Su nombre científico sería “baseball”, base y bola, voz inglesa surgida posiblemente en el siglo XVIII y que se ha españolizado como béisbol. Sin embargo, aunque los documentos oficiales y el prestigio literario utilicen el préstamo del inglés, para el hablante dominicano es pelota. Aquí se juegan muchos otros deportes: basketball, voleibol, softball, fútbol, tenis… que, como sabemos, centran su acción en el uso de la pelota. Pero todas sus denominaciones se mantienen fieles al robo lingüístico. La aplicación metonímica pelota es exclusiva del entretenimiento que conocemos como deporte rey. La pelota es la pelota es la pelota es la pelota…
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El béisbol dominicano es un hijo de la guerra. Existe el lugar común de que quienes lo trajeron al país fueron los emigrantes cubanos que llegaron aquí durante las guerras de independencia. Dejando de lado las controversias, digamos que aquí se empezó a jugar pelota en las últimas dos décadas del siglo XIX. Jovino Espínola, en una crónica de su libro La Vega histórica, relata diversas pinceladas de un partido de béisbol organizado por cubanos en la ciudad de La Vega en 1897. Una parte de los fondos obtenidos de esta actividad sería enviada a los independentistas. En ese partido se destacó la presencia de un pelotero que, como artista, luego constituiría una figura clave para la música cubana: Sindo Garay, el autor de “La bayamesa”.
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No se poseen estadísticas completas de la economía del béisbol en la República Dominicana. Se sabe que, si sumamos dólar a dólar, involucra anualmente una cifra multimillonaria. Basta con calcular el salario de cada big leaguer, el gasto de las academias de pelota que operan en el país, la inversión publicitaria y el costo de montaje de la liga invernal, para que posiblemente obtengamos un presupuesto superior al de toda una ciudad. Tampoco está claro qué tantos impuestos se paga por ese dinero. El béisbol está muy vinculado al progreso económico; de hecho, los jugadores dominicanos suelen referirse a este deporte como “el negocio”. Si en el siglo XIX la fortuna de una familia humilde podía descansar en que un hijo se ordenara sacerdote, en la actualidad puede reposar en que ese hijo tenga suerte como pelotero profesional. La palabra “firma” destella en el imaginario de todo padre o madre cuando ve que su retoño viste su primer uniforme en una liga infantil.
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Tampoco se ha medido el impacto sociológico de la pelota. En general, hay regiones en que parecería reinar la pasión por un equipo determinado, aunque difícilmente encontremos una zona del país en que domine, de forma absoluta, la simpatía por uno solo. Digamos que en Cibao, la región más poblada del país, prevalece el fanatismo por el equipo Águilas Cibaeñas. En el sur, por el Licey. En el este, por los Toros y un poco por las Estrellas. En la capital, que es la ciudad más habitada, todo parece indicar que la simpatía se divide así: mayoría liceísta; casi mayoría aguilucha y una minoría grande escogidista. Los políticos, los artistas y las figuras públicas suelen expresar su simpatía beisbolera, lo que significa que no es posible ser dominicano y mantenerse al margen de la disputa por la pelota.
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El béisbol y el plátano son símbolos de la dominicanidad. Como ya hemos visto, este deporte no nace en nuestro país, sino que proviene de Estados Unidos y nos llega a través de Cuba. El plátano se ha convertido en una especie de fruta del paraíso durante los partidos en que la República Dominicana participa en el Clásico Mundial de Béisbol. “Plátano Power”, se llama. El “Plátano Power” tiene su origen en un grupo de fanáticos dominicanos que llevaron esta vianda a un estadio al que fueron a disfrutar de un juego. El cerrador Fernando Rodney les pidió uno y se puso a bromear. Desde ese momento la “musa paradisiaca” adquirió el estatus de ícono para la selección nacional. En una ocasión, Alex Rodríguez, para indicar que era más dominicano que ninguno y que por eso participaría en el Clásico con nuestro país y no con el equipo estadounidense, aseguró que él era “más dominicano que un plátano”. Alguien debió entonces decirle que realmente el plátano no es dominicano en sí, como tampoco lo es el béisbol, sino que proviene del sudeste de Asia. Aunque, de todos modos, Alex no jugó para la República Dominicana.
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Revelaré ahora, por escrito, una experiencia íntimamente familiar que indica hasta qué punto la simpatía beisbolera en la República Dominicana es un asunto serio. Se sabe que hay una edad, que ronda los cuatro o cinco años a partir del nacimiento, en que los niños disfrutan de la negación. Es la época en que te dicen, por ejemplo, “Dios es malo”, para contradecirte, y tú, pacientemente, les explicas que Dios no es malo, porque… (y te inventas algo). Yo soy aguilucho porque mi papá y mi abuelo eran aguiluchos. Así es como funciona la cosa. Cuando alguien es de un equipo, puede usted adivinar que su padre era del mismo equipo; y, cuando no es así, puede usted estar casi seguro de que existe alguna problema serio entre esa persona y su progenitor… En última instancia, es una ingratitud de la prole. El caso es que, por asunto de clan deportivo, pesaba sobre mis hombros enseñar a mi primer hijo el valor correcto de su libre inclinación por la pelota, que era ser aguilucho. Yo, ante el televisor, se lo enseñaba con la siguiente didáctica discursiva: “Águila: buena… Licey: malo”. Un día, durante el período de negación, el niño me dijo: “¡Águilas malas, Licey bueno!”. En ese momento crucial, lo miré a los ojos, con el dedo enhiesto, y le dije seriamente: “Que sea la última vez que usted vuelva a decir una indelicadeza así”. Se lo dije con tanta firmeza que a mi niño se le aguaron los ojos. Jamás volvió a proferir un adefesio semejante. Hoy día es un buen aguilucho. Formar a los hijos es una tarea dura que requiere de vigilancia constante.
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En el barrio conocemos la historia de Johnny Maguila, el hermano de Trapo y de Cayo. Se trataba de un muchacho alto, corpulento, medio fantoche, que carecía absolutamente de talento para desempeñarse en cualesquiera de las labores del béisbol. Un día llegó al estadio un escucha a ver “el material”, es decir el talento, con fines de contratación. En esa oportunidad, Johnny, por una extrañísima casualidad, hizo todo a la perfección y quedó ante el escucha como una estrella en potencia. Lo firmaron y se lo llevaron a las Minor Leagues. Pero tan pronto pisó el suelo americano, el muchacho volvió a su estado natural, en el que se le hacía imposible realizar de forma correcta cualquiera de las funciones del béisbol. Lo tiraron a la calle. De Johnny Maguila se ha vuelto a saber muy poco aparte de lo que acabo de contarles en estas breves líneas.
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La Navidad es una especie de ola que trae a las playas de la isla a los peloteros que laboran tanto en Estados Unidos, como en otros países. Muchos llegan a descansar o a continuar el juego en la liga de invierno. Hasta hace unas tres décadas era común encontrarse a estas estrellas de la pelota en la madrugada –borrachas, mujeriando y a menudo poniendo en peligro su colocación en “el negocio”. Aún hoy se da ese fenómeno, aunque en menor grado. En tiempos muy recientes muchos dominicanos han tenido que presenciar la tragedia que se ha llevado las vidas de algunas de estas estrellas presas del desenfreno, generalmente en accidentes automovilísticos bajo la ciega madrugada. Oscar Taveras, Andy Marte y Jordano Ventura pertenecen a la lista de los que han hecho que el ambiente navideño se humedezca con lágrimas. La fórmula pobreza-juventud-fama, más riqueza súbita, conforma una bomba emocional capaz de cortar de raíz la vida de cualquier muchacho.
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La pelota es el circo por excelencia del pueblo dominicano. Los políticos lo saben y por eso financian “el negocio”. El Estado es dueño de todos los estadios profesionales de béisbol, excepto de uno que pertenece a una antigua multinacional azucarera. El gobierno invierte cuantiosos fondos en el torneo de invierno, el cual es administrado por empresarios privados. Aunque es un torneo a través del cual se movilizan millones de dólares, las operaciones están exentas de impuestos. Es una curiosa fórmula gobierno-sector privado en que el Estado lo único que recibe a cambio es una buena cuota de circo.
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Aunque la República Dominicana tiene en el béisbol uno de los componentes principales de su identidad cultural, los peloteros dominicanos no son nuestros, sino de las empresas beisboleras de la Major League Baseball. Es decir, las empresas que los contratan en el extranjero, y no el Estado, son los poseedores de sus derechos como deportistas. Para que un jugador dominicano pueda integrarse a una de las selecciones nacionales, necesita un permiso del contratante. A diferencia del fútbol, en que el propietario principal de los derechos de un jugador es la federación de su país (y por eso tienen facilidades para convocarlos a sus selecciones), en el béisbol dominicano la decisión depende solamente del equipo contratante. Es como si una parte del alma dominicana reposara en el archivo de una oficina en Estados Unidos. Todos se saben dominicanos, aunque no tienen libertad ni para jugar la pelota rentada de invierno. Nuestros peloteros son una especie de zombis reales que venden su cuerpo a una otredad.
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La pelota irradia diversas expresiones de la cultura popular. Existe toda una pinacoteca compuesta por viñetas que dibujan momentos importantes de este juego a través del tiempo. Una manera de componer la historia de este deporte, sería simplemente reunirlas y pegarlas en secuencia. Se trataría de un gran cómic, con una estética acorde con el humor y la cultura visual del dominicano. El país cuenta también con un amplio pentagrama de merengues, himnos y dembows que recogen las hazañas de los equipos. De la década del 60 se recuerdan merengues como Leña, que es el himno por excelencia de las Águilas Cibaeñas. Luis Kalaff grabó el merengue Orégano, que cantaba las excepcionales jugadas del pelotero escogidista Osvaldo Vigil contra el Licey. Johnny Ventura produjo el tema Los Indios, que sirvió de himno al equipo de la liga de verano del Cibao Indios del Valle, por allá por la década del 70. Y, algunos peloteros, como José Lima y David Ortiz han grabado temas musicales… no han sido joyas musicales, pero sí piezas que han servido para sazonar el Plátano Power. También se han realizado las películas Play ball, de Alfonso Rodríguez, El pelotudo, de Raymond Hernández y La tragedia de Río Verde, de Miguel Vázquez, así como el documental Historia del béisbol dominicano, también de Vázquez. Sin embargo, no contamos con una gran producción literaria, sobre todo en el género de la novela, que trate el tema. Parece que la literatura, como suele suceder, se ha vuelto a quedar atrás en el tratamiento de un tema vital de nuestra cultura.
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El dictador Rafael Leonidas Trujillo estaba consciente del potencial de circo que este deporte tenía para los dominicanos. En los últimos años de la tiranía construyó los estadios en que se escenificaba la liga invernal en Santo Domingo, San Pedro de Macorís y Santiago. Sin embargo, nunca fue tocado por la pasión del béisbol, al punto de que jamás presenció un juego completo, excepto, en una ocasión… Quien sí llegó a ser tocado por el fanatismo beisbolero fue su hermano, el general José Arismendi Trujillo, conocido como Petán, quien era seguidor del Licey. En el octavo partido de la Serie final de 1959, que fue entre Escogido y Licey, el lanzador Billy Smith propinó un hit-by-pitch al bateador escogidista André Rodgers, bahameño que jugaba como refuerzo. Los ánimos se calentaron; Petán bajó a la primera base y le dio una bofetada a Rodgers. Esto provocó que todos los peloteros importados amenazaran con abandonar el país. Como parte de las acciones para aplacar la disputa, el propio dictador asistió al siguiente partido. Ese fue el único juego completo al que asistió Trujillo.
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La participación de los dominicanos en las Grandes Ligas tiene su origen en el rechazo a la tiranía de Trujillo. El montecristeño Osvaldo Vigil, apodado Orégano, se fue a vivir en el verano de 1947 a Nueva York, ciudad a la que su padre había emigrado diez años antes huyendo de la dictadura. Allí fue a la escuela y se integró a la National Guard. Se salvó de ir a la guerra de Corea gracias a que se incorporó al equipo de béisbol de la Marina. La residencia en Estados Unidos le facilitó que fuera firmado para jugar en las Grandes Ligas. El 23 de septiembre de 1956, Orégano se convirtió en el primer dominicano en jugar en la MLB, con los Gigantes de San Francisco. Desde entonces, y hasta el 20 de mayo de 2017, 696 peloteros dominicanos han sido contratados para el big show. La República Dominicana es el país que más peloteros aporta a la Major League Baseball. Es probable que sea el mayor producto de exportación después del oro y de rubros como el cacao y el tabaco. El número de firmados ha ido creciendo en cada década. En la del 2000, se llegó a la cifra más alta con 235 contratados. Se espera que en la década actual se supere esa cantidad.
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Los peloteros dominicanos han realizado hazañas que se conservan registradas en las estadísticas de la MLB. Tres dominicanos pertenecen al Salón de la Fama y Alex Rodríguez fue el jugar mejor pagado de la historia de ese deporte. Pero, sin dudas, el dato estadístico más curioso sucedió el 23 de abril de 1999. El tercera base de los Cardenales, Fernando Tatis, conectó dos grand slams en una misma entrada, en la tercera para ser exactos, convirtiéndose en el único jugador de las Grandes Ligas en haber realizado tal portento. Este récord guarda dos aspectos aún más curiosos: los dos batazos fueron contra un mismo lanzador, Chan Ho Park, de los Dodgers, y fueron sus dos primeros cuadrangulares en esa temporada. Con relación a este hecho, Tatis declaró posteriormente: “No puedo creer lo que pasó. Yo no esperaba conectar un segundo jonrón. Yo nunca he sido un bateador de vuelacercas”.
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Las acciones de algunos héroes dominicanos del béisbol en ocasiones los han convertido en antihéroes. Miguel Tejada es conocido como “El Pelotero de la Patria”. Fue el “Jugador Más Valioso” de la MLB en 2002, participó en seis juegos de las estrellas y conectó unos 300 cuadrangulares. En el 2013 dio positivo tras dos pruebas antidopaje, por lo que recibió una fuerte sanción y comprometió su posible ascenso al Salón de la Fama. Alex Rodríguez, tres veces MVP, cayó en desgracia en 2013 al ser vinculado al consumo de sustancias prohibidas. Sammy Sosa dio 66 cuadrangulares en 1998. En 2009, el New York Times publicó que seis años antes había utilizado drogas para mejorar su rendimiento; esta denuncia lo ha mantenido alejado del Salón de la Fama. En 2009, Sosa, quien parece disfrutar de la vida del jet set, causó revuelvo al aparecer en público con la piel blanqueada. En esa ocasión, declaró que se debía al uso de “una crema”. Recientemente fue más preciso sobre ese particular: además de la loción, dormía en una habitación con aire acondicionado. Esa vez explicó que su color negro anterior se debía a que durante 20 años estaba expuesto al sol en los campos de béisbol, lo cual marchitaba su piel.
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Juventud, drogadicción e inexperiencia ocasionalmente impiden que los peloteros dominicanos de Grandes Ligas puedan tener una vida digna. Algunos terminan en la más espantosa miseria. Resulta increíble cómo grandes jugadores que recibieron contratos millonarios en el pasado hoy viven alejados de la riqueza. El MVP Pedro Guerrero, el gran lanzador Joaquín Andújar, los ex grandes ligas Luis Pineda, Ángel Peña, Jhonny Guzmán y Pedro Hernández vieron cómo se esfumó el beneficio económico que obtuvieron con el béisbol. Juan Domínguez, quien fuera lanzador en Texas entre 2003 y 2005, terminó consumido por las drogas y viviendo en un cuartucho en la ciudad de Mao. Una lesión y la posterior muerte de su madre le sacaron de circulación. Hace poco, a sus 35 años de edad, rogaba avergonzado por unos 100 dólares para poderse internar en un centro de rehabilitación.
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La fecha más triste de la historia del béisbol dominicano fue el 11 de enero de 1948. Ese día sucedió la llamada Tragedia de Río Verde, relacionada de alguna manera con el drama del primer jugador negro de la MLB, Jackie Robinson. En el país se realizaba el Torneo Nacional de Béisbol Amateur 1947-1948 con la idea de conformar la selección que enfrentaría a los equipos Dodgers de Brooklyn y Reales de Montreal, dos equipos de las Grandes Ligas. Resulta que los Dodgers venían a jugar aquí unos partidos de práctica porque en Estados Unidos se amenazaba con boicotear los encuentros en los que participara Robinson. La oportunidad de trasladarse unos días a la República Dominicana les resultaba conveniente. El equipo Santiago Baseball Club tomó un avión hacia la ciudad de Barahona, en la que jugaron dos partidos contra Estrellas del Sur. Durante su retorno, uno de los aviones que transportaba al Santiago se estrelló contra una montaña. Fallecieron todos sus ocupantes: 18 peloteros, un piloto, un copiloto y otros 12 pasajeros. De Cuba nos había llegado la alegría del béisbol, así como también el bimotor Douglas que se accidentaría aquel día. Uno de los peloteros que se salvó de morir en la tragedia fue Luis María Muñoz, debido a que poco antes había sido enviado a otro equipo. Los que creen en la cábala y le encuentran mucha lógica a la película Final Destination no se extrañarán de saber que este ex jugador falleció el 12 de noviembre de 2001 en el accidente del vuelo 587 de American Airlines.
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Las dos actividades que, de manera periódica, constituyen el mayor motivo de discusión entre los dominicanos son la pelota y la política. Basta con revisar las redes sociales para observar la manera en que la gente se pelea por estas dos manifestaciones. Análisis, pseudo-análisis, lamentaciones, alabanzas, maldiciones, así como memes y gags, atizan la pasión sobre esos temas. Pero, a diferencia de los actos de habla sobre la política, en aquellos que son sobre pelota la sangre nunca llega al río. Salvo las excepciones de lugar, las disputas beisboleras acostumbran terminar en simples juegos de palabras y enemistades efímeras. El hablante dominicano utiliza un término que vincula todo de manera ingeniosa: “la pelótica”. El comunicador Yaqui Núñez del Risco, a quien suele atribuirse su acuñación, utilizaba mucho este vocablo: “en este país de la ‘pelótica’, la mejor medicina para el estrés de la campaña electoral es el inicio de la nueva temporada de las Grandes Ligas”, llegó a escribir. El comentarista deportivo Ricky Noboa hizo una vinculación interesante: “La pelótica es un juego que tiene sus fundamentos basados en mejorar la calidad de vida de los más necesitados”. En el periódico Acento, bajo la firma de Lengüemáuser, fue publicado este interesante decálogo que vincula conceptos y terminología beisboleros: “1. Para los corruptos, la política es un negocio REDONDO. 2. Con los únicos ladrones que simpatizo son los de BASES. 3. Miguelito se robó el PARTIDO pero no las BASES. 4. Miguelito se quedó con el PARTIDO pero nunca GANARÁ. 5. Necesitamos un presidente que venga por la GOMA. 6. Mientras tanto los que deberíamos ir por LAS GOMAS somos nosotros. 7. A Najayo, Danilo debe mandarse de JONRÓN. 8. A los peloteros morados hay que mandarlos a CALENTAR BANQUILLOS (de acusados). 9. Nuestro problema es que ningún político quiere BATEAR de SACRIFICIO. 10. Hay funcionarios que se dan su TOQUE”.
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Existe una jerga sobre la pelota, compuesta en su gran mayoría por préstamos de la lengua inglesa. Muchos términos funcionan por composición. El lingüista dominicano Orlando Alba, en su libro Lengua y béisbol en la República Dominicana presenta un estudio científico sobre este fenómeno. En el capítulo IV de esa obra incluye un glosario de términos. Como situación de lenguaje, la pelota ha aportado vocablos que se resemantizan para dar cabida a otros significados. Así, “poncharse” es fallar en alguna acción; “pitchar un juego” es flirtear; “dar un flaicito al cátcher” es realizar una acción de resultado insatisfactorio; “edad de pelotero” es la edad de una persona que dice tener menos años de los que tiene en realidad; “sacarla por la pared de los 400” es realizar una acción grandiosa; “en palo largo no se pisa base” se utiliza para indicar que cuando se tiene supremacía en algo, hay detalles que se pueden obviar; “segunda base” es la manera de referirse a una amante; y “los peloteros” son los dientes delanteros.
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Existen muchas ironías sobre el béisbol dominicano. El principal torneo anual recibe el sobrenombre de “liga otoño-invernal”, aunque en nuestro país, según se afirma, solo existen dos estaciones: verano e infierno. Los equipos más antiguos y, en general, más populares se identifican con nombres de animales como “el águila”, “el tigre”, “el león” y “el elefante”, ninguno de los cuales pertenece a la fauna local. Los jugadores de nuestro deporte rey son vasallos de equipos norteamericanos y asiáticos. Nuestro deporte nacional realmente es norteamericano. El Estado dominicano es quien realiza el aporte más importante al torneo otoño-invernal, sin embargo no tiene poder de decisión ante sus organizadores. Aunque miles de niños y jóvenes sueñan con jugar en las Grandes Ligas, apenas uno de cada veinte logran establecerse en la pelota norteamericana.