Quizás llevar un diario suponga fragmentar la cotidianidad en palabras para ejercitar la memoria. Hace unas semanas conocí a Diego, un chico que se presentó diciéndome que tenía memoria fotográfica. Cuando lo dijo, pensé en que era afortunado por tener esa cualidad, propia solo de gente extraordinaria o de personajes de ficción. Además me sorprendió porque soy una persona olvidadiza; me pasa a menudo que confundo las conversaciones que tengo con las personas. En ese momento también pensé en el fantasma de Funes, personaje de Borges que tiene la facultad de recordar hasta el más mínimo detalle, al grado de que su memoria prodigiosa es la metáfora de un basurero que no le deja pensar.
Confieso que estuve tentado en poner a prueba su condición de superhéroe, en preguntarle cómo lograba recordar todo lo que veía con un simple abrir y cerrar de ojos. Pero extrañamente suelo ser una persona prudente; eso me detuvo. Unos días más tarde, me enteré de que su facultad no era más que un artificio. Diego llevaba un diario. De alguna forma extraña, sentí una mezcla que oscilaba entre la traición y la decepción. A veces mentimos con el fin de presentar una buena cara a quien recién conocemos.
Hace algún tiempo, caí en cuenta de que los diarios no solo pueden servir como testimonios históricos, sino también como fuente de creación literaria y como importantes objetos dentro de las ficciones. La diferencia, en todo caso, estriba en la intención de quien escribe. En otras palabras, la imaginación puede servir como mecanismo para recordar las cosas. Es lo que pasa más o menos con la historia. Es cierto que los hechos están ahí, a flor de piel, listos para que cualquiera los presencie y empiece a contarlos, es decir, cuando los hechos han pasado. Pero hay un abismo entre el hecho y lo que se cuenta del hecho. Un abismo infranqueable, casi vertiginoso, entre los actos y las palabras. Siendo así, y como no podemos abarcarlo todo por medio de la escritura, debemos seccionar la realidad.
Otro de los problemas que tiene el diario es que, en última instancia, es un artefacto textual sin afán de hacerse público. Los diarios suelen tener una concepción más bien privada, y por esto sentimental, expresiva. La célebre novela de Bolaño, Los detectives salvajes, se elabora a partir de este registro. El lector se acerca a la historia a partir de la lectura de un diario-testimonio del personaje principal, García Madero. Pero aquí sabemos que estamos ante una novela, no solo porque la editorial que la publica nos da una pista, sino también por el código en el que está escrito.
Con esto, suelo preguntarme ¿qué es esencialmente el diario? Curiosamente la mejor respuesta que he encontrado no es de naturaleza epistemológica. Tiene otra naturaleza, harto distinta y también, considero, harto mejor. Aparece en la célebre novela 1984, cuando Winston, el personaje principal de la distopía orwelliana, decide escribir un diario. La voluntad que hay detrás de escribir un diario representa un acto revolucionario. Mejor dicho, escribir el diario es el acto revolucionario por excelencia. Es cuando Winston empieza, a partir de que se vuelve consciente de las infinitas posibilidades del lenguaje, a cuestionar la autoridad, a darse cuenta de su entorno. Winston escribe un diario y empieza a pensar. Somos testigos de su despertar.
La pregunta, por lo tanto, también tiene que se: ¿qué nos lleva a escribir un diario? Y más aún, ¿qué nos lleva a escribir? Las explicaciones y las motivaciones pueden ser de muy distinta naturaleza. Hay desde quienes escriben por expresión –los más valientes–, hasta los que escriben en busca de la trascendencia –los más imbéciles–, hasta los que escriben por matar literalmente el tiempo –los más sinceros–.
La motivación de Diego de escribir un diario se parecía más a la enfermedad de Funes. Él no escribía el diario por ninguna de las motivaciones anteriores, él escribía un diario para ejercitar la memoria, ejercicio que, por otra parte, está muy despreciado en estos tiempos.
Lo peligroso de su intención, en tal caso, no estribaba en la cercanía que tenía con el personaje de Borges, sino en que su condición supranatural fuera su carta de presentación.