Lucy era una abejita muy inquieta que solía confundir las cosas.
Como no tenía mucha experiencia en la vida, era alborotada, juguetona, pero muy divertida. Veía la vida con optimismo. Y, aunque a veces confundía una cosa con otra, era también muy laboriosa.
Cierta mañana, Lucy vio que mamá Hilda, la abeja madre, se limpiaba las lágrimas por algo terrible:
– ¿Qué pasa, mami, ¿por qué lloras?
– ¡Ay, Lucy! –lamentó la abeja madre– . ¡Tus hermanitas no tienen miel! ¡Morirán de hambre si no desayunan bien!
– Ay, mani, ¿y por eso te preocupas? ¡Ya puedo yo volar! ¡Y podría viajar por todos los jardines de Lima y traerte la más rica miel!
Y como mamá abeja conocía lo alborotada que era Lucy, se asustó por su hija:
– ¡No, Lucy, pero si tú apenas puedes abrir las alas! ¡Y confundes las cosas! ¡Correrías mil peligros!
Lucy le respondió:
– Tranquilízate, mami. ¿No ves que mis alas y patitas ya crecieron? ¡Sabré cuidarme! Y te sorprenderé trayéndote la mejor miel. ¡Ya lo verás! ¡Adiós!
La inquieta Lucy, ya en la Plaza Italia, se puso a sobrevolar la oreja y el arete de una abuelita:
– Qué lindas flores–se dijo–. De aquí sacaré la mejor miel.
Y como la abuela gritó como diablo:
– ¡Socorro, una abeja asesina!–y se puso a dar carterazos; Lucy, haciendo piruetas, se elevó y se fue a buscar otro jardín, diciendo: “Qué abuelita más chiflada”.
Y así llegó a lo que creyó que era un hermoso girasol.
Pero, no. ¡Era una nariz! Peor, era la nariz de un policía de tránsito, en la Plaza Mayor de Lima.
Y como Lucy la abejita alborotada empezó a buscar y a buscar miel, el policía, se asustó. Creyó que se lo comían por la nariz. Y se puso a tocar el pito y a dar brincos y más brincos. Y la gente, viendo al policía saltando como mono y haciendo extrañas piruetas de circo, empezó a reír y reír:
– Ja, ja, ¡el policía salta como payaso!
Pero la cosa era seria porque el policía pedía auxilio:
– ¡Socorro, me quieren secuestrar! –mientras los carros se chocaban de un lado a otro.
Y como la gente empezó a perseguir a la abejita Lucy, ésta tomó la cosa en broma y se elevó. Y se fue risa que risa: “¡Ay, qué chistosa la gente, todo lo ve jugar y solo jugar! ¿No tienen nada qué hacer? ¡No me deja trabajar!”
Hasta que llegó a una banca de la Plaza Mayor, donde dormía Felipito, un niño muy pobre. Éste vendía marcianos de fresa y chicha morada, y de tanto caminar, se había cansado y estaba gozando de buena siesta. Dormía y roncaba.
– ¡Ajá! –dijo feliz la abejita Lucy–. ¡Por fin, pura miel!
Y como pudo, estiró sus patitas y ¡zuácate!, abrazó un marciano de fresa y otro de chicha morada, ¡pura miel! Y se elevó y se elevó, dichosa con su enorme y muy enorme pesada carga. Y pensó: “¡ufff! Con este tesoro todos viviremos felices en la colmena, ¡viva!”.
Y como se elevó demasiado para que nadie le quitara su deliciosa carga, al acercase mucho al sol: “¡Oh, no! ¡Los marcianos se empezaron a derretir!”
– ¡Ah, no! –se llenó de coraje, Lucy– ¡Tendré que llegar pronto! O mamá se disgustará si vuelvo sin nada de miel.
Y como la miel empezó a caer en gotitas, ¡plic! ¡plic!, estas fueron a dar sobre los campanarios de la catedral y de ahí, ¡plic!, ¡plic!, sobre dos novios recién casados, yendo a su Luna de miel.
– Ah, no–dijo Lucy, y regresó sobre los novios y también, ¡zuácate, los atrapó en sus patitas!
– ¡Y vamos conmigo! –dijo Lucy, alzando en los dos novios las dos gotitas perdidas. Y ellos, contentos de volar y volar, zumm zumm, por aquí y por allá, se dejaron llevar felices, como si tuvieran alas, de alegría, porque estaban de Luna de miel.
Y apenas Lucy llegó sobre los campanarios:
– ¡Y ustedes también– les dijo a los campanarios–,vamos conmigo! –y ¡zuácate! Lucy alzó los dos campanarios ¡con reloj y todo! Y allá, arriba, se la vio cómo volaba y volaba Lucy la abejita alborotada, llevando a los dos novios y a los dos campanarios con reloj y todo, sobre las nubes. ¡Zumm!
Cuando, de nuevo, ¡ploc! ¡ploc! ¡ploj!, se desprendieron dos, tres gotitas de miel. Una cayó sobre el policía, otra cayó sobre la pileta de la Plaza Mayor, y la tercera sobre el puente de piedra, detrás del Palacio de Gobierno.
–Ah, no–se molestó Lucy–. No voy a permitir que se pierda tan rica miel–y se abalanzó con las dos torres del campanario más los dos novios, a rescatar las deliciosas gotitas–.
Y así cayó sobre el policía y se lo puso al hombro. Cayó sobre la pileta y la alzó con una patita. Y, en seguida, alzó el puente de piedra “ufff…”, y volvió a elevarse, elevarse y a elevarse, “zummm…”
– Nada impedirá mi labor–se dijo la abejita laboriosa.
Y, ¡qué horror! Y como de nuevo cayeron las dos últimas gotitas, una sobre el río Rímac y la otra, por culpa del viento, sobre la Luna, Lucy volvió a enfadarse muy seriamente:
– ¡Ah, no! ¡Y no! –dijo–. ¡Ya verán esas dos gotitas! ¡A mí no me van a ganar! ¡Allá voy!–¡Zummm!
Y ¡zuácate!, se lanzó como una flecha y cogió con una patita todas las aguas del río Rímac. Y con otra, ¡zaz!, atrapó la Luna. Y con los dos novios, los dos campanarios y sus relojes, el policía, la pileta, el río Rímac y la Luna enorme del cielo, ¡miren cómo Lucy se elevó con todos ellos y se dirigió feliz hacia su colmena!
Lógicamente, ¡qué escándalo!, la ciudad de Lima se alborotó. “¡Miren, cómo una abeja, chiquitita, pero muy chiquitita…! ¡se llevó todo eso!” Y cierto. Y había que ver con qué esfuerzo Lucy volaba y sobrevolaba el cerro San Cristóbal, zummm, llevando tan pesada carga hacia su colmena.
Y como los marcianos de chicha morada con el de fresa se entremezclaron y disolvieron vertiendo la miel sobre toda la carga, Lucy, muy inteligente, pensó:
–Humm… ¡qué lindo! Ahora el panal tendrá dentro: dos campanarios con reloj, una pileta, dos novios, un puente de piedra, un río con su torrente, más un policía y su pito para que cuide la ciudad. Y, por cierto, ¡una Luna hermosa para que ilumine por dentro la colmena!
Y como Lucy lo imaginó, efectivamente: esa noche la colmena se vio iluminada con una enorme Luna por dentro. Y se oyó el pito de un policía, y se sintió el rumor de una pileta vertiendo agua. También se escuchó el rumor de la corriente de un río hablador, bajo un puente de piedra. Y, además, el canto y la risa de dos novios traviesos porque seguían felices en su Luna de miel.
Hasta que la abeja madre de Lucy, cuándo no, se enfadó al ver tantos cambios en la colmena. Y voló a castigar a su hija:
Y como Lucy, muy cansada, dormía plácidamente:
– ¡Despierta, niña traviesa! Estuvo buena la miel; pero vuela y ¡devuelve lo que no es de este panal!
Fue cuando la mamá de Felipito–el niño de los marcianos que dormía en la banca–, lo sacudió de un hombro:
– ¡Felipe, despierta! ¿Por qué no estás trabajando? ¿Quieres que vengan las abejas y se lleven tus marcianos?
Felipito despertó aturdido. Creyó que los objetos de la Plaza Mayor habían desaparecido. Miró a todas partes.
– ¿Y los campanarios? ¿Y la pileta? ¿Y la abeja ladrona?
– ¿Qué abeja? ¿Qué campanarios? ¿De qué hablas? Eso te pasa por soñar disparates y no estar trabajando. ¡O quieres que vengan las abejas y se lleven tus marcianos! ¿Qué esperas? Ve a vender.
Felipito alzó su caja de marcianos y descubrió que dos de ellos se habían derretido.
– ¡Caray, se los llevó Lucy! –lamentó.
Y mirando por si revolaba algo sobre su cabeza y sus hombros:
– ¿Dónde estará esa abeja traviesa? –pensó.
Y se fue a vender su ricos marcianos, no sin antes verificar si seguían ahí o no la pileta, los campanarios, los relojes y el policía de tránsito…