Cuando Leonardo Valencia, autor guayaquileño residente en Barcelona, puso en su muro de Facebook que existía un coterráneo que había publicado una novela en inglés ambientada en el Guayaquil de los años 90, y que resultaba curioso leer en esa lengua los recorridos por las calles del centro de la ciudad, compartí la misma sensación. Así llegue a The Revolutionaries Try Again (Coffee House Press, 2016) .
Un city tour novelesco no es nada nuevo, bien se sabe. Las grandes ciudades del mundo no solo que han sido objeto de ficciones literarias sino que además, con el pasar de los años, la forma en que estas son apropiadas por sus lectores terminan convirtiéndose en un referente inevitable para la construcción del imaginario de estas urbes. No digo que Guayaquil o el mismo Ecuador no hayan sido representados nunca en obras publicadas fuera del país. Sin embargo, que surja una novela que transcurra no solo en Guayaquil sino también dentro de unas coordenadas sociopolíticas y temporales muy concretas, publicada en Estados Unidos, que haya sido concebida desde el inglés y, sobre todo, en uno constante y sabrosamente atravesado por la lanza del castellano, con una clara consciencia político-lingüística de esta transgresión (por supuesto, el spanglish literario ya ha sido desarrollado antes, solo por citar ejemplo, el trabajo de Ilán Stavans en su reescritura de Don Quijote), lo convierte en un suceso por lo menos singular y digno de hincarle el diente.
The Revolutionaries Try Again es una cámara que mira con un sarcasmo implacable y una osadía lúdica el tercermundismo, partiendo desde los pequeños detalles. De la gasolinera que contamina flagrantemente con Pennzoil quemado el “Salado River” (en alusión al estuario conocido como el Estero Salado), los ciudadanos que emigran a prisa a la tierra del Tío Sam debido a esas medidas económicas de shock, tan inesperadas, crueles y endémicas denominadas ahí “The Paquetazos” (bien podría servir además para nombre de una banda de rock). Hasta los bandos políticos que legitiman la bravuconería y el robo, statu quo del patriarca guayaco: en este caso, los que están con el pope del neoliberalismo, León Martín Cordero (trasunto de León Febres-Cordero) y del líder populista de la centroderecha, El Loco (Abdalá Bucaram). Una época decadente y turbulenta, con escuadrones de la muerte, calles llenas de basura y de funcionarios municipales que pudieron haberse llevado en peso el gran escritorio del alcalde, de no ser porque era demasiado pesado.
Rueda una maquinaria de nostalgia pero también una con plena consciencia del presente. Se huele bronca pero también, hay momentos de humor mordaz y brillante. Ingresamos al mundo íntimo de dos amigos de un colegio jesuita, Leopoldo y Antonio, que se reencuentran años después, cuando el segundo retorna al Ecuador. Una propuesta política, acaso ingenua, para tratar de cambiar (?) la sociedad podrida que los rodea, y las consecuencias que eso conllevará. Hay potentes dosis de memoria familiar, sobre todo en ese capítulo escrito específicamente en español, en donde la abuela de Antonio le explica cómo Manolo, tío de Antonio, ganaba dinero rentando revistas para darle el dinero a los niños pobres (versión puesta en duda por el mismo abuelo de Antonio). Hay parodias pop, convulsión social, voces intrusas, giros inesperados, slangs guayacos por docenas. Y mucho más.
Mauro Javier Cárdenas ha logrado un frankenstein que huele a licor Patito, escucha tanto ABBA como Julio Jaramillo y que tiene grabada en la piel los recuerdos nefastos del feriado bancario (el “corralito”ecuatoriano); asimismo los yugos del migrante ilegal en USA. Una novela tan gringa como los walkman o las videocámaras Made in Japan que se compraban durante la era Reagan, pero también tan ecuatoriana como las camisetas de “I love NY” que se venden en La Bahía de Guayaquil; o como Bodega Dreams (2000), obra del ecuatoriano-boricua Ernesto Quiñonez, también escrita en inglés, y que transcurre en el Spanish Harlem.
The Revolutionaries Try Again nos interpela y desafía a través de una narración que, más allá del cinismo y la sapada, nos recuerda que cuando fallan las revoluciones, lo único que nos queda es literatura.