Lo primero que hago cuando le escribo por mensaje interno es mentir. Lo hago todo el tiempo. Me pregunto cómo podemos hablar de realidad en un mundo de pos-verdad, repleto de titulares y colas en los supermercados por un cuadrado de papel higiénico. Le miento porque, como una ráfaga, me pilló el encierro. Me sacudió y me golpeó hasta que las extrañezas se hicieron palpables. Encerradas en el imaginario mental, de no ser por la mentira.
Le miento a todos. Escribo como si no hubiese llorado minutos antes, por las cosas más extrañas, como no poder salir a comprarme unas papas fritas al lado del metro. Lloro como desgraciada y luego me pongo a freír papas sin delantal. Ya ha oscurecido. Sé que esto no pasaría de no ser porque estoy cumpliendo más de un mes en cuarentena. La palabra “cumplir” me parece apropiada pero me incómoda. Tiene una connotación de condena.
También me recuerda a cumplir años, que siempre significa crecer y muchas veces significa dolor, pero también es regalos y torta. Nadie te da un premio por quedarte encerrada en tu casa. Lloras y te quedas dormida en un sillón sin que te vea nadie. Parece una pos-verdad llorar así, de la forma que te la digo. Nadie puede corroborar mi llanto. Esto de llorar es de las cosas más increíbles, como lo dicen los poderosos, enredados entre sus propios pies. O lo que sucede cuando te acabas el pan, sin saber, y no saboreaste el último como lo que era.
Las ansiedades culminan en uno mismo: yo me arranco las pestañas al despertar, y noto que todavía tengo rímel del día anterior. Me pregunto qué hago maquillada si nadie me verá. Hay un par de opciones: las observaciones de mis contactos virtuales por video-llamada para que crean que está todo bien, la idea de que repentinamente salga, sentirme bien conmigo misma, o las viejas costumbres imposibles de olvidar. Me arranco otra pestaña y mis dedos quedan negros. No saldré, por lo que nadie me verá. Es una de las cosas más o menos inexplicables de cumplir esta cuarentena. Quizá me quería sentir bien porque al verme bien me miento.
Lo primero que hago al verme es mentir. En cada momento estoy mintiendo, incluso cuando quiero ser un poco más real y superar los titulares falsos. Veo las noticias en el celular y todo parece falso. Es engañoso creer lo que dicen. Creo que te podrías enfermar con mayor facilidad siguiendo sus consejos en vez de los tuyos.
Me enreda ¿sabes? que no se pueda confiar en nadie. Le escribo pero nunca sé si tendré respuesta. Creo que no se puede confiar en nadie porque esos consejos en realidad te quieren matar, como si esto de la pandemia no fuese suficiente, como inyectarte líquido para limpiar con olor a limón.
Mi abuela dice que es un método de control de población, este virus. Me lo dijo una vez por teléfono y tuve que decirle que no se preocupara, pero mentí y me preocupé. Solo puedes confiar en que me preocupé por mis palabras. Añadiría que no hice nada con el miedo y me quedé estática pensando que quizá nos quieren a todos muertos. Nos vamos a morir de una forma u otra de tomas maneras. Yo me pregunto como ella me podía decir esas cosas con un tono tan alegre, como si cantase. Cómo se puede cantar una canción o tararearla con júbilo cuando la melodía suena equivocada y te interrumpes tosiendo.
Te asustas. No tienes fiebre pero todo te ha dicho que te asustes. Las notas y los acordes suenan mal cada vez que me escucho hablar en voz alta. No estoy acostumbrada a más que un susurro, o un gruñido si me golpeo con una esquina o una puerta. Habitar una casa es como habitarse: después de un tiempo ya no te soportas. Yo siento que mi casa me atrapa. Me hundo en ella o me succiona. No me quiere dejar ir. Las paredes parecen más blancas y empiezo a notar detalles en todas las cosas.
Entonces empiezo a arreglarlas con cinta adhesiva o con pintura acrílica. Haces como que haces algo. Saco el sopapo del baño y destapo el lavaplatos que siempre estuvo tapado pero nunca lo noté hasta que, al liberarme de la pila de platos sucios, el agua acumulada era alucinante.
Volvía después con el sopapo al baño. Me lavaba las manos, porque ahora todo es lavarse las manos, como si nunca lo hubiésemos hecho antes. Cómo tuvieron que mentirle para que hiciera algo tan simple de pronto. Pienso, mientras me lavo las manos por los segundos que alguien recomendó. Me las lavo con el ritmo de una canción de Britney Spears. Nunca pensé relacionar a la cantante con la posibilidad de un virus. Otra extrañeza.
Adopté un apodo porque me aburrí de mi nombre. De la misma forma que me aburrí de mi pelo que corté con las tijeras de la cocina. Era un sábado en la noche y yo lloraba por querer o no querer salir. Me acostumbré tanto al encierro que parece raro pensar en salir.
Una vez salí al estacionamiento y casi me ahogué con el aire. Caminé por los bloques colmados de autos, de personas que no pueden salir, pero también aplauden todos los días a las nueve de la noche. Es el mismo vecindario, la misma gente, pero no es igual. Ahora se emocionan en comunidad cuando antes no podían verse las caras. Una mujer siempre grita con su voz ronca a las nueve de cada noche. No deja de asombrarme. Las notas musicales en su voz suenan mal pero ella cree que hace algo por el país, quién sabe.
No me atrevo a decir nada sobre nada porque lo único que haré es mentir. Tomar una decisión errática e irme de la pieza a la sala de estar. Cocinar fideos otra vez. Volver a mi cama y no salir aunque me haga mal, según todos los expertos que solo se arreglaron para el video que grabaron y luego volvieron a sus camas.
Lo primero que hago cuando le escribo es mentir. No te voy a mentir, me encanta mentir. Soy una noticia falsa, andante, informando de situaciones que no existen de la misma forma que la ficción.
Los tiempos se derriten como los números del reloj en el encierro y nada está bien o mal. Miento absolutamente todo el tiempo. Siento como he mentido a todos en el mundo: el de la pos-verdad. Pero éste me favorece para contar mis historias.
Me pilló el encierro y me puso a escribir. Especialmente por mensaje interno con una serie de verdades y mentiras, intercaladas, a esa persona a la que, primero que nada, le miento.
Aunque la verdad es que mentí en esa frase, porque yo ya no le escribo con honestidad a nadie. Yo les miento a todos siempre y al mismo tiempo.