Elissa Rashkin
Ilustración por Jaque Jours
La necesidad del fuego
Obed González
Literatelia · 2021
190 pp.
Conocí a Obed González Moreno en un coloquio sobre el cine en las regiones de México; nos acercamos por el estridentismo —temprana vanguardia mexicana, reivindicada últimamente por nuevas camadas de innovadores culturales—, y entablamos amistad al descubrir una suerte de genealogía compartida: las juventudes universalizadas por el rock y matizadas por sombras vivenciales no encontradas con tanta frecuencia en los ámbitos académicos en que a ambos nos toca laborar. Menciono eso no para personalizar, sino para subrayar lo que considero el distintivo de la obra de este maestro y escritor sui generis: la necesidad del fuego, o sea, de romper esquemas; hablar del cine desde la vanguardia, de la vanguardia desde el rock, o viceversa; hablar del arte, de la literatura, de todo lo que capte su atención y, lo más importante, conjuntarlo a partir de la poética, teniendo presente siempre la otredad, el extrañamiento profundo que habita el corazón de nuestro ser.
El fuego, dice este libro, es creación; creación que conserva en su sustancia la energía destructora. Sabemos que diversas culturas, en sus relatos de origen, han explicado la adquisición del fuego por el ser humano como resultado de una transgresión. De ahí, la humanidad queda condenada para siempre a vivir, cuando menos, una relación ambivalente con las fuerzas del universo: el fuego, como herramienta, nutre y quema, crea y destruye. Quien posee el fuego ya no puede volver a un mítico estado de inocencia.
Otra configuración de esta dialéctica primordial: quien escucha alguna vez el canto de las sirenas —the unheard music, decía la banda de punk X, gritando sobre el barullo de las carreteras californianas—, no se vuelve a hallar en el silencio…
Y así, por inmoderada que pueda parecer la comparación, con el rock. En las ciudades grandes primero, en los barrios marginados tanto como en las zonas de aparente privilegio donde una generación deja de comprender y de ser comprendida por otra; luego en otros lugares, o lugares otros, espacios públicos conquistados a pesar de la intolerancia de todo nivel de autoridad. “Confío en mi guitarra y no me importa nada”, dijo Patti Smith en su canción “25th Floor” (Easter, 1978). Quien ha sentido alguna vez la vibración de una cuerda de metal electrificado —en la mano, en el oído, en el cuerpo entero— sabe qué significa: un fin y un principio, una ruptura que, para miles de jóvenes (mujeres y hombres, como atinadamente reconoce nuestro autor) perdidos en sus respectivos abismos, fue el inicio de algo distinto, un algo factible en un mundo poco factible, un algo indefinible, pero mejor… La electricidad —hija del fuego— toca al alma del outcast y la transfigura. De nuevo Smith: “la transformación de mierda en arte…”.
El rock en México ha sido tema de interés académico en los últimos años, sobre todo en los estudios de la cultura y la antropología social. Transformador, prohibido —recordemos al mítico Avándaro, culminación de los procesos analizados en este libro—, abominado por la derecha siempre, pero en ciertos momentos, también por una izquierda que prefería la trova cubana y el folklore latinoamericano a un fenómeno surgido de las entrañas del monstruo capitalista, sin comprender sus posibilidades revolucionarias. Su historia se cuenta a través de los hechos: bandas, conciertos, espacios, grabaciones…; desde los personajes involucrados como actores visibles, de manera protagónica, hasta aquellos, los más numerosos, que la vivían como algo más que espectadores o consumidores, más que fans (aunque estos términos también a veces aplican), más bien, aquellos huérfanos culturales que encontraron en el rock una casa a habitar.
González Moreno versa sobre esta casa-sin-paredes que es la calle y algo más que calle; es decir, el territorio compartido por los que no caben en los edificios de la cultura oficial o del convencionalismo social. En un libro anterior, Poética de calle. La cultura marginal del oriente metropolitano dentro del rock y el cine mexicanos (2014), habló de este lugar en la música y el cine en el periodo 1985-1992, años de la irrupción del punk y el grito desde los márgenes de la metrópoli, como el bordo de Xochiaca, pulmón podrido de la Ciudad Nezahualcóyotl, donde el polvo y el hedor del basurero aseguran que cualquier esfuerzo creativo tenga un quijotesco sabor de resistencia. La necesidad de fuego vuelve sobre un momento anterior, el lustro 1965-1970, cuando, justo en medio de las convulsiones socioculturales que los historiadores han dado a llamar “el largo 68”, el rock ‘n’ roll agarra su carta de nacionalidad, llevando a cabo “un intento por proporcionarle pertenencia al rock mexicano a pesar de las imposiciones y la manipulación de la monopólica industria comunicativa nacional”.
El rock mexicano, gesto transgresor, desafía las represiones varias de la época y, de acuerdo con el autor, reviva agitaciones anteriores, vanguardistas, enterradas por la historia oficial pero presentes en la psique colectiva como “reminiscencias” o destellos de una creatividad underground que se transmite subrepticiamente o se reinventa, como si fuera una necesidad apremiante de lo que el poeta estridentista Manuel Maples Arce llamaría la soberana juventud. En fin, el rock, no como aquello que se usaba (y se usa) como incitación al consumo y vehículo de la globalización, sino como algo propio, intransferible quizás: esa cosa que arde, que abre camino a la nada, al enfrentamiento con el otro —interno— para aprender a vivirlo, reclamarlo como propio, recrearlo desde el vacío y con ello, volver a ser.
Elissa Rashkin (Los Angeles, California · 1968) es investigadora en el Centro de Estudios de la Cultura y la Comunicación de la Universidad Veracruzana. Es doctora en estudios de la comunicación por la Universidad de Iowa, y autora de los libros Atanasio D. Vázquez, fotógrafo de la posrevolución en Veracruz; Mujeres cineastas en México. El otro cine; y La aventura estridentista. Historia cultural de una vanguardia, los dos últimos publicados también en inglés. Recientemente co-coordinó con Ester Hernández Palacios el libro Luz rebelde. Mujeres y producción cultural en el México posrevolucionario. Su poemario Atomic Time fue publicado por Nixes Mate en 2016.