1
Yo, yo que nacería con su nombre
no debí confundirlo al de mi esposa
al besarla. No creo que la asombre
si esquivo su mirada que destroza.
Me llamaron distinto al nacer hombre
y con otra mujer iré a la fosa,
sin ésta ni melena que la alfombre
arrodillada sobre mí y ansiosa.
De la impotencia, coito interrumpido,
vasos quebrados que recojo tuerto,
soy sólo el delator de la torpeza.
Quiero amanecer casto. Lo vivido
me hace temerle a lo que anhelo. Muerto
me parcho el ojo en busca de limpieza.
2
Ella haría el amor aunque su cuerpo no quisiera.
Dice -con todas las semanas que me dejarás sola
cerrarán estas nuevas llagas.
3
Ninguno de los tres marca presente,
la verdad está sobrevalorada.
Calla como jugando a la escondida
y en caso de emergencia rompe el vidrio, detiene el giro de la tuerca,
la tendencia al desorden que va del vaso al trozo:
tiene dieciséis años, le susurra a Lissette
mientras la cubre con arena
-pasó lo que tenía que pasar, parte el mar nuestra iglesia
y toda iglesia es una cueva, blanda
al golpeteo de las olas.-
El agua se equivoca de ribera
la verdad está sobrevalorada, donde ambas apoyan las rodillas,
ríen y guiñan ojos.
Las salpica el coraje. Invitan la hendidura
y el musgo a las corrientes.
4
Los mares sólo quieren horadarla
rebalsar los costados de la roca
pulirla.
Como ellos, también yo me recojo:
cabizbaja resaca en la mañana siguiente
recolectando vasos, colillas de cigarro.
Los mares hunden surcos en la roca
quiebran y arrepentidos se devuelven
más solos.
Persiguiendo mujeres puerto a puerto
y sólo encuentran miedo.