Se dice en mi edificio, aunque no hay forma de asegurarlo, que un vecino se cayó en el agujero que se abrió anoche en la mitad de la calle. Lo dice el portero, que asegura haberlo visto salir con su perro a las 5:00 am, caminar hacia al agujero y desaparecer. “Es verdad, don señor”, me contó, “que no vi que se cayera porque a esa hora se me cierran los ojos de sueño, pero iba como para allá y nunca regresó. Puede haberse caído adentro ¿o no? Uno nunca sabe…”. Y sí, pudo haberse caído, pero, hasta ahora, todo es conjeturas.
El agujero es un orificio circular y profundo alrededor del cual se ha tendido una cerca de conos naranjas y bolsas de basura. A mí me recuerda a una madriguera de cangrejos y me he mantenido lejos de él, porque los crustáceos, todos, tienen ojos negros y vacíos en los que se evidencia su ausencia de alma, y los cangrejos, en particular, cuentan además con pinzas afiladas contra las cuales mi piel carece de defensas.
Alguien notificó a las autoridades a primera hora del día, apenas una o dos horas después de que se produjera la presunta desaparición, y éstas hicieron acto de presencia diez o quince minutos después. Se sabe que no fue al trabajo, pero no es posible asegurar si está en el agujero o no. La cosa es que los organismos de rescate han sido incapaces de ponerse de acuerdo sobre cuál es el responsable de internarse en la recién formada caverna y, ahora que ha anochecido, han decidido dejar la búsqueda para mañana. Al fin y al cabo, el hombre se ha mantenido muy silencioso y como dijo el portero: quien no llora, no mama.
Hay dos grandes posibilidades, nos explicaron las autoridades, o el hombre está muerto o el hombre está vivo. En el caso de que haya muerto no hay prisas porque los cadáveres saben ser pacientes. Y en el caso de que aún viva tampoco hay prisas, porque un hombre adulto puede pasar un par de días sin comer. Y en todo caso, si el hambre lo atosiga, siempre cuenta con la magra porción de carne que pueda obtener de su perro: un regordete (y sabroso, según algunos libros de cocina) carlino.
Los bomberos estaban preparados para descender por el agujero, incluso parecían emocionados, pero todo se vino abajo cuando descubrieron que no daba a una alcantarilla sino a subsuelo virgen. En ese caso, explicaron, no corresponde a los bomberos su exploración sino a representantes del ministerio de minas y energía, entidad a la que intentaron contactar sin obtener respuesta.
La policía, por su lado, no encuentra ningún acto criminal en la aparición de un sumidero durante la noche, como no sea aparición ilícita, pero ésta es una figura que dejó de aplicarse hace más de doscientos años, y que, aún entonces, se refería exclusivamente a seres humanos que practicaban la hechicería. Por todo esto, se niegan a ingresar al agujero hasta que se les haya confirmado de alguna manera que el hombre en verdad cayó en él o hayan pasado más de setenta y dos horas desde su desaparición.
El desaparecido, por su parte, no contesta el celular. No se ha podido confirmar tampoco si lo llevaba con él cuando presuntamente cayó en el agujero o si lo había dejado cargando en la sala de su apartamento mientras paseaba al perro. A la esposa se la logró contactar en el trabajo y se comprometió a acercarse al lugar de los hechos para contestar algunas preguntas cuando se hallara desocupada. Dijo que intentaría salir temprano, pero pidió que le tuvieran paciencia porque que los lunes solían ser muy ocupados.
Cuando la Defensa Civil llegó, después del mediodía, todos sus integrantes se quedaron fascinados con el tamaño del hueco.
“¿Cierto que parece una madriguera de cangrejo?”, le comenté a uno de ellos que me pareció, por el color tostado de su piel, que debía provenir de la costa. Había pasado toda la mañana intentando infructuosamente encontrar a alguien que compartiera mi impresión.
El hombre respondió que él también veía el parecido: “Pero tendría que ser de un cangrejo gigantesco”, me dijo antes de ir a reunirse con el resto de su grupo.
La Defensa Civil decidió que antes de ingresar deberían dejar que un experto en zoología marina examinara las paredes de la caverna y diera su veredicto.
“Una cosa”, dijeron, “es ingresar en un agujero vacío y otra cosa es meterse en la madriguera de un animal salvaje, no hemos sido entrenados para eso”.
Pidieron, también, que un experto del Zoológico de Barranquilla estuviera listo para viajar y dictarles un curso de comportamiento y psicología crustácea en el caso de que las sospechas de causación animal se probaran verdaderas.
El zoólogo marino no supo dar una respuesta definitiva. Él también veía la similitud, algunas marcas en las paredes eran similares en forma a las que producen las patas de los parastacidae o cangrejos de río, pero estos no hacen madrigueras.
Quizás, afirmó, el agujero no había sido hecho por un cangrejo conocido sino por alguno que ya se considerara extinto. En ese caso, se veía obligado a extender sus disculpas y retirarse porque había olvidado todas sus clases de arqueozoología. En todo caso, podía confirmar que el agujero no había sido cavado por una nutria, una rana, ni un cocodrilo. Antes de irse miró a todos los vecinos que observábamos atentos el progreso de los hechos, y dijo: “Estas son las cosas que pasan cuando se construye sobre humedales”, y se fue refunfuñando.
Poco antes de que anocheciera llegó la esposa y nos enteramos de que:
a) el vecino acababa de firmar los papeles del divorcio
b) tenía una novia que podría fácilmente ser su nieta
c) las autoridades colombianas no sirven para nada
d) es una falta de respeto obligar a la ex-esposa de un hombre a atravesar la ciudad para ir a responder preguntas pendejas sobre un desgraciado,
y, sobre todo, que:
e) todos los observadores curiosos éramos unos entrometidos y maricas a los que Dios juzgaría porque el chisme es un pecado muy serio.
En mi opinión, los alaridos de la flamante ex-esposa del desaparecido fueron extremadamente informativos, y su actitud comprensible y perdonable porque se notaba en su rostro que había tenido un día difícil.
La mujer concluyó diciendo que no quería saber más nada del caso; que su ex-marido seguramente debía estar acostado en alguna playa de San Andrés, Cartagena o La Guajira con la noviecita y que, aún si no fuera así, deberían rellenar el agujero con cemento, que se lo tenía bien merecido.
Curiosamente, la novia tampoco ha sabido informarnos nada del vecino, y se alegró visiblemente cuando supo que era posible que hubiera caído en el inmenso agujero.
“Ojalá que esté bien”, nos dijo, “lo del cangrejo da yuyis, pero a mí lo que me asustaba más era que hubiera vuelto con la esposa. Es que había pasado todo el día sin contestarme ni las llamadas ni los mensajes de texto.”
Quizás un día, si llegamos a conocer la verdad de lo sucedido más allá de toda duda, escriba un cuento sobre esta situación. Podría llamarlo “El misterioso caso de la desaparición alhambreña” o “La ausencia del crustáceo” o “El cangrejo ancestral contra las autoridades”. Pero temo que todo podría quedarse en la oscuridad porque, desde que se retiraron las autoridades, un solitario camión de volcado de cemento ha estado vertiendo su carga en el agujero y nadie ha hecho nada para impedirlo.
El portero sospecha de la mujer del vecino, “¿Sabe dónde trabaja?” me preguntó y negué con la cabeza esperando una revelación.
“Yo tampoco”, dijo, “pero podría ser en una fábrica de cemento ¿o no? Digo, uno nunca sabe…”
Y sí, tiene razón, puede ser. Uno nunca sabe.