I.
Mi rostro tieso
por la brisa del tren,
me llevará
a la ciudad
imaginada.
II.
Se fue la plenitud
de las plumas envueltas en seda,
sólo las ves
por la luz que se posa
en el óleo ya seco.
Ese óleo
te agita desde el pensamiento
hasta las uñas de los pies
padeces el peso
del abrigo sobre tus hombros.
III.
El óleo
te lleva
a esa cama
junto a los que oraron
alguna vez
por ti,
junto a la
mancha de sangre
ligereza del camisón
antes de dormir.
Miras el trono
en el que
madera y oro
alguna vez
debiste sentarte
De pie frente a él
parpadeas
y una chispa parece asomarse
Tus dedos
tocan una tecla
sin armonía
y te sacan
de ese ya no
extraño palacio.
IV.
Bajas las escaleras
que primaveras atrás
corriste para
tenderte entre rosas y hortensias
con el rocío
sobre su piel
cuando por la tuya
sólo gotas falsas
se escurren.
¡No las mires, heredero perdido!
Tu madre ya nos las cortará
no te dará una corona
porque la suya
ya coronó su muerte.
Huyes del jardín
y sales a la calle
para asemejarte
al del frente
al de al lado
al de atrás
al que camina yendo a su casa
después de comprar el pan.
Aturdido
no reconoces
la calle por la que pasaste
sin caminar.
Te buscan
y siguen
la única huella
que puedes dejar.
Escuchas
el continuo
movimiento tortuoso
de los pies
sobre la vereda
¡Corre, príncipe descubierto!
Los pasos
son de unos zapatos
cada vez más distantes
entre sí.
Las manos
nadan en el aire
quieren callarte.