RE/VÓLVER
(Tres relatos en blanco y negro)
[…]
Nobody answers.
Lead. Bullet. With names
Such as these
The sleep is deep and long.
Charles Simic, Dismantling the silence.
TÚ
(Volver)
I
Hace mucho tiempo que jalaste del gatillo. No es necesario pegarse un tiro para darse muerte. Los valientes se clavan una bala en la cabeza, así de sencillo. Los cobardes sólo se dejan morir. ¿O es todo lo contrario? En todo caso, se necesita coraje para morir. Pensaste en la posibilidad de hacerlo muchas veces, pero era siempre la misma conclusión: tus hermanos, tus padres, tus amigos, tu esposa, siempre los demás. ¿Cuántas veces te has preguntado si vale la pena vivir para los demás? Respirar, comer, dormir, mear, no siempre son sinónimos de estar vivo.
Aún así, todos los días despiertas queriendo aplastar el reloj despertador. Aún así, todos los días te levantas de la cama mientras ella duerme y la miras dormir; siempre te ha parecido que son como el Ying-Yang: ella el blanco y tú el negro. Te diriges hacia el baño entre dormido y despierto, abres la llave de la regadera y miras el agua caer mientras se va por la rejilla; piensas que así se va la vida. Es hora de salir, lo dice el reloj que cuelga sobre la pared, lo dice el reloj que te ha robado la vida. Te pones el traje negro y la camisa blanca impecablemente planchados; con los que ella te dice que te ves interesante.
―Tienes que ser un gran hombre, formar una familia, hacerte de dinero; busca una mujer digna de ti; tú te mereces más que eso; ese traje negro te va perfecto, el traje refleja todo lo que un hombre es : un hombre reducido a un traje.
Te subes al auto y prendes un cigarro. Te diriges al trabajo a las orillas de la ciudad. Sacas el humo una y otra vez. Haces una parada, compras un café, vuelves al auto y continúas tu camino. Enciendes la radio, reconoces la melodía, All Blues: Miles Davis a la trompeta; Coltrane en el saxofón tenor; Chambers al bajo; Bill Evans al piano: un deleite. Mamá hizo un buen trabajo, eres todo lo que te dijo que tenías que ser. Entonces, ¿por qué sientes que no eres feliz?, ¿por qué sientes que algo dentro de ti la aborrece? Se escuchan los cláxones de los autos, la gente comienza a bajar: un accidente en la carretera.
Pasarán un par de horas antes de que regreses a casa. Telefonearás a la oficina, responderá la hermosa secretaria que vive enamorada de ti. Te imaginarás como irá vestida, imaginarás qué pasaría si hubiera algo entre ella y tú. No podrás llegar, dejarás resueltos por teléfono los pendientes del día. Llamarás a casa para avisar, nadie contestará. Por fin estarás de vuelta y estacionarás el auto fuera de casa.
Caminas hasta la entrada, metes la llave, das vuelta a la manija, dejas tu maletín sobre el sofá, subes las escaleras y piensas en dormir una siesta, cruzas el pasillo hasta tu habitación, y estás ahí, frente a la puerta. Giras la perilla. Ella está sobre él, desnuda, al fondo de la habitación, en tu cama, gimiendo una y otra vez. Él la toma por las caderas, justo como lo hacías tú, mientras ella se agarra el cabello. Por fin notan tu presencia.
Subirás al auto y conducirás sin rumbo durante horas, te dirigirás al norte por la carretera: de vuelta al sur, pensarás en volver. Esperarás que el ruido de la ciudad borre los ecos de tu mente. Se repetirá en tu cabeza, ella y él, y tú, se repetirá, se repetirá, se repetirá, repetirá, repetirá, repetirá, repetirá, repetirá, repetirá, repetirá, repetirá, repetirá, …petirá, …tirá, …rá, …rá.
II
Querrás acelerar hasta estrellarte. En tu cabeza los matarás a ambos lentamente, los torturarás, los golpearás una y otra vez hasta cansarte, los golpearás ya muertos. Maldecirás todo. Será el pretexto que esperabas para ensañarte con la vida. La vida quiere que te des un tiro. ¿Qué te duele más, el ego, terminar de aceptar que tu vida no es perfecta, saber que ella sí tuvo el valor de hacer lo que tú sólo fantaseabas? ¿Qué diría tu madre de esto?
Vuelves a casa. Estacionas el auto. Esta vez es de noche, el viejo farol negro alumbra con su luz blanca la acera: parado, inmóvil, como si observara. Llueve, pero tú estás tan consternado que no lo notas, caminas bajo la lluvia hasta llegar a la entrada, metes la llave, giras la perilla. La casa está a oscuras, subes a la habitación, ella está ahí, esperándote, sentada en el piso bajo la ventana que da a la calle. Te ve, la ves, llora y pide perdón, tú también lloras, trata de explicar, golpeas cada cosa que encuentras a tu lado, la golpeas a ella también, te golpeas tú.
Es demasiado para ti, sabes que no podrás con eso: te diriges al closet y abres aquel cajón. Ella está paralizada, te pide que no lo hagas, los relámpagos enmudecen sus gritos, no puede controlarse, comienza a rogar, te toma de las piernas. A ti no te importa, sólo se puede odiar en la medida en que se ha amado, de hecho, ya nada importa, sacas el revólver y disparas. Las armas se hicieron para usarse. Vuelves a jalar el gatillo. ¿Es como lo imaginabas?
De nuevo duermen juntos, tú y ella, en la misma habitación.
ELLA Y ÉL
(Ver)
AFUERA, en la calle, el viejo farol negro alumbra las gotas de lluvia que caen inundando la acera con su hipnótico sonido ―pareciera que sólo observa.
ADENTRO, en un rincón de la casa, no se puede distinguir si lo que se escucha son gritos o los truenos que alumbran las gotas de llanto al caer: quizás sean las dos cosas.
La luz blanca de los relámpagos permite observar las dos siluetas de quienes violentan el envolvente silencio de la noche.
ÉL llora, la mira como tratando de contener la rabia.
ELLA comparte el llanto. Trata de explicar.
Sólo se puede odiar en la medida en que se ha amado.
ÉL suda, se mueve con desesperación, no puede dejar de temblar, golpea todo a su alrededor.
ELLA mira con terror, está paralizada, se arrodilla, pide perdón una y otra vez.
ÉL dice quererla sólo para él. Se dirige al clóset.
ELLA, le pide que no lo haga.
La libertad no es para los hombres, ni ellos para la libertad.
Se escucha un estruendo a mitad de la noche: pareciera un disparo, o un trueno; quizás sean los dos, quizás sean lo mismo.
Un segundo relámpago ilumina una silueta que se desdibuja en el suelo y otra figura que cae a su lado: esta vez sí son disparos.
ADENTRO de nuevo reina un helado silencio.
ELLOS están de nuevo juntos en la misma habitación.
AFUERA ha dejado de llover, el viento se ha llevado la lluvia. El farol sigue observando.
YO
Revólver
I
Re/volver, ver, volver, revolver, revólver… El cañón aún apunta hacia mí, señalándome, juzgándome, mirándome. Es tan profundo: uno puede ver su alma ahí dentro. Es tan oscuro.
Hace tiempo que él jaló del gatillo. No es necesario pegarse un tiro para darse muerte. Los valientes simplemente se clavan una bala en la cabeza, los cobardes sólo se dejan morir, ¿o es todo lo contrario? En todo caso, ese no es su estilo, ése no es él. Si bien, no es un valiente, tampoco se considera un cobarde.
II
Revólver es lo que somos cada uno de nosotros ―yo, tú, él―: matamos todo; nuestro desprecio mata, matan nuestras manos y nuestras bocas llenas de balas, matamos el silencio y la noche, matamos el amor y matamos la vida, nos matamos, matamos el cuerpo y matamos el alma, él mata, tú matas y yo te mato, matamos la hoja en blanco, matamos con la mente y la mirada, matamos el tiempo y matamos los significados. Matamos.
Hoy lo vi, lo invité a pasar a casa: mi casa, nuestra casa, el hogar que él y yo elegimos para amarnos, matarnos y compartir la vida. El lugar donde él y yo dormimos juntos como vivos y después como muertos. El escondite que nos ha vuelto cómplices: de matarnos cada día. Hoy lo vi. Hace meses que lo veía, mientras él trabajaba. Me tomó tiempo atreverme. Él se levantaba como todos los días mientras yo fingía dormir. Se bañaba y se iba. Era más puntual que el segundero. ¿Nunca habrá sentido hastío de la vida? Yo sí, estoy cansada.
Estoy cansada de esperar cada noche. Estoy cansada de ser invisible, de no existir, de dormir sin decir nada. Estoy cansada de amar sin respuesta y de dormir como muertos. Estoy harta de su trabajo y de su dinero, de su maldita secretaria y de su madre. Estoy harta de ser la esposa perfecta y de tener que sonreír frente a todos. Estoy harta de estar sola. Estoy harta de estar harta, harta, harta, harta. Harta y seca.
¿Por qué alguien decide enredarse en un amor prohibido? ¿Qué será mejor, ser amante o esposa? Me hice tantas preguntas. Pero lo amaba demasiado para darme respuesta. Al menos eso creía.
Recuerdo aquel día: se me acercó en la calle y me ofreció un cigarro. Supe desde el principio que era un pretexto. Ese día empecé a fumar. Fueron los cigarros los que nos llevaron a recorrer cada café de esta ciudad, a cada parque, a cada hotel, a cada rincón en donde se pudiera hacer el amor. Una cosa lleva a otra. Quizás él me llevó al otro. Nunca imaginé de lo que soy capaz. Me sentí deseada de nuevo. Dueña de mí. Ellos dos son tan distintos: como el Ying y el Yang.
Pero al final, uno sólo ama como quisiera ser amado, sólo jugamos a amarnos a nosotros mismos una y otra vez.
Sé que te amo, porque me odio, porque te odio.
Solo se puede odiar en la medida en que se ha amado.
¿De qué otra manera podría amarte tanto?
Te llené de besos cada mañana, cada tarde y cada noche.
No porque me sobraran, no,
más bien me faltaban.
¿Y los abrazos?
Digamos que me abrazo
como me habría gustado que lo hicieras tú.
Sé que te amo.
Porque cada vez que te miro a los ojos
siento lástima de mí.
Escribí. Escribí lo que hacía en ese momento. Escribí, borré y tiré cada hoja, volví a empezar. Me paré, me senté, escribí. ¿Escribí o describí? Des/escribí. Seguí escribiendo: para mí, para él, ¿escribí? Sí, para sanar, para seguir. Me senté, leí y seguí escribiendo. Escribí un poema.
Soledad, vacío, aburrimiento. Sentí culpa. Lo profané todo: mi cuerpo, su imagen, cada recuerdo, esta casa, mi sexo, nuestra cama: para eso sí que necesité valor. Lo maté una y otra vez, poco a poco, como él me mató. Fingir que era feliz. Fingir. No fue lo único que tuve que fingir.
Cuando lo vi, ahí parado en el marco de la puerta, debo aceptar que algo dentro de mí siempre quiso que lo supiera, de esa manera no tendría que volver a esconderme. Así terminaría de matar lo último de él que quedaba en mí. De esa manera moriría mi yo que vivía en él. Ambos estaríamos muertos. Como al principio. Pero lo sabríamos.
Matamos con cada paso, matamos el hambre y matamos al hombre, matamos de pensamiento obra y omisión, matamos de risa, matamos el pasado y matamos en presente, matamos para comer y matamos para vivir, matamos con el olvido. Matamos hasta la muerte misma.
Hoy lo vi. Lo invité a la cama. Nuestra cama. Tuve miedo, como cada vez. A él también le gustaba escuchar a Miles Davis.
Se abrió la puerta. Volvió. ¿Qué será peor, querer vivir o querer morir? No es necesario pegarse un tiro para estar muerto. Vivir, para eso sí se necesita coraje.
Somos él y yo: nosotros. De nuevo juntos en la misma habitación sin decir una palabra. Tendidos sobre la alfombra blanca, mirando cada quien para su lado. Somos él y yo, y el farol que no deja de observarnos. Somos él y yo y el revólver. Somos él y yo, y otro que nos mira al otro lado de la puerta, como al principio.
¿Será como él lo imaginaba?