NESTOR (62), supervisor del turno nocturno en gimnasio Luna Llena
CLAUDIA (29), fisicoculturista romántica
JEREMÍAS (46), panadero depresivo
El FLACO (53), taxista depravado
MIRYAM (59), doctora millonaria
KETA (22), punk tierno
ANDREA (53), subgerente del gimnasio
Sala de máquinas de un gimnasio. Amanece. Iluminación en tonos morados que mientras avanza la obra, se vuelve anaranjada y rojiza. Al costado derecho, hay una bicicleta estática y colchonetas apiladas. Al izquierdo, pesas sobre un estante, una ventana, se ve la luna. Al centro, un espejo trizado y sucio que refleja al público. Arriba, un letrero en tonos morados dice: “Gimnasio Luna Llena”. En el piso, botellas de vidrio y latas de cerveza. Andrea y Néstor están al centro y visten igual: jeans, zapatillas blancas y una camisa morada con una luna llena como insignia. Andrea está amordazada, con las manos y los pies atados; se mueve, intenta soltarse. Néstor sostiene una taza, que dice “trabajador del año”. Claudia, con ropa deportiva, mira por la ventana como esperando algo. De vez en cuando observa a Néstor, está enamorada de él. Jeremías está en la bicicleta estática, cabeza agacha. Cada cierto tiempo pedalea y la máquina rechina. El Flaco, Miryam y Keta están sobre las colchonetas. Se tocan, besan, acarician. Hace frío. El ánimo es sombrío. De pronto, Jeremías pedalea con más fuerza, varias veces. La bicicleta rechina y rechina.
NÉSTOR. ¡Jeremías!… Mi cabeza
MIRYAM. Ay que tengo frío.
KETA. Agárrate bien, guachita.
Jeremías pedalea otra vez.
NÉSTOR. ¡La cabeza me explota, Jeremías! (Néstor se agacha y le acerca la taza a Andrea). Está caliente, Andrea. (le baja la mordaza, ella sopla. Jeremías vuelve a pedalear, la bicicleta suena más fuerte. Néstor golpea el suelo con su mano desocupada). ¡Ey! ¿Hasta cuándo con la bicicleta? (Jeremías para en seco, Néstor vuelve a Andrea). Sopla que está caliente.
ANDREA. (Le sopla la cara a Néstor, ríe). ¿Sabí qué, Nestor? Esto me pone como contenta.
NÉSTOR. ¿Esto qué?
ANDREA. Esto po. Que se acabe esto: ustedes, su noche, su fiesta, cochinos, pervertidos, infames.
CLAUDIA. Ay, Néstor, tápale la boca.
EL FLACO. Escucharla me da más asco que la mañana.
NÉSTOR. Déjenla hablar, si se va a aburrir sola.
ANDREA. ¿Saben qué? Cuando la señora Beatriz me dijo que demolerían el gimnasio pensé que era una tragedia. El trabajo no sobra y hay que decirlo: no tengo estudios, solo deudas. Es complicado… complicado. Y se creerán: ¡la señora Beatriz me dijo que me alegrara! (imita un tono adinerado). “Se puede tomar las vacaciones por adelantado, más tiempo para estar con la familia”. Oye, si la vieja de mierda sabe que soy sola po. Me dieron unas ganas de escupirle en la cara… Yo pensé que trabajaría aquí hasta que me muriera y que algún día los sacaría de mi gimnasio, tropa de mal–
MIRYAM. Oye, disculpa, pero: ¿qué te has imaginado? El Gimnasio Luna Llena no es tuyo pues. Es de la Bea y de los socios como yo. Un poquito de respeto, perrita, no es mucho pedir.
ANDREA. Ya, ya, ya, sí tení razón. Si yo aceito las máquinas no más, cobro mensualidades, organizo horarios, vendo proteínas, ordeno los camarines, desinfecto colchonetas, apilo las pesas, lleno los bidones de agua, apago las luces, atiendo al público… No más… Igual de brazos cruzados no me quedé. A ver, ¿qué creen que hice?
KETA. Le fuiste a llorar a la vieja para que no te echara.
ANDREA. No.
EL FLACO. Te acostaste con ella para que no te echara.
CLAUDIA. ¡Puta que erí cochino, Flaco! (El Flaco le sonríe y le tira un beso de lejos)
KETA. ¿Qué hueá hiciste?
ANDREA. Hice lo que cualquier trabajador decente haría: escribí mi currículum. (Todos asienten aburridos). Puse técnico en educación física con experiencia administrativa, agregué unos cursos en finanzas que siempre quise hacer pero no pude y, por si acaso, me quité cinco años de encima.
MIRYAM. Bien ahí.
ANDREA. Lo difícil vino cuando terminé, porque me di cuenta de que la hoja estaba casi en blanco. Y eso que me demoré en hacerlo, no ven que escribo lento en el computador.
EL FLACO. Ni me digai, a mí también me pasa.
MIRYAM. Y a mí. Mi hija ya se aburrió de ayudarme, el otro día casi se–
ANDREA. Oye, pero déjenme terminar po, que lo más increíble pasó después.
MIRYAM. Perdón, linda, sigue no más.
ANDREA. Pasó que mi computador hizo un ruido raro y se fue a negro de golpe. Entonces me vi en el reflejo. (pausa solemne). Y solo en ese momento…
EL KETA. ¡BUM! (hace un gesto con las manos, como asustándola, solo Jeremías ríe)
ANDREA. (lo ignora) …me sorprendí. Me sorprendí porque me gusté. (Todos ríen burlones). Ríanse, pero eso fue lo que me ayudó a entender.
NÉSTOR. ¿A entender qué?
ANDREA. ¿Han entendido algo alguna vez? (algunos niegan, otros miran el suelo). Se siente bien. ¿Cómo les explico? Es algo que se mezcla con suavidad, una arruga que desaparece en una tela, una ráfaga de aire fresco que te despierta por la mañana (Keta y El Flaco abuchean, Jeremías ríe nervioso). Y yo entendí que demoler el gimnasio era bueno: ¡Necesitamos edificios sobre estas casonas viejas! ¡Es la ciudad avanzando! El problema lo tienen ustedes, porque sin su gimnasio, como me aclaraste muchas gracias, Miryam, se quedan sin techo y si se quedan sin techo se les termina la noche, la fiesta, la vida, enfermos mal paridos. ¿Acaso no saben que conozco su plan de quedarse aquí encerrados para que las máquinas no puedan demoler esta porquería de casa?
CLAUDIA. ¡Néstor, la mordaza!
MIRYAM. Que se calle, que se calle la empleada.
EL FLACO. ¡Me dai asco! (para sí) No sé por qué me acosté contigo, hueón.
ANDREA. Porque te gustaba po. En cambio yo te quería por tu plata, papi.
MIRYAM. (ríe a carcajadas) La cagaste sí, El Flaco no tiene ni uno. Era mejor negocio el panadero (señala a Jeremías).
ANDREA. La cagué igual que tu marido la cagó contigo. Hubieras escuchado su voz cuando le conté lo que hacías acá. El infeliz no paraba de llorar. Hasta hipo le dio.
Andrea se ríe. Miryam la mira furiosa, se va a tirar contra ella, pero Keta la detiene.
KETA. Señora, se lo pido con mucho respeto, pero cállese un rato por la rechucha.
ANDREA. ¿Y qué si no me callo? Llevan diez años ensuciando este lugar que debiese ser un templo de salud y buena vida. ¡Ahora me toca a mí hablar! Además, la señora Beita ya me dijo ya que los odia también. Los detesta.
CLAUDIA. Pero, ¿qué estai diciendo?
EL FLACO. Está tocada, está tocada.
KETA. Se tostó. Mucha droga.
MIRYAM. (a Keta) No proyectes, niño. (a Andrea) Y que te quede claro, no nos importas tú, menos nos importa la Bea.
ANDREA. Pero es que debería importarles. (A Miryam) Si no fuera porque pagas la membresía nocturna de todos, hace rato hubieran cerrado el gimnasio de media noche.
EL FLACO. Oye, sí, espera, tienes razón ahí. (A Miryam, la abraza). Gracias, hermosa.
CLAUDIA. Amiga, tu ayuda ha sido súper importante para nosotros.
KETA. (le besa la boca) Eres la guachita más generosa que conozco.
MIRYAM. No me agradezcan, es lo mínimo que puedo hacer. Si uno tiene, debe compartir.
Jeremías de lejos le hace un gesto con la mano, pero nadie repara en él.
NESTOR. (mira orgulloso a los suyos y luego le habla a Andrea) Apúrate, que te voy a subir la mordaza otra vez y te la voy a apretar bien fuerte.
ANDREA. ¿Pa’ qué? Si no me quieren escuchar, puro me interrumpen.
KETA. Dale oh, no seai latera.
EL FLACO. Se hace de rogar, pero después no perdona.
ANDREA. Ya bueno ya, pasa que fui donde la vieja Beatriz y le dije: los que van todas las noches a Luna Llena, llevan durmiendo ahí casi una semana porque juran de guata que así no hay demolición. Y sabe qué, no se van a ir hasta que alguien se atreva a echarlos.
NÉSTOR. Ja, ja. Eso que dices tú, es verdad.
ANDREA. Pero yo me encargo, señora, le dije. Yo me encargo y le dejo limpiecito el gimnasio, para que los de la inmobiliaria de su hijo lo echen abajo sin problemas y usted pueda recibir tranquilita su platita, no se preocupe. A cambio, me lleva con usted, que soy esforzada y bien obediente. Y ella me dijo, que buena idea, Andreita, vaya no más, y esté tranquila que yo nunca la dejaré sola. Y yo le dije gracias señora, voy altiro a Luna llena y los echo a todos sin problema. (toma café, escupe) ¿Qué es esta hueá?
NÉSTOR. Tiene agua ardiente. (le pone la mordaza fuerte, Jeremías ríe a carcajadas). Mira yo no sé, pero pa’ mí que en el gimnasio nos quedamos. Es verdad que llevamos encerrados cinco días y nadie ha venido a negociar, pero tengo toda la tincada de que contigo adentro es otra cosa. Le cuidas los nietos a la vieja, le haces los recados, le cocinas, sabes qué remedios toma. ¡Por algo te mandaron acá! (Néstor y Andrea se miran fijamente, hay un silencio desafiante) … Es una apuesta. ¿En cuánto llegarán las máquinas? ¿30, 40 minutos? Veamos si se atreven a echar esto abajo contigo dentro. A mí se me hace que no.
MIRYAM. Pásame el café de la empleada que tengo frío.
Andrea mira a Néstor con repudio. Claudia, a lo lejos, lo observa con amor. Néstor desliza la taza por suelo hacia Miryam.
CLAUDIA. ¡Ey! Néstor.
NÉSTOR. (A Andrea) Imagina las máquinas que vienen a botar a esta casa. ¡PUM! ¡PUHA! ¡CAPUT!
CLAUDIA. Néstor.
NÉSTOR. Demoler, demoler, demoler, demoler. ¡Nos quieren dar duro, Andrea, pero estarás al frente antes del primer golpe! ¡Podrás evitarlo! Nos devolviste la esperanza. La familia resucitó contigo. Deberíamos agradecerte. (se pone de pie, el resto lo sigue, toman lo que tienen más cerca para brindar) ¡Te lo mereces! Hagamos un brindis. Celebremos a Andrea Salazar que esta noche está con nosotros, bendita sea. ¡Salud amigos!
TODOS MENOS ANDREA. ¡Salud!
NÉSTOR. ¡Que viva el gimnasio Luna llena!
TODOS MENOS ANDREA. ¡Que viva!
NÉSTOR. ¡Que vivan los hermanos de la noche!
TODOS MENOS ANDREA. ¡Que vivan!
NÉSTOR. Por la amistad, la familia y el amor.
TODOS MENOS ANDREA. ¡Amistad, familia y amor! (el ambiente se relaja).
CLAUDIA. Néstor, Néstor, ¿podemos hablar ahora?
NÉSTOR. (se agacha, a Andrea) ¿Te bajo la mordaza? ¿Quieres brindar también?
CLAUDIA. Pts, Néstor.
NÉSTOR. (mira a Claudia). Dígame.
CLAUDIA. Ven para acá, por favor.
NÉSTOR. Me duelen las rodillas con el frío, ¿por qué no viene usted?
CLAUDIA. No quiero que los demás nos oigan.
Andrea mira hacia otro lado y cierra los ojos. Néstor se para otra vez, con lentitud. Camina hacia Claudia, que lo espera mirando la ventana. Por mientras, Miryam, Keta y El Flaco duermen. Jeremías pedalea y llora a la vez. Su llanto se confunde con el ruido de la máquina.
JEREMÍAS. (respira, se traga los mocos, se mira las manos). Siento la masa madre entre los dedos. El rumor de un pan fresco y caliente. La marraqueta vibra en mis labios. La miga se derrite en la lengua. (mueve la boca saboreando). Mis venas están hechas de harina y mi sangre de levadura. ¡Ay! Se me quemó la vida en la puerta del horno (llora con desconsuelo).
MIRYAM. (se levanta de golpe) Keta, ¿escuchaste? (Jeremías se calla).
KETA. No te muevas, guachita, que se escapa el calorcito.
MIRYAM. ¿Pero escuchaste?
KETA. Shhhh, vas a despertar al Flaco. Déjame apretarte.
MIRYAM. ¿De verdad que no sentiste nada?
KETA. Te siento a ti.
EL FLACO. ¿Qué pasa?
MIRYAM. Jerito está llorando.
EL FLACO. Puta, ¿otra vez?
MIRYAM. Quizá le llegó el olor a pan de nuevo.
KETA. Yo no oigo nada.
EL FLACO. A ver, cállense que quiero escuchar… No, no pasa nada. Seguro movió la bicicleta y pedaleó sin querer.
Keta imita el sonido de la bicicleta fingiendo que llora, Miryam y El Flaco se ríen. Luego, vuelven a dormir abrazados. Jeremías se apoya sobre el manubrio. Néstor llega junto a Claudia y le toca el hombro. Ella se voltea.
NÉSTOR. Aquí me tiene, Claudita. Los esfuerzos que me hace hacer usted oiga.
Andrea desde su lugar abre los ojos y escucha atenta la conversación.
CLAUDIA. Hay algo que he querido decirte todo este tiempo, Néstor.
NÉSTOR. No, no es el momento.
CLAUDIA. Y si no es ahora: ¿cuándo? Néstor, yo te amo y ya no lo puedo guardar más.
NÉSTOR. Le dije que no hablara.
CLAUDIA. Te he observado de lejos. He contemplado tus movimientos seguros, tu sonrisa implacable, cómo nos has convertido en lo que somos. Eres la noche para mí, te amo con todo el peso de mi cuerpo. Quiero hacerte feliz, tenerte entre mis brazos. Eres mi fuerza, mi piel, mi tormento. Mira, sé bueno, cúbreme con aceite la espalda (le pasa un aceite para fisicoculturistas, se voltea, baja la polera y deja sus hombros y espalda descubierta).
NÉSTOR. (toma la botella, le echa el aceite con dudas, tembloroso). Claudita, yo le agradezco, pero usted podría ser mi hija.
CLAUDIA. ¡Pues no lo soy!
NÉSTOR. Estás confundida: amas lo que somos todos juntos.
CLAUDIA. No, Néstor. (se voltea) No trates de explicarme a mí qué es lo que siento. No estoy confundida. Te amo desde la primera vez que te vi hace diez años.
NÉSTOR. Era año nuevo…
CLAUDIA. Llegué aquí justo después de medianoche. Desde la calle contemplé la luz del gimnasio y me animé a preguntar si acaso estaba abierto. Aún te veo sonriendo tranquilo, dulce, diciendo: señorita, aquí todas las horas están disponibles para cultivar el cuerpo.
NÉSTOR. ¿Incluso hoy?, respondiste. Sí, dije yo, todas las horas, todos los días.
CLAUDIA. Ay, cómo me desarmaste. El gimnasio estaba vacío. En ese entonces, no conocíamos a Miryam, ni a Jeremías, ni a nadie. Y cuando traté de levantar una pesa me dijiste…
NÉSTOR. …No puede hacerlo sola.
CLAUDIA. Pero pude. Porque cada músculo que tengo es por y gracias a ti y yo puedo cargar con tu amor sin tu ayuda. (le pone la mano en la mejilla, se la deja con aceite) Y más tarde, quizá a esta misma hora, vi que me espiabas desde el umbral en los camarines. No te avergüences, me gustó. (se acerca) Te asomaste por la puerta entreabierta mientras yo sacaba el sudor que corría por mi cuerpo. Sentí que tu mirada se clavaba ardiente en mis músculos y me desnudé lento, lento, lento, para que me apreciaras entera.
NÉSTOR. Eso no lo recuerdo…
CLAUDIA. ¿Por qué no volviste a hacerlo? Aquí, más aceite, aquí, aquí (se levanta la polera, toca lentamente sus abdominales marcados).
NÉSTOR. Que no lo recuerdo le digo.
CLAUDIA. ¿Por qué no cruzaste el umbral, Néstor? (toma su mano, la lleva a su estómago).
NÉSTOR. (ahora él toca los abdominales de Claudia, los mira detenidamente) Yo solo tengo ojos para un nosotros.
CLAUDIA. Apriétame si quieres (le levanta la otra mano, se la lleva al pecho plano).
NÉSTOR. Déjelo, Claudia. (corre sus manos) No soy más que un plural, es la única forma que tengo de existir.
CLAUDIA. ¡No seas ridículo!
NÉSTOR. ¿Sabe cuándo prometí amarlos sin diferencias? ¿En plural y por siempre? La mañana en que gané la Pesa Dorada, porque trabajador del año me eligieron.
CLAUDIA. ¡Por favor! De nuevo no esa historia…
NÉSTOR. Desde entonces que he dejado mi vida aquí. Bien sabe que llevo años con el turno que comienza a las nueve de la noche y termina a las seis de la mañana.
CLAUDIA. Bien sé…
NÉSTOR. Córrase un poquito (la mueve para que ella cubra la ventana, la luz se aclara). La luz del día también me hace sentir mal. Le digo, Claudita, cuando gané –ganamos perdón–, la Pesa Dorada, sentí que tuvimos algo concreto, palpable.
CLAUDIA. Ya me has contado… (mira por la ventana derrotada).
A Néstor no le importa. Toma una de las pesas, como si fuera un premio. Juega con ella mientras habla solo. Andrea, que ha escuchado todo con atención, ahora intenta sacarse la mordaza.
NÉSTOR. Aún tengo en la boca el discurso que pronuncié. Hablé sobre el turno de la noche. ¿De qué más iba a ser? Con decisión les conté sobre los cientos de borrachos que tuve que levantar antes de que ustedes llegaran. Sin asco describí los vómitos que limpié. Con templanza enumeré a las parejas que encontré teniendo sexo en las trotadoras, camarines, y colchonetas donde ese día jugaban los niños. Sin pena hablé del joven que se me murió en los brazos, después de jalar quizá cuánta coca. Y, por supuesto, declamé que las noches eran mágicas, porque he contemplado la belleza en mujeres pensativas como usted Claudita; en adictos tiernos como el Keta; panaderos tristes como Jeremías; médicos paranoicos como Miryam y en taxistas pervertidos como El Flaco. Somos seres de la noche y no nacimos para amarnos de la manera en que usted busca. El amor debe multiplicarse y con premio en mano me juré que así sería. En este amanecer yo solo puedo pensar en la Pesa Dorada que le dijo al mundo que existíamos. Que existíamos y no estábamos solos y que las noches que atravesamos juntos fuimos familia, hogar, amigos, amantes. Si me quiere, significa que ama a todos por igual. (se acerca a ella, le toma las manos, se miran fijo, de cerca). Y le agradezco… (está a punto de besarla), pero yo solo la puedo amar, amada mía, como parte de algo más grande, porque mi único deseo está en la luna (le besa la mejilla).
ANDREA. (soltándose la mordaza al fin). ¡Bravo! ¡Bravísimo! ¡Fantástico!
Néstor va hacia ella, se la pone de nuevo, molesto. Claudia se voltea otra vez hacia la ventana. Entonces, Jeremías se levanta de golpe. Grita desgarradamente y apoya un cuchillo contra su cuello. Miryam, Keta y El Flaco se levantan al mismo tiempo. Ven a Jeremías temblando, a punto de cortarse.
MIRYAM. ¡Muchacho, muchacho, no lo hagas!
JEREMÍAS. (llorando como bicicleta). No quiero morir encerrado. No quiero ahogarme entre los escombros. El olor del pan me está derrumbando. ¡Déjenme que ya no aguanto! (se presiona el cuchillo fuerte).
EL FLACO. ¡No seai hueón! (le quita el cuchillo)
KETA. Jerito, estuvimos todos de acuerdo po. ¡O morimos juntos o nos salvamos todos!
MIRYAM. Ven a dormir con nosotros. Bájate de ahí. (Miryam y Keta lo llevan hasta la colchoneta, Jeremías tiembla)
KETA. (le pasa una pastilla fluorecente) Toma. La estaba guardando pa’ más rato, pero dale tú mejor.
MIRYAM. No le des mierda a Jeremías.
EL FLACO. Que se la tome, le va a hacer bien al hijo de puta, cobarde, traidor.
MIRYAM. ¡Que no! (le quita la pastilla, se la toma ella). Está asustado, tiene pena. (maternalmente) Apóyate en mi pecho y respira por la nariz, bota por la boca. Otra vez: respira nariz, bota boca. Nariz, boca.
EL FLACO. (Le habla cerca a Jeremías y le pega unas palmadas en la mejilla) Que te quede clara esta hueá: estamos aquí porque es nuestro derecho. Esta es nuestra fiesta, Jeremías, ellos no la van a terminar. Y pobre de ti que te mueras solo, que te saco la chucha, ¿escuchaste? (le da otro golpe, esta vez más despacio)
MIRYAM. (firme) Flaco, no le hables así.
KETA. Mira Jerito, amor, no pasa nada. Esperemos a que salga el sol, ya verás que mañana, al despertar, no tendremos frío, ni pena ni angustia. Estaremos en casa recibiendo otra noche roja. Te cubriré la espalda. Escucha mi aliento en tu oreja, siente mis manos en tu pecho, estréchate contra mi pelvis. Estoy contigo (lo besa en el cuello, Jeremías se deja).
Miryam canta una canción y los tres se duermen abrazados. Ella los besa y se tiende a su lado. Andrea y Néstor también duermen. Claudia, que miraba por la ventana, va hacia el espejo y se desviste. Mientras habla toca su reflejo, hace poses y admira sus músculos.
CLAUDIA. Soy hermosa. Soy flor que aparece en medio del cemento. Me contemplo y mientras todo se desvanece, pierde, desarma, me siento vida firme. ¿Cuándo muera: seré así también? Soy hermosa. Soy flor y vida y, esta noche, soy también, la noche mía. (besa su reflejo. Después, se acerca a Andrea y le da una patada. Andrea despierta en guardia, la mira desafiante) Tranquila, que te puedo matar si quiero… Te voy a soltar. Sé que no sirves de nada, sé que eres la excusa de Néstor para que sigamos acá encerrados. Él tendría que ser muy imbécil para creer lo contrario, pero es el hombre más inteligente que conozco. (se acerca a la ventana, sale el sol) ¿Escuchas? Las máquinas de la demolición están cerca y nadie ha venido por ti. Tu teléfono ni siquiera ha sonado. ¿Tienes familia? ¿Amigas? ¿Alguien? (regresa donde Andrea, la suelta). Tómalo como un favor. A mí me hace feliz regresarte a la soledad que te pertenece (le baja la mordaza).
ANDREA. (ríe burlona) No me hables tú de soledad, a ti no te quieren.
CLAUDIA. Me quieren, me aman. Ellos, Néstor. Soy hermosa, soy vida siempre erguida.
ANDREA. ¡¡Monstruo!! Yo soy la flor del cemento.
A lo lejos se escuchan ruidos de máquinas que se van a acercando.
CLAUDIA. (la agarra con fuerza del cuello) Estás marchita, no tienes donde crecer. Y ahora nos van a tirar las grúas y moriremos entre el adobe y los ladrillos y voy estar con mis hermanos. No voy a morir contigo.
La casa tiembla. Todos despiertan y se asoman a la ventana, menos Andrea que se queda en su posición.
NÉSTOR. Mi cabeza…
MIRYAM. Qué frío el que tengo.
EL FLACO. Ya llegaron.
KETA. Pero tenemos a Andrea. La pondremos en primera línea, dará cara.
EL FLACO. ¡Sí! ¡Estrechemos su rostro contra la ventana!
ANDREA. ¡Esperen!
Todos se voltean y ven a Andrea, que ahora está de pie. Se enojan y sorprenden.
EL FLACO. ¿Quién la soltó?
KETA. Ella misma fue.
NÉSTOR. Es imposible. Yo la amarré con nudo marinero.
MIRYAM. ¿Entonces qué?
EL FLACO. Yo estaba durmiendo.
KETA. Y Jerito y yo.
EL FLACO. ¿Quién mierda fue? (saca el cuchillo de jeremías, apunta a todos, nadie dice nada). ¿Qué quién fue? (mira a Jeremías que está a punto de llorar otra vez). Fuiste tú, hueón cagón (se acerca, lo apunta con el cuchillo, ahora Jeremías ríe).
MIRYAM. ¡Flaco para!
NÉSTOR. ¡Por favor! ¡No somos así!
EL FLACO. Mírenlo. (Jeremías sonríe travieso). No hay dudas, fue él.
Jeremías ríe más fuerte, aunque parece a punto de llorar. El Flaco se le va a tirar encima, pero Claudia lo interrumpe.
CLAUDIA. No, Flaco. Fui yo.
El Flaco mira a Claudia sorprendido, Jeremías le quita el cuchillo.
JEREMÍAS. (llorando) Es mío.
Keta se lo quita rápido de vuelta, lo guarda en su bolsillo.
NÉSTOR. ¡Pero Claudita! ¿Cómo?
MIRYAM. Amiga…
KETA. Guachita… no te creo… que pena que me da (se lamenta exageradamente).
NÉSTOR. (desilusionado) Lo siento, hermana. Pero tendrá que pagar su traición.
EL FLACO. Tirémosla con la otra y que las máquinas las hagan cagar.
ANDREA. ¡Déjenla! No tiene la culpa. ¿No se dan cuenta? A la vieja Beatriz no le importó que vinera a buscarlos (todos ponen cara de excesiva sorpresa). ¿Qué? ¿Qué esperaban? Eso de que conmigo estaban a salvo era mentira, sí sabían, Néstor sabía, no se hagan los hueones. Pero ahora que tengo los pies y las manos desatadas, la boca sin amarras, no quiero correr. Sé que merezco algo mejor. ¡Y ustedes también! Fui la única que vino. Se los ruego, quiero enterrarme en ustedes.
La construcción entera sigue retumbando. Andrea se deja caer al suelo de rodillas, implorando. Claudia la mira con dudas, pero finalmente la abraza. Keta y Miryam se ablandan también.
KETA. (extiende sus brazos) ¡Bienvenida, guachita!
MIRYAM. (extiende sus brazos) Sí. ¡Bienvenida, hermana!
El Flaco niega con la cabeza, Andrea le sonríe lastimeramente.
EL FLACO. (extiende sus brazos) ¡Bienvenida, mujer!
NÉSTOR. No. No. No. Paren. No tan rápido. No podemos confiar en ella.
CLAUDIA. Pero Néstor…
NÉSTOR. Quiere que nos ablandemos, pero no merece morir aquí. Flaco, Miryam, no lo merece… Ustedes saben… Keta, acuérdate que fue ella la que te hizo recaer esa tarde que llegaste limpio y temprano, cuando nosotros no estábamos. Ella.
CLAUDIA. Eso ya no importa.
MIRYAM. Todo se derrumba y está sola.
NÉSTOR. ¡Está fingiendo! Pasó la noche con nosotros, sabe emular la soledad.
EL FLACO. (la mira con sospecha) Ahora que la veo bien, noto que ríe.
KETA. (asiente pensativo) Tiene una mueca burlona.
MIRYAM. No. Yo creo su tristeza.
ANDREA. Por favor.
NÉSTOR. (la mira en silencio, todo retumba, respira profundo) Votemos. Si pierde la tiramos contra la demolición y que el destino haga de ella lo que quiera.
KETA. Es un trato justo.
NÉSTOR. A ver, ¿quién quiere que se quede? (Miryam y Claudia levantan la mano). ¿Y quién rechaza la moción? (él, Keta y El Flaco la levantan ahora). Está decidido: se tiene que ir.
ANDREA. ¡No!
Jeremías que parecía ausente, levanta los dos brazos.
JEREMÍAS. ¡Alto! Yo le creo. Que se quede.
MIRYAM / CLAUDIA. (aplauden contentas) ¡Es un empate!
Se escucha una pared que se agrieta, madera se quiebra. Los tres se paran junto a Andrea, que sigue de rodillas. El Flaco, Keta y Néstor quedan de frente, la miran con dudas.
MIRYAM / CLAUDIA / JEREMÍAS. ¿Acaso no reconocen en ella lo que pueden ver en nosotros, en ustedes?
KETA. (la mira atento, todo retumba) Creo que puedo verlo… Su mirada no tiene fondo.
EL FLACO. (asiente cada vez más seguro) Ni brillo. Es fría y opaca.
KETA. ¡Como la nuestra!
NÉSTOR. (negando con la cabeza). No, no sé, no sé.
MIRYAM / CLAUDIA / JEREMÍAS / EL FLACO / KETA. Sí, sí sabes, Néstor. Obsérvala: su único deseo está en la luna.
NÉSTOR. (gira alrededor de ella, la mira, la huele y cuando está de frente, muy cerca, se sorprende) Veo la luna en sus ojos. ¡Lo siento tanto, hermana! Quédate. Muere con nosotros, sin miedo y feliz (Néstor la levanta del suelo).
Los personajes se alinean, miran al público. Andrea queda al medio. Se escucha de fondo ruido de demolición.
ANDREA. ¿Y ahora qué?
TODOS MENOS ANDREA. Ahora la luz lo empapará todo: el polvo, el sonido, las ruinas.
ANDREA. ¿Y yo? ¿Qué pasará conmigo?
TODOS MENOS ANDREA. Ahora eres nosotros, un plural.
TODOS. Entonces, llegará la mañana y nos esconderemos del día para no vomitar. Abrazaremos nuestros cuerpos pegajosos y excitados, temblorosos y muertos. Estaremos juntos y juntos recibiremos la siguiente noche, la siguiente luna.
Polvo se levanta. Un temblor más fuerte, el espejo se quiebra.
FIN DE LA OBRA.