Pocos días antes de su más reciente visita a Nueva York, Leonardo Padura, ganador del Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015, hizo las correcciones finales a La transparencia del tiempo (Tusquets, 2018), la novena novela de la saga del detective habanero Mario Conde. “Quité algunas cosas que sobraban. Como decía Rulfo: ‘yo no escribo con la pluma, escribo con el hacha’. Muchas veces te das cuenta de que eres demasiado expositivo y eso lo tienes que talar”, comenta el escritor cubano.
Heredero latinoamericano de la tradición noir de Dashiell Hammett, Raymond Chandler y Mickey Spillane, Padura construyó a Conde como un marginal solitario, un borracho rematado y un literato frustrado. Sin embargo, en esta nueva entrega, el autor le concede a su protagonista su sueño de escritura e integra algunas de sus narraciones en el texto, en medio de la búsqueda de una vieja estatua que llegó a Cuba desde Cataluña, durante la Guerra Civil.
En esta conversación, ocurrida en octubre pasado después de su charla en NYU, Padura habló de la novela policial, la muerte de Fidel Castro y su método frente al teclado.
¿Cómo es su convivencia con Mario Conde después de 30 años escribiéndolo?
Mi relación con Conde es muy dinámica, porque tal como yo pienso por Conde, él piensa por mí. Hay cosas en las novelas que a mí nunca se me ocurriría utilizar, hacer o decir, pero que para Conde son necesarias, porque ya ha creado su propia personalidad, su dinámica como personaje. Ahora tiene 60 años, lo que me permite hacer una reflexión sobre lo que significa llegar a la edad que tengo. Cuando empecé, tenía 34 años, veía el mundo de una manera totalmente distinta. El mundo era completamente distinto, había un muro en Berlín. Imagínate todas las cosas que han pasado en el interior de uno como persona y de Conde como personaje, que me ha acompañado todos estos años.
¿Nunca ha habido un momento en que se haya cansado de Conde o dicho “no voy a escribir más de este personaje”?
No, lo pensé tal vez cuando terminé la tetralogía con Paisaje de otoño. Pensé “hasta aquí llegó el personaje”. Pero esa decisión duró poco más de un año. Al rato ya estaba escribiendo otra historia con Conde. Creo que en los próximos años por lo menos una más de Conde escribiré, aunque todo depende de las ideas que se me ocurran, de los años que me quedan por vivir, del propio Conde, en fin. En la próxima novela que pretendo escribir no quiero que aparezca Conde.
¿Cuál es el estado de la novela policíaca latinoamericana?
Está ocurriendo un fenómeno importante. Hay algunos autores que escriben lo que estrictamente llamamos novela policial y no son los escritores más destacados, salvo alguna excepción como (Ramón) Díaz Eterovic, el chileno. Creo que no hay escritores de novela policíaca pura de calidad. Sin embargo, las estructuras, los ambientes, los temas, las atmósferas, los lenguajes de la novela policial han permeado una gran parte de la literatura latinoamericana. Sin duda, Los detectives salvajes es una novela policial, pero es la menos policial de las novelas de ese tipo que uno se pueda imaginar. 2666 también lo es. Es un poco lo que estamos haciendo todos. Está Juan Gabriel Vásquez en Colombia escribiendo sobre la violencia y haciendo una reflexión sobre acontecimientos que bien pueden ser de una novela policíaca, pero desde una perspectiva distinta. Lo que estamos haciendo, más bien, es aprovecharnos del aprendizaje de la novela policíaca para escribir novelas que no lo son, pero sí lo son. Es una de las tendencias más interesantes de la novela latinoamericana de estos momentos.
¿Hay algo en particular que le guste en ese género, sea de Latinoamérica o de afuera?
Era muy buen lector de Henning Mankell, el sueco que murió hace un par de años. En sus novelas siempre me parecía que sobraban 100 o 150 páginas; es decir, nunca escuchó del hacha de Rulfo, pero me interesaban mucho. También (Andrea) Camilleri, el italiano, que me divertía muchísimo leyendo sus novelas, aunque me parece que las últimas ni siquiera las escribe él, porque está muy viejito. Me parece que se ha transformado en una marca registrada. Es una suposición, no puedo afirmarlo.
La transparencia del tiempo transcurre en el presente o, más bien, en un pasado reciente. ¿Alcanza a abordar la muerte de Fidel Castro?
No. La novela termina el día de la reunión entre Raúl Castro y Obama en el que anuncian que van a reestablecer relaciones diplomáticas. Me parece que fue un momento de gran euforia para los cubanos, para algunos norteamericanos y para mucha gente en el mundo, que lamentablemente ahora estamos viendo cómo se revierte.
Usted ha dicho que le gustaría ser Paul Auster para no contestar este tipo de preguntas, pero me corresponde hacerlas: ¿dónde estaba cuando murió Fidel?
Estaba saliendo de viaje, justamente a la mañana siguiente salí y eso me salvó de la avalancha de entrevistas que pretendían hacerme de todo el mundo. Son entrevistas que no hubiera dado, porque no era el momento ni mi intención responderlas en ese momento.
¿Qué significa su muerte para usted, como cubano?
No vamos a hacer juicios. Fidel muere físicamente, pero para el proceso social y económico que se estaba viviendo en Cuba él estaba fuera de los niveles de decisión. Eso hizo menos traumática su desaparición física, porque era más una figura simbólica que una figura real del poder en Cuba.
Muchos de los que estuvimos en su charla estamos estudiando Escritura Creativa en Nueva York. Usted ha dicho que le hubiera gustado formarse como escritor en París. ¿Le parece que existen ciudades o lugares que pueden tener cierto influjo en el proceso creativo de un escritor?
Cuando yo digo que me hubiera gustado ir a París estoy expresando más un deseo no cumplido que una necesidad. Ese deseo no cumplido tiene que ver con la imposibilidad que tuvimos durante muchos años los cubanos de poder viajar libremente donde quisiéramos. Pero la experiencia de vivir en otro sitio, conocer otra cultura, otro ambiente, hacer un trabajo y tratar de dejar un espacio para intentar hacer literatura ha sido algo común a muchísimos escritores. Creo que cada escritor encuentra la ciudad, el lugar o el espacio… O lo imagina. Encuentra o imagina un espacio donde esto pudiera concretarse. París, durante el Siglo XX, fue esa Meca.
Yo creo que lo esencial de todo esto es vivir la experiencia. Una ciudad como Nueva York puede ser una experiencia tremendísima. Es un lugar donde hay de todo en todas las proporciones. Lo fundamental en todo esto está en el conocimiento del otro. Creo que, en lo general, cada uno de nosotros se conoce bien a sí mismo; cuando conoces al otro, te das cuenta de que también te conoces mejor a ti mismo. Esa confrontación con otras personas, otras culturas, otras formas de ver el mundo, de sentir la realidad, te complementa como persona y de ahí sale la literatura.
En su caso, ¿cómo ha llegado la inspiración literaria? ¿Ha sido a través de estar en contacto con la gente, de escuchar sus anécdotas e historias? ¿O ha llegado en soledad, como una epifanía, por decirlo de alguna manera?
No creo en las iluminaciones, en la inspiración. Creo en el conocimiento de un entorno y en tus propias obsesiones. A lo largo de la vida de un escritor uno desarrolla cuatro o cinco ideas, no más. Todas son variaciones de esas ideas. Hemingway tenía una obsesión con la muerte y escribió sobre eso casi toda su obra. Entre mis obsesiones están la libertad del individuo, el ejercer el libre albedrío; la pertenencia, el por qué uno se identifica con una cultura y por qué la escritura depende de esa pertenencia; y las relaciones entre las personas, amor y odio, algo común a todos los escritores.
Si un autor desarrolla cuatro o cinco ideas en su carrera, ¿ha desarrollado todas las ideas o temáticas que le interesan? Se lo pregunto porque durante la charla nos contó de su nuevo proyecto, por ejemplo, que trata de la diáspora cubana…
Vuelvo sobre eso: ahí está la idea de la pertenencia de la que te hablaba antes. Está La novela de mi vida, Conde con su universo y su barrio. No sé, cada gran tema puede encontrar asuntos o argumentos que son completamente diferentes o cercanos. Esas ideas fijas que nos persiguen son pocas y tienen que ver con lo que uno es como individuo.
Las preguntas sobre la pertenencia y la libertad parecen muy cubanas, o de la Cuba del Siglo XX.
Creo que son preguntas eternas de la literatura cubana. Ya se las hacía José María Heredia en el Siglo XIX. Es que creo que nos pasa a todos los americanos, no solo latinoamericanos, sino también a los norteamericanos: vivimos en sociedades con una cultura nacional que tiene apenas 200 años de historia. Para un griego o un italiano, esas preguntas tienen otro sentido. Si tú vives en una isla griega y eres un escritor y te llamas Odiseo, tienes sobre tus hombros una carga histórica muy grande. Nosotros tenemos las culturas indígenas, pero que fueron totalmente desmontadas. Fueron relegadas y mal transmitidas, por lo que no sentimos ese peso tan enorme de los europeos.