MATINAL
Nunca he estado en un día que no hubiese empezado ya. Temprano para el ruido, una planta hunde sus raíces en la noche y el agua comba el techo al reflejarla. Qué frágil el esfuerzo de este mundo por unirse al mundo.
Pareciera que la noche no tiene dónde apoyarse.
Sobre el fuego, otro fuego que por él se sostiene como una flor que a veces mancha y otras en ella tiembla y se recoge.
Antes de que el agua haya roto a hervir la calma se sustituye por un sentido común. Me arrincona la inmensidad del día que no sé de dónde viene y si existe como existo en lo que fuga.
Para quien quiera responder, no sólo es una promesa, hay algo más de nosotros en este invierno.
La urgencia cede lejos de la piel que ha tocado el frío y no ha encontrado a qué parecerse. El viento de las ramas da un timbre distinto en este aire que precede a la helada, hay un extenso silencio entre la arboleda y las estrellas.
Si pudiera recordar este cielo entero, sin dividirlo en días y noches, quizá podría mirarlo como la unidad que se abandona en lo incontable y resistir en la marca de un cuerpo sobre la hierba porque la tierra ha sido detenida.
Si pudiéramos mirar las cosas como son y no como se miran entre sí y dibujar el borde del charco y después la lluvia…
Hoy viene a ser tarde y nosotros, los favoritos de las circunstancias, nos habremos reconocido en los cinco pasos de ancho del arroyo. Uno se cala por cruzar con miedo.
Hemos acabado y una ligera bajada es todo lo que nos espera.
Al volver nos habremos ido y este mundo con nosotros.
Detrás, la casa familiar, la baliza del sepulturero. No sabremos si será la sombra del espino
la que nos cubra o si aún podremos disfrutar del resguardo de una bombilla, de una silla que cruje o del cuerpo satisfecho por el cansancio.