[Primera parte]
Si esta crónica fuese una fábula, Micky sería el encargado de distinguir a los buenos de los malos. Micky era fiel y entendía que su deber, como es comprensible, consistía en cuidar de los buenos. Por fortuna, los buenos pertenecían a su bando. Cada vez que llegaban los malos, sus ladridos desesperados alertaban a la familia Chaupe. De ser necesario, Micky detenía a los foráneos. Habían llegado en varias ocasiones a amedrentar a su familia. Él era testigo.
-Veía que la gente se bajaba y nos hacía problema, nos pegaban. Entonces él nos defendía.
Recuerda Máxima Acuña. Porque Micky, junto con otros cinco perros, ocho ganados, quince ovejas, cerca de treinta conejos, treinta cuyes y cientos de truchas, murieron degollados, envenenados o atropellados. Ella responsabiliza a ciertos efectivos de seguridad de la empresa Newmont, propietarios de la minera Yanacocha. Minera que, desde hace ocho años, acusa a Máxima y a su familia de usurpación agravada.
Al ver que la camioneta de la empresa se aproximaba, Micky empezó con los aullidos, los mismos que cesaron cuando el auto lo embistió.
-Lo hallé tiradito. Solo la sangre venía por su oído y venía por su nariz.
En aquella ocasión, ella recogió el cuerpo de Micky y decidió enterrarlo.
-Él cuidaba a mis animales. El zorro ya no se llevaba a mis ovejas. Ya no venían otros animales a hacerme daño. Lo mataron a mi perrito. Luego, el zorro se ha comido como cinco cabezas de oveja. Lo ha comido el zorro porque ya no había quién las cuide.
Al recibir el prestigioso Premio Goldman, Máxima Acuña, a modo de discurso de agradecimiento, optó por entonar una canción. En ella, recordaba con pesar la muerte de él. “Cuando mi perro ladraba / Cuando mi perro ladraba / La policía llegaba / La policía llegaba”, cantó en aquella ocasión. El arribo de la policía a su hogar era señal de alerta.
El comité encargado de otorgar el galardón, destacó que Máxima “se puso de pie para defender su derecho de vivir pacíficamente en su propiedad, un área apetecida por la minera Newmont y Buenaventura para desarrollar la mina de oro y cobre, Conga”. Desde hace treinta años, el Premio Medioambiental Goldman reconoce con 175 mil dólares a cada ganador.
-Bueno, nosotros lo tomamos como burla. “¿Qué va a ganar mi mamá? Se están burlando”. Los días pasan, nos llaman y nos dicen que tenemos que ir a sacar su visa. Mi mamá dice: “Voy por si acaso, tal vez no sea una burla”.
Recuerda Daniel, de veintiocho años. Él es el tercer hijo de Máxima Acuña y Jaime Chaupe.
Máxima tiene cincuenta años. Hace veinticinco se hizo poseedora de un terreno en Sorochuco. Dos años después, Yanacocha -la mina a cielo abierto más grande de Latinoamérica- llegó a la comunidad y le ofreció dinero, a su familia y a la de otros comuneros, para comprarles el terreno.
Muchos aceptaron. Jaime y ella dijeron que no.
Esta negativa, en apariencia banal, desencadenaría la confrontación más controversial en la vida de la familia Chaupe Acuña. Entonces corría el año 1996 y no lo sabían, pero la empresa minera a la que le dijeron que no estaba poco acostumbrada a respetar esa palabra. Durante los años siguientes vivieron sin mayores sobresaltos, hasta que en el 2011 Yanacocha los denunció por usurpación agravada.
Daniel tenía diecisiete años cuando decidió abandonar los estudios. Se había matriculado en un instituto que le otorgaría el título de Técnico en Mecánica. Las audiencias obligaban a que Jaime y Máxima, sus padres, se alejen del terreno. Debían ir a la ciudad a defenderse.
-Mi papá y mi mamá no tenían fuerza. Tenían que ir semanal a las audiencias, no había quien se quede en la casa. Mis hermanos no podían por el motivo de que eran estudiantes, estaban trabajando, ya tenían sus familias. Entonces, yo dije: Bueno, dejaré mi carrera y me iré arriba a apoyar. Y eso es lo que he hecho. Nunca me arrepiento. Si me quedo así, agricultor, sin ninguna profesión, me siento orgulloso.
Jaime y Máxima eran vecinos. Se conocieron porque pertenecían al mismo caserío. Ella era huérfana de padre y tenía una relación distante con Teófila Atalaya, su madre. Vio en Jaime la posibilidad de construir una familia.
– Mi papá murió. Realmente no había quién me dirija, quién me haga conocer. Mi mamá también no conocía ni una letra. Tenía un carácter muy fuerte, muy honesta. Mi mamá no tenía la idea de relacionarse conmigo. Ella viene de sus papás antiguos. O sea, no explicaban en palabras, sino todo lo veían como dar la maja, hablar fuerte. Así ese genio tiene mi mamá.
A pesar de la crianza recibida, Máxima es descrita como una madre afectuosa. Besa y juega tiernamente con Linda Máxima, su nieta, hija de Daniel con Maribel, su esposa.
-Es como si fuera una mamá para mí. Porque he tenido una confianza con ella. Con mi mamá no tenía la confianza casi, pero con ella sí. Nos comprendemos y es bien buena. Estoy orgullosa de ella.
Reconoce Maribel, quien nombró a su hija Linda Máxima. Linda, para recordar a una viajera holandesa que visitó la chacra cuando ella gestaba. Máxima, en homenaje a la lideresa medioambiental en la que devino su suegra.
-Es como si fuera una madre. Yo tengo una madre. Sí, es cariñosa pero no tanto. Pero la señora es más buena que la familia mía.
Asegura Néstor, un vecino de la zona que también ha sufrido las consecuencias de vivir en un terreno así de codiciado.
-Con la policía he tenido bastantes choques. Hasta me maltrataron. Me pegaron cuando salí a mi terreno. Me dijeron que estoy con la señora Máxima. Me engrilletaron. Me llevaron a lavarme a las doce de la noche por abajo por un río. Se llama la Cueva del León, que le dicen. Pucha, nosotros hemos tenido choques con la mina recontra fuertes.
Rememora, cabizbajo. Luego, evoca con nostalgia a Jackie Chan.
-Era bien bravo. Por eso, su nombre.
Jackie Chan era un rottweiler de dos años. Su muerte fue similar a la de Micky. Un auto de la empresa lo atropelló. Cuando Néstor les reclamó, negaron ser los responsables.
A ellos se suma Cholo.
-Resultó cortado el pescuezo. Por medio pescuezo salía su resuello. Imagínate hasta dónde llegan por una empresa que trata de hacernos la vida imposible, solamente porque quiere que nosotros abandonemos el terreno. Con todo se ha metido. Se ha metido con animales, plantas, comida.
Dice Daniel.
*
De la ciudad de Cajamarca a Tragadero Grande, ubicada en el distrito de Sorochuco, en la provincia de Celendín, hay una distancia aproximada de cuatro horas en auto. Salomón es un ingeniero forestal cajamarquino que se desempeña como conductor de automóvil. Él es el encargado de transportarnos.
-¿Listas para ir a la guerra?,
pregunta, mientras nos traslada al lugar donde pasaremos los próximos nueve días.
En aquel momento parecía una metáfora exagerada. Con el transcurrir de los días, entiendo a qué se refiere.
Llegamos a Sorochuco por la mañana. Nueve artistas, una abogada, una periodista, una curadora de arte y dos gestores de la asociación cultural Hawapi acampamos en el territorio que Máxima Acuña Atalaya defiende, ante un frío salvaje y un cielo brillante y celeste.
Hawapi organiza, una vez al año, desde el 2012, un encuentro itinerante de arte que congrega a artistas de distintas disciplinas en entornos de difícil acceso. Espacios que arrastran alguna problemática política, social o ambiental.
-Lo más interesante de Hawapi es su incorporación de otras lógicas para pensar las problemáticas locales. Este modelo de trabajo, aunque es muy visible en el circuito internacional, es poco difundido en Lima.
Explicó, hace algunos años, el curador de arte Max Hernández Calvo en una columna de opinión publicada en El Comercio, un conocido periódico peruano.
Las nueve artistas, Gilda Mantilla, Linda Pongutá, Sandra Nakamura, Katherine Fiedler, Mozhde Matin, Giannine Tabja, Aileen Gavonel, Muriel Olguín y Jessica Segall, llegaron al territorio de Máxima Acuña. Ella las recibe a todas hilando. Es una tejedora diestra. Crea chullos, mantas, chompas, entre otras prendas que permiten sortear el frío.
-De mi artesanía tengo el beneficio de poder buscar la economía, para con eso poderme ayudar y vivir. Tanto para mi alimentación, a veces para algo de mi medicina y para algunas cosas que a mí me falta. Porque yo, como no sé estudiar, no sé leer, nunca salí a la ciudad, no me acostumbré a la ciudad. Por eso, la ciudad me parece difícil. Esto es mi trabajo que yo tengo, mi artesanía.
Explica Máxima. Si bien no aprendió a leer ni a escribir, sí ha cultivado la tradición oral. Compone canciones que memoriza a la perfección. Su voz es suave. Sus letras, lúcidas y poéticas.
*
-Dios tarda, pero nunca olvida.
Le dijo Máxima a Daniel cuando supo que Katherine Fiedler, una de las artistas convocadas, planeaba sembrar 300 pinos de los más de 2,000 que perdieron un día que quisieran olvidar.
-La empresa vio que nosotros faltamos, fuimos a un vecino a ayudarlo y nadies estábamos en la casa. Y volvemos, revisamos y ya no había ninguna planta de pino. Se habían llevado todas las plantas de pino.
Narra Daniel, mientras trabaja la tierra. Los pinos tenían un valor aproximado de 2000 soles.
-La minera los arrancó todos, los arrancó. Es más, lo llevaron a la carretera y los chancaron con un camión. Súper violento, en verdad. Entonces, la idea de plantar pinos, aparte que tapa el cerco porque crecen, me parecía una idea bien bonita, como una respuesta a esa violencia. Lo de los pinos fue toda una inversión para ellos y la manera en que se los sacaron fue terrible.
Reflexiona Katherine. Cuando ella habla del cerco, se refiere a la estructura metálica que bordea un lado del terreno de la familia Chaupe Acuña. Un cerco colocado por comuneros de la zona a pedido de la minera Yanacocha. El cerco rodea toda la propiedad de Máxima. Está oxidado, pero cumple una función simbólica.
-Los mismos peones que pusieron el cerco tienen vergüenza de mirarlo. La mayoría de trabajadores eran adventistas. Ancianos de la Iglesia, pastores de la Iglesia.
Máxima también asistía a la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Al verlos construir el cerco por órdenes de la minera, decidió no regresar.
-En los hermanos no creo para nada, pero en Dios sí creo.
Muriel Holguín es una artista multidisciplinar que se propuso registrar los sonidos que acompañan el cotidiano de la familia, incluido el que emite el cerco.
-Fue una de las primeras cosas que me fijé. Tiene una simbología bien fuerte. Cuando ya manipulas algo como un instrumento, le quitas también un poco esa simbología de limítrofe.
De pronto, el cerco se convirtió, además de un instrumento de poder, en un instrumento musical. Muriel propuso un recorrido sonoro a través de la construcción metálica. Todas las participantes generaron sonidos propios que emancipaban al límite, le daban una utilidad. El cerco podía dejar de ser una sanción para transformarse en una posibilidad.
-El terreno de Máxima se vuelve un símbolo de poder, porque la empresa quiere demostrar el poder que tiene no solamente sobre la tierra de cultivo. Es muy pedagógico lo que la empresa hace, porque dice: Si yo dejo esto así, si no me impongo, pues no voy a dejar la lección fuerte de que nadie se meta conmigo ¿no? Insisten, insisten y no se dan cuenta que más bien es Máxima la que va acumulando un poder impresionante.
Dice Mirtha Vásquez, abogada defensora de Máxima. Ella tuvo que enfrentarse a los comentarios que cuestionaban su decisión de defender el caso Chaupe Acuña.
-Mis pobres hijos son hijos de los conflictos.
Lamenta, mientras recuerda que asistía embarazada a las audiencias.
-Yo me embaracé llevando el caso de Máxima. Esa situación a las mujeres nos pone en una situación emocional muy vulnerable. Para mí era durísimo, porque además tenía todo el cuestionamiento de mi familia diciendo: “Vas a perder a tu hijo por seguir yendo a esas audiencias en estas condiciones”.
Cuando Mirtha cuestionaba las trabas procedimentales, los jueces le preguntaban: “¿Quién la manda a embarazarse en un proceso judicial?”
-Yo me ponía a llorar. Me daba rabia que me vean llorar. Me ponía a un lado y me ponía a llorar. Eso era horrible. Yo decía: “Si yo fuera hombre, esto no estuviera pasando”.
Mirtha relata que, al ser mujer, recibió un trato discriminatorio al interior del sistema de justicia.
-Realmente sientes y hueles ese sistema en el que te sientes marginada y subvalorada.
Ella se enfrentaba a una empresa multimillonaria que tenía como abogados a los especialistas del Derecho Penal, los mismos que en su época de estudiante había leído y admirado. Tenía el deber de demostrarles que su patrocinada era una campesina defendiendo su territorio y no una criminal.
Mirtha reconoce la fortaleza de sus adversarios. No los minimiza. Comprende sus motivaciones y las examina.
-Yo me considero una chancona. Cada audiencia para mí era un examen de grado. Tú eres el abogado de provincia y la empresa te pone al mejor estudio jurídico de Lima…
El reto era enorme. Cuando le tocó enfrentarse a Arsenio Oré Guardia -dueño del estudio jurídico que defendía a Yanacocha, a quien Mirtha denomina “el maestro del derecho penal”, ella tuvo que armarse de valor para salir airosa.
-Yo había leído todos sus libros y decía: Cómo voy a pelear con ese señor. Es, además, muy arrogante. Elegantemente arrogante.
Sin embargo, peleó.
-Llegaba a la audiencia y decía: Mire, yo soy Arsenio Oré Guardia. Los jueces lo miraban. La fiscal creo que quería tocarlo a ver si es verdad. Yo misma nunca le había visto una fotografía. Veía su libro y no tiene. Yo lo miraba y decía: No puede ser…
Mirtha Vásquez se considera una desplazada. Desde hace un par de años, vive en Lima. Se marchó de Cajamarca huyendo del hostigamiento del que, asegura, fue víctima. Antes, claro, ganó uno de los juicios que la minera interpuso en contra de Máxima.
-Todos estos años de constante lucha con la minera me expusieron mucho en Cajamarca.
Ahora, busca iniciar una carrera política. En enero 2020, ganó un puesto en el Congreso de la República como parte del Frente Amplio, coalición política de izquierda liderada por Marco Arana, ex congresista, docente y ex sacerdote peruano que en el 2002 fundó la ONG Grufides, organización medioambiental a la que Mirtha ingresó apenas finalizó sus estudios universitarios.
Máxima llegó a la oficina de Grufides tras padecer un primer intento de desalojo.
-Entonces, le destruyen la choza, le quemaron la choza, le llevaron los enceres, los golpearon. Después de esa golpiza, ellos resisten ahí tres días a la intemperie. Luego, piensa Máxima: Hay que ir a buscar ayuda. Deja a los hijos ahí, al esposo y viene buscar ayuda con su hija. Todavía viene muy golpeada. Viene con Gilda. Gilda también estaba muy golpeada. Llega al gobierno regional. Como nosotros ya éramos conocidos porque defendíamos estos casos, la mandan para nuestra oficina.
Grufides es la organización que, desde el 2012, patrocina el caso de Máxima.
Maribel tenía 14 años cuando el episodio que narra Mirtha ocurrió. Mientras conversamos, ella lava los enceres al interior de la habitación en la que duerme toda la familia Chaupe Acuña.
-Lo tumbaron las chozas, nos dejaron sin alimento, nos dejaron sin abrigo. Nos fue complicado vivir.
Linda Máxima da vueltas alrededor de su madre. Abre un chocolate y me lo regala. Luego, llora porque Maribel lava los enceres y ella quiere que la mire. Linda Máxima es de lágrima fácil, y tiene las mejillas rojas y cuarteadas por el frío. Su madre les coloca suavemente una crema hidratante para evitar que sangren.
-Nosotros sembramos y al día siguiente venía la empresa, el personal, sus trabajadores, y lo destruían. A nosotros nos dolía mucho, porque, tú sabes, es un trabajo con muchísimo amor, que de la noche a la mañana vengan personas extrañas y te lo malogren. ¿Tú cómo te sentirías?, me pregunta Daniel.
¿Tú cómo te sentirías?
Versión original publicada en el libro del proyecto HAWAPI 2020.