Porque nadie podría impedir a la vieja
centaura inspirar nuevos sentimientos
Medea, Pier Paolo Pasolini
[Cita modificada.
Originalmente: centauro]
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El cielo gris del día de la disolución se elevaba hasta llegar al confín del pueblo, que a las tres de la tarde parecía más vasto y menos deteriorado, con todo y que aquel gris en su exageración anunciara la forma de un apocalipsis. El viento golpeaba la cara de los estudiantes mientras intentaban jugar a la cuerda al final de la jornada, se miraban entre sí disimuladamente, se protegían del riesgo de una tos excesiva o esperaban con cierta ansiedad que no tocaran la campana. Pero justo cinco minutos antes de entrar por última vez a las aulas, un ruido lento de cascos de caballo interrumpió el recreo y con ritmo lento empezó a atravesar el largo del patio, sin que hubiese ninguna señal de un animal acercándose.
El cielo se vio entonces más gris, aunque fuese del mismo tono, y el viento pareció detenerse, aunque siguiera corriendo con la misma intensidad. La campana no sonó por última vez esa tarde porque hasta el director llegó el sonido y suspendieron el plan de los hábitos, si bien no era raro porque en la escuela ya se había reducido a poco menos de la mitad la cantidad de estudiantes. Sam, de pie al otro extremo del patio, alcanzó a divisar las tres siluetas que se acercaban galopando.
ROMINA
Cuando el centro médico del colegio empezó a llenarse de estudiantes y hasta algunos profesores empezaron a pasar más tiempo en ese cuarto blanco detestable que llaman Enfermería, me entusiasmé con la idea de tener menos clases y más exámenes en casa. Y justo el día en que la profesora de matemáticas nos impuso la tarea de realizar el examen para el día siguiente, había sido la fecha en la que Diana nos había invitado a Julia y a mí a almorzar en su casa.
Por fin iba a volver a ver a Marcos que, por su profesión y el cariño que tenía hacia las amigas de su hija, se había autodenominado como el encargado de explicarnos trigonometría, recordarnos los principios del álgebra, e incluso repasar física o química con nosotras. Así que esa tarde salimos del colegio un poco más temprano, con todo y la media hora que tomó que nos hicieran pruebas de prevención para comprobar nuestro estado de salud.
De camino a la casa de Diana, un silencio tranquilo nos acompañaba, hasta que una mujer que sostenía a un niño de la mano escupió sangre muy cerca de nosotras y sólo entonces caí en cuenta de que no me había aplicado el gel por la prisa de salir pronto del colegio. Julia, que era la que estaba más cerca de la mujer, la empujó justo después del escupitajo y la mujer alcanzó a sostenerse del tronco de un árbol sin hojas:
-¡Pero qué le pasa, ¿no ve que estoy con un niño?!
-Perdone, señora, pero usted también podría considerar que nosotras estamos limpias
-¡Par de brujas! –se oyó una voz desde abajo–
-Somos tres, a ver si le enseña al niño a contar
Diana dirigió una mirada desconcertada a Julia, miró al suelo y apretó sus libros contra el pecho. Eso me gustaba de ella, a veces parecía una joven dulce y tierna, y otras era una pequeña bestia capaz de subir montañas o trepar árboles inmensos… Sin hablar de esos retiros al bosque, a las afueras del pueblo, en que se escapaba con una botella de vino, abrigada hasta la cabeza, y se dedicaba a beber con elegancia y a emborracharse de poesía, porque siempre andaba con su libreta garabateando combinaciones, jugando a ser artista.
Entre Diana y el niño, frente a los zapatos roídos de la mujer, vi una hermosa mancha de sangre revestida de una superficie rugosa cubriendo el pavimento y a su alrededor pequeñas gotas simulando el camino de una descarga volcánica.
Al ver la cara de la mujer, toda apretada contra sí misma como si le hubieran pegado un puño, sentí un escalofrío. Contraída, se fue caminando sin tino, esforzándose en andar en línea recta. Muchas cosas han pasado en este pueblo desde que apareció la primera alarma.
La sala de la casa de Diana estaba pulcra y silenciosa, y yo me sentía un poco debilitaba ante la presencia cercana de Marcos. Una luz tenue se filtraba por la cortina, sobre la mesa había ya una pizarra acomodada, y bien dispuestas cuatro tazas para servir las tradicionales bebidas aromáticas. Curiosamente, el encuentro con la mujer de la sangre se conjugó con aquel momento en una armonía particular, aunque quizás fuesen sólo ideas mías. Al ver al padre de Diana bajar las escaleras y escucharlo toser levemente, sentí un estremecimiento.
DIANA
Lo que más me gustaba de ir a la plaza del pueblo era espiar cómo se movían los cuerpos mofletudos al sostener frutas y verduras, fijarme en las mejillas achicharradas de los campesinos y escuchar los ruidos y las voces ininteligibles de vendedores, niños corriendo y perros callejeros en busca de sobras. A veces iba con mis amigas después de que leyéramos en el bosque y recuerdo especialmente que cuando iba con Julia, ella alardeaba de una dignidad que me parecía bastante infantil.
-Todo este circo podría simplificarse, Diana. Si vienes acá un sábado, pierdes todo el tiempo del mundo saludando a la gente y hasta puedes caer en la trampa de hablar de cosas personales y perder hasta una hora de tu vida
-Julia, tú no tienes corazón
-Tengo, tengo. Pasa que es un corazón práctico, endurecido con el vigor de la voluntad
Me molestaba que hablara así, como si estuviera todo el tiempo escribiendo con el diccionario en la mano, con ese tono afectado y pomposo. En cambio, me encantaba leer su diario lleno de rituales profanos con los que soñaba a menudo. Pero, ante esa seguridad descarada, Diana sufría de un leve temblor en el labio que delataba una especie de nerviosismo o rabia contenida.
En cambio, cuando iba con Romina al mercado era, por decirlo de alguna manera, más educativo. Recuerdo haberla descubierto pasmada mirando las babas secas en el mentón de un viejo a la espera de clientes o contemplando un charco de mugre en el pasillo de las hortalizas. Pero cuando mejor la pasaba era cuando iba sola. Quizás fue la última vez que lo hice, cuando pasó aquello con el señor Jacinto, el momento en que empecé a sentir el ardor en la garganta.
El bullicio en la plaza parecía indicar mejores tiempos de salud en Rascacielos. Llevaba dos horas caminando por los pasillos, hablando con una y con otro, sintiendo la excitación de ser observada y comiendo alguna fruta lentamente, cuando escuché el quejido de don Jacinto, que sufría de ahogos y sudaba sin parar.
Desde un extremo de la plaza caminé deprisa hasta el lugar en donde se originaban los gritos y al llegar noté el cambio de color en la cara del hombre, que pasaba rápidamente de un pálido a un verde y de ahí a un morado sudoroso. Al verme, su esposa me jaló de la muñeca y me empujó hacia el hombre para que “evaluara su estado”, tal vez porque yo era la única persona en ese lugar que estudiaba, aunque apenas estuviera terminando el bachillerato.
Asqueada por reparar tan de cerca en todos esos espasmos, le escribí por chat a Sam, el único médico del pueblo, que también atendía en el colegio y era, digamos, una especie de amigo personal. Cuando se llevó el cuerpo moribundo de Jacinto en una ambulancia improvisada, con la plaza conmocionada por la impresión y la pena, me pidió que fuera al día siguiente al cuarto blanco de Enfermería, aquel que tanto detestaba Romina.
Ese día, la profesora de matemáticas nos había dicho que nos fuésemos antes como medida preventiva contra contagios debido a los rumores de una enfermedad leve pero contagiosa. Nos dejó de tarea realizar el examen a distancia, así que después de ver al doctor Sam, iría con Romina y Julia a mi casa para que mi papá nos ayudara a resolver el examen.
El día en que me despedí del doctor en la escuela, lo recuerdo muy bien, pintaba un cielo especialmente cenizo de regreso a casa y un piar lejano parecía flotar desde el bosque y meterse por las ventanas.
JULIA
Aquel primer día en que íbamos a salir más temprano del colegio, el conserje me detuvo y me prohibió la entrada al baño. Era un hombre con una frente atravesada por una cicatriz diagonal. Parecía revelar un humor áspero pero de repente te sonreía, mostrando unos dientes muy blancos y empequeñeciendo esos ojos ya de por sí empequeñecidos, dándole el aspecto de una rata inofensiva. Aquella vez fue difícil ver su sonrisa o distinguir sus ojillos porque estaba trajeado como si fuera un astronauta.
Sin que se diera cuenta, me colé en el baño de hombres y al salir me lo encontré vigilando la puerta, negándome ahora la salida:
-Tengo terminantemente prohibido dejar entrar a cualquier persona a los baños
-Bueno, pues yo estoy saliendo, no entrando
-Pero si quiere salir es porque antes ha entrado
-Claro, la situación ahora es diferente
-No pretenda confundirme, yo sé muy bien quién es usted
Mientras que con su cuerpo bloqueaba la salida, al hablar su voz parecía un grito al fondo de arenas movedizas. Me irritaba no poder verle la boca o distinguir la composición habitual entre sus ojos y sus dientes. En un instante, me pilló desprevenida cogiéndome con su mano derecha recubierta por un guante amarillento, y reventó en llanto. Parecía un niño pequeño que apenas podía hablar y, aunque intenté soltarme, el conserje no parecía darse cuenta de otra cosa que no fuera su afán por desahogarse.
Me fastidió que mi labio inferior empezara a temblar sin que lo pudiese controlar y estaba a punto de gritar, pensando que se había vuelto completamente loco con eso del traje y el llanto, cuando pude escuchar lo que decía: toda su familia ya estaba infectada. Seguía respirando con afectación, pero esa desesperación le daba forma a la música de su voz, con todo y el filtro rugoso del traje. No supe que decir y lo dejé ahí solo, llorando al frente de un baño vacío, con el eco de su propia voz quebrada, chocándose contra la tela de aquel yelmo moderno.
Fui descubriendo, con sorpresa, que no sólo que había más personas con traje de astronauta en el colegio, sino también en el pueblo, y que en general la gente no lo sabía. No estoy segura de si porque fingían o creían en la invención de un juego galáctico en vísperas de las fiestas patronales, o si de verdad los inventores de la trama lo estaban ocultando muy bien y yo sólo era una buena observadora o una pilla con suerte.
El caso es que la gente sí empezó a darse cuenta de que algo grave pasaba cuando, dos semanas después del incidente en los baños, se informó en el pueblo que el conserje del colegio, primero y único en toda la historia de Rascacielos, había fallecido por causa de un virus. Lo que nadie sabía aún era que su mujer y sus dos hijos también habían muerto.
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DIANA_HYLO_2016 23:19
Romina, ¿qué te dijo mi papá después de que estudiamos matemáticas?
ROMINA_NOME_2017 23:19
Tu papá es el hombre más sexy que existe en el planeta tierra. Estuvimos al borde del precipicio
JULIA_CENTAU_2017 23:20
Jajaja
DIANA_HYLO_201623:20
Hablo en serio
ROMINA_NOME_2017 23:20
Ya, pero qué puedo hacer. Me contó que la Alcaldía ya había decretado la alarma de Epidemia hace tres semanas, pero que lo tenían bien oculto porque hay un negocio con los de la Farmacéutica RHSanJosé y porque el alcalde acaba de ser nombrado y no quiere perder credibilidad
JULIA_CENTAU_2017 23:20
Creen que la gente es idiota. Y pues sí.
DIANA_HYLO_2017 23:20
Tengo que contarles algo…
JULIA_CENTAU_2017 23:20
¿Qué pasó?
ROMINA_NOME_2017 23:21
¡Qué!!!
DIANA_HYLO_2016 23:21
Bueno… Pues que hablé con Sam, el médico. Ustedes saben que desde hace como un año nos estamos mirando
ROMINA_NOME_2017 23:21
¿Pasó algo?
DIANA_HYLO_2016 23:22
No, no… Ojalá. Me contó que se han muerto nueve personas y que el único fallecimiento que ha salido a la luz es el del conserje, pero que el día de la plaza, aquel hombre se murió a la media hora. Sólo decían que estaba hospitalizado, pero qué va…
JULIA_CENTAU_2017 23:22
Por eso toda esa gente trajeada como de astronautas que empecé a ver por el colegio, es como en las películas
DIANA_HYLO_2016 23:22
Bueno, pero lo que les iba a decir era que me hizo una prueba y me dijo que tengo el virus, pero que los síntomas se manifiestan al cabo de dos o tres días
JULIA_CENTAU_2001 23:23
Ay, Diana, no puede ser
ROMINA_NOME_2017 23:23
¿Eso quiere decir que…?
DIANA_HYLO_2016 23:24
Bueno, Sam me ha dicho que tiene un tratamiento pero que es experimental, con unas investigaciones que ha hecho en su casa con Ingeniería Genética o algo así, todo lo ha aprendido en YouTube
JULIA_CENTAU_2017 23:24
Wow… Eso me recuerda a alguna película
ROMINA_NOME_2017 23:23
¿Pero es que no entiendes, Julia?
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El camino que une la nuca a la cabeza palpita al tiempo que se encuentra petrificado e impide el movimiento regular de arriba a abajo. Romina quiere mirar al cielo, pero se ve obligada a coger el espejo portátil de su madre para ponerlo cara a cara al cielo y deja caer la mirada hasta que logra ver un trozo circular de gris que parece un sello puesto en la hierba seca del frente de la casa. Es una inmovilidad similar a la que sufre Julia, aunque para ella resulte más insoportable la debilidad en los miembros y el vómito reiterado la ha agotado hasta dejarla tendida en la cama. Los escalofríos y la cefalea tienen derrumbados a Diana y a su papá que, en camas gemelas, son atendidos por el doctor Sam.
El sonido de un violín que distorsiona el tiempo acompaña las tres casas y un laboratorio de Ingeniería Genética improvisado se mantiene en constante movimiento. De puertas para afuera un viento congelado persiste y un olor a petrificación ha quedado encerrado en el cuarto blanco de Enfermería de la única escuela del pueblo Rascacielos.
En un mes está programada la reapertura del centro, aunque se prevé la resistencia a una vida normal de los sobrevivientes. En sus casas los días están presididos por estrictas rutinas nocturnas con miras a prevenir nuevos brotes en los habitantes, ya separados por los infectados que se encuentran en cuarentena, cuya finalización se estima alcance la mitad del próximo año, 2034, lo cual se anunciará previos dos meses.
ROMINA, DIANA, JULIA
Nos decidimos por la metamorfosis a punta de inyecciones suministradas por Sam, siguiendo una técnica llamada CRISPR/Cas9. Al fin y al cabo, para el momento de la alarma oficial era seguro que el virus estaba extendido por el cuerpo de la mayoría de habitantes de Rascacielos y que los medicamentos, frágiles paliativos que además eran muy costosos, no nos servirían tampoco a nosotras.
Puestas en marcha, hemos dado a veces un rodeo por la plaza, hemos ido hasta la escuela y hemos caminado por la misma calle en que nos encontramos a aquella mujer del escupitajo. Desde que se empezaron a notar los cambios no hemos vuelto a salir, pero pronto Sam nos dará el visto bueno.
Ha pasado casi un año desde que volvieron a abrir la escuela, que ha estado funcionando de manera intermitente hasta que la epidemia se ha ido deteniendo y casi toda la población, mermada en cantidad y ánimo, ha quedado con secuelas permanentes de tos, brotes eventuales en el pecho, las piernas y mareos esporádicos. Para nosotras el cambio ha sido paulatino pero poderoso.
Lo más sorprendente es la potencia feroz en las ancas, la solidez de las patas y la capacidad respiratoria con que contamos. También el sonido de los cascos que, acompañando al silencio ya propio de Rascacielos, consolará con un vigor muy antiguo las calles desoladas del pueblo.
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Linares, L. (Presentador). (28 de diciembre, 2036). El día con usted [Transmisión de Radio]. Pedro Arteaga (productor) en Fono Informativos. Rascacielos, C.
Considerando los últimos acontecimientos acaecidos en nuestro querido territorio, se realizará la disolución del pueblo Rascacielos el próximo día 08 de junio, antes de la última clase que se realizará a modo de homenaje en nuestro único centro educativo. Cada habitante será libre de emigrar a cualquier parte del país, considerando que no puede infectar a nadie más pero que tampoco se ha encontrado cura para los males crónicos de debilidad y desasosiego que se han quedado de la enfermedad. El evento se realizará en el patio de la escuela. Se prevé un día nublado y sin precipitaciones.
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