¿QUÉ ME TRAES?
¿Qué escondes, mi muchachito,
en tus manitas cerradas?
¿Qué me traes de regalo
desde el jardín de las hadas?
¿Qué encierras en tus puñitos?
¿Qué guardas con tanto celo?
¿Qué has traído de tu viaje
desde lo alto del cielo?
¿Será un lucero plateado?
¿Será un pétalo de nube?
¿La sonrisa de un arcángel?
¿La risa de algún querube?
¿El final del arco iris?
¿El principio de los años?
¿El resplandor de una estrella?
¿Una melodía de antaño?
¿Un rayito de la luna?
¿La huella de algún cometa?
¿La música de los astros?
¿El olor de una violeta?
¿Una lágrima de gozo
o algún granito de sal
que se escapó de una gota
del agua azul de la mar?
¿Será un suspiro perdido
desde el principio del tiempo?
¿La inocencia de la aurora,
el silencio de los templos?
¿Qué me traes en tus manitas
desde el país de los sueños
apretado entre tus puños
tan tiernos y tan pequeños?
–Te traigo un beso, mamita,
un beso sin estrenar
que será tuyo tan pronto
tú me enseñes a besar.
ANDO IMAGINANDO
Ando imaginando
no sé desde cuándo
un ladro que perre,
un rato sin erre,
un ave que vuele
sin uve y sin ele
debajo del agua
sin mojar su enagua,
un gatito rubio
después de un diluvio,
un gatito blanco
caminando en zancos
y uno blanco y negro
cantando un allegro…
un ciempiés andando
cojo y patizambo,
un triste palomo
que no sé ni cómo
canta como llora
casi a toda hora,
pero no sé cuándo
se me fue volando
y yo me he quedado
aquí, imaginando.
PÁNICO
Hoy siento un pavor mayúsculo,
rojo como una camándula,
muy triste como un crepúsculo,
interno como una glándula.
Se desliza por mi esófago
sin fijarse en la clavícula.
Está alojado en mi estómago
y se asoma en la vesícula.
Creo que es un miedo vernáculo.
Es un miedo de película.
Es un terror de espectáculo.
Es una cosa ridícula.
Es un grito que, de pánico,
se me encaja en las amígdalas.
Es un trago gordo y ácido
donde sobran muchas sílabas.
No le temo a los lunáticos
ni a los ogros ni a las víboras.
No tiemblo ante los arácnidos
ni ante las fieras carnívoras.
No le temo a los parásitos.
No me dan miedo las ánimas
ni los fogajes volcánicos
ni las penas ni las lágrimas.
No temo a las noches lóbregas
ni a los gigantes acuáticos
ni a la ira ni a la cólera
ni a los espantos selváticos.
No temo a las brujas góticas
ni a los bárbaros cuadrúpedos
ni a los venenos o pócimas
ni a los gigantes hercúleos.
Ni al amargo de la sábila
ni a los horribles murciélagos
ni a los leones de África
ni a la pulmonía ni al tétano.
No temo a las bestias bípedas
ni a las bromas telefónicas,
ni a las espadas mortíferas
ni a los besos de Verónica.
No temo a los gases tóxicos
ni a las criaturas acéfalas
ni a los seres mitológicos
ni a los mangles ni a las ciénagas.
No siento un espanto trágico
ante una maga estrambótica
ni al ver un fantasma clásico
ni ante la fiebre bubónica.
Lo que me produce pálpitos
y temblor en las mandíbulas,
lo que para mí es traumático
y me inflama las aurículas…
Lo que me derrumba el ánimo,
me da temblores y cólicos,
y hace que me ponga pálido,
sudoroso y tragicómico…
es este miedo de fábula,
invisible, sato y único,
peludo como tarántula
con un olor algo pútrido.
Es este miedo simbólico,
este pavor casi clásico,
tal vez un poco anacrónico,
tal vez un poco traumático.
Y es que temo a los exámenes
las pruebas y los análisis.
Los dictados, los certámenes,
del susto me dan parálisis.
¿Y qué digo de los números
tan exactos, tan armónicos?
Me ponen como energúmeno
me causan un mal insólito.
Es un miedo a la aritmética
tan confusa, tan mecánica.
Las fracciones, las centésimas,
me parecen antipáticas.
Sería feliz sin los cálculos.
¡Qué importa la matemática!
Las cifras son un obstáculo.
Me asustan que es una lástima.
Podría vivir sin el álgebra,
tan ajena, tan insípida
que hasta me parece áspera
cuando me convierte en víctima.
La geometría con sus triángulos
me causa un mal instantáneo.
No puedo con los rectángulos,
ni las líneas ni los diámetros.
Sólo me calma la música
y algunas frases poéticas
y las flores y las últimas
de las aventuras épicas.
El sonido del océano,
el canto de algunos pájaros,
la suavidad de los pétalos
y las flores de los álamos.
En fin, me salvan las frágiles
agujitas de mi brújula.
Y me gustan las pirámides…
¡Y ME ENCANTAN LAS ESDRÚJULAS!