Fátima Vélez
Ilustración: Camila Arango Echeverri
1.
Está adjunto en un mensaje del 1 de julio de 2015.
Son las notas, muchas, de conversaciones en el taller de Sergio (creo que de poesía, pero no estoy segura), durante el segundo semestre del 2015, con mis compañeres, y también con escritores invitades. Leo la consigna, transcribo literalmente un dictado desde la voz de Sergio, del 1 de febrero de 2015: Entrega de un diario de taller. Una escritura personal que, a la manera de un diario o agenda razonada de trabajo, acompañe el desarrollo del curso.
2.
Del 23 de marzo de 2015 el siguiente pasaje:
recordar en presente, como si fuera algo que se está viviendo.
El desarrollo del curso:
Cómo darle forma a la presencia de lo no presente, es algo de lo que hablamos con frecuencia en este taller, nos obsesiona. En el grupo estamos Jazmina, Pablo, Alberto, Adálber, Lucía, Eliana, Amelia, Efgueni, Leonardo, Santiago. Quiero traer hasta acá la mesa del salón del segundo piso del 19 University Place. Traer hasta aquí no precisamente la luz blanca y aburrida ni el laminado de la mesa, ni la tapicería azul de lana plástica, a prueba de cafés derramados por estudiantes mal dormides. Traer a Sergio hasta aquí, a la cabecera; alrededor, ojos pestañean de perplejidad; acabamos de comentar el texto de Santiago. Sergio quieto, habla de la improvisación, de darle forma (o mejor no) a la deriva. Quieto. Pausa. Habla de la relación de les escritores con el lugar común; usa con frecuencia “prolija” y “prolijo”; me gusta esa palabra, su sonido, la cadencia de la jota, me hace sentirle la voz, de una lentitud cercana a la tierra.
3.
El 1 de abril del 2015 Zurita viene al taller y dice Al hablar estamos re-ejecutando la lengua de los muertos. También dice que el comunismo es un sueño no consumado. Sergio sonríe, o eso parece.
4.
La sonrisa de Sergio a medio hacerse nos pone en un estado de levitación. Me impacta detenerme en el hecho de que el recuerdo de esa sonrisa es un vacío. La vida se relaciona con el volumen, dice en uno de sus libros. El vacío de volumen que deja la sonrisa, me pregunto, ¿será ahora materia? Aquí en la escritura, podrá decirse, si escribir fuera un acto de resurrección, o más bien de reencarnación. Me gusta la idea de esta escritura como carne, carne de sonrisa.
5.
La escritura es un sistema de ir improvisando, dice Sergio en una conversación con César Aira el 23 de marzo del 2015.
6.
El tercer amigo que se muere en estos últimos años de cáncer, predador de alta ferocidad gestado en nuestras células de seres vivos, moviéndose a sus anchas una vez avanzado en territorio. En mis trances sigo a una célula, la imagen es la que vi de niña en los telescopios, azulada, movediza, esférica rebotante. Veo imágenes recientes de células en telescopios de alta tecnología, ahora a color, y el color es una fibra amarilla de estropajo en filigrana dorada, y adentro un círculo azul índigo, es una célula de piel. La célula de piel podría ser una galaxia (tal vez las galaxias son células de algo) y aún así propensas al cáncer. Todos los seres vertebrados somos propensas al cáncer. Los invertebrados imposible porque no viven lo suficiente, pero hasta a las plantas se les confunden las células, se llama cáncer vegetal. El mundo es cada vez peor ambiente para los organismos celulares, pero fue en este mundo en el que conocí a Sergio Chejfec, en cuyo taller conocí a Pablo, mi pareja por siete años, encomendado de organizar la biblioteca de la oficina de Sergio, conmigo de ayudante. Fueron días de lectura en voz alta, peleas por diferencias sobre el concepto de esfuerzo; fue ahí que Pablo abandonó su vos argentino y empezamos a ustearnos, y escuchar a un argentino ustear inquietaba mucho a Sergio.
7.
Llevo un tiempo pensando cómo relacionarme de maneras físicas con mis muertos; me pregunto qué pasa si invoco con intensidad sus cuerpos, sus células. Preparo espacios para dejarme visitar y también planeo visitas a sus espacios, que todavía no sé cuáles son. Y aún con todo mi impulso especulativo, mi primera reacción ante la muerte ha sido el silencio, la perplejidad, me toma tiempo reaccionar al batacazo de ese vacío. Supongo porque no lo vivo de manera cotidiana, pero cuando de repente pienso en Sergio, me toma tiempo entender que su cuerpo no estará por ninguna parte en los lugares donde siempre me lo encontraba; hacerme a la idea de que no me lo encontraré por casualidad en la estación del Lincoln Center, o en la de Astor Place, o en el Peculiar. La muerte es el lugar de todo lo posible, alguna vez lo hablamos, está en mi nota del 2 de mayo de 2015. La muerte y la literatura, infinito potencial, que siempre está haciéndose y contradiciéndose.
8.
Me concentro en el movimiento mínimo de sus manos, el reloj para medir el sueño y la actividad física (pero sobre todo el sueño) que le dio Graciela, su gesto pausado para acomodarse los lentes. Un recorrido por el centro de Bogotá, yo guía de su búsqueda de artesanías raras por los pasajes de La Candelaria; hablar sobre remedios con ajo y limón para la presión alta y de José Gregorio Hernández, de su colección de figuritas del médico, de sus años en Venezuela, le cuento que en Bogotá hay una calle entera dedicada al culto de José Gregorio, le propongo llevarlo, pero no hay suficiente tiempo y no para de llover, ¿Es muy lejos? No, pero sí, tenemos que ir en carro, o en transmilenio, bueno, en otra ocasión. Pero, Sergio, ¿crees en José Gregorio? Creer, sí, en su figura, digamos que trazo su influencia. Me habla de Rafaela Baroni, de la miniatura que hizo del santo médico, de su mujer en la cruz, y yo pienso en Wilgefortis, la crucificada por barbuda, la Santa librada, como la conocen en la tierra de Baroni, pienso en las personas que hacen arte y milagros, que tanto fascinaban a Sergio.
9.
Empecé a escribir sobre Sergio y me di cuenta de que el que yo creía era el último recuerdo de él no lo era. El último, casi estoy segura, fue en Hunter College, la universidad en la que enseño. Fue hace un año exacto. Me enteré de milagro por un correo, de los cientos que llegan todos los días y que nunca reviso, que Sergio iba a estar en el auditorio del departamento de teatro en un ensayo abierto de su traducción- adaptación a la ópera de La Hora de la Estrella, de Clarice Lispector, una de mis novelas favoritas. Estaba con Graciela, muy concentrado. Creo que nunca lo había visto tan contento. Me conmovió esa felicidad ante la expectativa de ver-escuchar las palabras hacerse música y además una adaptación de Clarice, buena despellejando con prolijidad cada cosa.
Después de mucho dudarlo, no quería interrumpir su conmoción, pero quedaba poco tiempo antes de empezar, tomé valor y le entregué con timidez mi novela por fin publicada después de siete años, el proyecto que me había llevado a conocerlo; la razón por la que había venido a NY; esa novela de la que Sergio fue un lector generoso, siempre impulsando y preguntando, ¿cómo va la novela del barco?
Va, Sergio, va, con la fuerza de lo posible,
en la redacción operan fuerzas no controladas bajo la forma de enigma o de misterio,
Fátima Vélez (Colombia, 1985) Poeta, narradora, profesora, estudiante. Ha publicado los libros de poesía Casa Paterna (2015), Del porno y las babosas (2016), Diseño de interiores (2019) y la novela Galápagos (2021). Hizo el MFA en Escrituras Creativas en español de NYU. Actualmente, está haciendo un doctorado en estudios culturales en el Graduate Center, CUNY.