Éste no es un libro (si es que aún se escriben libros). Travesti. Una teoría lo suficientemente buena es un teje. Es una teoría. Es el crack de la risa contagiada que resquebraja una idea passée y te invade de una lucidez todavía inclasificable. Es años de lucha en las calles, en comisarías, en rondas de mate, en baños, en viajes, en la Legislatura de Buenos Aires, detrás de escena y en el escenario. Es una inteligencia colectiva articulada por una intelectual pública trava tejedora de teoría. Es la puesta en marcha de todos los abrazos que fueron negados. Es todas las muertas de Marlene Wayar que hablan todavía desde el pasado que no es menos real por ser inactual (para usar la expresión de Bergson, aunque a él no se le invadían de muertos los libros). Es Nadia Echazú, Lohana Berkins, Diana Sacayán e incontables muertas más. Es también las vivas de Wayar: Susy Shock, Claudia Rodríguez, Claudia Acuña—algunos de los nombres de quienes tejen con Marlene en las secciones que registran diálogos. Es el emergente de un movimiento travesti diverso, unido pero rico en desacuerdos, que está cambiando las políticas públicas en Argentina —y más allá— desde los años noventa. Es registro oral. Es conversaciones con amigues que también tejen el hilo de una crítica que no olvida mientras imagina un futuro completamente otro. Es una radical transformación del concepto de lo político.
Travesti es un libro muy esperado para quienes seguíamos de cerca la trayectoria intelectual de Marlene Wayar, acaso la pensadora viva más interesante y necesaria de Argentina. Wayar fue la directora de El Teje, el primer periódico travesti latinoamericano, escribe columnas de coyuntura en el suplemento Soy del periódico Página/12 y es una activista de larga trayectoria: coordinadora general de Futuro Transgenérico (organización que participó del Frente Nacional por la Ley de Identidad de Género) y co-fundadora de la Red Trans de Latinoamérica y el Caribe “Silvia Rivera”. Wayar es una pensadora oral y hace rato que venía escribiendo en el aire su teoría. Catálogos de conceptos y anécdotas que se dejaban decir en la cercanía de conversaciones risueñas y nocturnas y que, al fin, aparecen en el papel. ¡Oh! ¡La sorpresa de quienes esperábamos un libro! Estos papeles encuadernados, este objeto blanco y rosa y negro y suave, nos devuelve afuera del texto. Habilidosas palabras que no quieren eternizarse en el murmullo imaginario de una lectura silenciosa. Palabras con tiempo. La urgencia de una conversación cuya intensidad jamás puede ser capturada por esta forma impresa. La urgencia que nos devuelva a la noche, a la presencia —no importa cuán imposible, inasible— de la vida.
La vida —otrora una categoría despreciada por los detractores posmo de un viejo vitalismo— es hoy una última trinchera bajo ataque en el contexto neoliberal de negligencia y violencia de Estado. Los cuerpos, arrasados por la amenaza del desempleo, por la criminalización de la pobreza, por la fragmentación de un individualismo nacido de ese terror, en un sur sembrado de gobiernos de derecha. La histórica negligencia y violencia de Estado contra las travestis que arrinconó y arrincona en la precariedad a generaciones de travas. Esa herida política que no es sólo institución sino también trauma y subjetivación hecha pedazos. Una vida que apenas sobrevive. Para esa forma precaria de sujeción Marlene Wayar ofrece una teoría que es un abrazo y risitas cómplices y un plan de acción. No un plan para sobrevivir sino un ambicioso proyecto para reimaginar la vida comunitariamente.
Wayar estudió psicología social en la Escuela de las Madres de Plaza de Mayo y su mirada política parte de dinámicas grupales y colectivas, micro y macro, para observar la gestación de subjetividades en procesos de individuación narrados en cámara lenta. La prosa de Wayar nombra un fluir casi detenido avanzando en el aire salpicándolo todo poco a poco. Pensadora de flujos y dinámicas, narra más que describir un devenir social con un análisis de coyuntura que discute lo que no se discute. Una de las propuestas más radicales: no deconstruir tan sólo la teoría sino además al sujeto que la produce y sus pretendidos límites individuales.
Hay un concepto clave, el de las infancias, cuya complejidad interdisciplinaria podría pasarse por alto en una lectura apresurada. Sin duda, Wayar se preocupa por las y los menores que tienen que crecer en familias heteronormales de gran pobreza emocional, donde se ejerce a veces sobre ellos violencia, humillación y expulsión, especialmente cuando se trata de infancias trans. Critica además una ideología adultocéntrica que tiene a la infancia como un estadio inferior de un progreso iluminista: esa idea de que la inocencia infantil es una forma protoplásmica de saber, que espera todavía recibir de la sociedad (a los golpes) la pérdida de inocencia como ritual de pasaje al conocimiento. Para Wayar, hay una lucidez en las crianzas. La niña, el niño, es quien dice: “¡el rey está desnudo!”. Lo que no ha aprendido aún es la mentira disimulada y la hipocresía orquestada socialmente. La categoría de infancia permite reimaginar las condiciones subjetivas de un cambio político radical capaz de emerger de una inocencia salvaje, risueña, creadora de sí y de otros objetos de arte.
La infancia es, por otro lado, una forma de repensar al sujeto político adulto. Wayar le devuelve al sujeto político su densidad histórica y su devenir: alguien que además de ser una construcción social discreta, fetiche de un mercado político de identidades cristalizadas, es un adulto con un pliegue de niñez, como una alegre y secreta trinchera desde donde se resiste todavía a la producción de diferencia, de distancia y de racismo del mundo adulto. La niñez, como un pliegue de la subjetividad, es un modo de pensamiento, capaz de una ternura que institucionalmente se mantiene a raya como algo que es infantil, demasiado inocente, una mariconería, una sensibilidad de niñita. Esta infancia como pliegue del adulto nos recuerda que, según Freud, en el inconsciente el tiempo no existe y todos los yo que fuimos conviven en una confusión eterna. Para deshacer el trabajo de la individuación que tiene atomizados a los sujetos políticos, hay un contra-trabajo de creación que tiene que empezar por una/o:
“La infancia me parece de una potencia inusitada (…) No es ya un espacio de construcción de una subjetividad en contraposición a una otredad y a esas dos ansiedades básicas (el miedo a la pérdida y el miedo al ataque) sino un espacio potente para la construcción de una nostredad, en el que no estamos permanentemente en guardia y con miedo a perder lo que tenemos o a ser víctimas de un ataque. Esta potencia radica en la posibilidad de abordar la infancia a partir de nuestra propia experiencia y no con la distancia de no implicarnos, como si no fuéramos el mismísimo objeto de estudio. Creo que somos nuestro primer objeto de arte. Debemos crecer con esta primera claridad: nos estamos construyendo…”
(Wayar, Travesti: Una teoría lo suficientemente buena, p.18)
La hipotética postulación de un ser anterior a la alienación (provocada por la familia y una escolarización individualista y transfóbica) lleva al lector a poder articular la libertad creadora con la cual se construye en el presente y en la vida cotidiana la propia subjetividad inseparable de las otras. Cansades de un pensar académico que incorpora del estructuralismo y del posestructuralismo sobre todo los caminos sin salida a los que se llega cuando se busca perder la inocencia, con la simple y cándida llamada a la libertad de creación que alguna vez arengó el existencialismo (con una efervescencia y una adhesión juvenil a la cual nada tiene que envidiarle este movimiento trava sudaca), se invita al lector, otra vez, con ese grito de guerra: la imaginación al poder.
En esta teoría, que es también un llamado a transformarse con placer y con miras a cambiar el mundo, la economía política tiene un encuentro con la mirada audaz y precisa de la escritora que ve, en los discursos que circulan y en las imágenes, los puntos que hay que destejer para una reinvención política que busca simplicidad conceptual para nombrar los problemas de base, problemas simples en su ecuación pero fractalmente holísticos en sus ramificaciones, que sujetan y reproducen la lógica barata del status quo.
Wayar teoriza la infancia y a la vez su contraparte que llama “lo paterno-maternal”. Lo paterno-maternal (que puede ser ejercido por personas de cualquier género) es otro pliegue en el adulto capaz de cuidar de sí, de la propia infancia y capaz también de cuidar de otros. Wayar ofrece una teoría lo suficientemente buena siguiendo la teorización de Winnicott. Winnicott había pensado, a partir de su clínica con niños, las condiciones de posibilidad de una maternidad capaz de producir una infancia saludable psíquicamente. Wayar, a partir de su militancia/activismo, piensa una forma política lo suficientemente buena como para ofrecerle un espacio al sujeto donde ser también su propia infancia, donde ser la ilusión de una comunidad sin individuación y llevarlo, tiernamente, a una individuación progresiva pero menos violenta que la propuesta neoliberal, donde todavía quede una responsabilidad por el cuidado del otro y un lugarcito de nostredad sin abandonos.