Joaquín Martínez Terrón
Foto por macroe
Nuestra parte de noche
Mariana Enríquez
Editorial Anagrama · 2019
667 pp.
Cuando recibí el libro de Mariana Enríquez dentro del típico sobre amarillo de las entregas por paquetería pensé que la empresa había cometido un error enviándome dos ejemplares. Obviamente era mucho más probable que fuera yo quien se equivocara y no el gigante de los envíos que cronometra los minutos en sus procesos de entrega. La novela Nuestra parte de noche era mucho más voluminosa que lo que había pensado.
No sé por qué imaginé un libro de máximo doscientas páginas. Puede que esto dé cuenta de mi falta de hábito o de mi incapacidad para leer libros largos; incluso puede que para muchos un libro de más de seiscientas páginas no sea catalogado como un libro largo.
Pero, pensando en mí como un ser de mi tiempo, creo que este hecho puede ser un síntoma de una situación generalizada donde los tiempos de concentración son cada vez más cortos, donde la inmediatez y la gran cantidad de información que recibimos nos vuelven incompetentes para leer un libro «largo».
Al hablar de los libros que se escribieron en Alemania entre 1918 y 1927 George Steiner nota un rasgo común en las obras entre las que se encuentra Ser y tiempo: «son voluminosas». Esto, dice Steiner, no es casualidad, sino que revela un esfuerzo por abarcar la totalidad. Y algo así, pienso, puede también decirse sobre la novela de Enríquez; es amplia porque, de una forma oblicua, dice algo sobre un fenómeno total de nuestra realidad.
El libro de Enríquez puede agruparse en un conjunto de historias que han surgido en los últimos años en las que aparecen cultos. Podríamos citar las series de televisión Equinox (2020), Ares (2020), La orden secreta (2019), El mundo oculto de Sabrina (2018), o las películas Hereditary (2018) y Regression (2015) e incluso la serie documental The vow (2020) que recopila experiencias sobre personas que participaron en la secta NXIVM. Hay algo profundamente político en la proliferación de este tipo de narraciones.
Enríquez cuenta la historia de la Orden: una secta conformada por viejas familias millonarias venidas de Europa en busca de mantener el contacto con su dios, la Oscuridad. En su empeño, reclutan en distintas partes del mundo a los médiums que tienen la capacidad de invocar al dios maldito. Juan es el último y el más poderoso de estos médiums, y su hijo Gaspar está destinado a reemplazarlo. Juan hará todo lo posible para que su hijo no sea usado como instrumento por la Orden.
Los capítulos de Nuestra parte de noche dan una visión estereoscópica del universo de la novela. No se siguen temporalmente, no son narrados por la misma voz, ni suceden en el mismo lugar. De pronto descubrimos que dos personajes están atados por mucho más que las circunstancias; un encuentro fortuito del pasado reaparece en el presente por una fotografía y desata una reacción en cadena; un dato que pasa más o menos desapercibido constituye, después, el nexo que lo conecta todo.
Esta forma de narración estereoscópica cumple dos funciones. Primero, presenta el universo de la novela como dado. Enríquez logra introducir a sus lectores sin que estos se den cuenta, como si su historia ocurriera en el mundo real, por lo que una explicación de cómo funciona sería redundante.
En segundo lugar, la narración de la novela cumple el objetivo de replicar la manera en que los sujetos nos encontramos frente a la realidad simbólica y cultural en la actualidad. La información proviene de puntos distintos, incluso contrarios; los mismos hechos se cuentan desde perspectivas y formatos diferentes, durante cada minuto del día. Todo esto implica la dificultad de poder ubicarse en el tráfago diario de significaciones y lecturas posibles. Este estado de cosas se corresponde con la situación, diagnosticada por Gilles Deleuze, en las «sociedades de control» donde las fuentes del poder ya no son localizables, sino que están diseminadas a lo largo de la sociedad entera e incluso en el interior de la subjetividad de las personas. Enríquez juega con esa indeterminación.
Se ha dicho que la novela de Enríquez trata sobre la dictadura argentina, pero también puede encontrarse la afirmación contraria que afirma que si bien el tema está presente no forma parte central del libro. De hecho, la dictadura aparece en el libro, pero como un trasfondo; como una situación que obliga a tomar ciertas precauciones, creando nuevas cotidianidades en la Argentina de los personajes (retenes militares, fosas clandestinas, desapariciones). El golpe militar de 1976 se despacha en un párrafo. En cambio, la Orden siempre está presente y su lógica determina la vida y la historia de los personajes de la novela.
En Nuestra parte de noche se opera una inversión. Mientras la dictadura -forma del poder autoritario localizable por excelencia- aparece desdibujada, la Orden es ubicua. Y esto no puede más que abonar a una revisión de las formas en que vemos (o no vemos) el poder en nuestro mundo.
En la ficción, la aparición y reaparición de sectas, sociedades secretas, cultos y demás, podría interpretarse como un intento por localizar las lógicas del poder. ¿No son las sectas la forma más típica del poder autoritario? Sus cultos a la personalidad (o a la deidad), sus dinámicas impenetrables (ocultas a la mirada del público), sus estructuras rigurosamente jerárquicas y su búsqueda por eternizarse, son el anhelo por antonomasia del poder.
Nuestra parte de noche nos ofrece la visión de un mundo que podría ser el negativo fotográfico del nuestro. Lejos del desencantamiento del mundo, en la novela, los dioses visitan la tierra, lo esotérico tiene una importancia vital, lo sobrenatural se hace presente a cada momento. Allí rehace una forma clásica donde el abajo termina arriba: los subalternos logran rebelarse a sus superiores y escapar al destino que estos les imponen.
Marian Enríquez voltea al mundo para recordarnos que efectivamente, en nuestro lado de la realidad, el poder no se concentra en una secta que sea posible señalar, sino que es necesario hacer un esfuerzo para localizarlo. Lo lejano que pueda parecernos el mundo de la novela funge como la distancia necesaria para volver a encontrar una lógica total del nuestro.
Joaquín Martínez Terrón (Ciudad de México · 1993) estudió sociología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Es miembro de la compañía de teatro Vincent Company para actores y no-actores fracasados donde compone música junto a Emiliano López. Ha publicado en el blog de migración de la revista Nexos y en la revista Punto de partida de la UNAM.