¿Qué hacen narradores y poetas en una ciudad de playa y bronceadores? Frank Báez viaja a la Feria Internacional del Libro de Miami a presentar una traducción de su poesía al inglés, y registra el que, actualmente, es el acontecimiento literario más grande de los Estados Unidos
Pasé cinco días en “La habitación del escritor” del hotel Carlton de Miami y no llegué a escribir una oración. Recuerdo que cuando arribé con mi novia y le dije al recepcionista que nos habían reservado “La habitación del escritor” a él se le iluminó el rostro, buscó de inmediato las llaves y nos indicó cómo llegar a esta. Fue todo un alivio, porque estábamos cansados y pensábamos que teníamos que esperar como el resto de vacacionistas que aguardaban a que desocuparan y limpiaran sus habitaciones.
No había ido a “La habitación del escritor” a escribir sino prácticamente a dormir, ya que el itinerario que me habían hecho era apretado. Iba a estar sobre todo en la Feria Internacional del Libro de Miami, que celebraban en el downtown, debido a que la editorial Jai–Alai Books acababa de sacar una antología de mi poesía titulada Last night I dreamt I was a Dj (Anoche que soñé que era un DJ), traducida al inglés por Scott Cunningham y Hoyt Rogers. Pero cuando avanzaba por el pasillo del hotel al lado de mi novia, con mi llave digital en una mano y la maleta en la otra, lo que realmente me preocupaba no era la Feria sino si la habitación iba a tener una cama lo suficientemente grande para los dos.
Cuando abrimos la puerta, comprobamos que la cama sí era grande y que “La habitación del escritor” estaba limpia y ordenada, con dos estantes de libros y una colección de películas y documentales relacionados con la literatura. De las paredes colgaban afiches con poemas y hasta en el baño era posible encontrarse con un bolígrafo. Había un sofá y dos escritorios: uno daba a la pared y otro a una ventana desde donde se podía ver la piscina del hotel. Fue en este escritorio que encontramos la carta de bienvenida que explicaba que el hotel Carlton había sido fundado por el poeta Hyam Plutizk, y que “La habitación del escritor” era tanto un homenaje a su memoria como un estímulo para los creadores de todos lados del mundo. La carta venía acompañada de un poemario suyo titulado Apples from Shinar, y tenía una reseña de Ted Hughes que testificaba su calidad y el poder de su visión.
A las seis de la tarde salimos hacia el “Ball and Chain”, local ubicado en la Calle Ocho, donde se iba a celebrar la fiesta de presentación de mi libro. De acuerdo a lo que me contaron, la historia del Ball and Chain se remonta a principios del siglo XX. Había pasado de ser un sitio de apuestas a un local donde llegaron a presentarse artistas como Chet Baker, Count Basie y Billie Holiday. Me hice mucha ilusión con presentar mi libro allí. En el patio había un escenario techado frente a varias mesas donde ya había una gran cantidad de personas que tenían los libros en las manos y los hojeaban. A la izquierda estaba la mesa de Jai-Alai Books, en la que se vendía todo lo relacionado con la editorial: desde el libro de Dave Lansberger y el mío, hasta fósforos y bolsos serigrafiados que decían “Joyce Carol Totes”, que por cierto fueron un éxito en la Feria, al extremo de que Richard Ford compró cuatro. A las ocho y media, el editor de Jai–Alai Books, Scott Cunningham, subió al escenario, dio las gracias al público y habló de la editorial, los libros y los otros proyectos que están llevando a cabo.
Luego cedió la palabra al diseñador Seth Labenz, que explicó cómo concibió el concepto de los libros. Usualmente, las traducciones de libros de poesía tienen en la página izquierda la traducción y en la derecha el original. En lugar de esto, Labenz ubicó la traducción al inglés en una cara del libro y el original en español en la otra de modo que resultara posible tomar la parte en español y leerlo entero siguiendo la parte de la derecha, y al voltearlo hacer lo mismo con la otra cara y leerlo completo en inglés. Este diseño responde de algún modo a la realidad de Miami, donde el inglés y el español se hablan en la misma proporción. Tras su intervención, el poeta Dave Lansberger y yo empezamos a leer los poemas precedidos de las lecturas de nuestros respectivos traductores.
Al concluir, a Lansberger y a mí nos entregaron las portadas de nuestros libros enmarcadas. Me la pasé cargando la mía de arriba abajo por todo el Ball and Chain, por el café Versalles y hasta por el hotel Carlton, donde se lo mostré al recepcionista y avancé con ella sobre mi cabeza por el pasillo hasta que llegué a “La habitación del escritor” y la colgué de una pared. A la mañana siguiente ya no estaba, y yo pensé que quizás el fantasma de Hyam Plutzik la había descolgado, pero al rato comprendí que había sido mi novia que lo había hecho para que no se nos olvidara. Inmediatamente me puse de pie, moví la cortina y me percaté de que el clima seguía nublado. Aquellos días en Miami eran fríos y lluviosos, debido a un frente de aire que bajaba desde el norte. Por las calles de South Beach no se veían los personajes estrafalarios que acostumbran a recorrer sus calles, pero sí había muchos turistas con paraguas. En una anterior visita, paseándome por ahí a las dos de la madrugada, vi un barbudo con el pelo largo y parecido a Jesucristo que tenía el pecho acuchillado y que avanzaba con la cabeza en alto y a paso seguro entre la gente que no le prestaba atención. Al parecer, el clima había hecho que las ventas de cocaína disminuyeran y que los pushers cambiaran de zona. De repente, la locura había cedido a tal punto en South Beach que en todo el viaje no llegué a escuchar un tema de Pitbull.
Esa mañana fuimos a la Feria del libro que se celebra cada año en el Wolfson Campus del Miami Dade College y que está ubicado en el downtown. Aunque el costo era de ocho dólares y había una que otra actividad a la que había que pagar un importe extra, la Feria estaba tan concurrida como si fuese un evento gratuito. Todo fluía a la perfección: los conciertos que se daban en la parte juvenil no molestaban con las ponencias que se presentaban en los edificios de la universidad, y en medio de los stands circulaban ríos de gente. Los stands que más sobresalían eran los de Books and Books, que era la librería local que surtía los libros de los autores que se estaban presentando en la Feria, los de editoriales como Penguin, New Directions y McSweeney’s, pero también estaban los stands de los hare khrisnas, de los hermanos musulmanes, los de comics y los infantiles.
Resulta sorprendente la afluencia de gente cuando uno piensa en la cantidad de actividades que sucedían simultáneamente: no por nada el New York Times se refirió a la Feria de Miami como el evento literario más grande y diverso que tiene los Estados Unidos. Cuando la Feria inició sus actividades, en 1984, parecía improbable que fuese exitosa. Para referirse a lo aislado del evento en el complicado Miami de la época, uno de sus fundadores, Eduardo J. Padrón, dijo recientemente en un horrible spanglish que “Downtown wasde miedo”. En los dos años siguientes, sin embargo, Allen Gingsberg y Maya Angelou estuvieron entre los invitados. Para esta edición, se presentaron alrededor de 600 autores nacionales e internacionales. Sin embargo, lo más significativo era la gran cantidad de poetas que asistieron. Según me explicaron, esto se debía a que el actual director de la Feria, es el poeta Tom Healy y que este aliado con la Knight Foundation y con la Poetry Foundation, hicieron una selección de los poetas más interesantes del país.
Esa tarde asistimos al homenaje que hicieron al poeta Mark Strand, donde se ponderó su obra y su labor de traductor. El autor estaba supuesto a participar, pero se encontraba tan enfermo que no pudo viajar a la ciudad del Sol. Una semana después de la Feria, me enteré de que había fallecido. En un momento se leyó “Mantener las cosas juntas”, uno de sus poemas que siempre he admirado y que ahora que se ha ido se puede leer como una especie de elegía.
En el campo
soy la ausencia
de campo.
Siempre
es así.
Donde quiera que esté
soy lo que falta.
Cuando camino
parto el aire
y siempre
vuelve el aire
a ocupar los espacios
donde estuvo mi cuerpo.
Todos tenemos razones
para movernos.
Yo me muevo
Para mantener las cosas juntas.
También fuimos a las lecturas que hicieron Carolyn Forché, Duncan Wu y Bob Holman, poeta este último que conocí años atrás en Costa Rica y que se encontraba en la feria principalmente para participar en un conversatorio sobre William Burroughs. Mientras Holman leyó su poesía influida por la cultura galesa, el hip hop y el músico africano Papa Susso, Duncan Wu leyó parte de un ensayo que se centraba en los poetas de los lagos. Y Carolyn Forché, que publicó una antología de poesía en inglés, fue leyendo las divertidas semblanzas de una serie de poetas que, pese a ser poco conocidos, sus textos han sido recitados a través de las generaciones y han terminado convirtiéndose en himnos o canciones.
A eso de las seis, me tocaba presentar mi libro, junto a Andrew Durbin, Julie Marie Wade y Roger Reeves. Antes de empezar la actividad me enteré que Wade se había accidentado y que no vendría a la lectura. Quería escucharla, puesto que el título de su libro –When I was straight-, me había causado mucha curiosidad. Al igual que la noche en el Ball and Chain, leí en español los originales y Scott Cunningham leyó las traducciones. Después de mí, Durbin leyó un largo texto titulado “You are my Ducati”, sobre un video que hizo la cantante Ciara del tema “Ride”. Para finalizar Reeves leyó varios poemas que iban desde el racismo imperante en Texas hasta el básquetbol y su devoción por Wu Tang Clan.
Tras esto, nos sentamos en plena calle a firmar nuestros libros, pero a diferencia de las mesas de best sellers y de las de presentadores de Telemundo y Univisión, las filas no fueron muy largas. A mí me gusta pensar que se debía a lo tarde que era y a que ya no había casi nadie en la Feria, y lo único que pasaba era el viento agitando las carpas y arrastrando periódicos. Durbin de inmediato desertó, pero Reeves y yo nos quedamos un rato firmando los libros que unas señoras entusiastas y unos solidarios amigos dominicanos habían traído.
Esa noche fuimos a la fiesta de la feria que ofreció el hotel The Standard. Decidimos irnos caminando, pero al rato comprobamos que la distancia entre nuestro hotel y The Standard no era tan cercana cómo señalaba Google Maps. Llegamos tarde, cuando los tragos habían dejado de ser gratis y quedaban apenas los escritores que no habían ligado. Terminamos en Kill your Idols, un bar que queda en South Beach, próximo a nuestro hotel, y donde esa noche estaba tocando un trío. A pesar de que nos divertimos con la bajista que tocaba de espaldas al público y a la que su papá le voceaba que se volteara, nos fuimos al rato.
Para mi penúltimo día en Miami, me levanté más tarde que de costumbre y con ganas de ponerme a escribir, pero cuando me senté en el escritorio y moví la cortina me di cuenta que el sol estaba brillante y el cielo despejado, sin señal alguna de nubes, por lo que terminé saliendo para recibir el solecito. La temperatura estaba agradable y ya se podía ver mujeres paseándose en bikinis. La avenida Ocean era atravesada por los descapotables y todo el mundo estaba corriendo, pedaleando bicicletas o patinando. Desayunamos frente a la playa mirando a mujeres y hombres con cuerpos esculturales y a los helicópteros que pasaban, hasta que paramos un taxi y le pedimos que nos llevara a la Feria. Cuando atravesamos el puente que conduce a downtown, nos sorprendimos de la cantidad de cruceros nórdicos que habían atracado la noche anterior, como si hubiesen leído que la temperatura en Miami iba a ser agradable ese día.
Fuimos a las lecturas de Russell Banks, Mary Gordon y Stuart Dybek en el auditorio del edificio 1 del Miami Dade College. El auditorio era tan moderno y tenía cámaras y luces tan sofisticadas que uno se imaginaba en el set de un programa de televisión. Mientras Russell Banks decidió leer únicamente los primeros párrafos de cada uno de los cuentos del libro que estaba presentando, Mary Gordon leyó dos fragmentos de su novella The Liar’s wife, y Stuart Dybek leyó el cuento “The start of something”. Durante la sesión de preguntas y respuestas, Dybek señaló que la Feria de Miami ha sido el lugar de peregrinación de muchos escritores no sólo para presentar su obra, sino también para saber que está pasando con la literatura norteamericana y mundial. Ya que adoro la obra de Dybek, sin duda uno de los grandes cuentistas vivos, aproveché la fila que se hizo al final de las lecturas para pedirle que me firmara los dos libros que ha publicado el 2014, Ecstatic Cahoots y Paper lanterns, y para confesarle que he traducido algunos de sus poemas. La noticia lo puso contento y prometió enviarme uno de sus primeros libros de poesía, que está agotado desde los ochenta.
Retornamos al mismo auditorio, donde el estadounidense Francisco Goldman, el jamaiquino Marlon James y el somalí Nuruddin Farah, presentaban sus libros. Goldman, que acaba de publicar un libro de crónicas sobre Ciudad de México llamado The interior circuit, se refirió a los artículos que ha venido publicando en The New Yorker sobre la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Cuando fuimos con ejemplares de su libro para que nos lo firmara, Goldman nos dijo que era una situación terrible y que ante esa catástrofe no podía tener paz mental sino estaba en México reportando la situación.
Después presentaron sus libros las escritoras Siri Hustvedt, Francine Prose y Susan Minot. Hustvedt que leyó por más de veinte minutos varios fragmentos de su nueva novela que, según explicó, es coral y está ambientada en el Nueva York de hoy. Susan Minot habló luego de cómo llegó a escribir su nueva novela, que cuenta el secuestro de un grupo de niñas africanas de un convento por el guerrillero Joseph Kony. Supuse que con el dinero que había gastado haciendo research para la novela se habría podido pagar el dinero del rescate de las niñas.
Ya que estábamos cansados y necesitábamos una pausa, compramos café y fuimos a la presentación del libro Fenómenos de circo de la escritora argentina Ana María Shua. Tras descubrir el edificio, subir varias escaleras y esquivar una larga fila de personas que buscaban que el escritor Andrés Oppenheirmer les firmara su libro, alcanzamos el salón. Shua se refirió al género del microcuento que ha venido cultivando desde los setenta, y junto a comentarios jugosos compartió algunos textos de su libro, que contaban las vidas de enanos, amaestradoras, tragasables, malabaristas, entre otros. Cuando alguien del público le preguntó si había sido una aficionada al circo en su niñez, Shua respondió que no le gustaba ir porque olía muy mal.
Finalmente, fuimos a la presentación del libro de Dave Lansberger, también de Jai-Alai Books, que se llevaría a cabo en el edificio 8. Cuando llegamos, su presentación y la de Willie Perdomo aún no habían empezado. La lectura fue entretenida y el público los adoró tanto que hicieron varias preguntas sobre los poemas, y también acerca de la relación de la nueva generación con la poesía clásica. Willie Perdomo comentó en un momento que cuando era adolescente le resultaba difícil relacionar el borracho de la esquina de su casa en el Spanish Harlem con algún personaje de Los Cuentos de Canterbury, pero que con el tiempo lo pudo hacer y él confiaba que muchos de los que han crecido en situaciones similares lo hicieran tarde o temprano.
Cuando salimos del edificio, la Feria estaba tan vacía que parecía que ignorábamos un anuncio de bomba que todos los demás conocían. Acompañamos a Ana María Shua al aeropuerto, pero antes cenamos con ella en un restaurante cubano que tenía un menú de veinte páginas.
-¿Qué es lo que más te impresionó de la Feria? –le pregunté a Ana María Shua.
-Que no hubo sol –me dijo-. Estamos en la ciudad del sol. Bueno, hoy hubo y yo aproveché para nadar un rato en la pileta.
Quince minutos después la dejábamos frente a la terminal de American Airlines. De vuelta en la habitación, a eso de las nueve de la noche, estaba dispuesto a escribir mis impresiones sobre los fragmentos de obras que había oído y que me habían inspirado tanto, pero en vez de eso me recosté de la cama y me quedé dormido hasta el día siguiente, que ya era nuestra partida.
Nuevamente el día estaba hermoso y el sol tan brillante como en Santo Domingo. Cuando le dije a mi novia que fuéramos a la playa, me dijo que prefería ir al American Apparel que estaba en la esquina. Así que fui solo a la playa y caminé por los alrededores mirando de reojo a las strippers de South Beach que se soleaban en topless. Luego de darme un chapuzón y merodear por los alrededores, volví al hotel y esperé la llegada de mi novia y de Scott Cunningham, que iba a traerme los ejemplares de mi libro que llevaría a Santo Domingo. Ese instante en que me encontraba solo en “La habitación del escritor” era sin duda el idóneo para sentarme a escribir, pero cuando ya había sacado mi Macbook y procedía a hacerlo recibí una llamada del recepcionista que anunciaba que era hora de hacer el check out.
Tomamos el taxi al aeropuerto a las dos de la tarde. Allá pregunté si podía meter la portada de mi libro enmarcada dentro del avión y me dijeron que sí, por lo que fui cargándola a través de migración y de todas las terminales. En un momento, cuando terminamos de almorzar y retornábamos a nuestra terminal, se acercó uno de los dependientes del café.
-Caballero, no olvide su sueño –me dijo, entregándome la portada de Last night I dreamt I was a DJ enmarcada que había olvidado debajo de la mesa.
Mi novia no paró de reírse, pero a mí no me pareció gracioso y tomé la portada enmarcada de mi libro y avancé hasta la terminal.