Si me mantengo quieto, puedo concentrarme en que mi peso sea equivalente a 100 kilogramos. Estoy escondido en la caja de la lavadora que compraste.
Las dimensiones de la caja: 120 x 107 x 110 centímetros, 10 centímetros menos que el tamaño real de las caras de una lavadora promedio. Lo sé, porque cuando la sacaron yo entré. Después abriste unos pequeños hoyos para que corriese aire, también un poco de luz (vivo en la logia, al final de la cocina, es el lugar donde dejan las cajas vacías), al final cerraste la tapa y cubriste las solapas con ese scotch café. Desde las 14:00 horas hasta las 16:25, según mi celular, el sol cubre esta porción del departamento, ya documentado. Mi cuerpo está compuesto en un 70% de agua, soy un conductor de calor. Comprendo el tiempo en mi acuosidad, si esta se evaporara, qué quedaría de mí. Son las 16:26. Los demás electrodomésticos se sienten a salvo.
Llevo 24 horas dentro de la caja.
Antes de ayer compraste una lavadora nueva porque la otra no te servía.
Me gusta mi nueva pieza.
Pretendo que mi masa total equivalga a 100 kilogramos.
Toda la comida que hacen entrar por los pequeños hoyos (siempre cereales) produce variaciones en la cifra. Esto último me aleja de la verdadera existencia-lavadora, cuyo peso se mantiene constante por defecto, en la eternidad.
Quiero que haya ropa suya en mi interior, que dé muchas vueltas hasta salir limpia, dos veces a la semana para siempre. No quiero cereales que me dan otras personas (sé que son otras personas porque él está trabajando). Deseo que entre la ropa, un poco de detergente en mi boca y después me inunde, pero no puedo porque la alimentación me hace consciente, haciendo riesgosa cualquier operación.
No sé si me estabas escondiendo, pero fue tu mano la que me llevó hasta la caja. Entonces no me estaba escondiendo de ti (es una consecuencia lógica de mi existencia lavadora, ocupar una porción fija del espacio). Pienso en todas las personas que deberían ignorar mi existencia, vives con tres de ellas, y sí, para eso me estabas escondiendo. Quizás esa sea la razón de todo, pero mi respuesta (privada) está en los bordes cromados de una lavadora nueva, la clave es el diseño funcional: el cuerpo está más cerca de ser un helicóptero si logro primero la existencia lavadora, un helicóptero podría elevarse lo suficiente como para salir de este espacio. Bien lejos nada podría afectarme, aunque todavía puedo experimentar sensaciones:
Tengo la sensación que dejó tu mano, se mantiene, se mantiene porque no he entrado en contacto con agua desde que me guardaste acá. Sigo esperando la camisa que llevaste ayer al trabajo, la porción justa de detergente líquido (ojalá tenga sabor a enjuague bucal) y el chorro de agua tibia para cuidar los algodones. No estoy operando. Deseo activar la función de lavado gentil, emitir el sonido que produce el contacto de dedos humanos sobre mis botones. Aprieta la función que me llene de agua (qué vergüenza (mierda (¿estaré rota?) mantengo la circulación de sangre producto de sentimientos (y no como mera función vital de una existencia pseudohumana))), se activaría si tú estuvieras acá.
Vives con otras tres personas, una de ellas deja caer cereales por mis ductos de ventilación. Ellos saben que vivo acá, son tres y son peligrosos. Tú me dices que son peligrosos, que no puedo estar en el departamento mientras tú estás fuera. Empiezo a pensar que mis ángulos son rectos, todas mis articulaciones pueden proyectar 90°, ya no tengo que ser una persona.
Vivo con Alejandro en el interior de una caja que guardan en la cocina.
Alejandro es un hombre muy alto, tiene la piel amarilla y canas en toda la barba.
Otras tres personas comparten el departamento, además de los electrodomésticos y línea blanca.
Oscurece. Siento que la única agua al interior de la caja es mi sudor que se está pegando a las paredes. Que sea una lavadora averiada justificaría mi abandono en esta caja. El agua que sale de mis ángulos en 90° (donde antes estaba mi mano) se junta con los rastros de tu mano sobre esta superficie. Estoy junto a Alejandro en el agua que libero al interior de la caja, pero no estoy en actividad, solo diluyo su impresión por todos mis bordes. Necesito programar mis estados mentales a un ciclo rápido, para comenzar a centrifugar y que él se expanda por todo mi cuerpo, para borrarse después con el detergente. Llevo horas esperando que me introduzcan esa camisa.
Alguien tiene la espalda apoyada sobre una de las paredes de mi pieza. *Esa persona* asume que se trata de una simple caja vacía y no de algo especial para nosotros. *Esa persona* le está hablando al refrigerador. Dice: la última vez que vino hizo un escándalo. El refrigerador le responde con un ruido constante. Dice: él no es un hombre sano, hizo un escándalo porque habíamos cambiado el sillón de lugar. El ruido del refrigerador adoptó una frecuencia más grave, puedo sentir empatía por el refrigerador. Dice: movimos el sillón porque estábamos buscando al gato, es su gato. Él es un hombre injusto. El refrigerador está triste porque comparte edificio con ese sillón desde que ambos llegaron al departamento. (Mis sentimientos de lavadora se compadecen también de la persona apoyada en la pared de mi pieza, pero todavía tengo sentimientos de persona, tengo sentimientos por Alejandro que impiden que salga a abrazar, a cometer una función fuera de las que me fueron programadas). Dice: necesito un poco del frío del congelador para pasar esta pena. Si las lágrimas se congelaran al contacto con la escarcha, esa tristeza sería compartida.
*Esa persona* comprendió que estaba interrumpiendo procesos vitales, porque el refrigerador comenzó a vibrar muy fuerte. Existe un límite en el amor de los refrigeradores, no puedes mantener la puerta abierta por mucho tiempo porque se estresan los gases. Alejandro pronto volverá, es algo de lo que están enterados los electrodomésticos y muebles del departamento. *Esa persona* no lo sabe, o siente que su pena es demasiado grande y lo ignora. Pero el refrigerador no da más, puedo comprender su pena. Vibra. Habla vibrando, la escucho: mi amor no es ilimitado, por favor cierra mi puerta y vuelve a tu pieza, es peligroso permanecer cerca de los que todavía esperan si permaneces libre.
Dice: estoy enamorada de Alejandro.
El refrigerador es una mujer muy alta que pesa casi 180 kilogramos. Yo soy una lavadora para carga media, intento que mi peso sea 100 kilogramos (esto varía según la disposición de la chica de los cereales). Estamos los dos en la cocina, con el individuo conocido como *esa persona*, y también parte de su pena, que, ahora sé, es muy profunda.
Esta imagen se mantiene hasta que no entra luz por el ducto de ventilación en el techo de mi pieza. Deben ser las 21:00 horas. Escuchamos el sonido de las llaves girando en la puerta de entrada. La existencia-refrigerador comienza a vibrar muy fuerte, siente las lágrimas de *esa persona* entrando en contacto con la escarcha. *Esa persona* sigue aquí, de pie, buscando el amor del refrigerador cuando su llanto alcance a congelarse.
Mi existencia-lavadora espera que tu cuerpo-existencia llegue a la cocina. Todos los ángulos en 90° conservan un poco de la mano de Alejandro. Se oye un primer paso y con él la esperanza del lavado.
Dice: estoy enamorado de Alejandro. No sé si *esa persona* tiene genitales. Esta última frase la pronuncié yo, había activado funciones en mi programa para empezar a lavar. La ropa es menos complicada que un sentimiento. *Esa persona* se esconde detrás de una las paredes de mi pieza, al lado del refrigerador. Somos tres en la cocina y seguimos esperando.
Alejandro entra y presiona un interruptor, en la intermitencia de un foco incandescente veo un cuchillo cartonero cortar el scotch que había puesto para construirme un techo. Puedo ver la hoja entrando, llega luz blanca a mi pieza. Ya me acostumbré a la porción de espacio asignada. Cada centímetro que pierden mis ángulos rectos es una parte de la ruina (sin embargo (porque no lavé nada en tu ausencia), siempre has sido amable con mis fallas). Ahí está la mano que sostiene el filo. Mis dimensiones vuelven a ser magnitudes variables. Sostengo una camisa con los dedos, todavía la tienes puesta.
Dice: yo también estoy enamorado de ti. Mi existencia-lavadora responde: Alejandro ama todas las cosas de este departamento. Los dos observamos a *esa persona*.
Sostienes un cuerpo dócil que ahora ocupará mi lugar en la caja. Me pides que asegure las solapas, presiono con fuerza lo que antes era un techo. Dice: no fue mi culpa lo del sillón, yo estoy enamorado de ti. Estaba buscando al gato, te amo. Yo insisto en tapar los ductos de ventilación, solo sirven para que la chica de los cereales venga a dejar cereales. Pasaron 28 horas desde que entré a la caja, ahora me encuentras la razón. Gracias. Se aproxima el gato que estaba perdido. Ahora somos muchas personas en la cocina.
Mi existencia-lavadora le está desabrochando los botones, pasa la lengua por los ojales buscando manchas de su almuerzo. Existe la piel amarilla y las pecas sobre el rostro de Alejandro. Entro en contacto con su piel, está un poco mojada: encuentro el agua para continuar con el ciclo. Alejandro está con todos nosotros. La existencia-refrigerador le acerca una lata de bebida, él le agradece haciéndole cariño en la escarcha. *Esa persona* ya no se oye, está averiada. No le despego la lengua, ahora buscando manchas de sudor en el cuello de la camisa.
Con mi existencia todavía aferrada a su ropa, se despide de los electrodomésticos para llevarme a otro lugar, donde quiero serle más útil, como un helicóptero, aunque siempre exista un techo o este sentimiento.
Nadie sabe para qué sirve el comando fuzzy de la lavadora. Con el tiempo perdió habilidades fundamentales de socialización, motivo por el que adquiere una diversidad de electrodomésticos con intensidad. Esta es la razón de la existencia-refrigerador, existencia-aspiradora, existencia-centrifugar, existencia-triturar, chicos como hervidores, chicos como un horno eléctrico, electrodomésticos guardados cuando se ponen defectuoso. Para los soviéticos los objetos nos harían compañía el resto de nuestras vidas (hubiéramos sido felices, jaja), cuando ganaron los gringos hicieron de la caducidad un signo para las cosas de la casa, y nadie merece ser desechado, aunque de nadie sea la culpa.