Toda esta historia podría comenzar en el siglo XVI, cuando la reina Juana I de Castilla lloró la pérdida de su esposo, el archiduque Felipe de Austria, y fue apartada del trono por las maniobras de otros dos hombres importantes en su vida: su padre, Fernando, y su hijo Carlos. Las imputaciones de locura de ambos fueron suficientes para encerrarla de por vida en la cárcel de Tordesillas. Los cronistas se encargaron de reproducir este relato y de bautizar a quien era la cabeza nominal del imperio como Juana “La Loca”.
Toda esta historia también podría comenzar en los primeros años del siglo XXI, cuando la autora argentina de raíces armenias Ana Arzoumanian estudió el caso de Juana en un curso de psicoanálisis para determinar si esta sufría de histeria o de psicosis. Cuando conoció los detalles, dice, “sintió una vibración en todo el cuerpo” y se lanzó al proyecto de darle a Juana una voz literaria, en prosa poética, que luego fue publicada en 2006 con el título Juana I por Alción Editores. La primera página del texto presentaba una frase de siete palabras en un cielo de papel:
Lo que yo necesito es una boca.
Toda esta historia también podría comenzar en 2008, cuando el escritor hispano estadounidense Gabriel Amor ingresó a la Maestría en Escritura Creativa de NYU y leyó aquel primer verso en un taller de la poeta Lila Zemborain. Le conmovió que fuera tan “sencillo y tan ambiguo”, que estuviera “enmarcado como una obra de arte” por la hoja en blanco. Aunque no había leído la obra completa, la idea de traducir el texto de Arzoumanian al inglés, su lengua primaria, se le incrustó en la cabeza y permaneció fija por años. El contacto entre ambos se estableció en 2009, cuando Arzoumanian viajó a Nueva York para presentar un nuevo libro y hablar de Juana I en NYU, pero el proyecto recién tomó forma en 2016, cuando Amor se adjudicó la beca PEN America Hein para traducción. A una década de la idea original, la edición bilingüe se lanzó recientemente al alero de Kenning Editions. La primera línea es inevitable:
What I need is a mouth.
Seguramente al momento de la escritura, Ana, tú tenías muy presente la lucha femenina, pero el texto suena mucho más contingente ahora. ¿Qué tanto ha cambiado tu percepción de lo que escribiste respecto de la primera edición?
Ana Arzoumanian (AA): En ese momento, era como una voz en el margen que trataba de enfrentarse a una voz más establecida que todavía no era del todo oída. Ahora hay una comunidad de voces de lo femenino que establecen otra posibilidad de sensaciones y sensibilidades. Hay cosas que no son posibles que antes sí lo eran. Me refiero al trato del varón a la mujer, maneras, modos, cosas que antes estaban normalizadas y ya no pasan tan fácilmente. Entonces, ahora ya no está leída tan en clave histórica, sino en clave de actualidad. Era un caso histórico y yo tenía que explicar que esa mujer podía ser la de hoy. Ahora se entiende en la clave del presente.
¿Cómo se dio la colaboración entre ambos?
AA: El primer proceso fue puramente deseante en un comienzo. Hablábamos por Facebook, nos llamábamos “gemelo” o “gemela”, “hermano” o “hermana”, porque tuvimos una conexión muy inmediata. Entre tanto, él escribió un libro sobre la piel y los tatuajes. Coincidían los temas, la piel, marcar la piel. Había una comunión entre textos. Comenzamos a trabajar una vez por semana por Skype y todo se dio rápido.
Gabriel Amor (GA): Con Ana, la conexión era muy obvia. Estábamos como enchufados. Este libro nació en el taller de Lila Zemborain, donde el tema que se trabajaba era la obsesión. El día que entré en la universidad y estaba en la cola para matricularme había un chico con textos de Beckett tatuados en el cuerpo. De ahí salió mi primer poema en el taller y con Lila decidimos que me obsesionaban los tatuajes, lo cual no es cierto, porque lo que me obsesiona es la piel.
AA: Por eso fue tan especial. Mi escritura es muy corporal, así que encontrar un traductor que trabajara de esa misma manera fue ideal.
¿Qué tanto hay de la interpretación de Gabriel? Hay partes de la traducción en que pareciera que hay un poco más de información en inglés, que el texto pierde ambigüedad y gana en detalles.
AA: Sí, eso fue un trabajo. El español permite una ambigüedad que el inglés no. Eso implicó darnos cuenta de que cada lengua requería una lectura y escritura. Dejé ese espacio para que él pudiera dar claves más precisas.
GA: En el libro, se pierde la ambigüedad en ciertas acciones que aparecen, como “tocar el pecho” o “tocar la boca”. Una vez fui a una charla de Edith Grossman, una traductora de mucho renombre acá, quien tradujo a Góngora, y escuché a varios profesores de español diciendo “yo no entendía a Góngora hasta leerlo en inglés”. Eso no les gustó a muchos, porque era simplificarlo. Góngora muchas veces tenía versos con triple o doble entendre (sentido). Yo también tuve que simplificar algunas cosas para darles sentido. El texto primario es un poco antiguo y se parece al gallego –yo soy gallego–. Eso también me fascinaba, era más fácil para mí entenderlo.
AA: En la traducción, Gabriel me decía que tenía un cariño por Isabel, la madre de Juana; me decía que no era tan mala como yo la veía. En este caso, yo soy la sudamericana y él tiene la visión española. Eso fue interesante de ver, cómo aparecen las posiciones, la educación de cada uno. En Juana hay un corte sobre ese mundo indio, americano. Él era sensible a eso. A mí casi se me olvidaba que era español (ríe). Me dio ternura pensar que somos mucho más que nosotros mismos, representando mapas y geografías. Celebro que el traductor sea de educación española y me da emoción que en un texto pueda representar algo más que una visión unívoca. Se dio una mínima tensión y también un encuentro.
GA: Creo que tuvimos conversaciones muy interesantes sobre Isabel, con distintos puntos de vista. Eso me significó mucha investigación; yo partí con Juana, pero seguí con Isabel. Lo que le comenté a Ana fue que cuando me eduqué acá te presentaban la historia de España muy fea. Era un contraste muy fuerte, porque mostraban a los ingleses como si hubieran venido sólo para ser libres y practicar su religión, mientras que los españoles llegaban y mataban indios… Genocidio y punto. Me generó un complejo de niño. Empecé a investigar más y aprendí cosas bonitas y feas, pero conseguí un punto de vista más objetivo. Lo bueno es que la respuesta de Ana siempre es positiva. Discutimos y yo he aprendido bastante.
AA: La traducción hizo que apareciera otro texto del texto.
¿Cómo se deja ir una frase original que enamora al traductor?
AA: Para mí debe ser más fiel al espíritu, no a la letra. Da lo mismo que se pierda una palabra o dos palabras. Tiene que estar ese ímpetu, la energía del texto. Yo he traducido del francés al castellano y tuve que hablar con el autor para decirle que en castellano yo no puedo dejar fielmente el texto, porque se hace muy pesado. El español tiene muchas palabras y el francés es más aéreo, la pronunciación tiene esa cosa aérea. Si quiero mantenerlo así, tengo que sacar palabras. Para mi gusto hay que mantener más la música, que tiene más espiritualidad que el significado.
GA: Yo la había escuchado leer a ella, así que entendía su ritmo. Recuerdo haber leído un poema de W.H. Auden traducido literalmente y era horrible. Tenía sentido, pero no tenía música, ni metáfora, no tenía nada. Nunca discutimos un “manual de usuario”, pero si había un cambio muy fuerte, se lo consultaba.
Más allá de la intención del título Juana I por tomar partido en el debate, el texto igualmente juega a cierta incertidumbre, a que el lector se pregunte si es locura o sólo añoranza. Y esa ausencia toma matices muy eróticos que cruzan todo el relato.
AA: Así como fue un trabajo de investigación histórica y política, también lo fue sobre la necrofilia, el erotismo del cadáver. Y sí es verdad que el texto no es unívoco. Juana no es abanderada del feminismo, tiene sus aperturas al varón, le da lugar al varón. Físicamente, ella se somete a esa presencia del ausente, pero lo hace queriendo. Fue todo un juego. Tiene que ver con la posición argentina en relación al cadáver, a ese imaginario tanto argentino como armenio del desaparecido, al cuerpo que no está presente.
GA: Había párrafos en los que yo me preguntaba “quién está tocando a quién” y tenía que preguntar, rompiendo un poco el misterio. También diciendo “Ana, esta imagen es erótica o sexual”. En un principio no nos conocíamos tan bien y ella me decía: “si te parece que lo es, es que lo es”. Después ya no tenía que preguntar.
AA: Gabriel fue un traductor soñado. Fue el novio de Juana (ríe).
GA: Un Felipe, pero mejor. Yo creo que como traductor tienes que amar el texto. La voz de Ana se te mete en la cabeza. Yo llevé a Juana conmigo por mucho tiempo, como si fuésemos amantes. Es algo muy corporal y psicológico. He intentado traducir textos que no me gustan y es como estar encarcelado, es horrible.
¿Piensan continuar con esta sociedad en el futuro?
GA: Bueno, vamos a seguir con Juana, vamos a Chicago en marzo. Acabo de empezar la nueva novela o poemario de Ana (Infieles, 2017) y me ha encantado, es el más parecido a Juana I. Me está enganchando, pero yo quiero terminar mi novela y es difícil hacer ambas cosas y trabajar, pero el amor es el amor y si te enamoras, no hay remedio. Las palabras de Ana son seductoras. Sus palabras son como la mermelada: pegajosas, espesas, pero dulces.