Lorea Canales
Ilustración: Camila Arango Echeverri
Escucho la voz de Sylvia Molloy, veo su mirada inteligente. La primera vez que la conocí en el 2006: su pelo canoso, sus ganas de reír, una calidez que era casi complicidad; y mis nervios. Yo quería escribir, era, había sido, abogada y periodista, pero deseaba escribir: “Literatura”. Vivía en Nueva York desde hace seis años y mis sueños de escribir una novela se desvanecían. Además de publicar en algunas revistas mexicanas y trabajar para el New York Times en español editando su servicio de noticias, me había convertido en esposa y madre. Me sentía, en ese entonces, irremediablemente vieja para emprender algo nuevo.
Estábamos en el Village, sobre University Place y la 10ª Avenida, sentadas en unas sillas de metal con paleta para escribir. Sylvia, quien ahora sé que en ese entonces tenía 67 años emprendía algo nuevo también. La brillante académica se proponía empezar una Maestría de Escritura Creativa en Nueva York, en NYU, en cuyos pupitres nos encontrábamos sentadas. Sylvia reconoció que esta isla podía ser un centro de encuentro de nuestra lengua, de nuestro verdadero idioma que si bien alguna vez fue castellano ahora es cubano, mexicano, puertoriqueño, peruano, dominicano, regio, porteño, colombiano, caleño, costaricense, ecuatoriano, añadan ustedes su barrio, su acento a esta lista. Se propuso invitar a profesores y alumnos de todo el mundo hispano. Fundó una maestría que, parafraseando a Roberto Bolaño, era en español o algo que se le asemeja.
Era el programa ideal para mí, una puerta para traspasar el umbral que existe entre ser lectora apasionada y escritora. Sylvia era capaz de entenderlo todo. Su inteligencia despampanante era evidente con sólo mirar sus ojos. Para ella, la gran confusión que yo tenía, entre tres idiomas que hablaba sin dominar ninguno, era algo sencillo, descifrable. ¿Cómo escribir? ¿En regio o en chilango? ¿Cómo incorporar anglicismos? ¿Cómo escribir en español si mi español era de la frontera y había leído más en inglés y francés? Mientras que yo era deficiente en tres idiomas y un regionalismo, Sylvia los dominaba. Años de lectura y escritura le daban unas riendas que por primera vez percibí eran alcanzables. Antes de conocer a Sylvia, la literatura era para mí más que un potro desbocado, un cíclope con mil cabezas, alas de dragón y ancas de rana, inconcebible. Con la voz calmada de Sylvia, “…organdí, voile, moleton, moleskin, piel de tiburón, cretona, bombasí, brobalco, terciopelo, soutache…”, yo podía dejarme guiar, segura de estar en las mejores manos.
Sylvia se mordía las uñas. Yo, durante años, me las comí. No era suficiente moderlas, tenía que ingerirlas. Desconozco el método exacto de la mordedura de las uñas de Sylvia, pero tengo una foto de sus manos sacada del documental que le hizo Soledad Marambio. Para aquellos quienes no conocieron a Sylvia es un buen acercamiento, al menos queda su mirada, su voz y ni qué decir, sus textos. Sylvia escribió sobre la expresión francesa de “être bien dans sa peaux” que se traduce algo así como aquel que está bien en su piel. Sylvia dice que ella jamás se sintió bien dentro de su piel. Yo tampoco, pero no sabía que se podía simplemente admitir que uno, en efecto, no se siente bien dentro de su piel. Yo pensaba, hasta conocer a Sylvia, que había que sentirse bien en su piel, que no sentirse bien era una falla personal que se debía de franquear hasta lograrlo. Entender que había aquellos que se sienten bien y aquellos que no, como hay altos y bajos o como hay aquellos que disfrutan de la música clásica y los que no. Sylvia me dio permiso de no sentirme bien en mi piel, me dio permiso de hablar mal y a pesar de ello, escribir. La exigencia de Sylvia venía de otro lado, era una exigencia dirigida hacia el sentir, hacia el detalle, la creatividad y la inteligencia, también en cierta manera hacia la compasión, necesaria para entendernos y entender al otro. “…cloqué, guipure, lanilla, raso, gasa, algodón macerizado, barrante, linón…” Así Sylvia me dio permiso de ser y en serlo me enseñó a escribir: “Literatura.” Ay, escucho su risa todavía.
Lorea Canales es parte de una nueva generación de escritores globales. Su más reciente libro de cuentos es Mínimas Despedidas publicada por Dharma Books en agosto del 2019. Autora de Apenas Marta y Los Perros, considerados por la crítica nacional como las mejores novelas de 2011 y 2013, Becoming Marta traducida al inglés y al polaco, fue publicada por Amazon Crossings en Febrero del 2016, fue un Amazon Bestseller y Kindle First pick, ganó el premio International Latino Fiction Awards. Abogada, periodista y novelista, recibió su maestría en derecho de la Universidad de Georgetown en Washington DC donde trabajó como abogada antes de entrar al Periódico Reforma y cubrir casos jurídicos. Enseñó derecho en el ITAM. En 2022 se certificó por CUNY Derecho Migratorio. Desde el año 2000 vive en Nueva York y continua escribiendo para diversas publicaciones y colaborando en antologías. Estudió Escritura Creativa en la Universidad de Nueva York donde recibió su maestría en 2010.