Por: Alexander Castillo Morales
La realidad violenta de Colombia es un tema que se resiste al tiempo. Va y viene una y otra vez con renovados actores, bríos y dinámicas, así como con efectos siempre desoladores. Por eso se continúa escribiendo sobre ella y la enorme producción de obras es un inventario con resultados desiguales, dado que en muchos casos se deja de lado la calidad literaria. En ese sentido, resulta un reto no caer en formas que le digan al lector qué horizonte tomar. Es así como Te acuerdas del mar (2020), de Óscar Godoy Barbosa, enfrentó este desafío y salió avante con altura literaria, lo cual le mereció ser distinguida con el premio Ñ-Ciudad de Buenos Aires 2019, en su edición número XXII.
Óscar Godoy (1961) es Comunicador Social Periodista de la Universidad Externado de Colombia (Bogotá, 1984), profesión que ejerció por 12 años en diferentes medios de comunicación nacionales. También cuenta con estudios sobre América Latina con énfasis en Literatura Hispanoamericana, en la Universidad Sorbona III (París, 1987) y una Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad de Texas en El Paso (El Paso, EU, 2012). Además, es docente de los programas de pregrado y maestría en Creación Literaria en la Universidad Central, en Bogotá. Su trabajo literario ha sido distinguido con diferentes premios en cuento y novela en Colombia. Te acuerdas del mar (2020) es la segunda de cuatro novelas de su proyecto de indagación artística que viene haciendo sobre temas de gran relevancia para la historia nacional noviembre , que inició con Once días de of (2015).
¿Cómo nace el proyecto de escribir esta novela? ¿Cuál fue el objetivo que se trazó a la hora de escribirla?
El antecedente inmediato de Te acuerdas del mar es la novela Once días de noviembre que relata los hechos del Palacio de Justicia y la tragedia de Armero, ocurridos en Colombia en el año 1985. Fue una novela que escribí como tesis de grado en la Maestría de la Universidad de Texas en El Paso. Después le hice múltiples ajustes hasta que la publiqué en el 2015, con reedición en el 2017. Cuando terminé esa novela quedé con la idea de continuar explorando esa perspectiva de las víctimas sobre el conflicto colombiano. En Once días de noviembre una familia acaba envuelta en esos dos hechos terribles y resulta de distintas maneras por la violencia y por la tragedia.
Por ese entonces tenía ya otra novela, que aún no ha sido publicado, sobre un secuestro. Consideré que esa sería una segunda aproximación a la perspectiva de las víctimas, pero no desde el punto de vista de la persona secuestrada, que suele ser en quien se centra la atención en los relatos que se ocupan de este tema, sino desde la perspectiva de esas familias que padecen el miedo, la incertidumbre y las presiones crudas de los secuestradores. Siempre busco focos no habituales de todas estas situaciones relacionadas con la violencia colombiana. A mí no me interesan los grandes héroes de los hechos, de las acciones violentas, los grandes protagonistas sino, más bien, las familias y las personas comunes y corrientes que, a su pesar, quedan envueltas en estas circunstancias.
Cuando recién había publicado la novela de Once días de noviembre, tuve una conversación de puro azar con una persona que había estado indirectamente vinculada con amnistiados de grupos subversivos. Esta persona contó, como anécdota, que muchos demovilizados seguían viviendo como si aún estuvieran en la clandestinidad de la lucha armada, a pesar de que ya se encontraban en la legalidad y habían sido amnistiados. En principio, se pensaría que no tenían por qué temer, pero los hábitos de la clandestinidad se les quedan por dentro y les resulta muy difícil transformar su forma de vida. Esa realidad me disparó esta novela.
¿Cómo inició la aventura de esta novela?
El punto de partida fue imaginar a un personaje que vive en clandestinidad, pese a que ya hay un proceso de paz y una amnistía, y así fue como nació Corso, uno de los protagonistas de Te acuerdas del mar. A ese punto de partida se sumó un rasgo distintivo y terrible de las violencias colombianas, y es que siempre que ha habido un proceso de paz, una desmovilización, una amnistía y demás procesos que buscan la reconciliación de la sociedad, lo que viene a continuación es un proceso de retaliación, de asesinato de amnistiados, lo cual exacerba la desconfianza y es el caldo de cultivo de nuevos procesos de violencia. Esta dinámica viene desde la violencia bipartidista de los años cincuenta, e incluso de más atrás, y es un ciclo que se repite, con variaciones, por supuesto, tal como lo estamos viendo en la actualidad. Es una característica de la sociedad colombiana: la sociedad no perdona, siempre está buscando venganza. Estas dos realidades confluyen en la novela.
¿Cómo fue la configuración de la arquitectura de la novela?
Cuando escribí Once días de noviembre, los hechos históricos me plantearon desde el puro inicio la estructura espacio temporal de la novela: el relato comenzaría en el Palacio de Justicia y terminaría en Armero y un poco más allá (no olvidemos que entre uno y otro hecho transcurrió apenas una semana de noviembre de 1985). Es decir, abarcaría los once días que están en el título. De esta manera, lo que hice fue hacer avanzar la trama en ese período de tiempo, con unos personajes y unas coordenadas muy claras.
Con Te acuerdas del mar el proceso fue todo lo contrario, pues al inicio no tenía ninguna certeza sobre cómo ni en qué época iba a desarrollarse. La planeación se centró en determinar la situación de partida y luego cada evento se fue encadenando con el siguiente y el siguiente, siempre a partir de preguntas que me detonaban las secuencias. Por ejemplo, la escena del atraco al taxista, que es la apertura de la novela, nació con una pregunta: ¿cómo hago para sacar a este hombre de la clandestinidad?
Esa situación fue hilada con una anécdota que yo conocía de tiempo atrás: un conocido fue atracado en un carro, lo echaron en el baúl y él desde allí escuchaba cómo los atracadores a veces se inclinaban por matarlo, a veces por dejarlo en la carretera. A mí me impactó mucho esa historia, unos muchachitos decidiendo sobre la vida de alguien como si la víctima no estuviera allí. Entonces trasladé esa escena a la novela y la tomé como punto de partida. Resultó muy interesante porque al terminarla me dije: Bueno, pero a este personaje no lo mataron, lo arrojaron herido en un terreno baldío. ¿Ahora qué sigue? Ahí nació la idea del hospital. Y de esa manera se fue tejiendo toda la novela.
Poco a poco el lector va descubriendo en la habitación del hospital el encuentro de dos visiones sobre la guerra a través de las novelas de mar. ¿Cómo surgió ese puente comunicativo?
Con el mismo proceso. Corso llega al hospital muy mal herido, y lo ubican en una habitación que comparte con un anciano moribundo. La pregunta en este caso fue: ¿cómo van a pasar estos dos personajes las largas horas de quietud en el hospital?
Pensé diferentes opciones. Por ejemplo, que vieran televisión, pero eso no posibilitaba el diálogo, o daría lugar a conversaciones muy distintas a las que me interesaban. El personaje de Corso se perfilaba con un aura romántica, un idealista que se metió a esa lucha por unas convicciones. En alguno de los experimentos que hice, surgió la posibilidad de que él hablara sobre los libros que había leído, que lo habían marcado, y esto condujo casi de inmediato a la primera novela que se menciona, cuyo protagonista tiene mucho en común con Corso, incluído su carácter romántico. Esa novela yo la leí en mi adolescencia y en aquel momento me deslumbró. Cuando escribía esta parte del relato la volví a leer y ya no me gustó tanto, claro, los parámetros de lectura han cambiado, pero sigue en el fondo de mis afectos.
Tras esa primera lectura que menciona Corso empecé a pensar qué otras novelas podrían conformar su lista de lecturas personales, y fue así como fueron apareciendo los demás títulos que copan sus conversaciones con el anciano. Vale la pena anotar que ninguna de esas novelas se menciona con su título ni con el nombre de su autor (eso lo tendrán que escucriñar los lectores), pero a través de ellas se configura un rasgo esencial de mi personaje, que es su fascinación por el mar, pese a ser un hombre criado en el interior del país. Además, a través de la versión que da Corso de cada novela, de sus interpretaciones muy particulares, van aflorando rasgos importantes de su carácter, de su mirada del mundo.
¿A través de la narrativa que recuenta Corso se va leyendo un cierto pesimismo?
Corso es un hombre desencantado, marginado de la lucha e incluso de sus antiguos compañeros, que en el presente de la novela está dedicado a sobrevivir. Y eso se transparenta en su forma de narrar las novelas.
La visión de la contraparte de la guerra se descubre a través de don Luis. ¿Cómo se construyó este personaje?
Yo tenía que darle vida a ese anciano que agoniza al lado de Corso. Sabía desde el comienzo que tenía un papel fundamental en la novela y tenía muy clara la idea de su pasado. Lo que no tenía claro era cómo iba a ser el mecanismo de revelación de este personaje. Con la escritura, don Luis se empezó a revelar en las conversaciones; se notaba su carácter fuerte, no se dejaba imponer lo que le decía Corso. Él no es un escucha pasivo, pero aún así me faltaba ir más allá. Las preguntas que me hice en torno a este personaje llevaron a la aparición de su nieta Betzabé, que fue el camino para llegar, entre luces y sombras, a la historia de don Luis.
“Lo que no tenía claro era cómo iba a ser el mecanismo de revelación del personaje”
¿Don Luis tiene algún referente real?
No. Siempre he leído mucho sobre las violencias colombianas, tanto en la literatura como en la historia y el ensayo. No olvido, por ejemplo, Viento seco, una novela de Daniel Caicedo, un escritor vallecaucano, que narra, entre otros hechos de barbarie, una matanza chulavita en un pueblo liberal. En esa novela están citados los nombres de varios “pájaros” famosos, gente sin ningún reato para hacer las peores barbaridades con hombres, mujeres y niños. Yo sabía que don Luis venía de ese pasado del que hoy no se habla, de esa violencia que todavía tiene mucho que decirnos a las generaciones de hoy. En la actualidad hay una especie de pacto de silencio sobre ese periodo de nuestra historia.
En Argentina, cuando leyeron la novela, los jurados, que no conocen todo ese encadenamiento terrible de las violencias colombianas, ubicaron a don Luis como un paramilitar contemporáneo y a Corso como un guerrillero de los grupos actuales, pero no es así. Me ha tocado hacer, varias veces, las aclaraciones: primero, la novela no alude a ningún momento histórico en específico porque no pretendo hacer una reconstrucción histórica. Es, más bien, una metáfora de todas las violencias colombianas. Y, segundo, ambos personajes son de violencias que ya pasaron, de violencias que no tienen nada que ver con la contemporánea. Pero bueno, son aclaraciones que uno tiene que hacer cuando la novela se lee en otros contextos, y siempre resulta estimulante saber que, aún con ese desconocimiento, la novela atrapa la atención de los lectores.
Veo en la novela diferentes simetrías. Por ejemplo, hay una preocupación por equilibrar las voces masculinas con voces femeninas. ¿Cómo surge Diana?
Las primeras versiones de la novela desarrollaban únicamente a los dos personajes, Corso y don Luis, en la habitación del hospital, pero una segunda mirada me planteó la necesidad de ampliar el espectro, de incluir otras voces que le dieran una perspectiva más amplia a la historia.
A partir de esa reflexión fue surgiendo Diana, hija de una mujer que compartió parte de la vida militante de Corso, que me abrió un segundo eje de la novela. Es una niña que junto con su mamá debe emprender un viaje, una odisea para escapar de la guerra. Ese viaje va surgiendo como un recuerdo vívido, la memoria de una serie de experiencias que la marcaron de manera indeleble.
Diana fue tomando su lugar poco a poco. En el proceso se convirtió en otra protagonista de la novela. De hecho, me enternece mucho Diana y, cada vez que la releo, me parece un personaje muy potente.
A través de Diana conocemos a la abuela, la mamá, incluso a Betzabé.
Y se potencia el mismo Corso porque ella brinda otra mirada sobre él. Ella lo pone sobre la tierra. Además, porque la mirada de ella en buena parte de la novela es de una niña. Al principio le tenía miedo, luego le cobra cariño, y al final Corso es para ella una sombra que entra y sale de manera intempestiva en su vida.
¿Betzabé es el otro personaje que desde la línea dramática de don Luis entra en escena para complejizarlo?
Sí. Betzabé es otro personaje que fue surgiendo con la escritura. Inicialmente ella no iba a aparecer en la novela, aunque hacía parte del pasado de don Luis. Ella tiene otra vida, es víctima indirecta del conflicto, pero no lo ha sufrido en carne propia. Ella está en otro plano de la historia. Betzabé propicia, de alguna manera, una reivindicación de don Luis. Ella lo humaniza.
A través de las miradas de la abuela, la hija y la nieta ( Betzabé) hay una cierto aspecto de familia, una herencia, un rasgo físico que reaparece. Llegar a ese tipo de detalle hace parte ya de la experiencia de narrar ¿no?
Bueno, al fin alguien lo notó… Eso es algo absolutamente intencional, porque don Luis, que ha incidido de diversas maneras en la vida de esas tres mujeres, lee en sus rostros cosas distintas. Fue un hallazgo de escritura, que ojalá todos los lectores lo lleguen a identificar.
¿Cómo tomó cuerpo el ritmo narrativo de su novela?
Eso está muy vinculado con la personalidad de quien habla. En unos capítulos lo que predomina es la voz de Corso, mediada por las reflexiones de don Luis. Y Corso, como hombre de acción, siempre está hablando a toda velocidad e hilando una cosa con otra. Esos fragmentos, inicialmente, yo los había escrito sin puntuación, hasta que hubo un momento en el que me pareció que se volvían ininteligibles y lo reconsideré. Pero aún así, siguen siendo unos textos que van muy rápidos porque la voz del personaje me lo pedía. Él tenía que hablar de esa manera. En cambio, los de Diana no son tan veloces (aunque también allí ocurren muchas cosas), tienen un ritmo distinto, se detienen en los detalles.
Después de haber escrito estas novelas con trasfondo histórico, ¿cómo lee su relación como escritor con esta clase de eventos?
He tenido dos etapas en mi escritura, hasta el momento: mis dos primeras novelas fueron intimistas, exploraron problemas existenciales, afectividades destrozadas. Pero a partir de Once días de noviembre me atreví a plantear, por primera vez, una mirada sobre la violencia colombiana y sus víctimas. Pienso que era inevitable llegar a este punto, pues las cosas que ocurren en el país constituyen un material literario al que no puedo ser indiferente. Como ser humano, el día a día del país me conmueve, me indigna y siempre me está cuestionando.
En lo personal me siento compelido a escribir sobre lo que ocurre en Colombia, pero no desde una postura de panfleto, de lugar común. Una buena novela debe hablar de todo ello sin hacerlo obvio. Me interesa acercarme a estos temas desde ópticas, desde personajes que se salen del centro de la acción, desde las periferias; personajes que sin tener nada que ver con el conflicto, lo sufren, lo padecen. O personajes desencantados que ya están en otra ubicación respecto a ese drama pero que de todas maneras han sido afectados por él.
¿Cómo ve la relación entre narrar y construir con argumentos una visión sobre unos eventos específicos o sobre una construcción humana?
Mi preocupación fundamental es narrar, hacer sentir al lector lo que sienten mis personajes. En la medida de lo posible, emocionarlo, conectarlo con una historia en la que siempre esté pasando algo. Soy esencialmente narrador, prefiero que las conclusiones, los argumentos, salgan de la misma acción y de la forma de actuar y de desenvolverse de los personajes. Esta es una novela en la que siempre están ocurriendo cosas. A pesar de la quietud de los dos personajes en el hospital, sus diálogos y sus visitantes introducen cambios constantes. Y la narración de Diana es pura acción. Tal vez por eso Jorge Volpi, el gran escritor mexicano que fue jurado del Premio Ñ Ciudad de Buenos Aires, utilizó el adjetivo trepidante para referirse al ritmo de esta novela.
La presencia del mar sirve de lente para abordar la violencia y la humanidad, ¿por eso aparece en el título?
Lo último que hice fue titular la novela. Yo tenía la certeza de que la palabra mar debía ir en el título, aunque varias personas me hicieron caer en cuenta de que muchas novelas recientes, de diversos autores, también lo utilizan. Aún así, insistí porque el mar es fundamental en la novela. El mar es un leitmotiv, está en los relatos de Corso y en el capítulo más feliz de toda la novela, que quedó grabado en el recuerdo de los personajes. El mar es el centro de esta historia en muchos sentidos.
“Mi preocupación fundamental es narrar, hacer sentir al lector lo que sienten mis personajes”