El cinéfilo pretende hacer un stand up sobre sus memorias.
No le sale.
Lo que lleva en la mente es más una cinta grabada encima mil veces, borrosa y mal tratada. Pero persiste en su intento de comedia…
—La vida de un cinéfilo inicia dentro de un cine ¿o antes?
Un chat especializado ya se debate sobre esta pregunta.
Wikipedia dice: “Los cinéfilos, en general, prefieren que no les indiquen su ‘historia’, pues domina más en ellos un gusto íntimo por cierto cine; esto es, un gesto personal, más bien restringido…” (1)
De ahí que casi nadie pueda acceder a la discusión antes mencionada.
—Pasé de ver pasar la vida a verla pasar en un cine.
Aquello no parece ser una broma, sino más bien una confesión. El cinéfilo consigue retener la atención del público hasta que decide usar la palabra “Cinemateca” y los abucheos sobrevienen. En su delicada cabeza, él cree que un francesísimo lo puede colocar en otro contexto. Acaso un escenario de una película que resulta incomprensible aún con subtítulos. Como las del director canadiense Atom Egoyan.
Pero esa es mi cinta. Ocupa el rebobinar, como lo define la RAE:
- tr. En un circuito eléctrico, sustituir el hilo de una bobina por otro.
- tr. Hacer que un hilo o cinta se desenrolle de un carrete para enrollarse en otro.
Crecí dentro de una generación que únicamente entendió esta palabra como un motivo de multa.
“Be kind please rewind”
Y no hablábamos inglés, pero lo hacíamos. Por amenaza y no por amabilidad.
Rebobino ahora con tal de hacer uso de la primera del singular.
Las películas de Atom Egoyan fueron una especie de salas de interrogación en donde pasé mi adolescencia. Ahora las veo y no entiendo ni jota. Todos los personajes se desarrollaban en una realidad de tonalidad crayola. Eran feos, tristes. Cargaban tragedias insondables a cuestas. A través del video (una técnica entonces novedosa) creían encontrarse y al final uno nunca entendía si había ido uno al cine a ver o a ser mirado. Yo creo que ambos nos hacíamos chaquetas mentales en esos tiempos. Yo en la confusión del crecimiento y él en la confusión artística. Él se compuso y logró hacer un par de buenas películas para luego descender al lugar común al que llegan algunos cineastas. Yo en realidad no sé qué es lo que me ha pasado. Muchas veces creo seguir sentada en esa sala oscura, haciéndome preguntas. Los que me conocen seguro tienen su versión de los hechos, pero no quiero saberla. En la película de mi vida, el pasado no goza de una parte hablada, siempre lo he preferido como ese extra, mudo e inadvertido, que un día llega a tocar a tu puerta para anunciar que viene a matarte.
—¿Hasta qué punto es mi vida y no el calco de un gesto o un movimiento que vi en una película? —se pregunta el cinéfilo.
Ahora yo quisiera usar “Cinemateca” en un enunciado. Cambiarme de contexto. En realidad los cinéfilos pasamos de la vida ordinaria despreciando la salas comerciales por estos recintos especializados: “Cambiamos de contexto”.
—En la “cinemateca” el que masca palomitas a la mitad de la película es conducido a la salida por un agente especial.
Nadie ríe. Los cinéfilos no son conocidos por su buen sentido del humor, ya que pasan mucho tiempo en salas oscuras (y especializadas) con desconocidos. Esos lugares en donde yo misma he pasado mucho tiempo de mi vida, sin entender por qué.
Jacques Rancière dice:
(El cine) Es el lugar material a donde uno va a divertirse con el espectáculo de sombras, sin perjuicio de que estas nos afecten con una emoción más secreta de lo que puede expresarlo la condescendiente palabra “diversión”. (2)
Se le olvida mencionar que a nivel práctico funciona también para evitar el horror del domingo.
La cinta del stand up del cinéfilo con aspiración de comediante se ve cada vez más invadida por la mía. Aunque algunas partes todavía se pueden escuchar las risas grabadas. No sé si son para él o para mí. Al rebobinar esta cinta ambos hacemos un recuento más bien melancólico sobre esas relaciones sentimentales que establecimos en las sombras, de las cuales, en mi caso, poco o nada queda sobre la cinta de mi memoria. Parece que no puedo rebobinar hasta ese punto. Sólo quedan los títulos y la impresión de hacer sostenido intensos soliloquios con gente que pretendió escucharme cuando hablaba sobre esas imágenes. Lo más insólito es que de ellas nada queda.
Atom Egoyan regresó a mi cabeza por un ciclo que pasaron hace poco en la televisión.
No sé cuánto tiempo pasé buscando en la memoria reconocer de dónde provenía la escena de un tipo que para un show de variedades recreaba una escena de “North by northwest” de Hitchcock. Alguien me revelaría que la película de donde provenía tal escena era “Arizona’s dream” de Kusturica. En ese entonces dependía de la memoria de otro para certificar mi recuerdo y no de Google. Qué tiempos aquellos… Tan desesperantes para esos recuerdos que buscan completar su mitad.
Sobre una película por la que juré sobre el fuego en mi aturdida adolescencia no guardaba mayor recuerdo que la de un mar grisáceo embravecido. Una imagen que en la realidad dura apenas unos segundos. Del resto descubrí que no me quedaba nada. Ahora la miro por curiosidad y no sé qué era lo que me unía a ese retrato más bien teatralizado de unos prostitutos en Portland, Oregon que más que luchar por sobrevivir en ese duro ambiente parecían estar montando una obra de Shakespeare. En español tuvieron a bien nombrar la obra “El camino de mis sueños”. (3) Algo digno para la interpretación de un analista perspicaz.
Dice Rancière:
(El cine) Es también lo que se acumula y sedimenta en nosotros de esas presencias a medida que su realidad se borra y se modifica: ese otro cine que recompone nuestros recuerdos y nuestras palabras, hasta mostrar grandes diferencias con lo que ha presentado el desarrollo de la proyección. (4)
—Hay un punto en la vida del cinéfilo en el que ha visto tantas películas que no le queda más que hacer su aportación al séptimo arte —anota la recuperada cinta del malogrado cómico aquel del principio.
Las risas esta vez parecen reales. El rebobinado de la cintas se confunde y mezcla con otras. Recompone y remienda de los pedazos una versión propia de esos afectos imaginarios borrados en el tiempo. Crea un argumento que considera tan “original” como para ganarse un título:
“Los cines que ya no existen”
Una cinta intrépida y carente de acción que recorre aquellos espacios que ahora son franquicias, o peor aún, terrenos baldíos, edificios que nada saben de las sombras que proyectaron o espacios en ruinas. En una escena memorable (quizá la única) se puede ver una sala que separa el espacio de las butacas de la pantalla por una fila de escombros caídos del propio techo.
Parece que es allí donde sucede la película malgastada de estos recuerdos, el stand up del cinéfilo. O al menos es donde imagino que debe pasar. Pero eso es otra película, que curiosamente también alcanza título:
“Dos cinéfilos”
¿O es acaso el principio de un mal chiste? Ahora esta historia comienza a replicar aquellos esquemas del perturbado Egoyan. Planos de imagen dentro de otros.
¿Miramos o somos mirados?
La pantalla es una superficie de deseo y algunos somos tan ilusos que deseamos accionar ahí dentro. Especialmente los cinéfilos. Por algún tiempo yo misma lo intenté, quizás como lo hago ahora, esperando proyectar dentro de una cabeza un juego de sombras. Ninguna de esas historias pasó más allá del tratamiento de lectura y mi asiento en el cine sufrió a la par una ausencia prolongada.
¿Fue por decepción? ¿Frustración? ¿Enojo? ¿Humildad ante esa mística de luz y emociones?
No tiene caso hablar de eso, porque la mente del cinéfilo maquina toda historia como si fuese el protagonista de un filme.
—Yo creo que mi vida puede ser un documental —me dijo un tipo en una fiesta, y yo pienso ¿si todos los seres humanos no podemos ser objeto de semejante proeza? Y un día habrá tantas películas documentales que nadie podrá distinguir la realidad. O peor aún, a los personajes.
Habrá que admitirlo. El recular en cuanto a la creación fílmica también implica una conciencia acerca de esta sobrepoblación de fantasías insulsas.
—Y como mi guión sufrió tantos ataques, decidí convertirme en crítico —dice la cinta del olvidado cinéfilo.
La crítica cinematográfica. Especialización de mirones amateurs elevados (por sí mismos) a profesionales en un interesante acto de soberbia, disfraz de estudio, disfraz de búsqueda por una teoría, disfraz de justificación para seguir pasando ahí dentro más tiempo de nuestra existencia.
“El protagonista ha venido a este lugar porque allá no tenía ninguna clase de vida.” (5)
En desmentir la frase anterior podría sobrevenir la maquinación de otra película. Es mejor volver a la cinta VHS del fallido comediante y buscar un momento claridad con la ayuda del fast forward.
—Mi primer recuerdo en un cine es llegar tarde a la película y quedarme a ver la permanencia voluntaria, desde entonces no he salido.
Nadie ríe. Nadie se mueve. Parece que pese a todo, la voluntad permanece.
Notas
1. https://es.wikipedia.org/wiki/Cinéfilo
2. Rancière, Jaques “Las distancias del cine” Manantial, Buenos Aires, 2012, p.p 13.
3. “My own private Idaho” dirigida por Gus Van Sant en 1991. http://www.imdb.com/title/tt0102494/
4. Idem.
5. David Markson “La soledad del lector” La bestia equilátera, Buenos Aires, 2012, p.p 62.