“No hay ningún país que domine como Rusia
el arte de la destrucción de sus súbditos
y un hombre con una pluma en la mano
no puede remediar la situación”.
Joseph Brodsky
(1940-1996)
Premio Nobel de Literatura
Lecciones desaprovechadas
Fue el mismísimo Karl Marx quien advirtió, en su obra El 18 Brumario de Luis Bonaparte, que “la historia se repite una vez como tragedia y otra como farsa”. Al parecer el presidente ruso Vladímir Vladímirovich Putin no fue un destacado estudiante en la Universidad Estatal de Leningrado, donde se graduó antes de dedicarse con el mayor entusiasmo al espionaje como agente del Comité para la Seguridad del Estado (siglas en ruso romanizado: KGB). Sus lecciones de marxismo-leninismo no las aprovechó demasiado -al menos en lo que hace a la citada frase del filósofo alemán- pues sus últimas y peligrosas determinaciones así lo señalan. Y no estamos hablando exclusivamente de la invasión armada al territorio ucraniano y la anexión de la República Autónoma de Crimea a “la vieja madre Rusia”, un verdadero Anschluss (1) a la moscovita, gravísimo incidente internacional cuyas consecuencias todavía están por verse.
Nos estamos refiriendo a lo que parece ser un intento de Putin -¿consciente? ¿inconsciente?- de remedar a su tristemente famoso predecesor en el Kremlin, Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, por más mentas José Stalin, también en lo referido a “orientar” a escritores, críticos, traductores y editores hacia la buena senda… para el gobierno de turno. Como líder estético, Putin no se destaca, ya veremos, por su originalidad.
Un poquitín de historia: “los ingenieros de almas”
1932 no fue solamente el año de la fundación del Congreso Nacional Africano en Sudáfrica; la proclamación de Adolf Hitler como aspirante a la presidencia alemana por el Partido Nacional Socialista; la grabación del Concierto para Piano Nº 3, de Serguéi Prokófiev, por la Orquesta Sinfónica de Londres; el comienzo la guerra entre Perú y Colombia o la aplastante victoria de los demócratas, con Franklin Delano Roosevelt a la cabeza, en las presidenciales de los EE.UU.. También fue el año en que dio comienzo la Gran Hambruna que asoló la por entonces llamada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), catástrofe que se prolongó hasta el año siguiente y que dejó como resultado la muerte por inanición de 8 millones de personas. Pero mientras sus compatriotas morían de hambre, pretensiones estetizantes agitaban el cerrado espíritu del Kremlin. En lo que se definió como una “superación de las corrientes burguesas previas a la Revolución de Octubre” -como el simbolismo, el impresionismo, el dadaísmo, el surrealismo y el cubismo, entre otras- Stalin firmó aquel 23 de abril de 1932 el “Decreto de la reconstrucción de las organizaciones literarias y artísticas”, programa convertido en política estatal oficial. Como las nuevas normas exigían novedosos organismos encargados de velar celosamente por su divulgación y vigencia obligatoria, aquel mismo año se fundó la Unión de los Escritores de la URSS, por orden directa del Comité Central del Partido Comunista soviético. Su primer presidente fue Alekséi Maksímovich Peshkov, mejor conocido como Máximo Gorki. La nueva política (2) fue canonizada por el Congreso de Escritores Socialistas de 1934 y severamente aplicada a toda la producción artística y literaria.
¿En qué consistía el nuevo credo estético? En poner todas las expresiones artísticas y literarias al servicio de la difusión del marxismo-leninismo, exaltando la figura folklórica del trabajador industrial o rural -un estereotipo bastante burdo, por cierto, de los auténticos trabajadores- invariablemente feliz y decidido a llevar adelante las sacrosantas premisas del Comité Central. O sea: el Comité Central, a través de escritores, pintores, escultores, dramaturgos y demás productores de valores simbólicos, le explicaba al proletariado soviético cómo debía verse a sí mismo y ver al mundo. Pocas veces -salvo en el caso de la Alemania nazi- se había visto un intento igual de subordinar la indispensable libertad de los creadores artísticos y literarios a la condición de mera propaganda partidaria y estatal. El estilo elegido fue el realismo en su faceta más paradójica: supuesto como representación de la realidad de la clase trabajadora y campesina, lo que hacía era repetir hasta el hartazgo, invariablemente, conceptos e imágenes que sólo existían en los romos espíritus de los burócratas stalinistas -la así llamada “nomenklatura”- y en la “creatividad” de los serviciales escritores, artistas plásticos, actores, dramaturgos, editores, traductores y críticos que, por convencimiento, conveniencia o terror, poblaron las décadas siguientes de campesinos y obreros musculosos, esposas opulentas y niños proletarios al borde de la obesidad de tan bien alimentados. Mientras 8 millones de sus compatriotas se morían de hambre, burócratas y autores celebraban juntos la colectivización, la industrialización, el progreso y el poderío de la URSS, adelantos siempre incrementados gracias a las resueltas y hábiles decisiones del Comité Central del PC soviético, encabezado por el líder carismático, el “hombre de acero”, que no otra cosa Stalin significa en ruso. Por supuesto, la glorificación del primer mandatario estaba a la orden del día y cuanto más delirante y alejada de todo fundamento en la realidad, mejor (3).
Con qué claridad conceptual el señor del Kremlin llamaba a los artistas y escritores adscritos al realismo socialista “ingenieros de almas”. Era cierto: ellos contribuían a fabricarlas en serie. A cambio, los colaboracionistas estéticos contaban con el visto bueno del partido para publicar, erigir, pintar, exhibir o representar sus obras, siendo rentados por el aparato estatal. Algunos, hasta prosperaron (4). En lo concreto, no estar afiliado a la Unión de Escritores era equivalente a suicidarse, no entendido esto en sentido figurado. Sin embargo, muchos artistas y escritores sufrieron las consecuencias de rechazar, discutir, soslayar o siquiera poner en duda el credo estatal en materia de cultura: los escritores Mijaíl Afanásievich Bulgákov, Borís Leonídovich Pasternak, Varlam Shalámov, Alexander Solzhenitsyn, Anna Akhmátova; los compositores Dmitri Dmítrievich Shostakóvich, Aram Ilich Jachaturián y Serguéi Serguéievich Prokófiev; los artistas Kazimir Malévich, Wassily Kandinski, Mihail Shemyakin y Marc Chagall; apenas algunos nombres ilustres de una larga lista que conoció la persecución, el exilio forzado, la tortura, la reclusión y la muerte por no dar la talla del escritor realista socialista exigido por el Estado soviético.
Como era de prever, si las advertencias de la Unión de Escritores de la URSS no eran suficientes, allí estaban otros organismos del Estado para hacerles entender a los disidentes y espíritus rebeldes de qué iba la cosa: El Goskino se ocupaba de las artes cinematográficas; el Goskomizdat se encargaba de censurar la literatura y la poesía; Gosteleradio tenía injerencia en todo lo relativo a las trasmisiones radiales y luego también las televisivas, y así sucesivamente.
No solamente el presente y el futuro de la producción artística y literaria eran así controlados; también el pasado, como en la célebre novela 1984, de George Orwell, recibía lo suyo para que no desafiara la nueva imagen del mundo impulsada por el socialismo. Millones de ejemplares de libros, periódicos, folletos e impresos en general fueron incautados e incinerados por contradecir los postulados de la nomenklatura, destino inevitable de cuanto oliera a “arte burgués” o “literatura burguesa”, otro paralelo con el ocultamiento o la destrucción de obras de arte, plásticas o impresas, impulsado por los nazis en la Alemania contemporánea de Stalin, una cruzada de Hitler contra lo que motejaba de “arte y literatura degenerados”. Llamativamente ambos dictadores, el alemán y el soviético, coincidían en cuanto a los nombres de muchos autores incluidos en sus sendas listas negras.
Como es de prever, los resultados para la cultura soviética fueron desastrosos, tanto para los creadores como para el público en general. No olvidemos que una genuina obra de arte -sea literaria o artística- nos lleva a evolucionar, pero si se coloca en su lugar algo que no posee la misma calidad, el efecto es el contrario, una involución, como sucede con la literatura-basura de nuestro tiempo. Así, mientras Occidente producía una ingente marea de innovaciones en la literatura y el arte del siglo XX, estéticamente el imperio soviético se iba aislando más y más, encerrado en la repetición de las mismas pobres fantasías de siempre, de modo tal que pasadas varias décadas, faltando apenas unos pocos años para la caída del Muro de Berlín (1989), el grueso del público de la ya fláccida URSS desconocía los avances más notorios producidos en música, literatura, artes plásticas y otras disciplinas del espíritu, materia común y accesible para casi todo el resto del mundo (5). Porque el resultado de la imposición de doctrinas estatales y obligatorias a los creadores invariablemente va en detrimento tanto de los creadores como del Estado real, esto es, la gente. Con el agravante de que, en el caso del realismo socialista soviético, su instauración también puso fin a una brillante constelación de aportes sucesivos al arte y la literatura mundial, que habían tenido en el territorio de la URSS su origen. La instauración del realismo socialista en la URSS fue el final de todas las vanguardias, reemplazadas por la brutal imposición de algo que -al igual que la definición tradicional del kitsch- “es aquello que está en el lugar del arte, sin serlo”, pero con efectos todavía más nefastos que la chapucera tendencia del kitsch. Se puede muy bien coincidir con el crítico italiano Giulio Carlo Argan, cuando afirma que “el llamado ‘realismo socialista’ (que no es realismo ni socialista) no puede considerarse ni siquiera como un movimiento regresivo o reaccionario, pues es mera propaganda política” (6).
Volvamos al actual Señor de Todas las Rusias: ¿cómo se dice Fahrenheit 451 en ruso?
Todavía algunos recordamos lo sucedido, pocos años atrás, con el escritor ruso Vladímir Sorokin, que mereció el título de “pesadilla literaria de Putin” (7). Sorokin estuvo prohibido durante mucho tiempo en su propio país, por lo que sus novelas se editaron en Alemania y Francia hasta la llegada de la perestroika; pero caído el muro de Berlín, no por ello cesaron los problemas para éste y otros autores disidentes. La novela de Sorokin Grasa Azul, publicada en Rusia en 1999, indignó tanto a los jóvenes integrantes de un movimiento a favor de Putin, el Nashi -lo que en ruso significa “los Nuestros”-, que estos se aplicaron diligentemente a recoger los ejemplares de Grasa Azul ya distribuidos y quemarlos frente al Teatro Bolshoi, actuando del mismo modo que los nazis lo hicieron en la Bebelplatz de Berlín, el 10 de mayo de 1933, una actividad organizada por miembros de la Unión Estudiantil Nacionalsocialista. No contentos con este acto de barbarie, los del Nashi demandaron penalmente a Sorokin bajo cargos de divulgar pornografía. Una entrevista concedida al New York Times (8) refiere las circunstancias y las consecuencias del incidente. Dice la fuente citada: “Un día de 2002, un amigo lo llamó para decirle que se había erigido un enorme inodoro fuera del Teatro Bolshoi y que el público era invitado a arrojar sus libros en él. ‘Tuve la sensación de que había terminado, de algún modo, dentro de una de mis historias’, contó Sorokin la semana pasada, en un departamento de Moscú tan vacío y blanco como un cuarto de hospital. Pero su divertida reacción se tornó gradualmente en algo parecido al pánico. Un día, un trabajador tocó a su puerta y dijo que tenía la orden de colocar barras de prisión en sus ventanas; otra vez, abrió la puerta y encontró una pila de sus libros, cada una con la palabra ‘pornografía’ estampada encima, dijo. Fiscales del Estado abrieron un caso en su contra por distribuir pornografía, que podría haberle costado una condena de hasta dos años (la acusación fue desestimada). Se le volvió más y más difícil escribir. ‘Al final’, relató, ‘me metí en un automóvil con mi esposa y conduje hacia el Norte’, hasta Estonia, donde vivió en el bosque por un mes”.
Mas el rebelde Sorokin no se asustó demasiado e insistió: en 2008 volvió a la carga con lo que terminó por ser un éxito editorial mundial: su novela El día del oprichnik. “Oprichnik”designa en ruso a los matones que constituían la guardia personal del primer zar, Iván El Terrible (1530–1584), gestor de un período aterrador de la historia rusa. En la entrevista brindada al medio citado, el escritor declara que: “Si se levanta una nueva cortina de hierro, a diferencia de la época estalinista, Rusia se hundirá en su pasado, es decir, en el siglo XVI, cuando de hecho fue creado el Estado ruso por Iván el Terrible. Si en la época de Stalin la Rusia soviética tenía una nueva forma gracias a la idea comunista y nuevos símbolos, ahora no hay ninguna idea nueva. Sólo existe la idea de aislamiento y, si se realiza, nos veremos en la Edad Media, no sólo ideológicamente, por la manera de pensar, sino también estilísticamente”. Respecto de la actitud de Putin hacia los escritores, Sorokin advirtió en esa entrevista: “El poder es impredecible y nadie sabe qué necesitará mañana. Puede que comience una campaña, por ejemplo, de limpieza de la cultura. Ya hay un proyecto presidencial. Putin se reunió con los jóvenes escritores y los instó a escribir cosas positivas. Pero entonces hay que hacer algo con las negativas. Aquí en Rusia no puede haber en la tienda cosas positivas y cosas negativas al mismo tiempo”.
En fecha más reciente -noviembre pasado- el Estado ruso anunció con bombos y platillos la celebración del Primer Encuentro Literario Ruso(9), una reunión de más de medio millar de escritores, traductores, profesores de letras y editores en torno a Putin, con el cometido de “tratar juntos los problemas del área literaria”, según manifestó el diligente comunicado del Kremlin. Al parecer, los problemas del sector literario eran diferentes para la óptica gubernamental en relación a lo apreciado por los escritores. El novelista Grigóri Shálvovich Chjartishvíli, más conocido por su seudónimo de Boris Akunin, se negó a asistir a la cita con el jefe supremo, expresando que mientras hubiese en Rusia presos políticos -muchos de ellos escritores- él no podría estar en la misma habitación que Putin. Por otra parte, Akunin subrayó, según la fuente citada, que esperaba que una próxima amnistía prometida por el Kremlin se aplicara también a los detenidos durante una manifestación contra el régimen realizada en Moscú, en la plaza Bolotnaya, en 2012, y asimismo a los casos de la artista de performance Nadezhda Andréyevna Tolokónnikova y la poeta María Vladimirovna Aliójina, las dos integrantes del grupo de punk rock feminista “Pussy Riot”, que sufrían una condena efectiva a dos años de encarcelamiento a causa de participar en una protesta contra Putin el 21 de febrero de ese mismo año (10). Para el rebelde Akunin, reunirse con un gobernante autoritario equivale a brindarle aprobación a sus métodos, declaró en la misma oportunidad, al tiempo que su colega, el poeta, narrador y ensayista Dmitri Lvóvich Býkov, manifestó que él no cree en el diálogo con el poder y que por ello también estaría ausente de la reunión convocada por el Kremlin.
Llamativamente, el Ministerio de Cultura ruso no hizo pública la agenda de la reunión de Putin con los intelectuales, lo que mereció la inmediata réplica de Bykov, difundida por el periódico on line Gazeta.ru (www.gazeta.ru) : “si lo que vemos es solamente una intentona de poner la literatura al servicio del Estado, es algo sencillamente inútil”. En la ocasión, la respuesta del actual portavoz del Kremlin, Dmitry Sergeyevich Peskov -veterana cabeza de las operaciones de prensa de Putin desde que éste fue designado primer ministro bajo el gestión presidencial de Dmitry Anatolyevich Medvedev- se limitó a señalar que la actitud que tomaron Býkov y Akunin ante la “gentil” invitación del poder fue “nihilista” y “no constructiva”.
Más tajante todavía que los referidos autores, el periódico Vedomosti (www.vedomosti.ru) le dedicó por entonces su editorial (11) a la probabilidad de ver resurgir en Rusia algo similar a la colaboracionista Unión de Escritores de la era soviética…
“Vivir en contradicción con la razón propia es el estado moral más intolerable” (León Tostoi)
Nuestra actualidad es el futuro próximo, ya concretado, de los acontecimientos que hemos reseñado, pero sigue siendo un océano de interrogantes. A la luz de las actitudes tomadas recientemente por el Kremlin en el terreno político y militar fuera de sus expansivas fronteras y, dentro de ellas, con la promulgación de leyes antigay y antiblasfemia, es difícil ser optimista. El endurecimiento de la persecución contra lesbianas, gays, bisexuales, transexuales o intersexuales fue denunciado por más de 200 escritores, incluyendo a Günter Grass, Wole Soyinka, Elfriede Jelinek, Orhan Pamuk, Carol Ann Duffy, Edward Albee, Julian Barnes, Ian McEwan, Neil Gaiman, Salman Rushdie, Margaret Atwood y Jonathan Franzen, en una carta abierta enviada al periódico inglés The Guardian (12). Informa este medio que “la carta abierta dirigida a Rusia condena las leyes recientemente aprobadas contra la propaganda gay y la blasfemia, las que prohíben respectivamente, la ‘propaganda de las relaciones sexuales no tradicionales’, entre los menores y criminalizan el insulto religioso, así como vuelven a considerar la difamación como un crimen. Las tres leyes ‘ponen expresamente en riesgo a los escritores’, dicen los autores, que “no pueden permanecer en silencio viendo a nuestros colegas escritores y periodistas presionados a guardar silencio, bajo riesgo de persecución y a menudo arriesgándose a un drástico castigo por el simple hecho de comunicar sus pensamientos”.
A la luz de lo denunciado por dos centenares de prestigiosos autores contemporáneos -incluyendo en las firmas a cuatro receptores del Premio Nobel de Literatura- cabe preguntarse cuál es la “actitud constructiva” que el Kremlin espera de parte de los escritores en el futuro cercano.
¿Refutará Putin, en los años venideros, a Karl Marx, logrando que algo que fue una tragedia del siglo XX, se repita bajo esa misma condición en el XXI?
Rusia, país emergente.
Notas
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La incorporación de Austria a la Alemania nazi -producida el 12 de marzo de 1938- como otra provincia del III Reich.
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Los estatutos de la Unión de Escritores de la URSS definen taxativamente la nueva política cultural impulsada por la burocracia comunista, describiendo al realismo socialista como: “método artístico que exige una representación verídica, históricamente concreta de la realidad en su desarrollo revolucionario y orientada hacia la transformación ideológica y educativa de los trabajadores en el espíritu del socialismo” (citado en el artículo titulado “El ‘realismo socialista’ domina en la URSS desde hace medio siglo”, publicado por el diario El País, de España, el 26 de abril de 1982. Ver: http://elpais.com/diario/1982/04/26/cultura/388620010_850215.html).
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No es de extrañarse que regímenes totalitarios y represivos como los instaurados en la República Popular China y en Corea del Norte, por ejemplo, hayan tenido sus propias réplicas del original soviético (ver: “Arte Ruso, realismo socialista”, de Sandra Aguilella, Karen Gregorio, Paula Sebastian y Adrián Sánchez, en: http://arterusouv.blogspot.es/1294587480/realismo-socialista); señala esta fuente las declaraciones del autócrata Kim II-Sung, creador del Estado norcoreano actual, respecto de que el realismo socialista constituye “el instrumento más importante en la movilización de las masas”.
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Resulta muy ilustrativa la célebre declaración de uno de las más destacados colaboradores del régimen stalinista, Premio Nobel de Literatura en 1965, “Soy, antes que nada, comunista; después, escritor” (citada en el artículo “1984: Muere Mijail Sholojov, uno de los escritores canónicos del realismo socialista”, ver: http://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/964840.1984-muere-mijail-sholojov-uno-de-los-escritores-canonicos-del-realismo-socialista.html). Sholojov, como bien indica la citada fuente, fue diputado del Soviet Supremo a partir de 1938 y recibió incontables reconocimientos por parte del Kremlin, entre ellos el “Premio Stalin” en 1941 y el “Premio Lenin” en 1960. Sus obras eran de lectura obligatoria en los planes de estudios de la URSS.
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Resulta particularmente estremecedor lo señalado en el artículo “Los escritores y el terror estalinista” (ver: http://carpetashistoria.fahce.unlp.edu.ar/carpeta-2/literatura/los-escritores-y-el-terror-estalinista/), respecto del encuentro entre el filósofo y diplomático inglés Isaiah Berlin y el escritor ruso Boris Pasternak -Premio Nobel de Literatura en 1958– producido en 1945, en la residencia de escritores de Peredélkino, situada en la periferia de Moscú y creada por Gorki para los miembros de la Unión de Escritores Soviéticos. Cito textualmente de la fuente indicada: “La sorpresa de Berlin fue mayúscula al darse cuenta del nivel de aislamiento de los escritores en la Unión Soviética. Pasternak recién estaba leyendo a Proust (veinte años después de la muerte del autor francés) porque le habían enviado En busca del tiempo perdido desde el extranjero y no conocía a Sartre ni a Camus, por entonces en el apogeo de su popularidad”. La célebre novela de Pasternak, Doctor Zhivago, recién en 1988 fue publicada en la Unión Soviética. En 1989, año de la caída del Muro de Berlín, su hijo Yevgueni fue autorizado a recibir el Premio Nobel en nombre de su padre, fallecido en 1960: Dos años antes, Pasternak había sido obligado por el gobierno soviético a rechazarlo.
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Argan, Giulio Carlo. El arte moderno. Del iluminismo a los movimientos contemporáneos (Ediciones Akal, 1991). ISBN 978-84-460-0034-1; pág. 470, capítulo 7mo., “La crisis del arte como ‘ciencia europea’”.
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Ver: “La pesadilla literaria de Putin.El escritor Vladímir Sorokin desafía al nuevo zar con su novela ‘El día del oprichnik’”, en: http://elpais.com/diario/2008/01/31/cultura/1201734001_850215.html
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Ver: “From a Novelist, Shock Treatment for Mother Russia”, por Helen Barry, artículo publicado en el New York Times el 29 de abril de 2011, en: http://www.nytimes.com/2011/04/30/books/the-russian-novelist-vladimir-sorokin.html?hp=&pagewanted=all&_r=0.
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Ver: “Writers Snub Putin Prior to Literary Conference”, en: http://www.themoscowtimes.com/arts_n_ideas/article/writers-snub-putin-prior-to-literary-conference/490056.html
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Ambas fueron liberadas el 23 de diciembre de 2013 gracias a la referida amnistía, más otra integrante de “Pussy Riot”, la activista Yekaterina Stanislavovna Samutsévich, sigue detenida por los mismos cargos, habiendo sido reconocida como presa política por la Unión de Solidaridad con los Presos Políticos. Amnistía Internacional la nombró una presa de conciencia, debido a “la gravedad de la respuesta de las autoridades rusas”.
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Ver: “Dos escritores rusos boicotean gran reunión literaria con Putin”, en: http://noticias.terra.cl/libros/dos-escritores-rusos-boicotean-gran-reunion-literaria-con-putin,b29af090e2572410VgnCLD2000000dc6eb0aRCRD.html
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