Pierina Pighi Bel | Regina Grisolia
Foto por Juan Cuock
“Jamás en toda la experiencia humana un texto ha salido de una sola cabeza”.
En esta entrevista, la escritora y periodista peruana Natalia Sánchez Loayza, ganadora del 7° Premio Internacional de Literatura Aura Estrada, cuestiona el mito de la autoría individual de los textos y la objetividad en el periodismo. Además, reflexiona sobre temas como la identidad, el feminismo y los conflictos peruanos, que se entrecruzan con su propia historia y la de su obra, “Sopa de Perro”, por la que recibió el Aura Estrada. Natalia, quien vive en Nueva York, recuerda que el escritor Sergio Chejfec fue “una guía muy importante” para este texto galardonado.
¿Cómo estás viviendo todo lo que te ha traído el Aura Estrada?
Para mí fue una sorpresa, porque acababa de empezar otro máster, de Periodismo Bilingüe en City University of New York (CUNY). Estaba muy decepcionada sobre cómo había sido mi experiencia intentando publicar sobre ciertos temas en Perú donde hay una gran concentración de medios, un machismo terrible, una competencia sin sentido. El máster de CUNY era como darme una segunda oportunidad en el periodismo. Yo decía que esto de ser escritora lo iba a dejar ahí. El texto del premio era tan difícil que pensaba que me tocaría retomarlo cuando tuviera 60 años, mirando hacia atrás a mi vida y pudiendo escribir mi historia de manera más sólida. De pronto me llega este premio y decidí retomar el proyecto. Además, uno puede hacer cuatro residencias de escritores. En agosto voy a hacer la primera, en Wyoming. Ahora mismo todavía estoy en un proceso de investigación y de escritura. La edición viene después.
¿Cómo nació la idea de “Sopa de Perro”?
Se llama “Sopa de perro” por una sopa que cocinaba mi abuela y está dividido en materiales. Comencé el libro con la idea de querer escribir sobre mi padre, que murió de cáncer cuando yo tenía tres años. Yo sabía que él había estado cerca de Sendero Luminoso (grupo terrorista peruano que tomó las armas en 1980), en un grupo universitario. Mi papá nunca fue a la lucha armada, no participó de la guerra. No lideró nada. No fue ninguno de los protagonistas del conflicto armado de Perú y precisamente por eso, me llamaba la idea de escribir sobre él porque creo que no se suele escribir sobre la masa. Me atraía entender lo que un hombre o un joven o personas comunes y corrientes creían. De pronto todo se fue complejizando. La historia se volvió una historia de fragmentos y materiales. Entonces empecé a escribir sobre el cemento, sobre la tierra, sobre diferentes elementos naturales y no naturales. Me concentré mucho en una idea: hace décadas que no muere ninguna mujer en mi familia, entonces ellas son las sobrevivientes de todo. Valía la pena escribir sobre ellas. Ahora tengo un poco más claro que lo que intentaba hacer era explicar mi identidad: de dónde venía yo y de dónde venía la gente como yo en Perú, y en Lima específicamente. Del sur de Lima, de San Juan de Miraflores, que es un área que no se ha contado mucho en la literatura. Yo no he encontrado -y lo digo con conocimiento de causa porque estudié literatura- literatura sobre el cono sur. Siempre me faltó un relato de mi experiencia. No lo iba a encontrar en Vargas Llosa, no lo iba a encontrar en Ribeyro, tampoco en Arguedas, aparte son hombres. En cuanto a clase, la clase baja, tampoco. Tengo un fragmento que dice “no éramos pobres, éramos casi pobres”, ese tipo de condición popular.
¿Entonces tu libro trata de mostrar conflictos de clase de Perú?
Son conflictos de clase, de raza, mi propia choledad (condición de ser “cholo”) en Perú, conflictos de género. Todo siempre desde la experiencia barrial en San Juan de Miraflores, que al mismo tiempo es muy particular porque era una persona muy tímida que gozaba estar en casa leyendo. No estaba afuera disfrutando de la ciudad porque le tenía mucho miedo. También hablo de los ’70, de la época en la que mis padres comenzaron su relación, cuando mi papá estaba en la universidad, que es una época preconflicto armado. Yo nací en 1991 y, en teoría, los ’90 son un proceso de pacificación y eso es una gran mentira, es la época donde sucedieron las esterilizaciones forzadas. Entonces también hablo del conflicto armado pero no me concentro tanto en la época del ’80 sino más bien del ’70, ’90 y 2000.
¿Cómo es ser escritora o periodista y tocar esos temas en Perú?
Es difícil, frustrante, pues al síndrome del impostor se le suma lo que atraviesan las cuestiones de clase y de raza. Es una situación muy precaria, era muy difícil para mí poder vivir de eso allá. Claudia Salazar Jiménez, escritora peruana, me preguntó si quería participar en el libro “Pachakuti Feminista” (2020) respondiendo a esa pregunta: ¿cómo es para ti ser feminista y periodista peruana? Le dije que sí Claudia, pero me metí en un problema.
¿Por qué?
Acepté porque soy de la política de aceptar las oportunidades porque son escasas y creo que no nos damos la oportunidad de publicar textos malos. Y muchos de nuestros compañeros, publican 15 textos, de los cuales 12 son muy malos y tres son muy buenos y ¿por qué? Porque escribir es una práctica. Entonces si no te dan una oportunidad para publicar un texto, cuando te dicen que sí, tienes la presión de hacer las cosas bien porque nunca te van a volver a dar esa oportunidad y yo creo que eso es una dinámica que tenemos que romper. No es que me encante publicar textos malos pero creo que son importantes. Que sigamos publicando y equivocándonos porque sino no hay forma de mejorar. Y lo que escribía para el libro eran solo fragmentos, algo que he aprendido a apreciar, pero antes me desesperaba. A pesar de que sé que esa es una idea que ya hemos superado, de que no tenemos que escribir “la novela”, es frustrante enfrentarse a que no puedes escribir algo más grande.
¿Cómo resolviste esa frustración de escribir solo fragmentos?
Lo que hice fue escribirle a Ana Muñoz, mi editora. Ella me envió un borrador del texto con todo lo que le había mandado… Y pienso ese texto como algo que escribimos entre las dos. Claudia Salazar fue una increíble editora que me permitió hacer eso. Yo amo la escritura colaborativa. Siento que es muy patriarcal la idea de que hay un genio que está sentado en su casa, en su estudio, inspirado, y que de pronto escribe las cosas más perfectas. Cuando claramente detrás de eso hay muchísimos errores, dinero, y muchísima gente, no sólo las mujeres que están atendiendo a ese sujeto, sino muchísimos amigos, colegas que están apoyando. Un texto jamás en toda la experiencia humana se ha hecho de una sola cabeza.
Además de mostrar la colaboración con tu editora, en el ensayo para “Pachakuti feminista” te preguntas si se puede ser periodista y activista feminista o activista en general al mismo tiempo. ¿Llegaste a alguna conclusión?
Creo que la gente necesita la seguridad de que se ha hecho el trabajo necesario. Y para mí eso no tiene nada que ver con la objetividad. Creo que la objetividad es algo que debemos deconstruir. Lo que yo quiero dar como periodista más bien es mi subjetividad que está super bien informada, que tiene un montón de investigación, y no sólo desde mi escritorio sino también con la gente de la que estoy escribiendo. Yo hago un periodismo subjetivo y a veces activista, y eso no quiere decir que estoy mintiendo, que no he hecho mi trabajo de comprobación. Tengo un sesgo, sí, porque todo el mundo tiene un sesgo. Lo importante es explicitar ese sesgo. Nunca voy a decir: sí seamos neutrales frente al racismo. Al discutir sobre racismo, es una falsa igualdad poner a una persona que lo sufre frente a un racista. En ese sentido tengo unas cuantas creencias que son fundamentales en mi vida. Sobre algunas hago activismo, y siempre estoy escribiendo desde esos puntos de vista. No sé si he resuelto esa pregunta, pero creo que son dos cosas que no se excluyen para nada. Uno puede ser periodista y activista.
¿Parte de tu activismo es pedir por ejemplo que para Temporales te entrevistaran mujeres?
Cuando fui a Oaxaca, a recibir el premio, todos los que me habían entrevistado eran hombres. Lo que pasa es que en las redacciones se malinterpreta que las mujeres o las personas que no son hombres no tienen iniciativa o ideas para hacer cosas. Cuando las oportunidades por defecto se las dan a hombres, que seguro son talentosos, se crea una gran desigualdad con respecto a quiénes escriben y quiénes publican.
¿Y ahora cómo vives hoy esto de ser mujer, migrante, escritora, feminista en Nueva York y tratar de abrirte camino?
Ahora estoy experimentando la condición “migrante” y la condición latina también. Es la primera vez que tengo que considerarme latina. En Perú era peruana y era limeña, no tenía que pensarme en términos de “latina”. Porque la identidad no es sólo lo que tú determinas sino lo que te imponen los demás también, la mirada de otro en la calle te ubica. La condición de migrante es difícil. Al mismo tiempo no soy una inmigrante indocumentada, la vía que yo he podido obtener aquí es la de la educación, que si bien tiene límites, no es tan violenta.
Finalmente, no podemos dejar de preguntar: ¿cómo se transformaron tu escritura y tu subjetividad tras el paso por el MFA de Escritura Creativa en NYU?
Lo más importante del Máster fueron mis compañeros. Tuve guías muy importantes, como Sergio Chefjec. Pero esa lectura responsable, detallada, diversa que te brindan las y los compañeros es invaluable. Me ayudaron muchísimo y el libro que estoy trabajando tiene las manos y los ojos de todos ellos. Ahora estoy ampliando los materiales y los ingredientes en los que se divide el libro, me estoy divirtiendo. Los temas que trato son dolorosos así que creo que fue una gran victoria llegar a divertirme con el texto. Cuando nos podemos soltar un poco y divertirnos creo que las cosas crecen diferentes. Porque al mismo tiempo las cosas duelen. Pero no todo en la vida es dolor, a pesar de que la violencia haya sido tanta.
Natalia Sánchez Loayza (Lima, Perú · 1991) estudió Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) y el máster en Escritura Creativa en español en la New York University (NYU). Ahora cursa el máster en Periodismo Bilingüe en la City University of New York (CUNY). Es coeditora de proyectos periodísticos como Maleza y La Madre y suele cubrir temas de derechos reproductivos, laborales y sobre desigualdad. En 2021 ganó el Premio Aura Estrada por su proyecto de no ficción “Sopa de perro”.