Esteban Catalán y Federico Falco
Cuerpos humanos frágiles conviven con flores curiosas y robles en las páginas de Un cementerio perfecto (Eterna Cadencia, 2016), el bellísimo nuevo libro de cuentos del argentino Federico Falco. Los escenarios rurales vuelven a aparecer, pero también la intimidad dibujada con precisión conmovedora por el autor cordobés en La hora de los monos y los textos recuperados de 222 patitos. Esa calma y claridad de Falco, nacido en 1977, brota también al responder sobre paisajes, personajes y obsesiones.
En algunas de tus historias, la idea del amor pareciera dirigirse hacia un otro, un “extranjero”, alguien ajeno al escenario del personaje. ¿Qué crees que te lleva a elegir esta opción al narrar?
En principio, no diría que es una elección, sino más bien una especie de recurrencia un tanto inadvertida. Pero si me obligás a escarbar un poco ahí, se me ocurre que tal vez tenga que ver con una manera de plasmar las dificultades a la hora de comunicarse, de entenderse con el otro, más allá de que sea un otro extranjero o no.
En una relación amorosa, en una relación de pareja, siempre se da esa especie de contradicción entre una máxima intimidad y, al mismo tiempo, un máximo misterio. ¿Qué piensa el otro? ¿Qué lo mueve? ¿Qué siente? Cuando uno de los integrantes de la pareja pronuncia la palabra “amor”, ¿el otro integrante está entendiendo exactamente lo mismo? ¿Los significados de “amor”, “felicidad”, “bienestar”, “placer”, “compañía”, etc. son iguales para esas dos personas? Son preguntas que siempre me interesaron, porque además, en una pareja, esa posibles fallas o limitaciones del lenguaje, muchas veces se ven solucionadas en el cuerpo, en lo físico, o en sentimientos y sensaciones que no necesitan o no pueden ser puestos en palabras, que se activan y se expanden en silencio, en lo no dicho. En algo, en fin, que –de alguna manera- supera al lenguaje.
En ese sentido, la “extranjería” del otro que aparece en estos cuentos, tal vez haya sido una manera de subrayar o exagerar esa dificultad para comunicarse que me parece que siempre existe, más allá de cuál sea el origen, la lengua madre, o la nacionalidad de cualquiera de los integrantes de la pareja.
Has vivido en ciudades como Nueva York y en Buenos Aires, pero la forma rural sigue teniendo una presencia importante en tus relatos. ¿Qué te hace volver a elegir estos escenarios por sobre lo urbano?
En ese punto sí hay una elección, sobre todo en este último libro. En el proceso de escritura, de a poco empecé a ver que aparecían cuentos con una serie de paisajes recurrentes: un pinar, montañas, el lugar donde la llanura se encuentra con la sierra, etc. Entonces me pareció que podría ser interesante darle prioridad a esos cuentos y armar un conjunto en base a una geografía más o menos compartida por todos los cuentos.
No es que, mientras tanto, no haya estado escribiendo historias más urbanas, sino que, de alguna manera, preferí dejarlas un poco rezagadas, para más adelante, para otro momento.
También, mientras escribía este libro, muchas veces sentí que la distancia me empezaba a pesar, que extrañaba ciertos paisajes, ciertos lugares. Es algo que nunca antes me había pasado. A lo mejor, escribirlos y darle prioridad a las historias donde esos paisajes un poco aparecían retratados fue una manera de conjurar esa nostalgia.
Me pasa leyéndote que me gusta mucho que aparezcan viejos, que es algo muy poco común en los libros de gente joven. ¿Por qué te gusta volver sobre ellos?
¡Van apareciendo! No sé exactamente por qué. Yo me crié bastante entre viejos, a lo mejor esa es una razón. Cuando era chico, vivía al lado de mis abuelos paternos, y casi todos los fines de semana los pasaba en el campo, con mis abuelos maternos. Además, mi abuelo tenía varios hermanos solteros, tan viejos como él, que vivían o trabajaban en el campo, así que yo pasaba mucho tiempo con ellos. En estos últimos años, todos ellos se han ido muriendo. Y creo que eso es algo que, de alguna manera, atraviesa el libro. A lo mejor por eso aparecen tantos viejos. Junto con la nostalgia por un determinado paisaje, la nostalgia y el dolor por esas pérdidas.
Después de escribir estas historias, ¿qué tienes ganas de escribir ahora? Probaste poesía en Made in China, también una nouvelle. ¿Te dan ganas de experimentar con más formatos?
Ahora estoy tratando de terminar unos tres o cuatro cuentos que fui escribiendo en simultáneo con los cuentos de este libro y que a nivel de estilo son más o menos parecidos pero que por una u otra razón (por ser más urbanos, o por el tema, o tener un tono demasiado diferente) se quedaron afuera. Y justamente quiero terminarlos rápido porque tengo ganas de pasar a otra cosa, intentar algo nuevo aunque no necesariamente en otro género. A mí esa extensión entre el cuento largo y la nouvelle me gusta mucho porque permite miles de posibilidades formales, tiene algo de la apertura y bastedad de la novela y, al mismo tiempo, la exigencia de concentración del cuento. Entonces quisiera seguir allí, pero intentando cosas nuevas. Mi plan para el verano es justamente ese: tomármelo con calma y empezar a probar un par de ideas que tengo por ahí dando vueltas, a ver qué sale de eso.