Ut pictura poesis | Ut Pictura Poesis

ROBERTO ECHAVARREN

Brasil era un torpedo gigante, verde
y varios soldados de la segunda guerra a sus pies.
El Brasil pedorrero de los cuarenta.
Una estampa en un museo. El castigo del negro.
Vista de Petrópolis.
Inglaterra y Francia eran dos canchas de bochas rectangulares,
paralelas, inmediata una a otra
en mi geografía pre escolar. 
A través de la ventana sobreflota diagonal la luz, 
el marco hace sombra y lo rebasa,
sigue su deriva, sin centro pero con dirección.
Flota en el río la piragua
sin acercarse a ninguna de las dos costas,
a lo sumo enredándose entre juncos.
Quien esté dispuesto a habitar allí 
llega en reemplazo de ese otro gastado por las estaciones.
Toma su lugar, o claudica y se aleja del río,
hasta que el veneno, el alquitrán, 
lo quema por dentro.
Pájaro atrapado en el petróleo, 
el doble que toma el desayuno. 
Pero nosotros seguimos flotando
sujetos a la estructura que nos permite derivar
efectos de mimesis, de sombra y perspectiva.
Si la luz diagonal atraviesa la estructura 
percibimos su espesor, escultura que hace sombra,
gris acero corroído por el sepia del óxido
en los bordes, casi amarillo, de cada sección o cápsula
figurada en el panal de la estructura
que flota en el cielo a la deriva,
la más austera construcción de objeto.
No representa ni concluye nada.

Construye el objeto
para dar un foco a la mirada.
Construye una cifra 
sintética del mundo o del universo
más allá de la representación,
hace visible lo invisible
de un modo severo, tierno y juguetón a la vez.
Es un marco arbitrario de juguete
a diferencia de las delectaciones de los sentidos
porque uno encuentra allí un trabajo,
el apetito de la perfección.
Las manchas detrás de la estructura
dan un trasfondo irregular,
casual arena o espesor aleatorio;
ese trasfondo se desplaza también,
agua dentro del agua, mientras la guitarra flota horizontal
y continúa su camino entre los camalotes. 

Montevideo y un atado de números.
El sol a la izquierda, menos convincente que nunca
en su jeroglífico acuario, red de maromas,
antes imagen que sonido,
antes dibujo que palabra.
El arlequín está detrás de todo,
su pingajo rojo,
efecto artista de la geometría de su traje.
Es un animal construido,
síntesis geométrica, propuesta
irregular aunque angulosa
que avanza paso a paso, 
nada se queda quieto.
Es un bailarín, un trombón, 
una jarana de rueda rueda
desde el neoclásico hasta los trapezoides
atados por un cable rígido.
Desaparece toda forma androide
para quedarnos con maderitas pintadas
que un niño ordena y reordena.
El trapezoide se dispara hacia la derecha y hacia arriba,
toma alas, o figura el sombrero de un selacio.

Nos deja por aquí, frente a la jarra, la fruta, 
la cafetera azul, 
apenas tela de un blanco sucio
y los rasguños de un tigre 
a modo de rastro de lo que se fue
o inicio de lo que llegará.
El rectángulo vacío, claro, disponible,
y una cinta de bronce articulada
suspendida en el aire recrea la serpiente,
brillante por zonas, angulosa en sus quiebres
lagarto secreto del trasmundo 
sube entre puntos de incisión
y marca lugares vertebrales 
para imantar desde allí las apariencias
convergentes de tejido, 
simulacros de la tierra. 

Las finas barras amarillas viven, 
dan el stimmung de la hora, 
las horizontales verdes, malva y negras
son banderas, lugares, 
zonas del campo, 
distribuciones locales, 
una mancha roja vertical
completa el diseño suspensivo. 
A veces no nos gustan los colores,
esos pastel de los cincuenta.
A veces la arquitectura 
tampoco nos gusta,
la simplificación de los sesenta,
un puro cálculo de costos. 
Pero entramos a un velamen
desplegado en mar y cielo
un día gris claro
tijereteado por finas líneas.
A veces las líneas se disponen 
como si fueran red tape 
detrás de un gran vidrio
o impresas en él del otro lado
a modo de transparencias
Ésta es la gran ventana:
el vidrio trasparenta una retícula 
y detrás de la retícula
una armazón, un enredo parecido a los árboles de la avenida.
Lo abstracto concreto innovador de la fotografía.

Una lucha eterna.
Una lucha en reposo.
Las caligrafías se vuelven más sutiles
en fondos verde o sepia,
diagonales de líneas no del todo paralelas
cruzadas por otras líneas formando redes
de tinta negra
por su lado izquierdo a modo de picos de pájaro.

Y después se multiplican los efectos 
a modo de trompe l’oeil tecnológico.
Los puntos se separan de los puntos,
las huellas de las huellas,
un cambio de piel donde todo ocurre
y todo es realista o figurado.
Un movimiento browniano, 
una distribución irregular de puntos
de colores básicos en flotación 
sobre una tela amarfilada.

Los equipos, esos falsos ojos
de los parlantes y las máquinas hacen signo.
El despliegue esferoide de su crecimiento,
curvas trazadas a compás paraboloide,
cosas vistas que resultan abstractas
en plástico transparente 
presentan una nueva verosimilitud,
un vértigo, un maelstrom, 
un traspaso, culo o tumba, 
los divertículos pintados sobre una estructura de acero,
una cortina áurea de muchas cuerdas sintéticas
es un penetrable, una doble transparencia atravesada
por blandos caños de plástico a modo
de cortina en profundidad, aislado en el parque,
un tokonoma para entrar y seguir caminando.
La función de los objetos aquí es teatral.
Solicitan la participación del espectador 
y son absorbentes; el espectador
se vuelve uno con la obra.
Una planta carnicera 
diseñada para las galerías
el penetrable es virtualmente infinito y puede ajustarse
estirándose sobre cualquier topografía,
una película topológica,
una sorprendente prótesis artificial.
Andando a lomo de burro por el valle 
entro al penetrable,
una extensión artificial en la que estamos inmersos
a cierta hora de la tarde 
filtra la luz diagonal
y el claroscuro del bosque; 
fibras de plástico a modo de sauces
o cabellos, cordones desde lo alto 
se bambolean recién lavados,
el penetrable funciona como una máquina 
de desmaterialización, absorbe en él la trasparencia 
de los cuerpos, anémona de corazón
verde esmeralda, no hace obstáculo pero acaricia.
Uno puede soñar en una obra 
que absorba el planeta entero.
¿Quién la vería desde fuera?
Recordemos la visión de niños trepando 
en la jaula de los monos.
Esta cocina informal de manera oscura 
es virtualmente un penetrable. 
Seduce un hecho para que se vuelva un objeto,
atraviesa varios estratos de conocimiento
como un alfiler a través del agrietado hueso de la muñeca
conectándolos en una forma dinámica.
¿Dónde estábamos?
No estábamos con nadie por el momento.
Pero igual la música llegaba en tandas.
Ya lo dice el beat, y se modula en frases de tamborileo,
sonoridades, vibraciones,
efectos ópticos, crujidos del objeto cinético,
una fábrica interior y transparente,
en la psicromía de ese rayado
murciélagos asoman detrás del vallado.
¿Qué es un objeto activo?
Un campo de amarillo, en el borde una quebrada línea azul,
el peristilo erguido de una caja de fósforos.
Nos invadió el maíz abstracto y desmedido,
la distinción de matices de un único color.
Todo esto cuelga, un cordaje
enredado de nudos, un semitejido.
Ante este paquete temperamental
llega la ambición naranja. 
La apasionante aventura de lo real 
siguió influyendo de modo subliminal.
La obra consiste en una delgada lámina de metal
enrollada sobre sí misma, produce sensuales curvas,
aún más atractivas debido al brillo 
industrial del esmalte, 
incluso ha dejado de tener lados, 
arriba y abajo, izquierda y derecha, delante y detrás.
La retorcida lámina de metal no sólo ignora
si está dentro o fuera de algo 
sino que también empuja a preguntar
si hay algún lado al que pertenezca.
Uno debería reconocer un nuevo tipo de superioridad en esto
sin la cual el mundo no funcionaría; 
algo debe suceder para que todo no sea desacuerdos
sino sonrisas a la playa, para caer en manos   
de uno que nos ama 
e ignora el momento en que desaparecemos.
Los pájaros cantan después de la lluvia.

Translated by MÓNICA DE LA TORRE

Brazil was a giant torpedo, green,
and several World War II soldiers at its feet.
The blowhard Brazil of the forties.
A print in a museum. The black man’s corporal punishment.
A view of Petropolis.
England and France were two rectangular bocce ball courts,
parallel, adjacent
in my preschool geography.
A diagonal ray of light wafts in through the window,
the frame casts a shadow and surpasses it, 
following its drift, lacking a center but not direction.
The pirogue floats on the river
never approaching the right or left banks,
at most getting tangled up in the reeds.
Whomever is willing to dwell there
arrives as a replacement for the one worn out by the seasons.
He takes the other’s place, or gives up and leaves the river,
until the poison, tar, 
burns his insides.
A bird trapped in oil,
the double having breakfast.
But we go on floating,
subjected to the structure allowing us to draw from it
mimetic effects: shadow and perspective.
If the diagonal light goes through the structure
we perceive its thickness, sculpture casting a shadow,
steel-gray corroded by the sepia of the oxide
on the edges, almost yellow, of each section or capsule
figuring on the structure’s honeycomb
floating on the drifting sky,
the most austere construction of an object.
Neither representing nor concluding anything.

It builds the object 
to focus the gaze.  
It builds a synthetic  
cipher of the world or the universe 
beyond representation, 
it makes visible the invisible, 
in a manner at once severe, tender, and playful. It is an arbitrary toy frame 
in contrast with the delectations of the senses because there you find a work, 
the hunger for perfection. 
The stains behind the structure  
create an irregular background, 
casual sand or random thickness; 
that background relocates itself too,  
water within water, whereas the guitar hovers horizontal  and continues its course amid the water hyacinths.

Montevideo and a bundle of numbers. 
The sun to the left, less convincing than ever
in its hieroglyphic aquarium, a rope web,
image before sound,
trace before word.
The harlequin behind everything, 
his red rags,
the artistic effect of his suit’s geometry.
A constructed animal,
geometrical synthesis, an irregular 
proposal yet angular 
advancing step by step, 
nothing keeps still. 
He is a dancer, a trombone, 
round guitar doing the rounds
from the neoclassical to the trapezoids 
tied together by a rigid wire.
All android forms disappear
until we end up with painted wood blocks
a child arranges and rearranges.
The trapezoid shape bolts toward the upper right corner,
takes wings, or figures as a selachian’s hat.

It leaves us here, in front of the vase, the fruit, 
the blue coffee pot,
barely tarnished white canvas 
and the scratches of a tiger
by way of traces of what was
or beginnings of what will be. 
The rectangle empty, clear, available,
and an articulated bronze band 
suspended in the air recreates the snake,
shimmering in certain areas, with jagged angles
secret alligator of the afterworld
ascending amid incision points
and marking vertebral places
from which to magnetize the converging
appearances of tissue, 
simulacra of earth. 

Fine yellow bands live,
give us the time’s stimmung
the horizontal green, mauve, and black ones
are flags, places,
the countryside’s areas,
local distributions,
a vertical red stain
completes the suspensive design.
Sometimes we don’t like the colors,
those pastel ones of the fifties.
Sometimes we don’t 
like the architecture either,
the simplification of the sixties,
a mere calculation of expenses.
But we enter the sail of a ship
displaying itself on the sky and ocean
on an overcast day
snipped by fine lines. 
Sometimes the lines are laid out
as if they were red tape 
behind a large glass 
or imprinted on its backside
as if they were transparencies.
This is the great window:
a grid can be seen through the glass,
and through the grid 
an armature, a tangle resembling the avenue’s trees.
Concrete abstraction photography’s innovation.

An eternal battle. 
A battle at rest.
The calligraphies become more subtle
on green or sepia backgrounds,
diagonal lines not completely parallel
intersecting with other lines forming grids
in black ink
at their left resembling bird beaks.

And then effects are multiplied 
as if they were technological trompe l’oeils.
Dots releasing themselves from dots,
traces from traces,
a change of skin in which all is possible
and all is realistic or figurative.
A Brownian movement,
an irregular distribution of dots
in basic colors floating
on an ivory canvas.

The systems, the false eyes
of loudspeakers and sign-making machines.
The spheroid display of their growth,
curves traced with a paraboloid compass,
seen things which turn abstract
on transparent plastic
they present a new verisimilitude, 
a vertigo, a maelstrom, 
a puncture, asshole or grave, 
diverticula painted on a steel structure, 
a golden curtain of many synthetic ropes
is a penetrable, a double transparency traversed 
by soft plastic reeds in the manner of 
a curtain set in a recess, isolated in the park,
a tokonoma to enter and continue walking onto.
The role of objects here is theatrical.
They require the viewers’ participation
and are absorbent; the spectator
becomes one with the work.
Horseweed
designed for art galleries
the penetrable is virtually infinite and can be adjusted
stretched over any topography,
a topological film, 
a surprising artificial prosthesis.
Riding on a donkey in the valley 
I enter the penetrable,
an artificial extension in which we’re immersed
at a certain hour in the afternoon 
filters diagonal sunlight
and the forest’s chiaroscuro;
plastic fibers hanging willow-
or hair-like, cords dangling from above
freshly rinsed,
the penetrable works like a dematerialization
machine, absorbing the sheerness 
of bodies, emerald-green hearted 
anemone, poses no obstacle, caresses.
You can dream of a work 
absorbing the entire planet.
Who would see it from the outside?
Remember children climbing 
up the monkey bars.
This informal kitchen, rather darkly, 
is virtually a penetrable. 
It seduces fact so it becomes object, 
traverses several layers of knowledge
like a needle through the cracked wrist bone
connecting them dynamically.
Where were we?
We were alone just then.
In any case music came in waves. 
The beat says it, modulating itself in tapping phrases,
sonorities, vibrations,
optical effects, the creaking of the kinetic object.
an interior, transparent factory
in the psychochromatic streaking
bats peak out from behind the fence. 
What is an active object?
A field of yellow, a broken blue line on the edge,
the erect peristyle of a matchbox.
An abstract, uncontainable maize invaded us, 
the distinction of hues of the same color. 
All this hangs like rigging,
a tangle of knots, something half-woven.
Before this temperamental package 
an orange ambition arrives.
The enthralling adventure of the real 
went on exerting a subliminal influence.
The work consists of a thin metal sheet
curled into itself, producing sensuous curves,
made even more attractive by the industrial 
sheen of the glaze,
which has ceased having sides,
up and down, left and right, front and back.
The twisted sheet of metal not only ignores 
if it’s inside or outside of something else
it also pushes the question 
of whether it belongs somewhere.
One should recognize here a new type of superiority
one without which the world wouldn’t function;
something needs to happen so that it’s not all disagreements
but rather smiles at the beach, so we may fall 
in the arms of one who loves us
and ignores the moment when we disappear.
Birds sing after the rain.