No basta con decir mujer. Es necesario nombrar su cuerpo y la historia que lo atraviesa. Hay que especificar entonces, como lo hace María Galindo en su Feminismo urgente, ¡A despatriarcar!, si esa mujer es, por ejemplo, madre, hermana, puta, lesbiana, vieja, discapacitada, negra, pobre. Hay que aterrizar ese ser Mujer en una carne, en un lugar de enunciación, en una manera de pensar, para detallar desde dónde se empezará a narrar su existencia inabarcable.
En Sumar, la novela más reciente de la escritora chilena Diamela Eltit, su protagonista, Aurora Rojas, se refiere afectada por un nerviosismo que le ocasiona palpitaciones en las mejillas y especialmente en el párpado izquierdo. Una serie inacabable de palpitaciones han transformado el párpado que cubre el ojo zurdo de Aurora Rojas, es una especie de tela transparente que proyecta, cinematográficamente, los surcos privados de su cerebro.
El director argentino Gaspar Noé acaba de estrenar su película Clímax. En la cinta, el baile y en general el movimiento del cuerpo en distintos niveles, es la metáfora para discutir la naturaleza humana y ese híbrido antigüedad/actualidad en el que trascurre nuestro mundo. El baile le ha permitido a Noé explorar la forma en la que con-vivimos los humanos de hoy, al seguir o desobedecer la coreografía propuesta por el canon social. Clímax complejiza los intercambios e interacciones de un posible o imposible colectivo de baile, la manera en la que se afectan sus integrantes mediados por el consumo o privación de sustancias, el asedio de la mirada de los machos del grupo sobre el cuerpo de las mujeres, la probabilidad o improbabilidad de la conformación de una comunidad, el cuerpo como escenario de belleza y horror, el cuerpo como herramienta de creación o destrucción, el cuerpo como la casa donde sucede la muerte o la supervivencia.
En 1988, la banda española Mecano estrenó la canción Mujer contra mujer, una de las primeras canciones de tema abiertamente lésbico en España y uno de los pocos que a nivel de radio se han atrevido a abordarlo. No obstante el valor histórico de la canción, a nuestros oídos sigloveintiuneros suenan ahora un tanto mojigatos esos versos; cuasi veladamente narran la sexualidad lesbiana así: “Luego a solas, sin nada que perder, tras las manos va el resto de la piel”. En su momento la canción casi no sale al aire porque, según Ana Torroja, vocalista de Mecano, “nadie, ni siquiera la disquera estaba segura y no se atrevía a sacarla”. Quizá esta censura hizo que a la letra de la canción le hiciera falta un poco más de lengua, un poco más de coño.
Menciono las referencias a María Galindo, Diamela Eltit, Gaspar Noé y Mecano, como asociaciones que surgen tras aventurarme a Lectura fácil, la más reciente novela de la escritora Cristina Morales, que en 2018 la hiciera merecedora del premio Herralde. En el libro se narra la historia que atraviesa el cuerpo de cuatro mujeres, Nati, Patri, Marga y Àngels, parientas entre sí, cada una con un grado diverso de lo que la Administración y la medicina consideran “discapacidad intelectual”. La autora pone de manifiesto el diálogo o la confusión que se genera en la mente a partir de los estímulos de la realidad. En la argumentación y la narración que zigzaguea a lo largo de esta novela, el feminismo aparece como movimiento individual o colectivo para el ejercicio de la libertad y el amor lésbico es nombrado sin concesiones.
Desde las primeras páginas, la autora nos plantea el lugar liminal desde el que se narrará, esa frontera mediada por una puerta/barrera que abre y cierra para darnos acceso (o no) a la experiencia de las protagonistas. De entrada, la voz narrativa plantea la dicotomía interior/exterior que mediará la historia de los cuerpos femeninos, su relación con el baile, la escritura, el deseo, el patriarcado. Desde sus mentes se intentará mostrar y demostrar su manera de existir y oponerse a un mundo que saben confeccionado para ser consideradas ciudadanas de segunda categoría. Lectura fácil media literaria y políticamente entre esa mente que se exhibe como en un escaparate detrás del cual “el yo permanece en intocable exposición” y un cuerpo que en la realidad le pone masa, peso, volumen y calle al activismo.
La desobediencia, la ilegalidad, el transitar el mundo desde el margen, son algunas de las formas de ser que Cristina explora en esta novela, al tiempo que discurre en torno al ejercicio de la voluntad y quizá, con mayor atención, al derecho de no hacer; una mano que se enfrenta al cuerpo de un sistema que pretende acceder a las mujeres física y pedagógicamente y al que tajantemente se le dice no.
En Lectura Fácil se discuten las imposiciones de un mercado, la “mercadona” que nos pide a gritos ser productivos, prosperar, generar ganancias, reproducirnos, ese imperativo hacer, hacer, hacer, que tanta angustia genera tanto en quienes admiten seguirle el ritmo como en quienes deciden oponérsele. La novela explora las otras posibilidades: pilotear el mundo desde una posición en la que el cuerpo y la mente van de intercambiar con la realidad simplemente los estímulos elementales de la supervivencia, al efectivo ejercicio de un activismo político con miras al derrumbe del opresor.
Las personajes de Cristina desean sobrepasar las compuertas, pasar por alto el sistema, es decir, desobedecer la coreografía. Ellas dicen no al paso dictado por la autoridad y le enrostran a los machos el hecho de que en la actualidad su guía o custodia resultan innecesarias. Ellas sospechan de la corrección política del lenguaje en busca de una comunicación genuina y efectiva. Ellas quieren conocerse y reconocerse como seres humanos que desde su funcionalidad diversa son capaces de visibilizar la otredad. Ellas proponen la posibilidad de construir un colectivo en el que sin obviar la individualidad, sea posible pronunciar un auténtico nosotras.
En Lectura fácil, la narración literaria y el manifiesto político se convierten en dos cuerpos de membranas maleables capaces de fundirse. El registro de lengua va del alto vuelo intelectual a la franqueza procaz para nombrar el cuerpo de las mujeres y la manera en la que éste se encuentra asediado por el fármaco, la mecánica sexual, las estrategias del mercado, la medicina; todas las anteriores, instituciones eminentemente machistas ante las que resulta necesario oponer un feminismo que sin perder el sustrato ideológico y académico, circule en formatos y palabras al alcance del pueblo, en este caso, el fanzine.
Al respecto de cómo lo ideológico permea las páginas de Lectura fácil, la autora comentó en una entrevista con la revista colombiana Cabeza de Gato:
“Cuando empiezo a intelectualizarlo [el feminismo], y a querer hacer textos, novelas o artefactos literarios, de tesis, como por ahí los llaman, es decir, con una carga importante de discusión política dentro de la ficción, me resulta muy natural integrar eso en la ficción. Integrar el discurso feminista o el conflicto que el feminismo genera en la comodidad de cualquier mujer, porque darse cuenta que una está jodida, es un lugar de gran incomodidad. Creo que [el feminismo] alimenta mi obra para bien, creo que esta toma de consciencia ha hecho de mi obra, una mejor obra”.
Con relación a las posibles lecturas de la condición de discapacidad que pueblan la argumentación de la novela, es posible considerar que Lectura fácil llega para reconsiderar esa noción de “minusvalía” desde un punto de vista irónico y subversivo. Aquellas cuya funcionalidad ha sido catalogada como inferior y que supuestamente deben ser objeto de una terapia de lectura que facilite su entendimiento, resultan ser quienes mejor comprenden y mayor alcance pueden dar a los conceptos de liberación que maneja el feminismo, de manera que estén al alcance de más personas y así aumente la participación.
El derecho romano distinguía la figura del mente capti, aquel cuya inteligencia y facultades intelectuales estaban escasamente desarrolladas. En esa categoría entraban todas las mujeres, por lo cual se les sometía a la tutela perpetua del pater familia. Consideraban los juristas romanos que la “natural ligereza de espíritu” de las mujeres, podía llevarlas a dilapidar los bienes familiares. Esta tutela se estableció, no en interés de la mujer misma, sino por un sentimiento de desconfianza contra ellas. Aquella arcaica concepción de la mujer que aún resuena en el sistema en que vivimos, viene a ser discutida por la novela de Cristina Morales, donde la llamada discapacidad es abordada no como una existencia inferior, sino como un lugar de dignidad, desde el cual es posible reinventar el mundo y ejercer los derechos a plenitud: una plenitud particular, desafiante, antipatriarcal, resignificadora, igualmente válida, capaz, diversa, una plenitud otra.