina? Es decir, aunque tampoco lo explique claro: ¿pasar a ser tu objeto amado no me convertiría en espectador de tu trabajo y nada más que eso? Pero tu leías OJO AL CINE, mis apresurados artículos pueblerinos, el manuscrito de la novela (que no he debido mostrarte). Casi escribo, el último día, que lo mejor del Decimoquinto Festival de Guararé había sido la presencia de Jaime Manrique “informadísimo crítico de un interés en su trabajo difícil de encontrar en nuestro medio y días, etcétera”. Pero la verdad fue que me causaste problemas en mi ya que desorganizadísimo pensamiento. Tuve que salir corriendo de “Presagio” como para finalizar ese día. Al otro día. Es cierto, me preocupó no haberte despedido. Pero vinieron otras ilusiones. Acabo de hablar con Mayolo por teléfono. Dizque tiene 40 páginas de un guión para largometraje, dizque ha conseguido productor y como que se viene a Cali a trabajarlo conmigo. Ya le dije lo de tu proyecto. No sé si de él será verdad del todo. Esta noche quedó de llamarme. Yo espero también a Patricia, en la que pienso mucho. De todos modos, si ellos no vienen, si logro sacar la revista hoy, viajaré a Bogotá. ¿Mientras no me podrías enviar el cuento que piensas adaptar? Ni siquiera me dijiste el nombre. Claro que me interesa trabajar en ello contigo, pero no podría hacer el tipo colectivo que uno ve en “Sunset Boulevard” o como Benton & Newman y casi todos los guionistas gringos, es decir, dando vueltas en un mismo cuarto. Me enviarías el cuento, con algunas indicaciones y cómo querrías tú la cosa y trabajaríamos a distancia. Siendo de 15 minutos yo lo podría terminar en 2 días. Mi opinión es que las adaptaciones se deberían hacer muy fieles al original. Hace como que año y medio, hice los guiones de “The Wendigo”, de Algernon Blackwood, “The Shadow Over Innsmouth” de Lovecraft y de “The Nameless Offspring”, de Clark Ashton Smith. Tenía más fuerzas en esa época y fueron guiones para largometraje, de unas 140 páginas promedio. Eso sí, me cuido de mostrártelos.
Ya me pagaron los artículos de “El Pueblo”: 2.500 por 25 cuartillas (más bien poco, ¿cierto? Contando, bueno, que me dieron pasajes). Lo que no me ha salido es la plática del artículo que apareció hace como mes y medio en “Estravagario”. ¿A ti ya te pagaron? Por lo que veo, Garavito me ha sistematizado la forma de recibos y cobros, porque me manda de una oficina a otra. ¿Por qué no salió nada tuyo en el pasado número? Me alegró que hubieras vendido así de bien tu artículo sobre “Chinatown”. Pero nunca me dijiste si sí o no en cuanto a su posible inclusión en la revista OJO AL CINE 3. Aunque ahora que ya no es inédito, no sé… Estoy escribiendo, o intentando de escribir, un análisis de los cuentos paisajísticos de Poe, tú sabes, “El dominio de Arhheim”, “La Isla del Hada”, “El Alce”, inclusive “Cuento de las Montañas Escabrosas”: vamos a ver si después de que reciba tu respuesta he finalizado el trabajo. A Ospina le envié 12 ejemplares del No. 2 y varios del 1. Creo que iban destinados a tus alumnos, fundamentalmente. ¿Ya llegaron a tus grandes manos? ¿Sabes si cinemateca Dist. y Museo de Arte Moderno recibieron ya sus números? ¿Y Cabo Borda? A él le enviaré 3 cuentos cortos, al fin, para ECO. Uno de ellos, mi preferido, se llama “MATERNIDAD”, sobre los mismos temas de QUE VIVA LA MUSICA… ya sabes, eso que está tan lejano de ti, que no tiene nada que ver con tu experiencia, ese mundo tan cerrado, eso que no te toca ni te emociona un tris porque bueno, tú lees a Platón antes de dormir. Para la redacción de este trabajo sobre Poe estoy consultando el libro de H. Allen: “Israfel”, la más completa biografía publicada hasta la fecha. De resto, terminé de leer “Mrs Caldwell y su Hijo” de Camilo José Cela, releí “La Vuelta de Tuerca” y pasé casi sin ningún interés por las páginas de “El Unicornio”, novela medio gótica de Iris Murdoch.
Ojo pues a lo que irá en el tercer número de OJO AL CINE: Artículos largos sobre Polansky, Amarcord y Don’t Look Now. Posible entrevista con Carlos Alvarez. Multiplicación de las páginas de OJO X OJO y no más. Puede que nos llegue desde Lima un artículo sobre La Noche Americana. Yo escribiré solamente sobre Don’t Look Now, es decir, sobre las tres películas de Roeg. Menos páginas y más ilustraciones y ver si podrá salir dentro de tres meses. Colabóreme en algo. He visto por 2 vez “Tratamiento de Choque” de A. Jessua y The Great Northfield Minnesota raid de Philip Kaufman. Mañana veré EL REY DE RAY, que me encanta. Hay una revista Mexicana en la que pagan muy bien: 50, dólares por artículo: “La Palabra y el Hombre”, Editorial de la Universidad Veracruzana, Apartado Postal 97, Xalapa, Ver., México. Envíales algo, si puedes. Últimamente están publicando mucho sobre cine, allí incluyeron mi cuento “El Tiempo de la Ciénaga”. La escribiré a Miguel Falquez, no sabía que era prestidigitador, como el personaje de “Besos Robados”. Ayayai líbrame de la amargura de estos días. Porque ya tenemos aquí la presencia de Don Guillermo Lemos, el papá de Clarisolcita, y como que hay indicaciones estrictas de que no me pueda acercar por esos lares. Lo haré hoy, y a pesar de todo, por lo menos hablar. No te olvides de enviarme los ejemplares de ECO en donde PPPPPPPPPPPPPPPPPPPPPPPPPPublicaste los artículos sobre Cine Latinoamericano. ¿Ya sabes cómo fue la cosa? Yo venía hablando mucho, la pura verdad, acerca de carreteras como puntos de vista, perspectiva (Scope), falta de psicología y me interrumpiste muy feo, no por malos modales tuyos sino por demasiada charla mía fue ésa la P que casi me arruina crepúsculo tan bello: “Entonces Publíquelo y después hablamos o después le hago una reseña!!” En fin. Todavía no lo está. Mientras mis compañeros estaban “soyados”, como decían, con esas brisas, yo salí una vez creyendo que me seguirías, pues habías manifestado dos o tres veces tus ganas de caminar al lado del mar, pero me tuve que devolver, sentar hacerme huecos en la cabeza de tanto pensar, y luego te paraste, creyendo, tal vez, que yo no quería acercarme al mar y ya ves: me tocó ir a buscarte.
¿Llegó tu hermana querida? La mía, ay, está muy lejos, el Yale, acerca de ese New York que tanto añoras. Mis padres están construyendo una casa cincuenta por ciento para mí, y yo con el temor de no alcanzar a habitarla, o marcarla con una muerte recién estrenada, mejor no lo pienso dos veces.
Han aparecido algunas reseñas muy favorables a OJO AL CINE, pero, naturalmente, hasta ahora ningún análisis. Espero respuesta de Miguelito Marías y de los colaboradores del exterior. Tremendo problema la falta de tarifa postal reducida. Enviar una revista a Europa vale 40 pesos, es decir, más que el costo de ejemplar. Puede que en la próxima semana organicemos una función de media noche con “The Night of the Living Dead”. Como le decías en una carta a Ospina, que te gustaría conocer todos los trabajos míos, en fin, ya te enviaré algunos ejemplares de HABLEMOS DE CINE. Me quedo a la espera de tu respuesta.
Lo que más recuerdo de la estadía en Cartagena, es decir, del conocimiento que tuve de ti, fue la pequeña velada en el “coctel” de la Alcaldía: ¿tal vez había más sinceridad en el tratamiento, tal vez más variada, imaginativa y generosa la conversación? Recuerda que, de acuerdo a mis capacidades, yo siempre me porté amplio y amable contigo. Lo otro es producto de un saco de confusión, ahora llega Ramiro. Tenemos que salir a la imprenta esa, a ver si podemos seguir cumpliendo alguna labor. Ahora me siento con alguito de fuerzas, aunque te digo: ¡con una estornudadera! Es mi alegría común para la ciudad de Cali, ya me está cogiendo el día. Que lo pases bien. Yo también lo intento.
Un abrazo,
ANDRES CAICEDO.
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Middletown, 23 de junio, 2017
Estimado Mario:
Ayer recibí el correo que le escribiste a Andrea Montejo, agente literaria de Andrés Caicedo. En él manifiestas el asombro experimentado por ti y por las personas del Fondo de Cultura Económica al recibir la respuesta de que el proyecto del libro de la correspondencia del escritor había sido vetado por “las hermanas Caicedo”. Leyendo tus claras y enfáticas palabras, me veo en la necesidad de comunicarme contigo para expresarte mi opinión personal. Quiero dejarte muy en claro que yo, Rosario Caicedo Estela, una de las tres “hermanas Caicedo” apoyé desde un primer momento la extraordinaria posibilidad de publicar el trabajo epistolar de Andrés Caicedo. Trabajo, que valga la pena decir, él cuidadosamente creó, editó y admiró. Era tal su seriedad ante el estilo y contenido de sus cartas que yo lo ví muchas veces empezar una misiva, y después de toda una página escrita, sacarla de su máquina de escribir y comenzar de nuevo. Como todo buen escritor editaba cada palabra que escribía. La cita que está incluida en el prólogo del libro que no será –el fallido proyecto iba tan bien que hasta prólogo tenía– es muy importante para entender la importancia primordial que le dio Andrés Caicedo a su producción epistolar. Sandro Romero Rey y Luis Ospina, autores de esta introducción al “libro” citan un aparte de una carta del escritor a su amigo Miguel Marías. El año es 1975.
“…estimulado por tu ejemplo, es que renuevo el género
epistolar, en donde se puede encontrar después de mi muerte, algo de lo mejor que he escrito”.
Brevemente, Andrés Caicedo demuestra con estas palabras el profundo respeto por “el género epistolar”, por su propia correspondencia y expresa el deseo de que alguien “después de mi muerte” la encuentre y la admire. Esta frase se podría considerar, pienso yo, como un pequeño
mapa en que el propio escritor nos lleva de la mano a buscar lo que él desea que se encuentre en esa isla donde él habitó por un tiempo breve. Él generosamente nos da sus propias coordenadas. Habiendo leído la carta a Miguel Marías muchas veces, y habiendo sido testigo del obsesivo deseo de Andrés Caicedo de quererse comunicar a través de la palabra escrita, te puedes imaginar cómo recibí la noticia de que una de mis casas editoriales preferidas (FCE) deseaba publicar la correspondencia. 40 años después de su suicidio, otra de sus ilusiones
podría cumplirse. Tu trabajo como editor (junto con la cuidadosa organización del material por Luis Ospina y Sandro Romero Rey) merece toda mi admiración. 198 cartas de puño y letra de Andrés listas para ser llevadas a la imprenta. El libro Correspondencia parecía estar navegando en aguas calmas y rápidas, muy cercano a llegar a puerto. Tan serio era el proyecto, que como lo mencioné antes, hasta una detallada introducción tenía. Y un extenso índice de casi 200 cartas. Más todo un sinnúmero de actividades que tú mencionas en tu correo. Auditorios listos, conferencias listas, viajes listos. Todo listo, pareciera.
Yo, desde el momento que leí el índice que tú mandaste, di mi completa aprobación a que todo el material fuera publicado. Conozco las cartas muy bien. Quiero recordarte que cuando
Alberto Fuguet publicó en el 2008 Mi cuerpo es una celda, yo trabajé directamente con él durante una intensa semana leyendo y releyendo el inmenso material que él había copiado de la Biblioteca Luis Ángel Arango (Con la aprobación de la familia Caicedo).La gran mayoría de las cartas del índice están en ese material –no en el libro de Fuguet– y las que no están, yo las he leído en los archivos de la biblioteca o recibí copias de ellas a través de mi padre, quien en vida se esforzó en publicar todo lo que pudiera: Carlos Alberto Caicedo fue el que dio la autorización para que en el primer número de El malpensante se publicaran algunas de las cartas de su hijo. Las famosas “Cartas cinéfilas”. Tú tienes un recordatorio directo de este hecho, que ya es historia patria. Tú fuiste uno de los gestores. Yo tengo el recuerdo de mi padre entregándome orgullosamente el primer número de la revista diciéndome que lo que más le hubiera gustado a Andrés sería el haber sido publicado en un magazín cuyo título lo definía “tan bien”. Su curiosidad y dedicación para poder promover “así sea contra viento y marea” la obra de Andrés Caicedo la mantuvo desde el día del suicidio de su hijo hasta que murió 33 años después. Él fue el que dio autorización para que varias de sus cartas se publicaran: Su trabajo epistolar ha aparecido, con autorización de Carlos Alberto Caicedo, en el periódico El pueblo y en Cuadernos de la cinemateca distrital. Fue él quien permitió la donación de todos –o casi todos– los documentos del escritor a la Blaa. “Para que estén al alcance de todo el mundo”. Cuánto extraño su mente abierta a cualquier posibilidad, cuánto extraño su curiosidad ante la vida y ante la literatura. Yo tengo en mi poder una carta que mi padre le escribió a una parienta de la familia interesada en escribir su tesis de grado sobre la obra de Andrés. En ella le incluye copia de una carta de su hijo para él. Una fuerte y dolorosa misiva compartida por quien la recibió. Valiente era. Y sin temor a lo que la gente pudiera pensar. Libre. Así murió. Afortunado fue. Como te puedes imaginar, cuando mi representante legal me informó del veto total a un libro del cual se había venido hablando como un hecho prácticamente cumplido, mi sorpresa fue intensa. Dos de los herederos –la mayoría– votaron en contra de que el libro Correspondencia llegara a ser un libro. Después de todos los pasos dados por tí, junto con la aprobación de las dos hermanas Caicedo. Hasta viajes al exterior para la promoción de Correspondencia estaban siendo planeados, indicas tú en tu carta. La meta final estaba más que cerca. Pero llegó el momento del veto: veto a un índice, parece. A un extenso índice que muestra la fecha de las cartas y el nombre del destinatario. De contenido nada. Y aquí viene mi pregunta: ¿Las hermanas Caicedo se leyeron las 198 cartas para vetarlas en forma contundente? ¿Qué sucedió en esa lectura –si la hubo– para que se tomara una solución tan súbita y drástica? Recordemos también que algunas de esas cartas ya habían tenido la aprobación de ellas y de mi padre. Y mía. (Consultar los libros El cuento de mi vida (2007) y Mi cuerpo es una celda (2008)). Esta pregunta a lo mejor nunca tendrá contestación. Es simplemente una curiosidad literaria: ¿Veto a un índice? ¿Veto a una suposición de lo que puede haber en el extenso trabajo epistolar del hermano escritor? ¿Temor? Y mayor sorpresa me llevé cuando leí hace dos semanas “la razón del veto” expuesto en el correo que Andrea Montejo te envió: “….al evaluar la lista de cartas que aparecerían en el libro, las herederas llegaron a la conclusión de que no las quieren publicar puesto que se trata de cartas privadas del autor que no fueron escritas para el público sino para sus destinatarios”. Leí este párrafo y te puedo asegurar que allí si me sentí más que confundida…como si estuviera viviendo en otro universo con un idioma distinto. En la tierra de George Orwell… tú bien la conoces. Esa realidad del libro “1984”. De su autoría: “War is peace, freedom is slavery. Ignorance is strength.” La ignorancia es fuerza. Sí, un mundo en el cual Una carta no es una carta, sino algo muy distinto. Y especialmente la carta de un escritor. Me pregunto… aquí va otra duda: ¿Qué piensan las hermanas Caicedo que un libro llamado Correspondencia contiene? En mi diccionario y en el de la gran mayoría de personas, es una compilación de cartas escritas por un alguien a otro alguien. Y cuando se está planeando un volumen de correspondencia por casi doce meses, el trabajo consiste en reunir, editar y analizar la unidad y armonía de Cartas. Me resulta por lo tanto difícil imaginarme que si la razón verdadera del veto fue la que tú recibiste, ¿porqué entonces las hermanas Caicedo no lo vetaron desde el principio? Desde el día que tú como representante del FCE propusiste publicar Las cartas de andrés caicedo. Mayúsculas. “Cartas del autor a sus destinatarios”. La premisa fue aceptada con gran entusiasmo por ellas. Pero esta “historia de un entusiasmo” duró poco. No para tí que fuiste el encargado del trabajo. Ni para el FCE, ni para Luis Ospina y Sandro Romero. El proyecto, parece, ya no existe. Afortunadamente para nosotros los lectores, las familias y herederos del legado literario de Julio Cortázar, Bioy Casares, Roberto Bolaño, Jorge Isaacs, Virginia Woolf, Emily Dickinson, Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik, Pablo Neruda, Ernest Hemingway, H.P. Lovecraft, Edgar Allan Poe, Vincent Van Gogh –para mencionar unos poquísimos nombres del arte universal– respetaron el amor a la palabra escrita de sus esposos, amantes, hermanos, hijos, cuñados, amigos…solamente la lista de libros de correspondencia de artistas famosos daría para llenar una enorme biblioteca.
Parece entonces que en esta extensa lista de libros de correspondencia de artistas famosos, las cartas de Andrés Caicedo no formarán parte de ese panteón. Porque “las hermanas” lo vetaron. No quien esto escribe, Mario. La mayoría conformada por “los herederos de Andrés Caicedo” ganó de nuevo. La minoría, de nuevo, tiene –tengo– el derecho y el deber moral de expresar mi opinión. Y de disentir. Con el tajante veto a un hermoso libro que no será, el trabajo epistolar de Andrés Caicedo (el cual escribió literalmente hasta momentos antes de matarse: dos cartas fueron su última producción literaria), seguirá sin publicarse en una forma unitaria y organizada. En un libro. Uno de los problemas de ser un prolífico escritor y morir joven y sin testamento alguno. En este caso en particular, más que problema, infortunio.
Quiero finalmente expresarte todo mi agradecimiento por tu trabajo e interés. Al menos te pasaste un año, como tú dices, nunca pensando en que fue “un tiempo perdido”. Lástima que ese “tiempo ganado, tiempo enriquecido, tiempo iluminado por una luz magnífica” leyendo la correspondencia de Andrés Caicedo, no pueda ser compartido con miles de personas. Una gran pérdida. Las cartas volverán a sus cajas, a la oscuridad. Es así el deseo de la mayoría de una Sociedad Anónima Simplificada cuyo objeto es promover el legado literario de un escritor. Otra vez el universo alternativo de George Orwell: La oscuridad es luz. Una puerta cerrada es apertura. Cuánto lo siento, Mario. Pero como lo sabía el muchacho que con una mano se sostenía y con la otra escribía carta tras carta tras carta,
“You can’t always get what you want
But if you try sometimes well you might find
You get what you need”…
Y lo que yo necesito y tengo en estos momentos son palabras para dejar muy en claro mi posición a este inesperado y triste desenlace. No dejo de pensar que, hoy por hoy, Andrés Caicedo se ha convertido en una mítica figura pública, y como tal, sus momentos más íntimos y personales, ya han sido expuestos a sus lectores por la propia decisión de la familia. ¿Hay algo más privado que el deseo del suicidio? Eso ya se publicó. No hay nada más íntimo en las cartas vetadas. Lo que hay en abundancia es hermosa escritura. Lo que nos encontramos en los cientos de páginas de las 198 cartas es el centro de un alma angustiada y doliente creando bellos párrafos mientras observa al mundo y a las personas que lo rodean. Y de esa observación sale Literatura. Un alma incansablemente disciplinada con la total decisión de dejar una profunda huella a través de las palabras escritas.
Extiende mis sinceros agradecimientos a todas las personas de el Fondo de cultura ecónomica que creyeron y le trabajaron a este proyecto con gran seriedad profesional. Y que sin tener un contrato formal, creyeron que las palabras y las acciones comprometen tanto como las firmas. Y a Sandro y Luis, que le apostaron a este sueño con la misma energía que produjo el libro Ojo al cine después de 15 años de lucha. Y como no agradecer al espíritu contestatario de ese joven escritor que a la tierna edad de 19 años, en una tarde infernal en Barrancabermeja me leyó en voz alta apartes del hermoso poema de T. S. Elliot: “La canción de amor de J. Alfred Prufrock”. El largo poema cuya voz se pregunta lo que la gran mayoría de la gente no atreve a preguntarse: “¿Seré capaz de disturbar el universo?” Andrés Caicedo se lo preguntó y decidió. Y el resto y las consecuencias de esa valiente decisión están muy presentes. Como también están muy presentes las fuerzas de la tranquilidad y el orden que nunca han sido muy amigas de esos extraordinarios disturbios universales. Se quedarán los miles de lectores de la literatura de Andrés Caicedo sin la oportunidad de leer cronológicamente los hermosos párrafos cincelados cuidadosamente en 198 cartas. Su ascenso y descenso a su escogido destino. El joven escritor que luchó hasta el final para que todo lo que escribió fuera leído. Todo.
De nuevo, Mario, gracias por tus esfuerzos para que su deseo se llevara a la realidad.
Un respetuoso saludo,
Rosario Caicedo