Caja continua de voces I
Pablo Martín Ruiz
Tenemos las Máquinas, Serie heterogénea, 2020
268 pp
“Resulta sencillo decir que, puesto que los libros se dividen en clases —ficción, biografía, poesía—, nosotros deberíamos separarlos y tomar de cada cual lo que es preciso”.
Es evidente que mientras escribía el tercer párrafo de How Should One Read a Book?1 Virginia Woolf no anticipó (¿cómo podría?) la multiforme entrega de Pablo Martín Ruiz.
Y es que Caja continua de voces I –como todos los libros– está compuesto de fragmentos, con la salvedad de que en este, el autor ha planteado que cada una de las partes sea lo más diferente posible a las demás, o al menos, que en primera instancia ninguna aspire a construir una unidad. En una apuesta que ya se nos anuncia desde los cinco epígrafes con los que abre el libro –destaca la máxima del arquitecto argentino César Pelli “I believe it’s a mistake to have a style”– Pablo Martín Ruiz propone escribir un libro que logre poner en palabras su relación –y la de muchos de nosotros– con la literatura:
“Después de todo, lo que me atrae de la literatura no es tanto tal o cual autor o libro o género sino la coexistencia de tantos autores, libros y géneros que leo, que me dan placer y que son muy diferentes entre sí”.
Filtrados y reinterpretados por el humor y la perspicacia, los treinta y cinco apartados que componen la Caja toman la forma de cuentos, cartas, listas, ensayos, memorias, imágenes, diarios de viaje, poemas, emails, reflexiones y hasta palíndromos, todos contrapuestos en una tensión textual que, aunque se funda en la diversidad de tonos y formatos, termina por lograr una compleja y paradójica armonía que gravita precisamente en su oposición y contraste.
Apenas en la segunda entrada “Reflexión errante sobre islas. E-mail a un amigo cubano que me proponía las islas como tema”, Martín Ruiz ya pone sobre la mesa los ejes principales alrededor de los cuales girarán varios –sino es que todos– los textos subsecuentes: las lecciones del lenguaje, sus puentes y sus límites. Al leer el primer cuento del libro “El arte del retrato”, uno asiste no solamente a la narración fragmentada sobre un crimen fabricado, sino al primer atisbo de esa delgada, a veces transparente, línea que entreteje el heterogéneo conjunto de textos. ¿Qué es la cara deformada de Francisca sino la síntesis definitiva de que se ha convertido en una isla humana?
Ávido lector y seguidor del Oulipo, Pablo Martín Ruiz atesora en Caja continua de voces I la potente idea de escribir a partir de restricciones. En “La letra X y la traducción puramente oulipiana”, el lector acude no solamente a la transcripción de una conferencia dictada en 2012 sobre algunos de los gajes de la traducción literaria, sino también al texto fundacional del Outranspo (Ouvroir de translation potencial), grupo creado –entre otros– por el mismo autor y que a la fecha se propone explorar las posibilidades intrínsecas a la traducción experimental. “Escollo: traducción del poema en prosa «Achoppement» de Irene Gayraud”, “Ugetsu monogatari: intento de agotamiento de un título japonés” y “Procedimientos de traducción” (una suerte de almanaque que desmenuza y explica hasta cuarenta y dos formas distintas del traducir), ahondan y expanden la aproximación de la Caja con respecto a este (valga la contradicción) inagotable oficio.
“El episodio de Babel es un malentendido. Cuando Dios multiplicó las lenguas no estaba castigando a la humanidad sino completando la creación. Solo así pudo concedernos la culminación de sus actos y su don superior: la traducción”.
Si esta reseña aludiera a cualquier otro libro, pensaríamos que la cita anterior pertenece a alguno de los tres capítulos ya mencionados. Tratándose de la Caja, no nos sorprende que forme parte de uno distinto. En “Notas en cuadernos y libretas (1992-2017)”, el autor comparte ideas ágiles que se leen como resultado de un inteligente proceso de conjetura y síntesis. “Prólogo y pretexto son etimológicamente la misma palabra”, o “El sueño es la prueba de que todos somos escritores espontáneos” o “Dicho de otra manera, la ficción sólo puede ser ficción cuando puede ser confundida con lo que no lo es” son apenas algunos de estos esbozos que bien podrían emparejarse a los Aforismos de Lichtenberg.
Mención aparte merecen las listas, y no solamente porque en la Caja aparezcan en cinco ocasiones, sino porque en cada una de ellas el lector se enfrenta a una constante provocación. Tan pronto comenzamos a leer “Palabras de cuatro letras que no existen”, nos topamos con «Taro», que sí existe. Al lector entonces le atraviesa una objeción: «Pero cómo, Pablo, si ‘taro’ es el nombre común de la colocasia esculenta, una especie perteneciente a la familia de las aráceas». Sin embargo, antes de terminar tal pensamiento, el lector –quizá motivado por la naturaleza del libro que está leyendo– empieza ya a responderse a sí mismo: «…palabras que no existen ¿dónde? ¿según quién? ¿y quién eres tú para decir que ‘colocasia’ sí existe?».
El lenguaje y sus caprichos.
No podríamos dejar de mencionar los “Cien libros en blanco”, brillante listado que trasciende las páginas vacías y en donde cada uno de los volúmenes imposibles cumple con una doble función: educar al lector usando una especie de doble negación y motivar la imaginación para escribir eso que aún se resiste. ¿Cómo habría sido el discurso de recepción del premio Nobel si Clarice Lispector lo hubiera recibido? ¿Cuáles eran las razones de fondo por las que Bartleby se negaba a escribir? ¿Cuáles serían los detalles y las circunstancias que podrían propiciar un descenso de Boca Juniors a la división B? (Como buen argentino, Martín Ruiz no puede dejar el fútbol de lado. Su pasión por este deporte, que aparece perfilado a lo largo del libro, culmina en “Notas para un arte del superlativo”, oda en honor a Diego Armando Maradona que el lector no sabe si es listado, poema, traducción, nota periodística, obituario o una mezcla de todas las anteriores).
Finalmente, si bien es cierto que la Caja excluye dentro de sus componentes al género de la novela, basta leer “El Genji monogatari: el último avatar de la novela” para entender que la erudición de Pablo Martín Ruiz no se limita solamente al mundo occidental ni al canon de literatura creada por hombres. Tras leer este análisis profundo y ameno sobre la novela que Murasaki Shikibu escribió en el Japón de hace más de mil años (y que de acuerdo al autor ya quisieran haber escrito hombres como Flaubert, Joyce y Proust), el lector no puede sino agradecer que la Caja sea, efectivamente, de voces variadas.
“Pocas personas piden a los libros lo que los libros pueden darnos”, escribía Virgina Woolf en su ensayo. Al terminar de leer esta primera entrega de Pablo Martín Ruiz, sólo nos queda pedirle a los libros que pronto aparezca la Caja continua de voces II.
1 Woolf, Virginia, and Hogarth Press. The Common Reader. Second Series. London: L. & Virginia Woolf at the Hogarth Press, 1932.