En la niñez, Ray Loriga (Madrid, 1967) empezó a jugar, muy en serio, con la idea de dedicarse a la escritura por el resto de su vida. “Salió bien, pero las posibilidades eran una en un millón”, dice, al rememorar las novelas que siendo niño escribía a mano y a las que les ponía tapitas y solapas. En 2017 se convirtió en el primer novelista en recibir el Premio Alfaguara de Novela por una obra de ciencia ficción. Con una potente y diáfana voz, el autor relata el trajinar de un hombre que pierde su mundo para convertirse en esclavo de una sociedad perfecta. Rendición, de hecho, es un libro distópico pero a la vez una profunda exploración en la esencia del ser humano. Loriga, quien acaba de presentar su más reciente novela Sábado, domingo (Alfaguara, 2019), reflexiona sobre aquellos elementos de nuestro tiempo que pueden ser materiales o espejos para escribir ciencia ficción y crear mundos distópicos.
El narrador desconfía de los libros.
Una vez creada esta voz narradora, que es lo que guía todo el libro, le puse unas reglas a este personaje, unas características vitales. Una de ellas es que tenía que entender el mundo con información muy limitada. No es un hombre que sepa quién es Wittgenstein para entender las perversiones del lenguaje, ni sabe quién es Marx. Eso me ayudaba a crearle el desamparo y el desconcierto.
¿Quitar el olor a todo lo humano, como las heces, implica deshumanización?
Yo veo un proceso de rehumanización, porque esa sociedad camina hacia un bienestar general y lo está consiguiendo. Se trata de hacer que dejes de considerar que la escancia de lo humano es lo que pensabas. No es que te lo quiten, te lo cambian por protección, sustento, cuidado sanitario, una educación igualitaria para todos los niños, incluso entretenimiento, y hasta cerveza gratis.
¿Qué significa la quema de la casa? ¿Hay relación con las pesadillas de Bradbury?
Significa la quema de ellos mismos, de su esencia. Luego de su diáspora y toda esa aventura siniestra, les recibe la ciudad perfecta. Les someten a una especie de programa de reeducación hasta que sean piezas que encajen en su engranaje, que funciona para todos. Ahí está el experimento macabro, básicamente tienes dos opciones: entras en el consenso o te auto marginas. Si no te adaptas a lo común y prefieres quedarte con el recuerdo de lo que fuiste, es tu culpa y no del sistema. El narrador intenta adaptarse lo mejor que puede, pero se da cuenta de que sus mecanismos de adaptación son muy limitados.
¿Al borrar las diferencias individuales les quitan su identidad?
Sí, es la paradoja del sueño: iguales todos, nadie merece más por ser de una manera determinada y nadie merece menos. Eso pasa porque todos son idénticos, todos viven en casas idénticas. Y la intimidad sobra porque se la relaciona con el secreto, con las intenciones abyectas de tener algo que esconder. La paradoja es que la parte sagrada (y no me refiero a la religión) es la identidad. Lo único que sabemos de este mundo es que yo soy yo y tú eres tú. No sabemos cómo lo sabemos, pero de eso somos todos plenamente conscientes.
La imagen de todos bañándose juntos me trasladó a las cámaras de gas del nazismo.
En mi novela, la pesadilla es que resulta muy difícil encontrar la maldad en ese sistema. Es muy obvio lo que pasaba en las cámaras de gas, el desnudo era emocionalmente violento y lo que venía después era la muerte. El demonio es demasiado inteligente para presentarse dos veces con el mismo rostro. La trampa más perfecta socialmente es la que tiene la apariencia de libertad.
El personaje dice que no se imaginaba que iba a extrañar las cosas que le molestaban.
Es curioso como uno llega a echar de menos cosas que ni siquiera eran buenas. La ira, el rencor, los celos, el miedo, la angustia. Todo eso era parte de él, era parte de su esencia.
Homogeneizar, quizá, es otro fenómeno actual.
Sí, absolutamente, pero no sólo por parte de los gobiernos y las multinacionales. Hay un entusiasmo de los individuos por unificarse, que es lo que más me inquieta. Todo el mundo quiere formar parte de los mismos fenómenos, ya sea un juego de tronos, un cantante de moda o un Mundial de Fútbol. Lo más importante es sumarte a la masa, y no quedarte afuera. No puedes ser el que no tiene Netflix y no ha visto la serie, porque parece que te quedas sin conversación con tus congéneres. Caminamos hacia la masificación. Parece que el sueño es formar parte de esa aldea global y hay pánico a quedarnos solos con nuestras ideas, opiniones, incluidos nuestros gustos. Todo eso evidentemente motiva la novela.
En tu novela, ¿lo que está en juego es la libertad del ser humano?
Entra en conflicto la voluntad colectiva y la libertad individual, por eso precisamente no lo he situado en una sociedad totalitaria, donde uno siempre podría decir que 4 son malos y dominan a los demás. Aquí son todos los que coinciden, es una sociedad de consenso. Sin embargo, el consenso puede aniquilar la voluntad personal o puede volverla inútil. Y ese es el conflicto de esta novela.
El género
“Dicen que se puede sacar a un hombre de su comarca fácilmente, pero que es mucho más difícil sacar la comarca del interior de un hombre”, escribe Ray Loriga, en uno de los pasajes de Rendición. Con esta novela, el Premio Alfaguara sin duda rompe con la tradición que enarboló desde su creación, o, al menos, la enriquece, la lleva a zonas desconocidas, le permite dialogar. Y es que la comarca de Ray Loriga es la distopía, y en su escritura no permite que la saquen de su interior. Con esta reciente creación, Loriga demuestra que para los escritores de la lengua castellana la novela de ciencia ficción, de algún extraño modo, también tiene su origen en un lejano lugar de La Mancha.
¿La ciencia ficción todavía no es un género potente en el castellano?
No sé si la realidad que nos rodea nos parece tan acuciante que no nos hemos parado a pensar en asuntos, por así decirlos, universales. No quiero que suene pretencioso, porque una novela puede ser magnífica hablando de un asunto muy concreto, con una aproximación casi periodística, como lo puede hacer Martín Caparros o, de otra manera, Javier Cercas, y otros escritores formidables. Entonces, no considero que haya nada de superior en la ciencia ficción, pero simplemente es otro género. Es verdad que por alguna razón, que a mí se me escapa, no es el género más frecuentado en la lengua castellana, como lo es en el inglés.
Las novelas distópicas a veces inspiran sus mecanismos de represión en hechos actuales, por ejemplo, la dependencia a los medicamentos.
Son novelas que lo que hacen es introducir en forma de cuento o fábula realidades presentes en la sociedad. Es la manera de asustar menos. Hoy todas las aristas de la vida se liman con medicamentos. Hay un apoyo social, médico, y yo diría que hasta político a la naturalización de estas drogas. Sin embargo, al mismo tiempo se condenan y se persiguen las drogas lúdicas, las que uno toma para divertirse o para excitarse. Las actuales son sociedades aborregadas, porque te van haciendo más débil. No atacan al fondo, sólo a los síntomas. No te quitan el problema que te crea la ansiedad, pero te quitan la sensación de ansiedad.
Quizá el momento de la ciencia ficción tiene que ver con que la literatura realista ha perdido la capacidad de ser radicalmente crítica.
Sin pretender que todo el mundo tenga que leer ciencia ficción, yo creo que es una herramienta útil. Hay que especificar qué tipo de ciencia ficción, no basta con poner los platillos volantes o pistolas láser. La ciencia ficción que a mí me interesa es la que inquieta, la que hace preguntas. La que crea la duda de si esto es realmente tan mágico como parece o algunos elementos de esta supuesta magia no dejan de ser una estafa. De pronto, otra vez, 1984 de Orwell vuelve a saltar a las listas de venta por enésima vez. Y es que seguimos enfrentados con tecnologías, más avanzadas cada vez. Son las mismas disyuntivas y la ciencia ficción puede funcionar a veces como el pajarito que llevaban los mineros para que avisase cuando salga el gas tóxico. El primero que moría era el pajarito, pero los demás podían salir de las minas corriendo.
¿Qué impacto tuvo en ti la generación Beat?
Me dio la sensación de libertad, libertad a la hora de escribir y narrar, no solo la de las drogas, los viajes, las chicas y el sexo. Fue la libertad de salir de las estructuras de la novela decimonónica, que también me encanta, para romper unas paredes realmente inexistentes de confinamiento, de que la novela hay que hacerla dentro de unos parámetros o una serie de estructuras fijas. De pronto veías que hay otras maneras, que se podían mover esos pilares, y construir edificios diferentes.
Sospechas de estos procesos colectivos que en algún momento derivan en euforias peligrosas, como Donald Trump o los populismos autoritarios de América Latina.
Todo sueño colectivo implica la utilización de distintos eufemismos, como “el pueblo”, que son armas de formulación política. A mí eso me inquieta, no es casualidad que mi libro se abra con una cita de Thomas Bernhard que dice: “A los otros hombres los encontré en la dirección opuesta”. Siempre he pensado que está muy bien convivir y compartir, pero no me gustaría lo que se llama el pensamiento único. Pienso que una sociedad verdaderamente desarrollada debe, sin renunciar a la igualdad de condiciones, permitir y estimular las diferencias.