El auto se detiene frente al edificio de molduras y techos altos.
Abre la puerta el conductor
viejos pantalones de caqui, zapatos deportivos
camiseta gris vegetación.
Pesado organiza la cajuela
hace espacio.
Espera enlazado a la hiedra
que abraza al edificio con vista al parque.
Parece que pierde el tiempo. Se anuda al paisaje.
Sin moverse espera
algo
una mujer sensatamente informal, en sincronía cromática
con el hombre y la arquitectura,
las aceras,
la vida de Riverside a la que asoma desde la ventana
todas las mañanas con el café.
Sesenta años al menos sobre los hombros caídos
en cada hebra del cabello rubio ceniza.
Esposo y Esposa no recuerdan dónde eligieron el vestuario
que los espeja. Sus botas, cuando llueve, son del mismo color.
Las biografías se reformulan en las siluetas
y en los abismos del otro.
No saben cuándo comenzaron a desviar la mirada
para no discutir, no reparar en el flirteo hacia la mesa contigua
disfrutar, con sensatez, de la cena. Tantos años
trajinando juntos el saberse
hace agua una que otra vez.
Esposo recibe el equipaje de su mujer
sin pronunciar palabra
no gesticula nadie
nada.
Esposa se sienta de copiloto. No voltea a mirar.
No hay que mirar cuando se adivina sin esfuerzo
el próximo gesto
de un viernes cómodo
igual a los demás.
Son los de la casa
donde los hijos llegan esporádicos a pelear
a lavar
a comer pastel
a exigir discreción.
Fueron los de las manos bajo el mantel buscando muslos
los de las faldas enrolladas, húmedas
en desorden silencioso. El cierre se bajaba fácil
en cualquier escalera de la universidad.
Pero Esposo y Esposa ya tantearon disimulados las rodillas de alguien más,
ya limpiaron sus labios en el ascensor
antes de seguir el día. Ya se ducharon al llegar a casa, antes de cenar
ocultaron olores acres y dulces, cubrieron bajo un edredón pesado
la sospecha.
Esposa conoce las prohibiciones
gastronómicas de él. La gastritis, la úlcera y demás. Esposo sabe
que treinta minutos de meditación diaria
la centran.
En el auto van certeros a la cabaña
cargados de libros, dos botellas de vino
el plato preferido que comparten,
una lasagna.
Tantos años compartiendo también
la vacación que reconforta.
Comienzan a irse a la pausa amable
los esposos se están yendo
rastrillarán hojas secas
en bolsas grandes dispondrán la alfombra naranja
se prepararán para el invierno despejados de cualquier lugar común
sobre el final.
Más hermanos cada vez
se alejan.
Son sólo una pequeña marca en la calle sinuosa
que habitan.