Foto de Martina Abello
Pecuniaria
¿cómo debe uno dirigirse al mundo
cuando se está cautivo de tantas
sílabas solemnes?
Luis Moreno Villamediana
Cuando me sé domingo y caigo en cuál palabra,
se me olvida el hueso con el que pido perdón,
confundo espejos con puertas,
la tarde me hace balanza
en la que nada pesa tanto
como el color de lo que cae
y guardo polvo en mis bolsillos,
templo un cadáver en el cada ver,
ensancho aún más los huecos en el aire
donde el ruido agota sus branquias,
abro una ranura en alguna vocal
y arrojo
ancla eco alcaraván
como tres monedas en una alcancía
y guardo otra bajo la almohada para Caronte,
no vaya a ser que de tanto
pan de penumbra partido en la mesa
termine empeñándome el dolor
para pagarle la deuda a mi propia voz,
que me ha dado a crédito cada segundo suyo
con intereses cada vez más altos.
El sinsonte,
su sinsonido agostado
entre dos ecos que no quisieran,
en lo posible, apagar la luz,
cincelar la herrumbre,
coser comisuras del eternar
en los ribetes de un verbo ajado,
en dientes que lo fagocitan
y destajan su sonsonete
en cáscaras de un fragor en alas,
de persianas con sombra rota
y memorias solo de mimbre.
En relentes de ahogada pulpa,
en ínsitas estaciones,
de bisagra en bisagra,
hilando líneas en una mano
hasta llegar a tocar
con la fragua de su propia voz
su velado timbre –su llave de aliento–
y así clamar por el alba de algún objeto
hasta escurrir el dolor de la lumbre
y oír el oscuro sismo
con el que late, respira
y se come los adentros
para morir menos cada vez
que se arroja desde su boca.
Corriente
“La razón por la que el aburrimiento merece tal
valoración es porque representa el tiempo puro,
sin diluir, en todo su esplendor repetitivo, redundante y monótono”
Joseph Brodsky
Cuando se aquelan los segundos
pisas el tiempo para huir
cada pared es una pregunta
que no termina de formularse
sin lámparas que valgan
su trasnocho en luz
o ecos animales
que lejanos sin lejanía
templen el calambre como un arco
en el que todo caiga en su lugar
donde el voltaje de la nada
te pueda dejar pegado.
Nuncafués
*
Escrutar en la niebla como buscando un corrientazo,
un hueco del que aferrarse,
un clavo al que fijar la lengua
para que no se ahogue
con una disculpa enmohecida.
*
Pero bueno, sucede que uno se siente
inexplicablemente vacío
y descuida la sombra que tanto costó remendar,
lo que respiramos se descose
como los botones de una camisa
y quedan abiertas todas las gavetas,
se embala lo que se mira
con el plástico de esa palabra
que no se puede o no se quiere decir.
*
Y se leva un en vilo,
se piensa una gruta por la que ir
sin mentar garganta alguna,
se apagan las luces para rezar limpio, oscuro,
se abre la ventana de un dolor,
nos anclamos a una nube para caer de pie
en la cascada de un minuto
en hebras que esculpe
la nada a la que se lanza.
*
Nos pegamos con nuestro reflejo
por andar de bocabiertas.
Ricardo Suárez (Maturín, Venezuela, 2000) vive en Buenos Aires, Argentina, desde 2018. Escribe poesía, ensayo y traduce en su tiempo libre. Colaboró con dos poemas para la revista UBICUO, editada por Lecturas de Arraigo en 2021. En la actualidad cursa el cuarto año de Letras en la Universidad Católica Argentina.