Por Alexander Castillo Morales
Hablamos con Juan Álvarez, escritor y profesor colombiano, sobre el proceso de escritura de Naturaleza Común (2021), libro de no ficción hecho con excombatientes de las FARC – EP, quienes en once relatos reconstruyen sus memorias, temores y anhelos a partir de la relación con la naturaleza en la que se movieron durante su vida en la insurgencia. Este libro digital es el resultado de una de las líneas de investigación de la Maestría en creación literaria del Instituto Caro y Cuervo en asocio con el Centro de Memoria Paz y Reconciliación, que busca salir de la dicotomía víctima / victimario con el fin de generar otros ángulos de conversación con los actores del conflicto armado.
Partamos de lo siguiente, ¿cómo se establece la relación entre ustedes y el Centro de Memoria Paz y Reconciliación para llevar a cabo este proyecto?
La relación entre las dos instituciones fue un encuentro armonioso. Nosotros, de un lado, desde 2014, 2015 y 2016 que es cuando tomó forma la Maestría en Escritura Creativa y su línea de investigación, empezamos a cambiar la manera como se hacían los proyectos de extensión o educación continua en el Instituto, que básicamente eran cursos para gente en Bogotá sobre literatura, talleres de guion o algún tema relacionado. Nos parecía que al Instituto le faltaba interlocución y presencia en las regiones del país, más allá de los centros urbanos. Esto implicaba problemas delicados de dinero y logística, porque el instituto no tiene suficientes recursos para pensar en una cobertura nacional en términos de visita y de enseñanza. Entonces empezamos a buscar aliados y tuvimos una primera experiencia que en ese momento se llamó el Diplomado Pacífico en Escritura Creativa, que durante cuatro meses con una semana de inmersión en la selva, consistía en visitar los cuatro departamentos que conforman el pacífico colombiano: Nariño, Cauca, Valle del Cauca, y Chocó. Reunimos un grupo de narradores afro entre estudiantes, profesionales y líderes comunitarios con el propósito de ampliar el acervo de relatos sobre bosque y territorio de las comunidades afro en Colombia, objetivo de la ONG aliada. Con esta experiencia descubrimos que podíamos prestar asesoría para ayudar a producir relatos, afinarlos y pensar cuáles eran las mejores formas de publicación y circulación.
Yo creo que hay una cierta reverencia, una cierta dificultad y distancia entre la gente común, las comunidades, y la posibilidad del relato y de la escritura literaria afinada. En ese orden de ideas estamos pensando en cómo inventar metodologías, mecanismos y grupos de trabajo para acercarnos y producir con estas personas o comunidades ese relato, que de otra manera probablemente no existiría. A eso yo le llamo escritura colectiva, escritura comunitaria. Ejemplo de ello es un volumen con la red comunitaria trans, dirigido por Giuseppe Caputo, coordinador de nuestra maestría y, a propósito, egresado de la Maestría de NYU. Él junto con 6 lideresas, mujeres trans, extrabajadoras sexuales del barrio Santafé, en Bogotá y un grupo de nuestros estudiantes produjo un volumen muy bello, que se llama Encorazonadas, disponible en nuestra página. Estábamos en ese camino cuando apareció el Centro de Memoria Paz y Reconciliación con la idea de un enfoque de reconciliación alrededor de propósitos comunes. Así fue como nuestros intereses se encontraron muy rápido y las dos instituciones hicimos alianza alrededor de la naturaleza como propósito de unión.
En una entrevista usted dijo que hacer que los excombatientes de las Farc – Ep elaboraran narraciones de su vida desde la óptica de la naturaleza permitía ir más allá de esa dicotomía tan fuerte en Colombia de victimario – víctima. ¿Este proyecto nació con el fin de contribuir con la construcción de memoria sobre la guerra en Colombia más allá de esta dicotomía?
Al Centro de Memoria Paz y Reconciliación este esquema les resultaba bastante simple; una dicotomía en la que aparecen unos pidiéndole perdón a otros, otros deseando la venganza sobre otros, y otros aceptando la petición de perdón sobre unos y otros. Esto no responde a la dificultad para reencontrar a un país entorno a propósitos comunes. Yo creo que este proyecto, no quiere intervenir en eso que tú llamas memoria de guerra, si no en las desmonopolización del discurso alrededor del orden público.
Colombia es un país particularmente obsesionado con el relato del orden público, porque estamos demasiado convencidos desde las instituciones y el Estado de la obligación de dar una batalla contra las drogas, una guerra internacional que determina el orden institucional de miles de cosas más: entre ellas, las relaciones entre el Estado con las comunidades y el campesinado. Una relación, en mi opinión, bastante equivocada. La manera de minar esa convicción de que el orden público es la prioridad en Colombia es pensar en las complejidades; yo creo que una de las grandes complejidades del conflicto armado colombiano es que así como produjo mucho daño, mucho dolor, muchísimas víctimas: nueve millones de personas, desplazados en cantidades alarmantes, produjo un fenómeno paradójico del que poco se ha hablado, que creo que sí se ha estudiado, pero apenas hace parte del discurso público, y es que muchas de esas organizaciones insurgentes, las comunidades indígenas que estuvieron en medio de esa guerra, como actores o como víctimas o como terceros no involucrados, han hecho protección de facto del medio ambiente. Esto está absolutamente probado.
Desde 2016, 2017 cuando las FARC empezaron a movilizarse y a concentrarse en las zonas veredales transitorias la deforestación en la Amazonía se desató. Ellos por las razones que sea, que uno esté de acuerdo o no, hacían de guardianes de bosque. Y en ese orden de ideas este proyecto apunta a esa memoria de la complejidad del conflicto, de que así como se produjo bastante dolor, en Colombia también se cuidó muchísimo de la biodiversidad. Por eso en estos años que las FARC llevan desmovilizadas ha habido una nueva discusión por los recursos naturales, están los que promueven su protección y los que aspiran a explotarlos. En esa tensión medioambiental las organizaciones civiles de las comunidades están intentando proteger el medio ambiente en sus lugares frente a los intereses de explotación y un modelo de desarrollo económico que necesita el fracking y las fuentes de agua; es una tensión que a su vez es internacional. Antes estaba un poco detenida, porque había muchos lugares del país a donde esta idea de desarrollo no llegaba porque había guerrilla. Esto es lo que está en juego más allá del esquema victima / victimarios.
Sí, a mí me pareció llamativo que haya relatos como el último en el que se exalta el papel de la guerrilla como regulador de las relaciones entre los pobladores y la naturaleza, previniendo la tala indiscriminada, la caza y pesca indiscriminadas, ¿Ahora quién lo hace?
Es una respuesta compleja, eso hay que verlo departamento por departamento. Hay demasiados actores que lo hacen con intereses muy diversos. Ese aspecto está por estudiarse. Por un lado están los Pelusos, Los Tanquetas, el ELN, las disidencias de las FARC y muchos otros.
En el prólogo uno de los aspectos centrales se refiere a pensar la naturaleza como escenario social complejo para el encuentro y la reconciliación. ¿Qué se logró en esta conexión entre naturaleza, encuentro y reconciliación a través de este proyecto?
No sé qué se logró con exactitud. El volumen de once relatos que es un aporte desde su propia naturaleza, humilde y sencilla, abre una posibilidad, otro ángulo de conversación pública y de discusión que ha tenido poco trato. A las FARC y sus combatientes acorralados los están asesinando; están tratando de hacer política, pero difícilmente se los permiten; además, tienen una enorme responsabilidad judicial a la cual deben contestar porque están todos conminados a responder sus procesos ante la Justicia Especial para la Paz -JEP-. Frente a este proceso está la idea o ficción de que el proceso de paz fue un gran abanico de impunidad porque no hay sentencias todavía. La JEP está trabajando en estas sentencias, van llegando, está apareciendo la verdad. Lo cierto es que hay una gran hipocresía, se trata de torpedear el proceso y hacerlo difícil para que el tiempo siga pasando y parezca que no va a dar resultados. En medio de toda esta dificultad es muy poco lo que se conversa o se interpela a los excombatientes sobre otras dimensiones diferentes a la guerra. Solo se les pide que hablen del combate, del dolor que produjeron, de los crímenes de los que son responsables; y, yo creo que para hallar caminos de reconciliación, a las FARC hay que escucharlas en otras dimensiones. No solo por lo que esto produzca, sino por lo que también abre en la sociedad civil. A veces uno piensa que la comunicación es lo que alguien dice; pero, no solo se trata de que alguien se pronuncie, sino de lo que dice y abre en los escuchas.
Así, Naturaleza Común es una posibilidad para contar ese otro porcentaje del tiempo en el que los guerrilleros no estaban en combate, que es muy grande. En su lógica de conducción se la pasaban escondiéndose. La lógica de guerra de la guerrilla es estar escondidas para luego hacer intervenciones armadas más o menos pequeñas y lograr controles territoriales para poder sobrevivir en sus aspiración delirante de llegar al poder. Mientras ellos estaban en ese delirio de consecución del poder por la vía armada, pasaban mucho tiempo escondiéndose, de modo que esto significaba hacerlo en los ecosistemas en donde iban estando, eso implicaba una comprensión muy grande de dichos ecosistemas, saber dónde estaban sus fuentes de agua, cuáles eran sus climas y cuáles eran sus ciclos de alimentación. Esta comprensión los hacía tener un vínculo significativo con el ecosistema y con las poblaciones que estaban allí, esto involucraba un conocimiento sofisticado de la naturaleza, además de la protección de estos para poder vivir escondidos.
Aquí hay algo que me interesa mucho pensar, no estamos tratando de pensar en las FARC como algo incomprendido que estaban cuidando el bosque. No. Tampoco se trata de una idealización. Ellos estaban en un conflicto y de manera indirecta terminaron protegiendo grandes sectores y territorios del país porque estaba en su lógica. Eso está en muchos de los textos. Y en términos de reconciliación, creo, que produce una oportunidad de apertura de escucha de la sociedad civil. Lo que ha pasado también con el acuerdo de paz, es que la sociedad ha estado muy poco abierta a lo que es posible escuchar en un futuro en términos de este acuerdo, porque, claro, hay una ideología y unos intereses políticos que están bombardeando y atacando este acuerdo permanentemente. Muchas veces con reclamos democráticos que podrían resolverse, pero también con una cantidad de mentiras voluminosas.
Quisiera que nos detuviéramos en la presencia de la naturaleza, en los relatos hay diferentes percepciones: se le ve como la casa, como un lugar terrible, ya hemos dicho como el lugar para ocultarse, el de la reserva natural y la que tiene un lenguaje propio. ¿Qué lo sorprendió de los relatos en este sentido?
A mí me sorprendieron varias cosas. Un vocabulario operativo para vivir en ese territorio, para nombrar sus nuevas cosas, mezcla de lo que el campesino probablemente nombraba así y de lo que este otro sector de las FARC, que son las personas que venían de redes urbanas o de universidades o de las militancias políticas como la Unión Patriótica. En el vocabulario nombran la manera como hacían sus campamentos, como cocinaban, como se movían. Es muy grande y a mí como persona interesada en el lenguaje me dio mucho gusto conocerlo. Me sorprendió también la habilidad discursiva de todos ellos para moverse en una cornisa muy delicada entre la consciencia de las cosas medioambientales jodidas que pudieron tener que llegar a hacer y esa supervivencia permanente en la que estaban. Recuerdo que en las conversaciones del laboratorio era muy importante puyarlos y ser cero condescendiente y ponerlos en aprietos, hacerlos confrontarse un poco. Les decía, si de estos hacemos un panfleto llano en el que ustedes se presentan como superhéroes guardadores del bosque, esto probablemente no va a funcionar. Esas conversaciones fueron muy delicadas, bien difíciles. Ellos, de algún modo, reconocen que la lucha armada no era el camino para la acción política y que en eso estaban cometiendo un error, pero están muy muy lejos de arrepentirse de haber tomado las armas y están muy lejos de pensar que su actividad de insurgentes es insensata. Ellos están convencidos de que hay una razón legítima para levantarse en armas contra un Estado que no protege, que violenta, que no representa genuinamente la diversidad democrática del país. Fueron conversaciones densas, bien difíciles porque en muchos sentidos no estoy de acuerdo con eso, pero eso no era lo importante, no se trataba de dónde estaba yo. Me sorprendió su habilidad retórica para moverse en esas aguas difíciles, que al final de cuentas es fruto de una experiencia densa y compleja.
En ese mismo orden de ideas, me sorprendió que sí encontramos un ángulo atractivo para el lector o el escucha que los resiente, que tiene muchas diferencias con ellos, que no se siente representado políticamente, que piensa que todo lo que sucedió en los 53 años de guerra fue responsabilidad de ellos y que si no hubieran hecho lo que hcicieron, el Estado no hubiera respondido con la violencia que también empleó. Es una discusión muy larga; pero me asombró que este ángulo es incómodo para todos. Es incómodo para el escucha porque tiene que reconocer algo que la guerrilla hizo bien y también es incómodo para la misma guerrilla, porque tiene que reconocer que su partido Comunes hoy no tiene una agenda medioambiental poderosa. El proceso me ayudó a mí también a imaginar que este enfoque de ponerlos a ellos a hablar y a la gente escuchar es algo todavía por crecer aún más.
El segundo relato plantea la oposición entre la alfabetización convencional (lectura/escritura) con la alfabetización para leer la naturaleza ¿Cómo ve esa percepción de la naturaleza como lenguaje?, ¿piensa que se podría seguir explotando este camino de indagación?
Este fue probablemente el relato más importante de todos en el proceso colectivo inicial, porque fue el primero que tomó forma. Todos los relatos se iban conversando, en cada sesión se iba viendo quién avanzaba. Una vez se hizo este primer relato, hecho por Doris, fue una especie de relato ancla. Les hizo pensar a los demás “ah, esto puede ser no solamente sobre mi experiencia, puede ser sobre la experiencia de otro, puede ser una memoria sobre otra persona, no es necesario que sea la mía.”
Doris, la autora, estuvo 14 años en la cárcel y es allí en donde descubre la lectura y la escritura. Ella empezó a contarnos, “después de tantos años me vuelve a la cabeza un compañero que tuvimos que era asombroso, porque el hombre simplemente estaba ahí como un animal que entendía todo y veía lo que nadie más podía ver”. Empezamos a trabajar con ella, a entender de qué se trataba. En un momento dado apareció esa metáfora estructurante, porque en la realidad propia de las FARC ellos estaban en la obligación de alfabetizarse como parte de lo que la guerrilla le exigía a cualquier campesino que se uniera: alfabetizarse. Les decían que todo revolucionario debía alfabetizarse, por eso, ellos tenían que cargar un libro, tenían que leer permanentemente.
Ella fue descubriendo que su compañero tenía un trauma de infancia muy grande porque a él de niño le pegaban para enseñarlo a leer y escribir, y nunca aprendió, como tampoco lo hizo en la guerrilla. Esa metáfora estructurante entre la alfabetización de los letrados y la de la naturaleza enriqueció mucho este relato, y tiene una cosa universal muy bella, que es sacarnos de nuestras estructuras convencidas de lo que es la educación correcta; de esa idea de leer y escribir nuestra, de quienes consideramos que la palabra es el dominio del mundo, casi como único recurso para recorrerlo. En ese contraste se desarrolla Rollizo, que no sabía leer y escribir pero entendía el medio vital en el que se movía, el de la naturaleza.
Y me pregunto, me parece una pregunta preciosa, casi de ciencia ficción: ¿qué tipo de democracias hubiéramos construido hace doscientos años, trescientos, si el lenguaje que hubiéramos elegido para construir igualdad entre los hombres y mujeres y el lenguaje común democrático hubiera sido un lenguaje de lectura de la naturaleza y no lectura de los libros? Me parece una premisa alucinante.
La presencia animal es algo que atraviesa la mayoría de las historias. Pero me quiero referir a ese primer relato, “La espiral del caracol” ¿cómo apareció el caracol en la narración y la memoria de la autora?
Eso fue alucinante. Disney Pauline es el nombre de la autora, una mujer de extracción campesina, absolutamente brillante. Con ella tuvimos las primeras conversaciones divertidas del laboratorio. Ella utilizó el método de oreja, cerecano al que empleaba Alfredo Molano, y para ello, se desenvolvió a través de entrevistas. Ella iba contando y contando muchas cosas, mientras, Cristian Rincón, uno de los asistentes de investigación, estudiante de la Maestría, iba recogiendo ese texto. Luego, entre los dos lo fueron consolidando de manera escrita.
Aunque ella tenía muchas cosas por contar, el núcleo era que se había incorporado muy joven a la guerrilla; si no lo hacía se suicidaba. Ya lo había intentado, pero no había podido. En su casa vivía muy amargada. Entonces, para huir del dolor que vivía en su casa se unió a la guerrilla, pero se encontró con un régimen de disciplina en donde tampoco logró escapar de esa amargura por completo. De modo, que vivió esa tensión de hacerse guerrillera a los 14 años y al tiempo seguir siendo niña, cuando en realidad estaba buscando una casa. Me acuerdo cuando en las sesiones empezó a relatar sus juegos; según ella, era muy desordenada y le costaba mucho concentrarse y para sobrevivir a esa vida se la pasaba jugando. Apenas vimos que uno de sus juegos era romper caracoles, dijimos: “ahí está el relato; pero pobres caracoles”. Nos dijo, “yo no pensaba en eso, eran tantos que a mí no me importaba que se muriera un caracol contra otro”.
Empezamos a darle textura a esa agresión entre caracoles, que al mismo tiempo era su manera de aprender puntería, y al tiempo le permitía distraerse del dolor de estar ahí huyendo de su casa. También nos contó que llevaba cuadernos, le gustaba mucho tomar notas, pero se le fueron perdiendo. El problema con los cuadernos era que los tenían prohibidos. Nadie podía tomar notas porque en cualquier bombardeo les podían quitar los cuadernos con esa información de inteligencia. Sin embargo, nos mostró el último que le quedaba. Esa página con una lista del mercado con números es la que está en la imagen del relato. Así fue como se entretejieron esas notas con el caracol para generar las diferentes dimensiones del relato.
Y estoy de acuerdo que esa imagen del caracol también es la de la víctima.
¿Cómo encuentra esa interrelación con el mundo animal de los autores a través de su experiencia de guerra?
Uf! Es una pregunta para la que probablemente no estoy preparado. Sin embargo, por ejemplo, el texto de las hormigas guerrilleras nos costó mucho trabajo porque cuando ella empezó a hablarnos de estas y empezó a mostrar partes escritas no era muy claro si se estaba refiriendo a un tipo de hormiga que había identificado o si era una práctica para distraerse observando diferentes tipos de hormiga. Sin embargo, quedó claro que eran las dos cosas. En una guardia de esas de seis horas, los guerrilleros duraban horas mirándolas y luego empezaron con ese delirio de que estas se atacaban con el comején y así empezaron a verse reflejados. Luego investigamos y descubrimos que se trataba de una hormiga en particular, la megacanera; pero ella no tenía claro esto. Entonces, le mostramos imágenes de estas y dijo, que esa sí era la que seguían.
Nosotros hicimos un esfuerzo por pasar de lo que en principio fue un anecdotario personal a unos temas estructurados para que hubiese unos desarrollos diferentes. En ese proceso, fue necesario distanciarnos del miedo que contrasta con esa idea romántica de la naturaleza, de que se la pasaban en parajes muy bellos, en algunos momentos sí; pero en la mayoría, no era así. Ellos decían, “vivíamos cagados del susto, con ese hijueputa frío y con esos dolores en el cuerpo al terminar la marcha y esa selva tan salvaje…era muy difícil y la naturaleza no ayudaba”. Pero sí les ayudaba porque al fin de cuentas tenían agua y las ramas que cortaban para hacer el rancho y dormir. Sobre todo los de extracción de ciudad pasaron por un periodo de “no lo voy a lograr, no tengo lo que se necesita para estar acá”, de “ me da mucho miedo, esto es muy duro y aquí uno se puede morir muy fácil”; no porque lo bombardeen o venga el ejército, sino porque una fiebre o un animal los puede matar. Entonces, salir de esa narrativa fue difícil. Lo mismo pasó con los animales. ¿Cómo pasas de tener un primer contacto con una boa y sientes que te mueres del susto a saber en dónde van a estar? Es todo un proceso en el que lograron saber que esas serpientes enormes habitan las partes altas de los árboles cercanos a los ríos, porque es el lugar en el que les gusta poner sus huevos. Así fue como pasaron del miedo a disfrutar de intuir en dónde se encontraban. Lo interesante estaba en ese proceso que empezaba con el miedo y pasaba a la sabiduría que iban logrando, en realidad se trataba de un aprendizaje de respeto a los animales, porque a fin de cuentas cualquier animal los podía matar, una boa se viene y los mata, un panal de abejas igual o las invasiones de ratones. Ese paso del miedo al manejo operativo me pareció muy bello con respecto al animal. Muy diferente a nuestra relación urbana con los animales de domesticación o de alimento.
En varias de las narraciones encuentro que los autores quieren seguir contando algo más. ¿Qué piensa sobre esta necesidad? ¿Habrá una segunda parte para continuar con este proceso?
Justamente, vamos a hacerlo. Ya hay un nuevo acuerdo entre las dos instituciones. Ahora lo vamos a hacer sobre el agua, la idea es pensar las diferentes relaciones con ella. El próximo año habrá bastante discusión internacional sobre este tema; además, el Salón Nacional de Artistas de Colombia será curado sobre el río Magdalena. En fin, nos pusimos de acuerdo con ese norte y haremos un segundo volumen con excombatientes, no necesariamente del partido Comunes.
Nota: el libro se encuentra disponible en: Disponible en: https://selloeditorial.caroycuervo.gov.co/detalle-libro/naturaleza-comun-pdf