Por: Paola Pacanchique Plazas y Alexander Castillo Morales
Foto Hugo Suárez
María Teresa Andruetto (1954) nació en Arroyo Cabral, provincia de Córdoba, Argentina. Su obra incluye ensayo, poesía, novela y cuento. Ha recibido diferentes premios, entre los que destaca el Premio Hans Christian Andersen en 2012. No obstante, ella lucha contra el encasillamiento de la literatura bajo etiquetas como infantil, juvenil y de adulto, tal como se aprecia en su ensayo “Hacia una literatura sin adjetivos ”. Además, de escritora ha sido editora y profesora, de allí que le resulte muy importante su trabajo por la enseñanza de la literatura y viva la preocupación por la promoción de lectura.
¿Qué circunstancias de tu vida han pesado más a la hora de decidir este oficio de escribir?
Hay dos momentos que me llevaron a ese lugar: uno es el golpe de estado en Argentina, yo acababa de terminar la carrera de letras y mi aspiración era ingresar a alguna cátedra y hacer allí la carrera académica, mi aspiración máxima era ser profesora titular de alguna de las literaturas argentinas e hispanoamericanas en la Universidad de Córdoba. Alcancé a recibirme unos meses antes del golpe y me fui a la Patagonia y me desligué completamente del mundo, de la universidad que estaba muy hostil y que, en mi caso, me producía miedo, porque había tenido una militancia en el centro de estudiantes en una agrupación de izquierda, eso era algo peligroso en ese momento.
Cuando la dictadura terminó, yo vivía otro momento: tenía una niña, estaba a punto de tener otra y daba clase en docencia Secundaria. Entonces, la Universidad no me quedaba tan a mano física y geográficamente, eso hizo que el sueño de hacer una carrera académica se diluyera y se disipará. En paralelo a mi actividad docente en la escuela secundaria estaba la formación a maestros.
Lo otro tiene que ver con un problema de salud. Yo tuve una complicación a mis 28 años, más o menos, un año antes de en la época de la recuperación democrática. Ese límite vital que significa tener una enfermedad importante, que no se sabe cómo va a resultar. Eso también me llevó a la escritura, ahí empecé a escribir “Tama”, mi primera novela.
Llama la atención algunos nombres de las mujeres en tus historias, ¿la estrategia de nombrarlas (o no) atenúa y enfatiza cualidades de ellas? ¿Cuales?
Los nombres no los pongo porque quiero, ni porque me gustan, sino porque le caben a la historia. Por ejemplo, en el “Árbol de Lilas” los protagonistas se llaman “Ella” y “Él” porque el cuento y el modo de contarlo es arquetípico. “Ella” es todas las ellas, lo mismo sucede con “Él”, es todos los ellos.
En “El guante de encaje” me encantó un nombre como “Encarnación”, porque como se trata de una fantasma me pareció que estaba muy bien. En el cuento “Había una vez” las mujeres tienen nombres árabes u orientales raros porque le iban a la historia.
Ahora, si yo trabajo un cuento realista, entonces los personajes se llaman “Daniel”, como en “Los ahogados”. ¿Por qué la protagonista de esta historia no tiene nombre? No es algo que yo hubiera previsto y es porque el cuento se coloca en lo que le pasa a ella. Por ejemplo, “Chicha Méndez” en la historia de “Los ahogados” tiene el nombre de una mujer que cerca de mi casa un almacén tiene los lugareños usan como punto de referencia del poblado; pero ella no lo sabe
En “El país de Juan” por ejemplo, “Juan” es como decir “él” o todos los hombres; pero en el caso de la mujer cuando le iba a poner “María” el texto me impuso algo y apareció ese nombre de “Anarina” que es un nombre en un poema del brasileño Manuel Bandeira que dice:
Vamos a vivir al Nordeste, Anarina.
Dejaré aquí a mis amigos, mis libros, mis riquezas,
mi vergüenza.
Dejarás aquí a tu hija, tu abuela, tu marido,
tu amante.
Aquí hace mucho calor.
En el Nordeste también hace calor.
Pero allí hay brisa:
Vamos a vivir de brisa, Anarina .
Y ese nombre se me apareció una y otra vez, y el texto me lo pedía y terminé poniéndolo.
Tienes varias historias en donde se presenta un formato de fábula, por ejemplo, en “Había una vez”. ¿Concibes en tu escritura ese formato para desvelar los mecanismos de ficción en los cuales la mujer aparece atrapada?
Nunca es el tema, el tema aparece porque estoy ocupada en las formas. Al ocuparme de las formas tan fuertemente, el fondo se despliega más. En una etapa de escritura de mi vida sí transité mucho eso que tiene que ver con la circularidad, con la repetición, con el “encastre” y que son recursos de la literatura popular. En algunos de mis cuentos que son de la misma época (década del 80, cuando escribía sin publicar, ya que empecé a publicar en 1993) de escritura que “Había una vez”: “El anillo encantado”, “Huellas en la arena” , “Había una vez”, “La durmiente”, “Solgo”, “El árbol de lilas”, está el gusto por las historias maravillosas, el modo de contar con la circularidad, encastre, repetición que se vincula a un uso poético de la palabra.Podría decir, hay toda una época (años 80, primeros 90) en que ese modo de narrar es una constante.
Lo que se despliega en la escritura es lo que uno es. Me interesan las mujeres, especialmente las mujeres de mi generación su diversidad- y de la zona social de donde provengo, también las cuestiones de la inmigración y la migración interna, la empatía con el otro, me interesa el otro, los otros y lo otro , lo propio, la extranjeridad, todo eso aparece inevitablemente.
¿Cuándo abordas el tema de género? ¿Cómo lo planificas literariamente, acaso tienes una idea previa sobre esto y lo vas desarrollando a través de las tramas de los personajes y sus diferentes acciones?
No hay planificación previa en cuanto a los argumentos o los asuntos. Aclaro; al hablar acá de escribir me refiero a la ficción, cuentos, novelas ya la poesía, no a una escritura más utilitaria (una conferencia, un prólogo …) que sí escribo generalmente porque alguien me lo solicita, en cambio la ficción y la poesía, llegan a mi cuando quieren. Cada libro, cada proyecto de escritura es diferente y hay algo particular que me llama a la escritura y se origina en algo que veo, escucho o recuerdo: por ejemplo, una escena que me resulta levemente inquietante trato de apresarla, aprehenderla. Entonces, me pregunto cosas en torno a ella y voy avanzando, pero no hay un plan ni una determinación. Me entregó a eso que llega, voy buscando ahí un camino, un desarrollo.
No soy una escritora que planeé su vida en el sentido de empezar a escribir a determinada hora todos los días. Puede pasar mucho tiempo sin que yo escriba, no es algo que me angustie. Es algo que va y viene, está ligado a una interrogación, una inquietud y al deseo de comprender algo.
A veces, se me va mucho tiempo en descubrir desde dónde contar algo. Veo una escena hoy ya lo mejor dentro de un año o dentro de diez años me pongo en esa escena y me pregunto: ¿Quién la podría contar? ¿Quién podría narrar eso?, Entonces, ese sería el punto de vista. Si encuentro una punta para esa voz me “largo” a escribir, veo hacia dónde me lleva. Porque justamente se trata de no llevar a hacer a los personajes lo que uno quiere, sino mirarlos, seguirlos, hasta que expresen su verdad, hasta que se desplieguen. No es que yo diga “voy a escribir un cuento sobre las mujeres, sobre una mujer liberada, una mujer sometida”. No, no es eso.
Hay una escena que tal vez convenga que yo cuente. Por ejemplo, voy a un velorio de la madre de un amigo. Mi amigo y su mujer son ateos o agnósticos, pero la muerta era católica cristiana. Entonces, alguien dice que hace falta un cura. De pronto aparece una mujer, una especie de monja laica, y se decide a rezar algo. Ahí se me dispara un cuento, algo que ella dice me hace imaginar una situación en la que después intervienen muchas cosas recordadas, vistas, imaginadas. El cuento se llama “La redentorista” y está en mi libro “No a mucha gente le gusta esta tranquilidad”.
Otra posibilidad, viene alguien a arreglar el Internet y me dice “Usted tiene muchos libros, ¿a qué se dedica? Mire yo vengo de arreglarle el internet a un hombre viejo que tenía un piano. Mientras estábamos hablando se levantó y empezó a tocar el piano y me dijo que hacía 20 años que no tocaba… ” . El técnico se va y me quedo pensando ¿Por qué el hombre estuvo 20 años sin tocar el piano? ¿Qué pasó ese día para que él se levantara y tocara el piano? El cuento se llama “La lección de piano” y también está en ese libro “No a mucha gente le gusta esta tranquilidad”.
¿Cómo ves que has desarrollado o se ha transformado tu mirada en términos de lo femenino y lo masculino?
En mi vida personal si he complejizado mucho la reflexión, la lectura y el lugar social e individual de las mujeres. A la vez he transitado por todas las etapas por las que puede pasar una mujer: la maternidad, la abuelidad. Tengo 66 años por lo que puedo ver también en mí misma una mujer en distintas circunstancias de vida. También porque tuvo contacto con un espectro social, geográfico, económico muy amplio.
Yo creo que eso en la escritura se ha desarrollado también como un eco de la profundización de mi vida. Mis proyectos de escritura de estos últimos 20 años son proyectos de mayor envergadura (novelas, cuentos) con una complejidad mucho más grande desde el punto de vista subjetivo, que el de los cuentos que tienen un tono más propio de la literatura arcaica y más sencillos en su planteo. Si yo comparo los cuentos de mi libro “Cacería” o “No a mucha gente le gusta esta tranquilidad” en relación con los cuentos de “El anillo encantado” o “Había una vez”, veo unas complejidades muy distintas. Quizás el fondo ideológico no cambie demasiado, pero si en su complejidad, en las capas, en la densidad, en el espesor de lo narrado.
El concepto de “densidad” suele ser difícil de explicar. ¿Cómo percibes la densidad de una narración?
Un gran escritor sería alguien cuya escritura tiene mucho espesor, es decir que sea capaz de provocar con lo que escribe múltiples lecturas, textos que no se agotan en una sola lectura. Asuntos que pueden tal vez tener mucha densidad pero que al leerse mantengan mucha levedad. En esa combinación: que leyéndolo se deje ir como algo liviano y que a la vez tenga un espesor suficiente como para dejarnos pensando y disparar el imaginario a muchos lugares.
En la escritura son importantes la agilidad, la ligereza o la levedad en el sentido de lo que hablaba Ítalo Calvino. Se puede hablar de cosas densas con levedad, se puede referir lo oscuro con fluidez, con cierta ligereza. Que el lector se deslice por el texto, pero que ese texto tenga mucho para decirle y no se acabe en una lectura, que siga diciendo más, que siga como un resto de “no dicho”, eso sería el espesor. En el texto, tienen que haber cosas en la superficie y otras cosas subterráneas que con algún indicio aparecen arriba, solo para que el lector infiera otras cosas.
Algunos ya lo han estudiado y han intentado teorizar eso que es un poco inapresable: Hemingway y la teoría del iceberg, Ricardo Piglia con su teoría de que un cuento cuenta dos historias: una que está sumergida y otra que está en superficie y que la de abajo apenas asoma, como lo ha dicho en en su libro “Formas breves”. Son capas y capas si estamos hablando del cuento. Allí hay como dos grandes cuestiones de escritura, por un lado: la estructura que puede ir apareciendo en el propio proceso, sin eso el cuento se desarma. Y, después, está “la carne”: los indicios, porque en la escritura el arte está en los detalles. Sin estructura el cuento se cae y sin los detalles no tiene alma.
En el proceso de escritura se van definiendo algunos temas que pueden ser recurrentes ¿Cuáles son esos temas en tus obras?
Si yo miro hacia atrás, veo una continuidad que incluso me sorprende. De modo misterioso reaparecen asuntos, que podrían tal vez reunirse todos bajo la frase “la búsqueda de identidad individual y social”. Eso aparece de distintas formas: la vida de mujeres de clase media, media baja en Argentina, que son los sectores de donde yo provengo, los inmigrantes, los migrantes internos, los personajes que salen en busca de amor, etc.
Hace poco un lector que prepara unas clases acerca de uno de mis libros álbum para niños, “Clara y el hombre en la ventana” me dice que ahí como en otros libros míos “siempre hay alguien que despierta a otro o lo despiertan”. No lo había pensado exactamente así, pero eso mismo está en “La durmiente”, “La niña, el corazón y la casa” y “Lengua madre”. El no vivir adormecido es algo que en mi vida personal he intentado mucho. Entonces, son las cosas que aparecen en mis historias, las mujeres salen a buscar la vida, son activas o quieren serlo y no las dejan; también está el viaje, la migración (tanto de otro lugar, como interna).
Te caracterizas por ser una escritora atenta y receptiva para establecer el diálogo con quienes te leen. ¿Cómo vas formando esa visión de un lector crítico al que se le puede ir exigiendo y formando en criterios?
Reconozco que eso es algo que me interesa y en lo que he trabajado de algún modo. Pienso que todo escritor va construyendo el lector que quiere para sí. A mí me interesa un lector que se pregunte y que se cuestione conmigo. Me interesa un lector al que yo pueda mover conmigo y llevarlo a hacerse preguntas como me las hago yo en el proceso de escritura, más que a encontrar ciertas respuestas.
En el diálogo que has logrado establecer con tus lectores, ¿Qué aspectos han sido significativos para tu trabajo de escritura?
Recibo sorpresas de los lectores, experiencias de lecturas que alumbran cosas que no había visto, porque en el proceso de escritura hay aspectos que son conscientes y otros que no lo son. A veces un lector me comenta algo en lo que no había pensado y me resulta curioso.
Ahora que lo pienso, puede suceder que algún escrito sea producto de la inquietud de un lector. Por ejemplo, cuando yo terminé mi novela “Lengua madre” muchos lectores me decían ¿qué pasó con el padre? Podría decir que de algún modo “Los manchados”, es fruto de la inquietud de algunos lectores, eso fue girando en mi cabeza y me empecé a preguntar ¿qué pasó con el padre? Y como no sabía, puse a Julieta a averiguar. Así fue como varios años después, escribí esa novela, en donde el mismo personaje que indagaba sobre la madre, ahora viaja a Tama a averiguar sobre el padre.
¿Cómo ha impactado el premio Andersen (2012) en tu vida personal? ¿Qué ha significado en tu proceso de escritura?
Mi vida personal no se ha modificado tanto. Vivo en una pequeña granja con algunos animales, alejada de la ciudad. Como mi vida no ha estado armada desde y para la literatura, tampoco la vida social se funda en ello. No obstante, he hecho amigos escritores en diferentes lugares. Fuera de eso, el Premio Andersen hizo posible traducir mis libros a otras lenguas. Me ha dado mucho: reconocimiento, circulación e invitaciones a jornadas y congresos como autora. Aumentó la cantidad de lectores, tipo de lectores y las procedencias. Pero también, en algún momento, el premio vendría a acentuar el ser vista como una escritora para chicos.Yo siempre he luchado contra los encasillamientos: “escritora de mujeres”, “escritora para niños”, “poeta” o “narradora”. Siempre he ido por distintos lugares, por distintos géneros, por distintas zonas de lectores y he resistido mucho a los encasillamientos.