Enrique Aureng Silva | Carlos Egaña
Ilustración por Jaque Jours
El símbolo que es Cuba ha sido fascinante para muchas personas a la distancia. Para algunas, es un referente en las luchas contra el imperialismo. Para otras, es un ejemplo de todo lo que no se debe hacer a la hora de gobernar. Pero no siempre se detienen las miradas en el país que es Cuba –en las vivencias de su gente, sus creaciones contemporáneas, sus comentarios sobre sus vidas. Así pues, Noel Alonso Ginoris (Cárdenas, Cuba · 1995) es una voz muy fresca que, desde la isla, nos ha atraído poderosamente. Pudimos conversar sobre sus poemas, sus posturas y sus pasiones, y creemos que sus respuestas son motivo para pensar más allá de las fronteras.
Tanto en los poemarios trueno y casa, que cuenta con ilustraciones de Yanier H. Palao, y Deshabitación, que posee ilustraciones de Jhensy Lucena Castillo, pareciera haber un vínculo bastante sólido entre lo escrito y lo retratado, lo pintado. ¿Qué papel, pues, juega el dibujo en relación a tu poesía: es definidor, evocador, una lupa, un telescopio o un gran angular para el texto?
Cuando comencé a escribir poesía siempre me decía que la parte visual no me importaba. Fui ingenuo, a veces uno cree que generar imágenes y metáforas no es visual. Algo así pasó con mi libro trueno y casa, que pertenece a una trilogía llamada Una temporada en Seibabo. Un amigo llamado Yanier H. Palao, que es un artista cubano, y está en el exilio en Ecuador me escribe para intercambiar una suerte de carta poética: yo le enviaba retazos de poemas, y él me correspondía con ilustraciones. Fue una comunicación tan rara. Sucedió un tránsito de la poesía a la imagen y de la imagen a la poesía, una retroalimentación que me resultó muy interesante. Cuando yo pensaba en trueno y casa, pensaba en el sonido del trueno, pensaba incluso en el sonido del trueno desasido de la tormenta. O sea, no había tormenta, no había nada, de pronto había un día de puro sol y un trueno rajaba la tarde. Yo me imaginaba esos sonidos que, además, dan un contraste muy raro entre el ambiente y el sonido. Así son las imágenes de trueno y casa; Yanier y yo no conversamos: fue pura interpretación. Y yo creo que mi poesía últimamente, después de ese libro para acá, se ha vuelto más visual. Yo he necesitado salir de la hoja en blanco, de la hoja impresa, de la hoja de Word, para hacer más cosas: para escribir sobre más soportes, lienzos, paredes, cuerpos.
Al principio siempre pensé el verso como una estructura inerte, inamovible de su forma. Luego me percaté que a través de intervenciones con otros soportes se generaban otras imágenes que quizá completaban la idea que ya tenía en la cabeza, y facilitaron otra recepción que era interesante, que era interesante incluso en espectadores no cubanos. La poesía cubana es muy endogámica, y no piensa a veces que la puede leer un español, o un mexicano, o que pueda ser traducida al polaco. No podemos negarle esa posibilidad de recepción al otro que está ajeno a nuestra geografía. Y de pronto con estas dinámicas de colaboraciones, de intervenciones artísticas se logran cosas maravillosas y se genera un idioma en el idioma, una gestualidad desde el silencio hasta el lenguaje. Eso trazó un camino para mí a la performance.
En el libro Notas para un martillo, insistes constantemente en la trifecta «héroe mártir asesino» como verso que se repite en varios de sus poemas. ¿Acaso todo héroe, cuando se mira desde la posteridad, es tanto mártir como asesino? ¿Vivimos en un siglo donde ya no tiene sentido buscar o construir héroes?
Siempre me parece muy ocioso generalizar dinámicas políticas y sociológicas. Yo no puedo pensar ahora mismo como pensaban los griegos sobre sus héroes, por ejemplo. Yo voy a pensar en Cuba, y esos poemas de hecho yo digo y sostengo que son poemas-sonidos políticos, que son frontales contra la dictadura que existe en Cuba. Yo estoy en contra de las epicidades impostadas. No creo en la sobresignificación de la persona. Significar a la persona como una deidad, un dios, eso de «hay que ser como él porque es el modelo, el ethos, la moral ad usum»: totalmente en contra de estos atuendos inmortalizantes y rancios. Antropológicamente, creo que la persona en su individualidad, es cosmológica, y tiende al bien. Incluso creo que la persona es especial, todo ser humano es especial. Y me molesta mucho que en Cuba uno se deba a los héroes. La existencia mensurada por la muerte. En Cuba estamos abocados a la muerte, o sea, está el «Patria o Muerte» como un lema que se relaciona al frenético alarido de los menesteres de la desmesura que nos cancela como individuos, y nos colectiviza en una suerte de guerrero eterno luchando contra la nada cotidiana. Y todo esto sucede en unas circunstancias tremendas, porque vivir en una isla es tremendo. Si vivir con fronteras es complicado, vivir sin fronteras es la desazón porque estás en desgeografía, en los no-lugares por antonomasia.
Y de pronto, uno se enfrenta a los héroes. O sea, «Estos son todos los héroes, elige uno, tienes que ser como él». ¿Por qué? No quiero, no quiero. De pronto veo un héroe que es un mártir –ahí mártir lo uso en el sentido griego, que es martirós, que significa testigo. Este héroe, este mártir, este testigo: ¡este asesino! Sí, destruir esas narraciones tramposas y beligerantes del ser perfecto es también llamarle asesino, descontrolar su areté, recordarles que su heroicidad, su testimonio de la guerra es una narración de sangre, confusión e injusticias.
El metarrelato nacional insiste en los héroes, los cuales siempre fueron «buenos, inteligentes, valientes, decididos» y cualquier otro adjetivo que se pueda repetir como mantra. Metarrelatar constantemente la isla, metarrelatar la historia: que de pronto el aborigen aquel se inmoló para que la Revolución del cincuenta y nueve llegara al país. Estos son los héroes que nos han construido. Y nos acercamos con misterio y desconfianza a la historia incluso de los que ni siquiera hablaron de nuestro idioma. Es la confusión y también el error. En Notas para martillo (libro publicado por Abismos del Suroeste ediciones, en España, el año 2020) ensayo en poesía esa ruptura contra la nada histórica a la que hemos sido reducidos como nación, frente a una narración despampanante y grandilocuente que bastante imposible resulta sostener.
Yo siempre me imagino en medio la Plaza de la Revolución –donde se hacen todos los actos políticos en La Habana- junto a veinte personas con martillos y yunques y calderos y dar martillazos y golpes al ritmo de los discursos más locos y fanáticos del dictador Fidel Castro. Yo lo pensaba a nivel de performance. Es que Notas para un martillo es muy sonoro. Hay tres videoartes que están en mi cuenta de Instagram de cuando presenté este libro, que son con sonidos. Es que es eso, es la estridencia de estos martillos rompiendo todas las dinámicas anquilosadas que suponen generar los metarrelatos, generar los héroes, generar los constantes mártires que a veces uno ni sabe de dónde salieron, pero ahí están modificando nuestra existencia porque de pronto tenemos que ser como ellos y asumirnos en la existencia resignificada del otro. ¡Es tan injusto!
Humberto Ricalde, profesor de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México, decía que sitio no es lo mismo que lugar: lugar es cualquiera, sitio es un punto determinado al que uno lleva una idea para transformarlo. trueno y casa y Deshabitación parecieran tener ese conflicto presente. ¿Es este dilema inevitable en tu poesía, así como en buena parte de la poesía cubana?
Ha pasado algo con los escritores cubanos que no sabemos qué es. En los últimos meses hemos visto a las artes visuales muy presentes en el quehacer del activismo político y artístico, apostando por un cambio en la isla. Sin embargo, los escritores no los vemos ni a favor ni en contra. Somos muy pocos los escritores que nos hemos alzado y hemos dicho cosas muy puntuales. Pero sobre la escritura de la isla, la gente ha preferido hablar de otros temas menos comprometidos. De pronto en Cuba están pasando cosas muy puntuales, y muy serias; hay artistas presos por sus obras, hay escritores presos, hay personas presas como resultado de juicio sumario y su único delito es expresar su opinión respecto a la pésima gestión del gobierno. De pronto vemos a escritores cubanos jóvenes escribiendo sobre las flores que están creciendo en este país. Que uno dice, Claro, son libres de escribir, pero venga, hay una circunstancia que está fuerte, ¿qué tienes que decir sobre eso? Algunos jóvenes poetas insisten en armarse simbólicamente un espacio, trillado, aburrido, domesticado, para evadir la censura y caer en gracia con los mediocres sistemas de publicación, que resultan los únicos legales para publicar en Cuba y, por supuesto, están siendo controlados todo el tiempo por censores y ventajistas.
Sobre el tema del lugar, del sitio: lo que pasa conmigo y con las cosas que yo escribo es que yo siento que vivo en un no-lugar. Vivir en una isla es vivir totalmente aislado [risas] y más en Cuba. Cuba está incomunicada. No es que uno tenga una red de viajes por la que puedas viajar a otras islas del Caribe, Cuba está incomunicada. Para salir de Cuba, el papeleo que hay que hacer es, en fin, podría estar horas hablando y hablando de esos papeleos y no llegar a ninguna conclusión, son a veces hasta ridículos. Sin embargo, cuando uno se enfrenta a todas estas cosas, se para en un punto de Cuba y mira el mar, dice Ay Dios mío, ¿qué tengo a mi alrededor, qué me circunda? Es lo que dice Virgilio: «La maldita circunstancia del agua por todas partes». ¡Somos un no-lugar, somos un no-espacio, no nos transita ningún avión por encima! Vivimos en una burbuja de los sesenta, con la flácida idea del hombre nuevo en la cabeza. Nos enfrentamos entonces a espacios que a veces tenemos que construir. Por ejemplo, yo decía que trueno y casa, que pertenece a una tríada donde también están sin embargo mueren los peces e iglú de polvo. Esos tres pertenecen a Una temporada en Seibabo. Me han preguntado ¿qué lugar es Seibabo?: es un campo, una loma, perdido en la nada, en el centro del país, nadie recuerda su existencia. Y yo he querido construir en mis libros Seibabo. Como mismo construí Cárdenas, mi ciudad natal, en un libro que se llama las causas de la humedad. Yo las he querido construir, porque no están construidas, no existen. Es fácil hablar de la habana o el malecón o de la estética del pobre bueno. De pronto lo que sabemos de Cuba es que es La Habana entera. Cuba es un mercado reducido solo para los extranjeros. Y para nosotros no hay nada. Las metáforas están vaciadas. De pronto tenemos que reconstruirnos. Entonces yo insisto siempre en construir no-lugares, cosas que no existen, espacios a los que no vas a acceder normalmente porque están destruidos y su significación es nula para el todopaís que deja fuera de sí todo el país.
Es muy difícil acceder a Cuba, poéticamente hablando, desde un control metafórico. Yo creo que el único que ha logrado hablar de Cuba con una firmeza poderosa ha sido Virgilio Piñera en su poema “La isla en peso”, que además, es un gran análisis antropológico. Yo creo que es de los pocos que ha hablado de, por ejemplo, las tradiciones taínas que teníamos, la mixtura violenta– entre los taínos y los españoles. ¡Nadie en la poesía ha hablado de eso!
Muchas veces, se cita en tus biografías que le temes a las islas. Resaltan, en la misma onda, las palabras finales de trueno y casa: «Una perra es una isla. Una isla le ladra a los truenos. Una isla perra es una casa». Más allá de cualquier crisis política que pueda haber en Cuba, ¿qué otros aspectos de una isla motivan, a través del horror, tu poesía?
Yo nunca he visto la isla desde fuera, nunca me he montado en un barco y he visto como luce la isla desde fuera. Me he montado en un avión y la he visto desde arriba, y desde arriba cuando uno va viendo a la isla hacerse pequeña, uno dice «Dios mío, uno cree que es el centro del universo y vive en un chispazo de tierra en medio del mar». Son increíbles los egos desubicados que a veces se nos impone en esta isla.
Yo le temo a la isla por lo mínimo, le temo por la soledad. Creo que vivir en una isla, ser de una isla, es estar terriblemente solo, abandonarse a la suerte. Yo sé que hay un proceso migratorio muy amplio en el mundo entero, no estoy seguro cómo funciona esta dinámica en el resto de las islas del Caribe, sé algo de Haití, sé algo de Dominicana, pero del resto me cuesta tener datos certeros. En Cuba hay una maldición que nos ha seguido y es la de perdernos en el mar tratando de llegar al Norte. Yo conozco gente que murió en el mar, hijos de amigos de mis padres, conozco amigos de mis padres que se marcharon en barco. Cuando digo barco, hay que pensar que es un cartón, una espuma de goma o neumáticos de tractores, y hay gente que se iba así. Muchos lo lograban. Llegaban, por supuesto deshidratados, pero otros no. Fueron muchos los que no. Ahora mismo, siglo XXI, hoy por hoy, 2021, hay mucha gente que no lo logra.
Vivir en una isla es eso. En el mar no te puedes esconder, o llegas o no llegas. La isla para mí siempre ha estado connotada de eso, de migración, de pérdida, de muerte y de mucha, mucha soledad. Entonces yo le temo a todo eso. También hay un trauma antropológico muy fuerte.. Yo le temo a las islas desde siempre, es un miedo incorporado.
Una sostenida hilación de palabraslargas coquetean con lo maleable del lenguaje en varias de tus obras. Nos recuerdan un tanto al alemán y al náhuatl, lenguas en que el significado muchas veces se da por asociación. El uso de estas palabraslargas en tus poemas, ¿se da por sentido, por fonética, por tema visual? ¿Nace de la influencia de otra lengua?
Una de mis profesiones es ser traductor. Además del inglés, del francés y obviamente el español, las otras lenguas que yo hablo son latín antiguo―que lo estudié en la carrera―griego antiguo, griego moderno―que practico―, catalán, gallego e italiano. Entonces conocer varias lenguas romance me ha ayudado mucho a entender el lenguaje. Yo estudié Filología Hispánica y cuando recibí Fonética y Fonología yo siempre me parecieron interesantes las asociaciones de los sonidos de una palabra con otra, incluso generar una nueva palabra para generar un nuevo sonido.
Primero, a nivel visual. Me gustaba como se veía porque además molesta, causa extrañamiento. Hace poco terminé un monólogo que se llama Intervención de Yocasta, en el que varias veces uso el término dienteperra. Y me invento una flor que se llama flordepaís. Estas creaciones me gustan porque me parece que son sinceramente mías (no la idea de unir palabras, sino la palabra que concibo para determinado poema-gesto).
Hay muchas palabras del griego que intento conectar con el español, aunque en español no estén aceptadas por la academia. Con esto creo que voy generando un campo semántico propio del poema. En los últimos tiempos he intentado escribir poemas sonoros, donde el sonido es lo que más pesa, a veces son poemas que a primera instancia no significan nada. Esa es la idea, que el campo semántico sea transferido, que no se quede solo en el papel en blanco.
Recientemente, montaste en Instagram registros de un performance titulado País imposible, en el que pintaste sobre la espalda, los brazos y las nalgas de Ray Veiro, otro escritor cubano de tu generación. ¿Cómo se conecta, en tu labor, la poesía con el performance? ¿De qué manera este vínculo, así como lo pudiera ser el vínculo de tus versos con el dibujo, materializa alguna postura política?
País Imposible es un gesto performático que aún no está terminado, lo terminaremos pronto. Ray Veiro es un artista cubano, no solamente escritor ―de hecho ya escribe menos de lo que hace performance―, y debo decir también que es mi compañero de vida, es mi pareja, y tenemos juntos varios proyectos de performances. Uno de ellos es PseudoDrama, del cual muy pronto se tendrá noticias.
Yo creo que llegué a la performance por necesidad. No estoy seguro quién tomó a quién primero, si yo llegué a ella o ella llegó a mí. Lo que sé es que en un momento necesité otro lugar, otro soporte. Hubo un tiempo en que dejé de escribir, en que ya no me bastaba escribir un libro y presentarlo a un concurso o una editorial. Ya no quería eso. Yo lo que quiero ahora es la acción, pienso los poemas incluso para gritarlos, para tirarlos por la calle y que los recoja la gente. Tengo una necesidad y esa necesidad el libro no me la puede cubrir.
Entonces pensamos en País Imposible que consiste en escribir frases en el cuerpo de las personas. En Cuba hay una dinámica en la que yo no puedo escribir murales ni pararme en la calle y leer poemas. Primero iría preso, luego me aplicarían la Ley 35, la Ley 270, la Ley 349, y otras que se aplican a los artistas e intelectuales cuando hacen ese tipo de cosas. De pronto todo en este país es ilegal, el arte se ha convertido en zona de delitos para los militares que gobiernan el país. Yo no puedo pintar la fachada de mi casa con un poema. Imposible, voy preso, porque es ilegal, en mi casa, ¡qué locura!. Lo único que uno puede pintarse es el cuerpo. Mi cuerpo es mío, su cuerpo es de él. Yo le preguntaba a la persona ―porque hubo más gente en el proyecto, no solo Ray Veiro― si estaba de acuerdo, le decía «mira, no sé qué es lo que te voy a escribir, conversemos, y luego escribiré en tu cuerpo». No tenía un guión, todo fue improvisado. Y yo pensé, esto no hay manera de que lo penalicen porque es el cuerpo, porque el cuerpo de la persona es de la persona, no es tuyo, no es del estado y no le pueden hacer nada.
Y así nació País Imposible. Ese es mi país. El espacio que no nos han querido dar, el muro donde no nos han dejado pintar. No me dejan publicar en Cuba, pues bien, no publico en Cuba; no me dejan pintar un muro, ok, no pinto un muro; no me dejan ir a un festival de poesía, ok, no voy al festival de poesía. ¿Qué hago, cómo vivo? ¿No lo hago? Pues sí lo voy a hacer, voy a buscar la manera. Y la encontré en el cuerpo. Y ese es el País Imposible.
Entre los epígrafes de Como un monte que derrumba, podemos resaltar a Eliseo Diego, Alejandra Pizarnik y José Martí como referencias. En Notas para un martillo, a T. S. Eliot y Sylvia Plath. ¿Hemos de asumir que estos poetas están entre tus mayores influencias? ¿Haría falta agregar a alguien para la mejor comprensión de tu rumbo como poeta?
Sí claro. Mira, ahí falta por ejemplo Virgilio, Virgilio Piñera, que fue mi primer gran poeta, yo creo que gran amor, sin duda. Y Reinaldo Arenas también falta ahí. Hay un texto de Reinaldo, Antes que anochezca ―que es como su testimonio de vida―, y en la introducción, que escribió antes de suicidarse ―recordemos que Arenas se suicidó porque tenía SIDA en etapa terminal―, Reinaldo cuenta que al final de su vida él vivía en Nueva York pero ya estaba muy mal, tenía unas condiciones muy precarias de vida, y dice que al llegar de una gira en Francia, ya muy maltrecho, sintió que iba a morir. Pero le faltaban por terminar dos novelas para culminar su Pentagonía, y también su Leprosario.
Bueno, dice que llegó a su casa en Nueva York y fue directo a una foto que tenía de Virgilio Piñera y le dijo «óyeme bien lo que te voy a decir: necesito tres años de vida para terminar mi obra, que es mi venganza contra todo el género humano». Cuenta Reinaldo que el rostro de Virgilio se ensombreció de pronto y tres años después ahí estaba él terminando la introducción de Antes que anochezca.
Cuando leí eso pensé: eso es, justo eso. Hay poetas que son deidades, que son santos, uno les pone vela y todo. Y Virgilio y Reinaldo sufrieron y temieron esta isla, la temieron mucho, y por eso me identifico con ellos. Pienso también en un personaje como Vicente Huidobro allá en Chile, y pienso en miles. Yo he sido un lector casi al borde de la obsesión. Pero sí puedo decirte, así con pinceladas: Piñera, Arena, Allen Ginsberg, Jack Kerouac, a quienes puedo nombrar sin miedo a nada.
Noel Alonso Ginoris (Cárdenas, Cuba · 1995) es escritor, editor y traductor. Su obra de teatro Antífona o la terrible repetición, mereció la beca de escritura Can Serrat, Barcelona, 2021. Su libro de poesía Pena de muerte obtuvo el I Premio Internacional de Poesía Jorge Mágico González y ha sido publicado por la editorial Aquiescencia, México, 2021. Colabora con varios medios de prensa independientes en Cuba. Actualmente vive entre Cárdenas, Seibabo y La Habana. Le teme a las islas.