Con Quema (Gog y Magog, 2015), su primer libro, Ariadna Castellarnau obtuvo el Premio Internacional Las Américas que otorga el Festival de la Palabra de Puerto Rico en el 2016 a la mejor novela hispanoamericana publicada en su año. Se trata de una serie de relatos interconectados por un universo narrativo que da cuenta de la decadencia humana en experiencias límite. El libro se ha ganado el calificativo de literatura de ficción posapocalíptica. Su autora es licenciada en Filología Hispánica y Teoría de la Literatura y Literaturas Comparadas por la Universidad de Barcelona. Ha escrito para el suplemento cultural Radar (Página 12), el suplemento de cultura del Diario Perfil, la revista argentina Anfibia y la peruana Etiqueta Negra. Sus cuentos han aparecido en las antologías Panorama Interzona (Interzona) y Extrema Ficción (Antologías Traviesa).
Quema se nos presenta como un texto desterritorializado en varios sentidos; por un lado, tal vez el más literal y literario, se desarrolla en un tiempo y en un lugar aparentemente indefinido; por otro, pareciera que huye de las formas tradicionales que fijan el tejido o la construcción del género o que se ubica en los intersticios entre ellos. ¿A qué responde esta elusividad? ¿Qué coordenadas fija para Quema su autora?
Es cierto que Quema no se emplaza en una geografía ni en un tiempo en concreto. Por otro lado, lingüísticamente es una mezcla de argentino y español de España, lo cual también lo vuelve un texto basta indefinido. Por último, se sitúa en la frontera entre varios géneros: mi novela ha sido definida como una distopía, lo cual no deja de ser muy acertado, pero también tiene algo de western, especialmente en la forma que le da al género un escritor como Cormac McCarthy, que lo convierte prácticamente en una parábola bíblica, explotando al máximo las posibilidades metafóricas del paisaje.
Para mí esta elusividad que señalas tiene que ver en primer lugar con mi propia experiencia, pues soy una catalana que ha vivido ocho años en Argentina y esto ha modificado mi forma de hablar, de pensar y de escribir en español. Puede que a algunos lectores les resulte chocante mi lengua literaria, que use palabras o construcciones sintácticas ajenas al argentino o ajenas al español de España según como se mire. Tengo que reconocer que muy a menudo yo misma me encuentro preguntándome si debería poner en un texto tal o cual palabra (melocotón o durazno; falda o pollera). Sin embargo tras esta duda se esconde un presupuesto o mejor dicho un mito que a mí, personalmente, me parece muy peligroso, que es el de la pureza del idioma. Muchos escritores transnacionales nos enfrentamos en algún momento, queramos o no, a este mito. Justo el otro día veía en YouTube una conversación entre Samanta Schweblin y Valeria Luiselli que hablaban sobre esto mismo: sobre cómo vivir fuera del país de origen modifica la escritura y que esto es, por un lado, una fuente de enriquecimiento, pero también de horribles dudas respecto a cómo escribir o a si es bueno o no dejar que el entorno termine contaminando la lengua (fíjate qué palabra estoy usando, contaminando). Pero lo cierto es que la pureza, en cuanto al idioma, no existe y si existe, es a costa de la libertad.
Cuando me asaltan este tipo de dudas siempre recurro a lo que aprendí en la facultad de Teoría Literaria y Literaturas Comparadas y, especialmente, leyendo a George Steiner, que es la vacuna intelectual contra todo sentimiento nacionalista. Steiner dice que la multiplicidad de lenguas humanas ha sido la condición indispensables para que hombres y mujeres gocen de la libertad para percibir, articular y reescribir el mundo en plural libertad. Siguiendo a Steiner, la elusividad que señalas (tanto en lo lingüístico como en lo territorial o en los géneros) supone el ejercicio máximo de esta libertad, que es la de estar en los bordes, en los márgenes, aunque esto implique quedar afuera, a veces, de las modas del mercado. Qué se yo, creo que no podría escribir una novela sobre la Guerra Civil ni aunque quisiera. Mis historias transcurren en paisajes míos, interiores, que son mezcla del paisaje de mi infancia (de pequeños campos de frutales y pueblos sin gracia) con la pampa argentina o los paisajes del norte.
El ambiente distópico de la novela permite que tus personajes coexistan de manera que las filiaciones tradicionales se trastoquen, llevando su humanidad hasta una experiencia, a veces, límite. Pero, pese a todo, son personajes sumamente humanos y verosímiles. ¿Cuál dirías que fue el reto creativo de trabajar los personajes que pueblan esta ficción?
Inventar personajes es lo que más me gusta de escribir, con lo que más disfruto. Además sin el personaje no tengo historia. La historia me llega con él, nunca con una idea en abstracto o una premisa. Ursula Le Guin dice algo muy bonito; dice que para ella la búsqueda de una historia no consiste tanto en buscar un tema o un nexo cuanto esperar un encuentro con un desconocido. Es hermosa esta idea y para mí la experiencia es la misma.
Hubo varias historias de Quema que no entraron en la versión final porque los personajes no cuajaban y se notaba mucho. En cuanto a los que quedaron, te diría que nacieron de manera casi espontánea, de repente los tenía ahí: la albina, Amarillo, Rita… Nacieron de algo muy hondo, intuitivo, te diría. Sin embargo, sé que para llegar ahí, a esa intuición, han hecho falta años de lectura, de aprendizaje. De detenerme a leer los entresijos de un cuento una y otra vez, por ejemplo, hasta dar con la clave de qué convierte esa historia en algo especial.
En cuanto a los personajes de Quema mi reto consistió más que nada en profundizar en sus relaciones en este mundo devastado. No me interesaba tanto lo que había pasado o las razones de esa suerte de apocalipsis, como las relaciones que establecían entre ellos en este paisaje de desolación. Esto fue difícil, imaginar, trabajar con emociones en un panorama semejante.
¿Cuál es la pregunta que Quema intenta poner sobre la mesa? ¿Qué te motivó como autora a cuestionarte eso y a atender ese cuestionamiento desde la escritura?
Lo de la pregunta lo puedo responder muy fácil porque surgió casi desde la primera historia, fue algo así como ¿qué queda de lo humano cuando todo lo material, todo aquello que nos da confort y también nos define desaparece? En cuanto a qué me motivó… quizás tuvo que ver con mi propia experiencia de ese momento. Yo acababa de ser madre en Argentina y aunque estaba muy acompañada por mi marido, me sentía en el fondo sola, fuera de contexto, más extranjera que nunca. No quiero sobredimensionar mi vivencia, desde luego que hay situaciones muchísimo peores, pero quizás esta soledad que te comento me llevó a imaginar también estos personajes solitarios, a hacerme estas preguntas.
Eres catalana y viviste buen tiempo en Buenos Aires. ¿Cómo afectó la desterritorialización física a tu escritura?
Creo que esta desterritorialización me hizo escritora. Estoy casi segura que no hubiera escrito jamás una línea de ficción de haberme quedado en Cataluña. Creo que estar lejos, y abrazar una nueva forma de hablar y otra sensibilidad (sostengo que podremos compartir la misma lengua, pero el argentino y el español son dos idiomas distintos) me dio una absoluta libertad para reinventarme y escribir lo que me dio la gana. Fue algo único, irrepetible. La libertad con la que se escribe el primer libro, cuando no sabes si te van a publicar, es increíble. Luego, con el segundo, llegan las preguntas, la autocensura, los miedos… neuras contra las que hay que luchar y ser implacable, porque son muy nocivas para la escritura y la creatividad. Ahora que he vuelto a Cataluña, por ejemplo, me pregunto demasiado a menudo si debo seguir escribiendo o no con esa mezcla que te comentaba. Soy consciente de que mi escritura cambiará, pero hay que amigarse con la idea de los cambios. Muchos escritores hablan de “encontrar su voz” o se elogia a un escritor cuando al fin “ha encontrado su voz” como si la escritura fuera un largo camino hasta esa voz hipotética, madura, sentenciosa desde la que escribiremos sin vacilar. Yo prefiero pensar que un escritor puede tener distintas voces que van variando, sucediéndose, como no sé, como las etapas de Picasso, por ejemplo.
Se ha destacado en entrevistas y presentaciones el rol de los personajes femeninos que pueblan Quema. ¿Hay una apuesta a la relación entre lo femenino y lo apocalíptico en contraposición a lo masculino y lo épico?
Vengo de una familia de muchas mujeres, profundamente matriarcal. Escribo sobre mujeres porque en mi familia las mujeres han sido y son fuente de conflictos que yo, en lo personal, todavía no he resuelto. Hubo un crítico argentino que, como se dice en la Argentina, la pegó con una observación afiladísima: dijo que Quema es una colección de batallas contra mujeres dominantes. Es cierto también que uno de los temas que más me interpela es el de la mujer que controla o subyuga a otra. Por ejemplo este es un punto que muchos lectores y espectadores de la adaptación televisiva soslayaron respecto a El cuento de la criada: la mayor brutalidad la ejercen las mujeres contra las mujeres.
¿Cuáles son las lecturas que te forman? ¿Qué buscas en tu escritura y qué buscas en tus lecturas? ¿En qué punto se encuentran ambas?
Hay muchos autores que me formaron. Si tuviera que hacer una lista de escritores a los que yo considero determinantes, escritores que a leerlos me dije “¿todo esto se puede hacer con las palabras? ¿en serio? pues yo también quiero probarlo”, te mencionaría a Rulfo, Borges, Virginia Woolf, Ray Bradbury, Ursula Le Guin, Susanna Clarke, Angela Carter, Mervyn Peake, las Brönte, Faulkner, Flannery O’Connor. Se me olvidan muchos, luego me dará bronca cuando me de cuenta de que no he incluido a tal o a cual.
Y, por último, (o por ahora) ¿cuál ha sido tu mayor sorpresa con Quema? ¿En qué te encuentras trabajando?
Mi mayor sorpresa fue el premio Las Américas, que me llegó como un regalo inmenso, inesperado, además de ser un espaldarazo enorme. De ninguna manera esperaba ganar, pues entre los finalistas había escritores con muchísima más trayectoria. No olvidemos que Quema es una primera novela, que salió en una editorial chiquitísima argentina, que empecé a escribir cuando mi hija no tenía ni un mes, en los ratos que me dejaba, con ella colgada del cuello, sin expectativas de publicar.
En cuanto a los proyectos estoy trabajando en un libro de cuentos y dándole forma mentalmente a una novela.