Por María Helena Barrera-Agarwal
Corre el año de 1961. Lupe Rumazo, autora ecuatoriana residente en Venezuela, inicia su carrera literaria con la publicación de un libro intitulado En el lagar, (Edime, Caracas, 1961). La idea misma de editar ese volumen está fraguada de incertidumbres: no se adscribe el mismo a un género como la poesía o la ficción. Rumazo ha decidido utilizar el ensayo como método de expresión. Incurre así en uno de los yerros más obvios que las escritoras de su tiempo pueden cometer a ojos del canon. Tal género es por entonces área de exclusiva, como establece Mary Louise Pratt, “la historia literaria construye al ensayo como uno de esos monólogos masculinos que desalientan o francamente prohíben que las mujeres “interrumpan”.” (No me interrumpas”: las mujeres y el ensayo latinoamericano, Debate Feminista, Vol. 21, abril 2000)
Pratt distingue dos tipos de ensayo, uno canónico, el ‘ensayo de identidad’ escrito por hombres, que se ocupa de temas relacionados con el ethos latinoamericano. El otro, excluido, el ‘ensayo de género’, escrito por mujeres, que reivindica su participación como sujetos sociales e intelectuales a carta cabal. El ‘ensayo de identidad’ domina el panorama de la edición, tanto individual como antológica, y del estudio, mientras que el ‘ensayo de género’, permanece en la periferia, como sus autoras. A principios de la década de los sesenta del siglo veinte, cuando Rumazo publica su libro, la distinción es aún profunda, y las oportunidades de difusión y de reconocimiento brindadas a escritoras son, en consecuencia, limitadas.
El destino autoral de Rumazo debe considerarse a la luz de tales nociones. La mayor parte de sus textos no corresponden a la línea por entonces prevalente en el ‘ensayo de género’. Sus temas tienen una amplitud y una profundidad que no reconoce fronteras, tanto geográficas como ideológicas – de Tolstoi a Kafka, de Colette a Hemingway, pasando por una vasta exploración del sadismo en la literatura. La noción de la identidad latinoamericana está presente, pero no limitada a abstracciones líricas o a teorías apreciadas por escritores como Ureña o Retamar. Esa perspectiva heterodoxa la convierten en una adelantada a su tiempo, y, por tanto, la distinguen a todo nivel: he aquí una mujer, investigadora independiente, erudita y libre, que intenta forjarse un nombre en un ámbito literario hostil, tan solo a fuerza de talento.
No es de sorprenderse que la carrera de Rumazo haya sido extremadamente difícil. Además de En el lagar, publicaría dos libros más de ensayos en el siglo veinte – Yunques y crisoles americanos, (Edime, Caracas, 1967) y Rol beligerante, (Edime, Caracas, 1974). A pesar de críticas liminares positivas, incluidas en los propios libros por personajes como Ernesto Sábato y Benjamín Carrión, esos títulos serían ignorados. Ocurriría igual con su novelística, que incluye una trilogía narrativa que puede considerarse la más importante de la literatura ecuatoriana de su tiempo – Carta larga sin final (Edime, Caracas, 1978), Peste blanca, peste negra, (Edime, Caracas, 1988), y la inédita Escalera de piedra.
El estatus de outsider de Rumazo continúa a presente. De tiempo en tiempo se ha intentado recuperar su legado y brindar opciones para la reedición de sus obras – las ediciones de Caracas son inencontrables, y los volúmenes que conserva inéditos aún requieren casa editorial. Intelectuales ecuatorianos como Leonardo Valencia, Wilfrido Corral y Miguel Molina han promovido por años un redescubrimiento. A raíz de sus más recientes llamados, se la ha invitado por primera vez a una Feria del Libro en su país natal. Quizás el tiempo de reconocer a Lupe Rumazo en toda su dimensión, y de brindarle la difusión que merece haya llegado.