CANDADO
Me desplazo en el cuadrilátero con la ligereza
de un saltimbanqui o algún tipo de ciervo.
El consejo es abrir los brazos para verse más grande:
sacar pecho, inflar los pectorales como una fragata su esplendor rojizo
luego, los brazos se enredan con el enemigo como cuerdas
–serpientes enroscadas, madeja de brazos– el más fuerte
toma al rival por la cabeza aplicando un candado al cuello
con el brazo puesto en forma de arco.
LA RELIGIÓN DEL CUERPO
Hay que cuidar el cuerpo como un templo.
La energía, digamos, una niña cantando góspel dentro tuyo
debe fluir con el ritmo de un amén sostenido.
Pero también debes corromper el cuerpo de otro, someterlo
hasta la rendición, o la cuenta de tres.
¿Hay dios después de tres?, por parafrasear a J.C.U.
Existen momentos en que estás tan cerca del rival
que no tan solo escuchas su respiración
sino sus latidos taladrando su pecho
puedes seguir ese ritmo o cortarlo
como la nota estridente del oboe de Coltrane.
Someter la respiración, ese caballo desbocado
con la paciencia justa del domador.
El corazón vuelve a su sitio.
Los cuerpos descansan en una llave
que parece brutal y duele poco.
LA CUENTA
La palma del árbitro
golpea la lona
la acaricia, digamos,
como el lomo gastado
de un animal, tres veces.
SALTO LUNAR
Con la elasticidad suficiente, y algo de fuerza en las piernas, como para subir un cerro o hacer el amor, recoges un poco las piernas –animal antes de cazar–, para luego girar hacia atrás sobre tu propio eje, formando una luna, un arco acaso:
Imaginas entonces el contraste del cuerpo en el aire con las luces de neón, los focos de un estadio municipal en alguna región perdida de Chile, el aliento contenido del público (la mayoría niños).
Caes encima del rival, mientras te espera con los brazos en forma de canasto o directamente en el suelo, el resto queda en manos del árbitro.
(De Técnicas de sumisión, inédito)