Día 10: Agrande su pene
En primer plano, un calendario de aluminio con sus enormes días ordenados cronológicamente, del 1 al 31.
Fatídico karaoke. Canciones de Dean Martin, fondos de pantalla como posters apocalípticos de oficinas de turismo.
En escena, un poco desorientado, se encuentra Monti. Viste un smoking raído y poco convincente. Monti observa los objetos a su alrededor, observa al público, y le gustaría intentar una explicación. Se agarra la nuca con dolor. Luego levanta del suelo una enorme sopladora de hojas y la pone en marcha. Las cosas vuelan sin rumbo. Monti arremete contra el calendario, y las placas con los días caen en total desorden. Monti deja a un lado la sopladora de hojas. Mientras continúa el karaoke, recoge los números del suelo y comienza a reubicarlos en cualquier orden. El sistema para el sorteo de días puede variar, pero el público debe compartir la sensación de que las escenas ocurren al azar. También se podría hacer sorteando los días en un bolillero, como una lotería. El primer número en el calendario es ahora el 10. Monti lo anuncia en voz alta, se lo muestra al público. Es el número de la escena que veremos.
Día diez.
La fiebre no ha cesado por la noche.
Dejo la cama y la tiendo.
Podría dejar que lo hiciera la mucama del hotel,
pero siento una necesidad urgente de hacer orden,
y estas sábanas son lo único que puedo ordenar realmente por ahora.
Así es que tiendo mi cama de hotel.
Estoy solo, en Malta.
Visto un smoking usado que no es mío.
El encargado de este hotel, el Caravaggio,
dice que me trajo una ambulancia.
Pasé un día inconsciente en la cama de un hospital que desconozco.
Tengo un golpe terrible en la cabeza.
Me dicen que sufro de amnesia transitoria.
Una enfermera encontró mi pasaporte en un bolsillo
y en el otro, una tarjeta de este hotel,
marcando las páginas de un libro:
“El Extranjero”. Sí, claro, el de Camus.
Así que me han devuelto a esta pieza que me es completamente extraña.
El encargado insiste en que es la mía,
pero a mí se me hace tan ajena e indefinida
como este libro, que no recuerdo haber leído desde la escuela secundaria.
Lo único que hay como equipaje
es este smoking, una laptop, y estas cajas llenas de muñecas.
Viajo sin valija. Sin pasado.
Pero tengo conexión. Es lo que tengo.
Y puedo reconstruir mi vida reciente
visitando las páginas que guarda el celoso historial de esta PC.
Lo demás es simple deducción.
En muy poco tiempo más lo sabré todo:
¿Por qué estoy en este hotel? ¿Cómo pienso pagarlo?
Dejaré que el tiempo se reordene por sí mismo.
Me conecto. Cassandra.
Tengo tres mails suyos, todos ellos caratulados como “urgentes”.
Pasa por alto los saludos o cualquier comentario personal,
así es que supongo que me conoce y la conozco.
¿Quién es Cassandra? ¿Y por qué son urgentes estos mails?
Al parecer está ansiosa por que yo vea las nuevas correcciones en su tesis.
Es una pista. Debo ser su profesor.
Me tranquiliza. No explica el asunto del smoking
ni tampoco esto de las muñecas. Pero me siento a gusto
sabiendo que no soy un agente de Interpol
ni un prófugo, ni un loco. Aunque lo uno, me digo, no siempre excluye lo otro.
Hasta tanto me vuelva la memoria,
busco en mi bandeja de salida para ver qué le escribí yo a esta Cassandra.
Nada. Jamás le respondí.
Tal vez ella me conoce pero yo no a ella.
Una estudiante desconocida, una materia dudosa.
No tengo ningún conocimiento específico, que yo sepa.
Por un lado, están las ciencias humanísticas
y por el otro, están las verdaderas.
Debo estar en el rubro humanidades. No sé hacer nada.
No veo otros correos que puedan ser de gran ayuda.
¿Estoy solo? ¿Nadie más me escribe?
¿O yo mismo he eliminado todo deliberadamente,
como un criminal que está borrando pistas?
Todo lo que queda en mi bandeja es el spam.
Siempre lo mismo: Agrande su pene.
Me prometen resultados muy veloces.
Si se trata de ejercicios a lo mejor más tarde los intento, ¿por qué no?
Si en cambio ofrecen cirugías o pastillas, dejaremos mi pene en su tamaño.
Decidida esta cuestión, abro el archivo de Cassandra.
Cassandra. Su nombre oscurantista sólo promete noticias espantosas.
Pero en cambio ella habla de esquimales
y agrega, con un tono ligeramente amenazante:
“Sí, los esquimales que –todo el mundo lo sabe- me robaste”.
Tengo este smoking, las muñecas, el libro “El Extranjero”…
Los esquimales, me parece, no los tengo.
Es verdad, yo no recuerdo nada.
Pero por algún motivo estoy seguro
de que algo sé sobre este asunto de esquimales.
¿Enseño geografía? ¿Es esto, acaso?
¿Pero qué esquimales puedo haber robado yo?
Porque los esquimales, los inuit, sépanlo todos, no son una cosa; no se roban.
No son una raza: son un tema.
Su lengua no es una lengua: es un ejemplo.
Y sus pueblos no son pueblos: son enclaves.
Y aquí estoy yo, tal vez en fuga, leyendo una tesis de Cassandra,
confundido de publicidad que nadie quiere.
Agrande su pene.
De todos los asuntos en el mundo,
¿por qué el 80% de mi spam tiene que ver con este tema?
¿Los hombres de épocas pasadas pre-internet
se conformaban con sus miembros,
o habrá existido también en la Edad Media
una publicidad obsesiva, monocorde,
ofreciendo algo que tal vez nadie necesite?
¿Cuántos casos conozco de hombres insatisfechos con el tamaño de su pene?
Ninguno.
Los hombres no hablamos entre nosotros de este tema,
al menos no después de los diecisiete años.
Yo no recuerdo haber hablado nunca con nadie de este tema.
Yo no recuerdo ni eso ni nada.
Monti observa el calendario, y anuncia el nombre del siguiente día. Es el 7. Los números deben quedar ordenados –idealmente- en el orden que se indica. Se trata de un azar controlado. Pero el público tendrá legítimo derecho a suponer que los números salen realmente al azar. En la versión de estreno de esta obra, las escenas 9, 12, 19, 20, 27 y 29 no se ponían en el tablero y directamente no se hacían. Es importante que no todas las escenas de esta obra se vean: la fuerza de la información faltante, errática e indefinida, debe ser enorme para poder seguir esta historia con facilidad.
Día 7: La lengua de los eblaítas
Esto me encanta.
Lo que pasa es que soy lingüista.
Si están en la materia me conocerán seguramente
por un trabajo que tengo hecho. Los esquimales.
Se publicó, está muy traducido,
gané premios, honores y prestigio,
y me he asegurado una cátedra importante.
Pero no es de lo que voy a hablar ahora.
Lee el número del nuevo día en el calendario: “Siete”.
Les voy a leer un fragmento de otra tesis
sobre los eblaítas y su lengua
que me ha fascinado desde siempre
y que no he conseguido sin embargo ver impresa.
Las fuentes se han borrado. Los pueblos antiguos, las arenas
han devorado los rastros de esta lengua,
así que me dediqué a reconstruir las cosas como pude.
No he logrado que nadie la publique
Ahora que lo pienso, si se borra el disco duro de mi laptop
se borrará por segunda vez, definitiva,
la lengua desgarrada de este pueblo.
Yo no hago copias. Me gusta pensar que me muevo
de un aula a otra, por las calles, por mares y montañas,
llevando este tesoro como un arca.
Es un placer pequeño, lo sé, para el común de los mortales.
Pero yo no soy como el común de los mortales.
Ahora, abro el arca. Les muestro esta rareza.
Inicia el video documental sobre los eblaítas.
Documental:
Los eblaítas, en las inmediaciones de los acadios,
no conocían las preposiciones, pero en cambio gozaban
de un léxico riquísimo, el más rico
del que se tenga memoria en la historia de las lenguas.
Veamos cómo funcionaba, al menos mientras duró.
Sus sustantivos comunes no eran mucho más numerosos
que las cosas que su mundo antiguo podía haber creado.
Animales conocidos, accidentes geográficos
(tenían diecisiete palabras para decir “arena”
lo cual no es de sorprender si pensamos que su sitio era el desierto)
elementos para la construcción, alimentos básicos,
razas de camellos y jamelgos,
relaciones de parentesco, tinturas y colores
(que se hallaban en el límite semántico
entre sustantivo y adjetivo)
y no muchas más cosas.
Las palabras “roca” y “piedra” eran la misma,
las frutas escaseaban y existen registros sólo de “manzana”,
algo parecido a “pera”,
“tomate” –que era ingerido como fruta-
y una variedad de uva chinche silvestre y diminuta
que ellos conocieron simplemente como “uva”.
Escaseaban también los sustantivos abstractos.
Palabras tales como “alma”, “fidelidad” o “selenita” no existían,
quizá porque no conocían el concepto del alma,
de la fidelidad o porque no creían que la Luna gozara de habitantes,
o bien porque el concepto era descripto por sustantivos similares
que en realidad, a nuestros ojos, querrían hoy decir otras cosas.
La palabra “desinterés” por ejemplo,
era reemplazada por la frase “cauce de río seco”,
que cumplía con ambas funciones a la vez.
No obstante, y tal vez justamente por no gozar
de una gran paleta de sustantivos abstractos,
los eblaítas desarrollaron un sistema inagotable
de sustantivos preposicionados.
Es decir, que la palabra “casa” (“merodees-muttää”)
no podía usarse en la expresión “en casa”,
ya que el concepto de “en” tardaría aún siglos en forjarse,
en virtud a la influencia de lenguas circundantes o invasoras.
Monti:
Todas las lenguas circundantes son, en rigor de verdad,
potenciales lenguas invasoras.
Documental:
De esta manera “en casa” era para los eblaítas curiosamente
un nuevo sustantivo que describía “un alma que se encuentra
con la disposición de estar en casa”, y que poco tenía en común
con la raíz auténtica de “casa”.
Esta palabra, que se escribía “urbatorlaändme”,
contenía sonidos relacionados no con “merodees-muttää” (“casa”)
sino con “interior de las ventanas” (“bator”),
“llama encendida” (“laän”),
“agua acumulada en cuencos” (“ur” o “pûr”,
dependiendo de si el cuenco estaba lleno o estaba a la mitad),
“alacena o frigorífico de sombras” (“dme”).
“Ur-bator-laän-dme”.
Monti:
Ur-bator-laän-dme.
Bueno, yo creo que está más o menos claro.