Pintura: Ekaterina Popova
Cuando Selva se despertó, Ramón estaba sobre su pecho, mirándola. Lo acarició, lo agarró con ambas manos y él se le escurrió camino a la cocina, jugándole con la cola para que lo siguiera. Ahí, la ventana estaba abierta. Había permanecido abierta toda la noche. Un vacío por lo que no había ocurrido, pero habría podido ocurrir, se le posó a Selva en la boca del estómago.
Cerró la ventana, caminó a su estudio y se sentó con el gato en las piernas. Cuando ella se activaba, Ramón dormía, y así alguien siempre vigilaba la casa. A veces, Ramón se metía por horas en su tienda de tela, que permanecía armada en una esquina de la sala. Solo en esos momentos, Selva se atrevía a abrir un poco alguna de las ventanas, con un ojo puesto en el marco, o en su regazo, o en la tienda, vigilando que el gato no se moviera sin ella percatarse de eso.
¿Por qué te preocupa tanto que salga? Los gatos siempre vuelven, le dijo su hermana esa tarde, al verla sellar la ventana de la cocina más de una vez, como si hubiera olvidado que, cuando eran niñas, Tigresa se había subido al cerezo a perseguir pájaros, había dado un paso en falso, había caído y había muerto en el acto, incrustada en las rejas lanza que cercaban el jardín que daba a la calle.
Ese es un caso extraordinario, dijo la hermana. Uno de esos extrañísimos casos en que una gata pierde todas sus vidas en la primera caída, y por una cuestión de malísima suerte. Pero para Selva esa no era la excepción, era la regla. Para Selva las cosas salían mal, y solo a veces se torcían para bien. La normalidad de todos los días no le bastaba para constatar que nada malo casi nunca estaba a punto de pasar. Y, si eso era cierto, necesariamente tenía que ver con que salía tan poco.
Al otro día de la siempre desafiante visita de su hermana, Selva despertó y el gato no estaba ahí. No estaba cerca. No estaba, de hecho, por ningún lado. Buscó debajo de las cobijas, debajo de la cama, en el baño, en el estudio, en la tienda de tela, detrás del sofá. Dejó lo peor para el final: corrió a la cocina y miró la ventana, pero la encontró bien cerrada y ajustada.
Se asomó a la tienda otra vez. Volvió a comprobar que el gato no estaba ahí, pero quiso entrar, y tan pronto entró, le pareció más acogedora de lo que creía desde afuera.
Se acostó y se sintió a gusto. Se quedó dormida, y cuando despertó, encontró el techo ladeado, versado sobre ella, casi a la altura del piso. Bastó estirar un poco la mano para tocarlo sin hacer ningún esfuerzo.
Con ojos despiertos, vio que la tienda ajustó los lazos de tela que colgaban de las paredes de la entrada, hasta hacer su propio nudo y sellarse desde adentro. Quizás, igual, sí estoy soñando, pensó Selva. Aun así, no parecía haber otra opción que quedarse. Se sintió dichosa y libre de culpa. Al rato quiso pensar que debía tratar de desatar el nudo y salir, pero se contuvo. Sintió algo muy dulce en el pecho.
Unas horas después, el espacio se había reducido más, y ella seguía ahí, acostada y sin salir. Ahora las paredes no tenían ninguna forma. Selva tomó las esquinas sobrantes, más o menos llenas de aire. Las alisó y las trajo a sí, formando una cobija tensa que se envolvió cruzándola con los brazos sobre el pecho, como una camisa de fuerza. Como una momia. La tela se había pegado a su ropa y a la piel que se asomaba. Ya empezaba a cosérsele por la espalda, cosa que tampoco le pareció desagradable. Ahí adentro no sentía miedo.
El límite entre la tela y los ojos era mínimo, pero quiso mantenerlos abiertos para contemplar la belleza amarilla de la nueva membrana traslúcida. Entonces alcanzó a ver, a través de ella, la sombra negra y engrandecida del gato, que la observaba apacible desde afuera.
Sara Malagón Llano (Bogotá, Colombia, 1990). Sara Malagón Llano estudió Literatura y Filosofía en la Universidad de los Andes de Bogotá. Ha trabajado como asistente de investigación en la ONG Dejusticia, periodista cultural del diario El Espectador y periodista política de la revista Semana. De 2017 a 2020 fue la Editora General de la revista ARCADIA, y de mayo de 2020 a agosto de 2022 trabajó como Asesora del Pleno de Comisionados de la Comisión de la Verdad de Colombia, una institución creada a raíz del Acuerdo de Paz firmado entre el Estado colombiano y la exguerrilla de las Farc. Ahora cursa el MFA de Escritura Creativa en español de NYU, durante el que quiere escribir su primera novela