Nueva York tiene en la diversidad una de sus condiciones más fascinantes: aquí las distintas hablas son una forma de ocultarse o de adquirir atributos en medio de una existencia a la cual no le quedan muchas cosas en las cuales confiar.
En un ámbito predominantemente multilingüístico, el español en Nueva York no es minoritario. Constituye la segunda lengua de mayor importancia por debajo o a los costados de la más hablada, y no ha sucumbido pese a los vientos políticos. Se habla español en las cocinas, en los baños, en las oficinas, en los comercios, en las fábricas donde se manufacturan todos esos objetos que ya afuera, en los aparadores, hablan el lenguaje del dinero. Se escucha el murmullo continuo del español en los congresos académicos, en el subway, en barrios enteros, en los delis, en los hospitales, en los diarios, en las tribunas, en las aulas, en la radio.
Una lengua viva es centrífuga y por eso hablar español es un viaje de ida y vuelta a la memoria, un modo de resistencia, a veces un golpe de extrañamiento, un ejercicio de promiscuidad donde se confunden los acentos y se trasladan expresiones de otro entorno mientras su música se integra, se pierde o confronta la vida diaria entre la multitud.
Ser agujas en el proverbial pajar, eso es el exilio, dice Brodsky. El español es una expresión de ese exilio, un tanto por el hecho de habitar esta ciudad como por consecuencia de vivir fuera del lugar propio. Y aunque la tradición de editoriales en el idioma es larga, esta todavía constituye un pequeño paisaje. Agujas en el proverbial pajar son los proyectos editoriales y las revistas y las librerías que convocan a leer y difundir el español en una urbe atravesada por el idioma.
Suponer que en el futuro este momento será un punto de referencia, resultaría más imprudente que inmodesto. Y no porque no creamos que eso puede ocurrir, sino porque la naturaleza de estos proyectos editoriales es la misma que comparte el idioma en destierro: hay cierta inestabilidad que hace que las raíces no arraiguen del todo y eso, en vez de ser un fracaso, se ve como una posibilidad. Posibilidad para que editores, escritores y lectores nos mantengamos a la expectativa, reimaginando muchas veces el panorama: el hecho de que estemos reunidos en este no lugar llamado Temporales, indica que nuestro punto en común, si existe, aún carece de nombre.
Quisimos reunir el testimonio de libreros, editores de revistas y proyectos editoriales porque este es, sobre todo, un reconocimiento de voces a las cuales une el entusiasmo, el éxodo, a veces la proximidad geográfica como mero accidente, razones por las cuales hemos coincidido aquí. Las fotografías de Franco Cárcamo que ilustran este número, expresan también ese viaje: el rastro del idioma salpicando una pared o una marquesina. De pronto escribir y leernos en este español localizado fuera del tiempo o anclado a él, nos permite ver que si bien somos una comunidad, nos movemos entre estar y no estar cuando nos quedamos a solas con nuestra lengua. Y que una lengua, en su infatigable movimiento, es un territorio de libertad que funda su propio mapa.