Foto: Daniela Duque Rincón
Enid
Querida Enid
de mallas falda corta botas negras
y ojos lágrima
hay un mundo fantasma
y como lo intuyes
mejor que yo y que todos
es más hermoso que el mundo real
Viven allí criaturas
que han visto al sol ponerse
en sus barrigas escondidas
son marrones
pero antes han sido niñas rojas
como tú
Para reconocerlos
tendrán cajas de discos viejos
se abotonarán hasta el cuello
usarán correa
una cerveza en el bolsillo
siempre
bailarán
una luna oscura
orbitará sus ojos
Ámalos a ellos
Juntos
niña-fantasma
caminarán entre mujeres
que lloran sobre el diablo
entre infantes
inyectados hasta la garganta
Con el cobre de sus guitarras
no habrá nada mejor que la música
llegarás a saber
que el rock n roll
es el lugar para agitar la cabeza
para sacudirte lo prescindible
que es tanto
En las calles
se habrán olvidado de las promesas
de escribir en secreto
con el dedo sobre el polvo
Nadie prenderá cigarrillos en el parque
todos serán guapos
insoportablemente guapos, Enid,
se notará el nailon
amarrado a sus muñecas
el mentón quebrado
Te dará miedo
lo desierta de sangre
que estará la ciudad
Los buses que van lejos de casa
serán la ocasión
para la maleta redonda
y las zapatillas rojas
Ve, Enid,
llena tu cuaderno de dibujos
siéntate junto al anciano
que cree
ponte las gafas amarillas
tu piel transparente
pon a sonar el disco
Un camino de faroles
alumbrará la carretera
y ya no estarás aquí
***
Elizabet
Yo quería ser Elizabet, pero no era tan bella. No podía estar en silencio y seguir pareciendo un ángel de mármol y aire. Mi andar errabundo por el amor no estaba tan contenido, no se había transformado en risa. Yo parloteaba y lloraba todavía. Ella se confundía con las cortinas, con los faroles de los nocheros. Mis palabras más vulgares se le metían por los ojos negros y se iban no sé a dónde. Me peinaba frente al espejo, respiraba en mi cuello, su cabello me servía de almohada. Yo no soy Elizabet, le decía, y ella me miraba, peinada de niña, y me ofrecía su pecho.
Yo podía andar por el sentido de la vida, por muchachitos desnudos en la playa, por el secreto de mi orgasmo y ella se mantenía impecable en su apariencia espectral. Te daré algo que no olvidarás, Elizabet, le decía, y le estrujaba la mejilla. Ella reía y seguía con el silencio. En las noches de vino creía escuchar su voz diciéndome que era hora de dormir. Cuando alzaba la mirada, carne muda. Se fue haciendo mitad de mi cara, párpado triste. Se fue haciendo sangre en la boca. Háblame, Elizabet, le decía, miremos a la mujer de piedra, la que tiene la nariz rota y lágrimas secas en las mejillas. Dejemos que un niño nos acaricie la cara. No me dejes sola diciendo tu nombre.
***
Mona
Mona fue hallada
en una zanja a las afueras de Nimes
un lunes por la mañana
su cara ya estaba toda
embarrada de soledad
su pelo ya no clarearía con el sol
ni se movería con el viento
Había preferido morir de frío
antes que entregarse a miércoles por la noche
corazón tajado
y solo un tercio para mí
Algunas tardes Mona recibió
besos comida caliente
y una bufanda roja
pero nunca nada fue de ella
y ella tampoco de nadie
ni siquiera de sus botas
que se fueron cayendo a pedazos
Los campos de árboles muertos
fueron el mundo por el que caminó
y las monedas en sus bolsillos
fueron siempre para rockolas viejas
la voz de Jim aullar
Si tocaba abrir la ventana para escupir
Mona sabía que ese no era lugar para ella
Nada de llaves ni de camas
nada de qué te trae por aquí
cómo está tu madre
iremos juntos
o por qué el invierno
Con Assoun cortó ramas secas
y eso fue lo más cercano al amor
de las tijeras le quedaron marcas en las manos
que se acariciaba a la hora de cenar
En las noches frías
solo le quedaba
cerrarse su chaqueta de cuero
Se la vio gritar entre brochazos púrpura
escapar de una casa en llamas
se la vio ahuyentar a un perro
Nadie la vio llorar
aunque lo hizo un par de veces
Quizá era más fácil creer
que Mona había sido asesinada
cuando la vieron tirada
de esa forma
en lo que parecía una tumba
pero Mona murió de frío
con la libertad
anquilosada a su piel
María Argel creció en Montelíbano, un pueblo sabanero en el caribe colombiano. Quiso ser saxofonista y pasó los últimos años del bachillerato viendo videos de Candy Dulfer y escuchando el Giant Steps de John Coltrane. Decidió escribir gracias a una clase de Poesía Colombiana: el profesor leyó “En altamar”, y contó que Caro, su autor, fue arrastrado al fondo del océano después de una inundación en el cementerio de Santa Marta. Compradora compulsiva de pantalones. Sigue leyendo como cuando era niña: acostada boca abajo. Puede comer arroz con queso tres veces al día. No le gusta hablar por teléfono.