Foto por macroe
MOLESTO A LUZ NO DEJÁNDOLA TOCAR EL PISO TRATANDO DE HACER UNA FLOR CON LOS DEDOS, AUNQUE YO NO TENGO LA HABILIDAD QUE TIENEN LAS PERSONAS QUE NUNCA HAN OÍDO SU NOMBRE PARA DECIR COSAS CON LAS MANOS.
I
Las personas que saben decir cosas con las manos y que nunca han oído su nombre, cuando alguien las saluda, pueden reconocerse sin necesidad de uno, y todos los años que han vivido en silencio, tienen forma de paloma o de canario o de zorzal pechirrojo o de alguna otra ave según sea el tamaño de sus palmas.
Digo todo esto en medio de una espera. Entra y sale gente que no dirige la mirada hacia ningún lado, y no hay más que un piso que se esfuerza por estar pulcro, pero que en las grietas de los mosaicos asume una suciedad longeva.
Espero. Sacan algo en bolsas azules, y pasan personas en sillas de ruedas, y otras revisan su teléfono, y algunos más se leen la mugre de las uñas como si quisieran hallar algo casi con la misma urgencia de Sutter’s Mill en 1849.
II
Espero. Me pongo a pensar en que hay mentiras que me gustan, como esa de ver toda tu vida en frente de tus ojos antes de morir. Me gusta por ambiciosa. Pensar en la integridad de mi vida como un objeto reproducible de principio a fin, y viceversa. Bajo esa dinámica fílmica, muchas de mis acciones, pensando en su narración volteada, habrían sido buenas y congruentes.
III
Espero. La otra mentira que me gusta es el futuro. Que a veces pienso, es como una pecera vacía llena de grava luminosa. O como los ojos del gato bajo el flash de la cámara. O como estar aburrido en clase de computación, y ver hasta dónde llega el calendario.
IV
Y pensar que, con esa pequeña maniobra, a los dieciséis, has irrumpido en el futuro como viendo por la rendija de una puerta mientras alguien se baña. Porque ahora sabes qué día caerá tu cumpleaños en el 2099. Y aunque te de un poco de tristeza saber que no estarás en ese tercer domingo de julio, asumes, ingenuo, que una parte del pudor del siglo te pertenece. Pero pronto te das cuenta que saber cosas sobre el futuro en realidad no sirve de nada. Que solo te da vigilia pensando en las posibilidades de un cuerpo. Que hay impaciencia en ti, porque ahora sabes que mirar no es suficiente, porque deseas, de una forma que crees dominar después de haberla visto en hipérbole desde las pantallas, el ir y venir de un cuerpo que imaginas como tuyo. Y te percatas que lo que ambicionas es en realidad lo impúdico del presente. Un momento donde la hora se exponga ante ti, y tú te otorgues a la hora como si tus años solo hubieran sido una justificación para llegar hasta ese breve, por no decir pírrico, segundo. Y eres feliz porque supones que hay un poco de amor en eso. Y porque piensas que el triunfo está en que alguien repita el nombre de Dios en vano sin que haya consecuencias. Y aunque no erraste del todo, porque repetir un nombre no significa nada, en ese momento eres joven y estúpido.
Hoy ya no eres joven.
V
Espero. Veo una máquina llena de empaques plateados, y niños que anhelan su contenido, y que del mundo aún no saben nada. Como yo. Entonces viene el llanto desde otra habitación, y todos se persignan.
Ahora pienso en la última mentira que me gusta. Hay más luz que contener entre los dedos porque ha llegado, sin saber cómo, el día siguiente. Y en esta hora, la última de todas, espero con ansiedad a que el médico traiga tu nombre, queriendo que está vez Dios no lo repita en vano.
Alan Valdez (Chihuahua, México · 1992) ha publicado su obra en revistas como Tierra Adentro, Punto en Línea, Punto de partida y Rio Grande Review. Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino 2020 por su libro La pérdida de voluntad en el agua. Beneficiario del estímulo Jóvenes Creadores 2020/2021 del FONCA. Actualmente es becario de la Fundación para las Letras Mexicanas.