ESCENA 3 : HAY MUCHAS MUJERES EN ESTE HOSPITAL
Los turistas leen y actúan el reportaje sobre la ola de suicidios a lo bonzo en Afganistán, al fondo de la cueva se ven imágenes:
“¿cómo puede alguien hacerse esto? como mujer occidental es muy difícil de concebir, como puede alguien cubrirse en gasolina y prenderse fuego, pero cuando uno habla con mujeres afganas uno se da cuenta cuan pocas opciones tienen de escapar sus vidas, entonces cualquier cosa es una opción, después del Taliban, se esperaba una nueva era de prosperidad para las mujeres, pero acá las mujeres hablan de desesperación, matrimonios forzados, abuso y vergüenza familiar.
¿es la situación ahora mejor que antes del Taliban?
no, no, el problema principal es el problema económico de la gente, los matrimonios forzados corresponden a un problema económico y otras reglas y otros problemas que se tienen dentro de la familia y dentro de la sociedad, ella ha sido obligada a casarse con 12 años, y dice que ha sufrido abuso físico y verbal de su esposo
yo quería morirme, yo sólo quería escaparme de sus palabras
la madre de una de las niñas explica:
día y noche yo le pedía a dios, a pesar de estas quemaduras por favor sálvala, si se muere después no tendría reclamos pero no con estas quemaduras, por favor, eso dejaría una cicatriz de mil años en mi corazón
Mayiba estuvo casada por 6 meses antes de ser llevada al hospital con más del 80% de su cuerpo quemado, cuando le pregunté a su madre si podía tomarle una foto me dijo:
ya está casi muerta, no importa, se va a morir, toma la foto
para aquellas que sobreviven sus vidas son luego peor que antes de prenderse fuego, a algunas mujeres les gustaría hablar con otras mujeres, para tratar de convencerlas de no quemarse, pero programas de ayuda psicológica son casi inexistentes en Afganistán
FRUZAN: En nuestra familia era una tradición sentarnos afuera de la casa y mirar el mundo pasar. Era una calle tranquila y cuando bajaba el sol buscábamos al resto de las mujeres de la casa, todas dejaban de hacer lo que estaban haciendo y rezábamos. No me gustaba que el día se interrumpiera cinco veces para rezar. Pero era una manera de pasar el tiempo juntos y conocernos. Los hombres iban a la mezquita, mis hermanos iban y mis primos. La mejor mezquita para la mujer es dentro de las paredes de su casa. Yo era muy tímida. Me alegraba no tener que ir a la mezquita. Después las cosas fueron cambiando en nuestra ciudad y ya no podíamos sentarnos afuera a mirar. Las mujeres no podían salir de la casa. Me casé, aunque yo no quería, todavía era una niña pero me tocaba casarme y el hombre que es mi esposo creía en cosas diferentes, su familia no era como la mía. Todo eran gritos, peleas y golpes. Yo le decía que era pecado pelear en los meses sagrados, pero a él no le importaba. No había ternura para mí o para mis hijos. Cuando nació mi primer hijo, mis abuelos querían visitarme para hablarle al oído a mi hijo y darle una cucharadita de miel. Mi esposo dijo que yo ya no podía verlos, que ahora era de su propiedad. Un año para ‘Id Al-Fitr preparé Sheer Khurma, mi esposo dio vuelta la olla encima de la mesa porque tenía almendras en vez de pistachos. Los vermicelli quedaron colgando de la mesa, parecían una peluca mojada. Yo grité: este es el día del perdón, olvidarse de los malos entendidos y acordarse de los enfermos, los que no tienen nada! Mi esposo se escondió en una habitación, no podía gritar porque todas las demás familias, nuestros vecinos, estaban celebrando y se darían cuenta. Yo miraba la luna nueva por la ventana, quería salir, caminar, sentir el aire caliente de la noche. Mis hijos jugaban debajo de la mesa, viendo los vermicelli chorrear la leche dulce. La tomaban como cachorros, poniendo sus bocas abiertas hacia arriba. La madre de mi esposo se sentó y me decía con voz bajita: “Vamos a quitarte tus hijos, tus hijos no son tus hijos. Él sólo tiene que ir al juzgado y decir: Me divorcio de ti 3 veces. Ahí se acabará tu vida y tu honor”. Se acercaba a mí y seguía hablando: “mala musulmana no vales nada eres una vergüenza”. Yo miraba por la ventana tratando de no escuchar, pero su voz se replicaba dentro de mi pecho, no podía respirar, pensaba que me estaba muriendo, pero no sentía miedo de morir, quería morir para poder salir a caminar sola, lejos, con el aire caliente en la cara. Allah pide paciencia. Miraba a mis hijos y todos tienen ojos idénticos a los míos. Sentí que heredaban mi tristeza, quería liberarlos de mi brillo triste. Cuando me prendí fuego mi esposo y sus padres no querían llevarme al hospital por la vergüenza. Discutían versiones de lo que podían decir: un accidente, fue un accidente en la cocina. La madre de mi esposo dijo: Déjala morir, no sirve para nada. Los escuché por dos horas mientras me derretía. Sabiendo que vivo en un país donde la vida de una mujer vale la mitad que la vida de un hombre. Con gusto le regalo mi piel a las llamas.
ESCENA 4 – EL PULITZER
FRUZAN: Ahora con vendas no muestro cara, todo duele pero es de verdad.
FRANK: Estás mejor
FRUZAN: Sí, me siento mejor. Estoy ciega ahora, pero me siento mejor.
FRANK: Mira, mi mano, ¿la ves?
FRUZAN: No la puedo ver. Pero sí, tiembla. Es áspera, es grande, es triste, tiene algo duro acá. Respira tu mano y acá se siente tu corazón, los latidos, ahora estás llorando. Pero no llores. Va a estar bien. Arizona, tu esposa, tu hijo.
FRANK: ¡Mi hijo no es mi hijo! Yo traté como tú de matarme. Por mi hijo, por las fotos, por los otros niños, los del hospital, por ti.
FRUZAN: Pero a mí no me conocías.
FRANK: Por ti.
FRUZAN: No tienes quemaduras
FRANK: Fue con pastillas, me quería morir. Me ojos ven mucho.
FRUZAN: Yo soy ciega ahora.
FRANK: Me gustaría mostrarte una foto del niño
FRUZAN: Tu hijo, muéstrame.
FRANK: Mira.
FRUZAN: Es hermoso, no lo puedo ver, pero es hermoso tu hijo.
FRANK: El no pudo adaptarse en Arizona. Se puso violento. No sonreía. No quería jugar dominó. Creció muy rápido. Era enorme. Mi esposa es pequeña, el niño era enorme. Y mi esposa quería cuidarlo. A mi el niño me daba miedo. Yo quería volver a África, al hospital. Ella, mi esposa, me decía: es normal, ha tenido una vida difícil. Y yo le decía: el niño no era así en África! El niño estaba bien en el hospital! Con sus hermanos. Mi esposa decía: Y si traemos también a sus hermanos? Pero cuando nos contactamos con el hospital nos dijeron que los hermanos del niño habían muerto. Nunca le dijimos al niño, pero era como que él supiera. Yo me gané el Pulitzer, fui a Nueva York, al Hotel Waldorf Astoria y ahí estaba la foto con la que gané el Pulitzer. Gigante, enmarcada, al medio de la habitación. El Niño no estaba en la foto, pero estaban sus hermanos, extendiendo sus manos les daban mantequilla de maní. Volví a Arizona. Me encerré en el invernadero de noche. Tomé 45 pastillas para dormir, pero el niño me encontró, me tomó en brazos y me llevó a la casa. Me llevaron al hospital, me lavaron el estómago. Mi mujer me dijo: “vas a estar bien, vuelve a trabajar” Me enviaron acá. Acá estoy. Contigo, amiga. Pero mis fotos ya no se venden bien. Cualquiera uede ser un corresponsal de guerra ahora, con la cámara de un teléfono.
FRUZAN: AMIGA
FRANK: ese niño quería ser mi amigo, no quería dar lástima
FRUZAN: NO QUERIA ARIZONA
FRANK: no
FRUZAN: QUERIA HOSPITAL, AFRICA, HERMANOS
FRANK: yo no quería el premio Pulitzer
FRUZAN: MIS HIJOS
FRANK: tus hijos te quieren amiga, no sienten vergüenza, tu hija no siente vergüenza
FRUZAN: AMIGO. LA MANO.
FRUZAN: LA MANO.
ESCENA 5 – EL BAILE
Frank se queda dormido. Fruzan baila con sus vendas.
En la fotografía aparecen Julieta Figueroa y Roberto Anjari Rossi, actuando de Fruzan y Frank (se intercambiaban los roles durante la obra), cuando fue presentada en el Festival 100Grad en Berlín el 2012.