Ganador del I Premio Hispanoamericano de Poesía Francisco Ruiz Udiel, 11 de septiembre 2017.
Insilio
De madrugada la puerta permanece obstruida nadie penetra su estática demolición cuando estallo a correr por el suelo como un bicho corrosivo el aire me falta me rompe
e inescrutablemente escribo escribo trancado viajando de la sangrante sombría habitación volcada de palabras himnos desalmados que abren qué cree usted que abren nadie repite nadie
sabe pero yo estoy aquí y entonces agito mis alas y entre mis patas marco el paso
a las famélicas alcantarillas de la ciudad cordial qué cree usted yo viajo sin astros resignado
a la furia estéril del camino del agua aguas negras tuberías zona roja será la cañada el aire su aire que tuvo un peso insepulto aire astillado tras el oscuro espectáculo del oleaje
la cena de ayer llega a mi beso tardía cuando las demás moscas me la arrebatan
nada como pelear por lo que se vomita como heredar lo expulsado bolsas botellas inyectadoras
rotas inacabada imagen de los vidrios ramas restos ratas
zapatos admirables claveles teléfonos despedazados para llamar a
condones agrietados colillas de un aliento que disimula y trepa la maquinaria incesante
que chirría encima de mi cuerpo ligero un cuerpo escrito despacio como una boca abierta
desconocido cielo en pulso, San Cristóbal hasta allá ensancharé este susurro colérico equívoco
al arar el Torbes silenciada queja de cañería zumba zumba zumba la maldita enigmáticos
cadáveres balas que perforan ay qué falaz invisible ráfaga de mierda adormecida sus huesos cruzan la música secreta y no es una imagen más qué es una imagen qué mala digestión
giro al florecer dormiré templado al viento de la corriente del Torbes
en sus rincones entornados.
Comprendo,
morir es recordar y no al contrario. El mundo apenas cabe en mí,
me multiplico entre la muerte estelar sueño
soy otro tu cielo en la noche vieja
por qué canta como cuando niño
por qué canta el ahorcado en su río multicolor la ceniza de un cielo es eterna
hundo la inmensidad en este rostro renacido y encerrado
corrijo la dirección del viento soy el viento fugitivo en la ciudad
soy o eras tú el bicho o el muchacho quién sabe pregunto demasiado lo que siento
abandono lo que amo y escribo la imaginación me aplasta toda palabra es ojo de mí
me sentí fallecer en la ancha pared de la infancia allá el Torbes era idéntico pero yo no sabía
no era árbol caído acaso no era el vuelo vuelco vuelta a Casa en este momento se desconocía
caigo en una de mis lágrimas y la noche caminaba sin él
retorno al cadáver hacia él
ahorcada la infancia
no comenzará la vida. Algunos me decían sonríe joven muchacho,
y sin meditar soltaba una larga carcajada varado en la orilla de sus orejas violentadas.
Saldré del Torbes, lo juro.
Hoy Francisco me emborracha en Casa grande.
Hoy Francisco abre el miche en Casa grande centro blanco de la pena al volver
no queda de otra lo demás es carísimo
este lo compramos arriba ave que desmaya sus plumas arriba arriba arriba.
Francisco vengo como sauce o como bicho niño o muchacho no quiero volverme loco
no sé cómo escribir.
Hoy Francisco me emborracha en Casa grande
será el cumpleaños de Gabriela y ante la comunión familiar pintaré frases horrorizado
que no mostraré a nadie.
Hoy Francisco me cuenta del pasado,
esta noche dormiré desde su espejo.
Dice nosotros tenemos allá pasamontañas guardados dice esta tierra no la cuida nadie
ni los paracos ni la policía nadie dice somos los mismos
dice al que vemos metiéndose lo perseguimos hasta arriba
dice y si lo agarramos lo quebramos dice el susto pasa dice dice dice.
Hoy tío Francisco me emborracha
en Casa grande por poco llegaremos a las nubes las callejuelas de La Grita se juntarán
disueltas de recuerdo pupila bárbaro fuego con el Torbes no sé adónde voy extiéndeme
hacia atrás soy como mi padre en Casa grande antes del incendio su rastro descarnado
me persigue y la asfixia no me deja estoy confundido nunca he de salir de mi cabeza
sus muros son todo lo que tengo.
Nunca he de salir aunque la rompa nunca he de salir aunque la abra.
Nunca he de salir de su áureo eje.
Nunca he de partir más allá de su perímetro ilusorio.
Nunca he de cortarme la cabeza.
Nunca he de arrancármela.
Nunca he de salir de mi cabeza
y de su arquitectura ensangrentada desnuda fantasmas cólera silbada ala de su locura
tiros símbolos divididos en el vagabundo vicio del canto y del desorden estoy confundido nunca he de salir de mi cabeza en Casa grande ni del Torbes ni de esta habitación
donde quise ser nómada desesperadamente nómada de la memoria y los años en pie
la palabra es mi fuga estoy confundido
nunca he de escapar
la palabra es mi fuga nunca he de escapar de mi cabeza
jamás.
San Juan
a Ricardo y Rosa
Los niños ya son viejos en San Juan.
Los niños ya no juegan en San Juan.
Los niños te esperan alejados en las veredas angostas de San Juan.
Los niños, tus amigos, dicen adiós, adiós Ricardo clareados en estampida
arqueando los ojos con las manos enroscadas en conmovedoras escenas
que los habitantes de San Juan callan. Adiós, adiós brisa que huye por las carnicerías
y los mercados ladrando el crepúsculo hambrienta,
hedionda en las discotecas clandestinas
hedionda de penas babeada la brisa vuela hacia el sur.
Cornetas infinitas, música acorralada, cocaína y frenesí,
emergen los paracos beatificados en Casa grande.
La abuela Rosa escribe poemas con los restos de los pliegues extintos de la senda,
ella los guarda silenciosa en su gaveta para encontrarlos como una reverencia infinita,
desconocemos su sonido, quizá histérica habla del diablo, pequeñas ásperas y dulcísimas
melodías, como la belleza, sencillas, como la belleza, quién sabe.
En Casa grande la abuela Rosa ya no escucha en Casa grande la abuela Rosa está sola
en Casa grande el abuelo José canta por los pueblos unido al borde de su féretro
en Casa grande Zulay se quedó muda en Casa grande los funerales son pequeños
en Casa grande Milena colgó la soga y dejó a Eddi enloquecido entre sus cuadros
en Casa grande la abuela Rosa planta este círculo en un jardín como el recinto de la soledad
que nos separa en Casa grande la abuela Rosa desea leer con el pecho abierto de tierra-niña
las palabras de su padre al escuchar tu viola salpicarse de algas y calaveras,
las calaveras de San Juan de Colón conglomeradas en un salón contiguo en el que ensayas
cualquier armónico fracaso.
Allí te escucho exaltado inclinarte y abrir la boca como un cementerio
abrir la boca para que yo entre helado a algún verano
abrirla para que las hojas no me marquen
abrir la puerta para ser capaz de tener otra de embrujo.
El paisaje es una sensación de los hombres
el paisaje no es un hombre.
En Casa grande la abuela Rosa ha visto un perro pasar por la calle,
ha soñado un amor inmenso y llora temblando de fiebre
ha palpado las paredes, los muebles como estáticos sueños de seda,
ha descubierto los muros que inventaron para encerrarla y ha escrito sin cesar:
Giro como una rueda sobre mí misma
todo se apaga en los rincones
todo se apaga
diríase que las moscas ya vienen
diríase que estoy tan confundida
pero no
late humilde la sensación de no saber adónde ir
adónde estar
laten los años como nombres enterrados
soy inquieta como un pájaro sin rama
soy inquieta pero soy la rama
soy inquieta
me imagino golondrina sin descanso
recién diagnosticada
padezco ávida voz
y el sonido
me lamenta
no necesito escucharlo
si el silencio me habla del ahogado
no exijo morir
si bajo la piel se yerguen las hojas y los gatos
y el naranjal y el sol me hablan un idioma imposible
lo conozco y he amado
he desaparecido en la rivera en el diván
en la ancha estrella del árbol que bajo la fría noche alumbra el patio hasta la Casa
mis hijos son como esa música tenue que se aleja
mis hijos aparecen como caballos arrastrando vanamente el aire
es terrible
terriblemente luminoso su galope por la entrada antes del mediodía
son como bestias
os congrego con mi cabeza
fantástica cabeza
parezco una arruga en sus memorias
nubladas palabras hambre de castigo estéril
hablo madre-niña no quiero
hablo madre-hija
hablo abuela-niña
hablo niña-abuela
hablo a mi Casa lanzando alaridos
alegre estoy de no hacer
de no ser
de partir
alegre.
14 de julio
Era ahorcada entre los demás, encausando un amor impenetrable.
Los ruidos de la noche me encierran.
El esplendor como esa trampa. El esplendor como una inmensa extensión del paraíso secreto. He de remarcar que abandono lo soñado, sedienta. Mis hijos ríen semejantes a pacíficas criaturas recorriendo el campo abierto, sin temor exóticos se embriagan hasta vomitar arrinconados en mí. En las paredes marchan sus siluetas, los abrigo desnuda en los establos. Mis hijos son mi propia tumba. Mágicos alientos saboreo desconocida. Despierto encantada, sola. Todo se repite afuera, por un instante. Todo bramando la despedida.
4 de noviembre
Me han arrebatado el cuaderno cuando fui niño y también niña. El cuaderno es una voz. El cuaderno no es mi voz. El cuaderno no ignora las cabezas perdidas que traspasan las paredes como olas, la línea que construye la muerte. El cuaderno no ignora lo real, él piensa en el mundo blanco que lo verosímil es una experiencia del espíritu.
¿Tienen algo que ver conmigo toda esta sarta de brillantes relámpagos?, ¿qué tienen que ver conmigo los soldados que temblando sueño?, ¿qué poseen sus manos al desnuda arrastrarme resonando a través de las aceras?, despierto tiritando de fiebre, ceñida a una corona húmeda en mi impuro aposento. Al lado de mi celda-jardín me violaron juntada a la edad más hermosa. Había soñado que ocurría, ¿ocurrió?, ya no duermo para rodar rota a mi costado. Cuando conocí el cuaderno lo volví de inmediato un espacio ciego. Nadie sabía de estas líneas enteramente inmóviles, me agitaba a lo lejos y despertaba a describirme. Luego noté que nada de lo que allí expresaba tenía que ver conmigo. Así que inventé una lengua bañada de remos y de barcos, hablé de la noche como si se tratara de un simple sonido. Tampoco nadie escuchó. Atravesé entonces los umbrales, y me topé con la misma distancia. Escribo para guardarme de un sentido natural con los demás. Mi primer hijo me hizo creer lo que ahora siento. Soy victoriosa y corrompida como cualquier animal andante. Deseo, con vehemencia infinita, que haber vivido no signifique haber muerto, y viceversa. La memoria es fértil, infatigable, si es capaz de engendrar las orillas de otros mundos.
Ya no soy.
Un hombre moreno, de estatura alta como un santo, me deja entrar en su recinto de aparente embrujo.
(De Hay un sitio detrás de los incendios)
Poema para cello
a Jesús Gómez
El cello es una tarde que transcurre manca.
Manca la cuerda que traza al hombre desnudo.
El cello, solo él como un campo que arde,
madera y pavimento, la cuerda baja sola,
el cielo alumbra.
Una tarde, el cello cayó en ceniza de árbol,
era yo su cuerda blanca en vilo hacia la luz,
eran nuestras sombras adheridas a Campo Claro.
El cello escampa entre la tarde.
El cello de imagen desahucia melodía,
dedo frío castra la pantalla,
calienta la espalda, caño y primavera, declive y lustro,
a la nube llegará en soledad el pájaro como marca,
como marca de ojos cerrados,
solo un imposible bastará en este viaje entornado para detenerlo,
solo un imposible cuando parta el cello.
El cello ya es un hombre que ríe y ama y canta
y desfila en la cañería y armonía se espejea,
pero ustedes ya lo saben,
el hombre nunca será cello.
Nunca guardará reconcomio carcomido en morral,
nunca terminal despedirá a sus padres,
nunca entonará el vacío de su mano franca.
Pero ustedes ya lo cantan.
Amo el cielo de Campo Claro cuando el músico familiar compone la tarde,
esa ilusoria tentación de ventana soleada,
esa risa cortada como golpe,
esa rama arrancada de su tierra, de su plástico roto,
una maceta con la piel del agua,
la única vez, la última vez que es siempre la tarde,
la tarde trasplantada entre las luces de concreto.
Hoy, como ayer, pasión la vida será.
Hoy, como ayer, cello arca hasta el mar.
Hoy, como ayer, cello en manta crecerá.
Hoy, como ayer, cello arropará.
Hoy, como ayer, cello mano pieza de estudiante residencial:
nevera arrinconada, nevera pútrida,
nevera ronca, nevera flaca,
nevera de bolsillo golpe,
agolopada en la cuerda,
transitoria en el fúnebre dedo en Campo Claro y la calle infinita de mi amor.
Hoy, como ayer, repetimos.
Hoy, como ayer, el cello erramos y sin embargo.
Cello casa oleaje, cello ola embriagada y brisa fresca contra el espaldar,
contra el muelle chocando como una voz tan mía,
tan pura, purísima oración de madre de cello frente a su partida.
Hoy, como ayer, baja la cuadra, observa la esquina en trémula quietud,
su brazo compromete el paisaje,
su brazo es el paisaje,
paisaje de cello
paisaje de luz
de ventana soleada
paisaje chocando
y nada más.
(Inédito)