Si Diego Zúñiga hubiera escrito Soy de Católica (Lolita Editores, 2014) un par de años después, el resultado habría sido muy distinto. En este libro, considerado una rareza dentro de la obra que lo llevó a ser incluido dentro de los Bogotá 39 –las novelas Camanchaca (2009), Racimo (2014) y la compilación de cuentos Niños Héroes (2016)–, Zúñiga hace un ejercicio de memoria que es tan personal como colectivo y repasa su vida como seguidor de Universidad Católica, el tercer equipo de fútbol más popular de Chile, detrás de Colo Colo y Universidad de Chile. Es una historia con más frustraciones que éxitos y una malsana tendencia por empinarse cerca de la gloria deportiva solo para hacer más espectacular la caída. “La pasamos muy mal”, reconoce el autor, cuya escritura estuvo muy permeada por una seguidilla de finales perdidas.
Sin embargo, dos años después de la publicación, en 2016, Universidad Católica ganó dos títulos consecutivos y sus hinchas lograron recuperarse, en cierta medida, de los golpes sufridos en temporadas anteriores. Al momento de esta conversación, la Católica marcha primera en el torneo chileno y Zúñiga se ilusiona con un nuevo campeonato, una alegría que le gustaría imprimir a una eventual segunda edición del libro.
Este libro se escribió entre 2012 y 2013, dos años muy malos para ser hincha de Universidad Católica. ¿Cómo sería si lo escribieras ahora?
Creo que sería otro libro si lo hubiese escrito después del bicampeonato. Alguien decía que es imposible narrar la felicidad, ¿para qué? La felicidad se vive, no se cuenta. En el caso de Católica, me servía para el libro la idea de estar tan cerca del fracaso todo el tiempo. Una de las cosas más bellas de ser hincha es eso irracional de que, aunque veas perder al equipo, vas a seguir yendo al estadio y te vas a volver a ilusionar. Eso en términos de construcción literaria me ayudaba mucho. Narrar desde la felicidad del bicampeonato hubiese sido extrañísimo.
Podría haber sido un final más amable para el libro.
Claro, con Pancho (Francisco Mouat, editor de Lolita) hemos estado coqueteando con la idea de una segunda edición con un final un poco más alegre. Esos campeonatos yo los viví muy de cerca, así que el fracaso marca el tono y la dinámica de la escritura de este libro. La historia de Católica siempre ha estado más cerca de perder que de ganar. Somos uno de los tres grandes, pero está en nuestro ADN que las cosas son difíciles.
¿Cuánto tuvo de catarsis escribir ese libro en ese momento?
Me sirvió muchísimo. Me acuerdo de que la última final que vi antes de terminar el libro fue la de O’Higgins (N. de la R.: derrota por 1-0, diciembre de 2013). Fue horrible. Éramos el hazmerreír, no queríamos nada con el fútbol, solo desaparecer un rato. La escritura del libro me llevó a reconectarme con las cosas que me dieron alegrías y que siempre pueden volver. Y volvieron. Me sirvió para querer más al equipo. Mi deseo era que la gente que leyera el libro también se sanara un poco, porque estábamos demasiado heridos. Parecía que no teníamos vuelta. Nada podía ser peor que lo de 2011 (N. de la R.: derrota en la final contra Universidad de Chile). Después puedes soportar cualquier cosa. Pero la escritura fue muy catártica, en realidad.
Además de ser una memoria de hincha, también es una autobiografía temprana: mencionas a tu padre y a tus amigos de infancia en Iquique.
Es el libro más autobiográfico que he escrito. Mucha gente lo leyó, pero muy poca gente del mundo de los libros lo leyó, así que no he querido difundirlo mucho entre ellos. Varios amigos de afuera me preguntan por ese libro, vienen a Chile y se lo llevan, aunque yo sé que no lo van a leer. Lo quieren tener como un juguete. Evidentemente, es un libro autobiográfico, porque el fútbol está demasiado intrincado con la biografía. Admiro mucho a la gente que escribe de fútbol con cierta distancia, pero siento que está muy cerca de la vida de uno. Por eso sentí que para escribir el libro tenía que recurrir más a materiales autobiográficos. Nunca lo había hecho. En general, soy reacio al yo en la ficción, pero acá me pareció que se podía sostener. No he vuelto a leer el libro, me da mucha vergüenza.
Entonces pudiste evocar otros recuerdos a través del fútbol.
El fútbol es súper grupal. Ser hincha es algo compartido. A mí me encanta ir al estadio solo, me incomoda estar con alguien ahí, pero cuando eres chico, ves fútbol con los amigos, es algo más grupal. En ese sentido, el libro me hizo recuperar esa idea de amistad. Creo que en algún momento del libro lo digo, pero es bonito lo de Católica, porque es como una contraseña. Si yo te miro y veo que eres de Católica, siento algo que inevitablemente me acerca a ti. No sé si pasará con la gente de Colo Colo o de la (Universidad de) Chile, porque son más y esa complicidad se dispersa. El libro me llevó a reflexionar mucho sobre eso y ahora que lo mencionas me da vergüenza mirarlo, porque quizás conté mucho más de lo que debí haber contado.
“El fútbol me ha producido
el mismo asombro que un buen libro”
¿Por qué es tan difícil esta relación entre deporte y literatura? ¿Por qué parecen estar tan alejados?
En general, me parece que la vida del escritor y del lector es una vida sedentaria. Se está quieto más que en movimiento. Obviamente hay algo muy pretencioso que está quedando atrás. Tengo muchos amigos que son súper fanáticos del fútbol y a veces la conversación no es de libros, es de la Champions (Liga de Campeones de Europa). Ahora, en la escritura encuentro dificilísimo escribir bien de fútbol. Leo a algunas personas con mucha admiración que sí saben hacerlo, pero son poquísimos. También es difícil hacer una buena película de fútbol. Es mejor sentarte a ver un partido, que puede ser una película perfecta. Hay una cosa con el tiempo, una inmediatez del fútbol que se pierde al momento de llevarlo a un texto. Eso ha cortado la posibilidad de que la gente escriba. Uno puede contar historias que estén alrededor del fútbol; hasta Bolaño escribió su cuentito de fútbol, sin saber mucho. Es un mundo atractivo, especialmente cuando piensas en el fútbol amateur, que tiene todos los elementos dramáticos para construir una historia. Hay una novela de un brasileño, (Sérgio) Rodrigues, con una jugada espectacular de Pelé en un Mundial narrada como en cinco páginas de una forma extraordinaria. Cuando lo leí, dije “ya está”. Trasladar una jugada perfecta a un texto es más difícil que la mierda. Este brasileño lo logra.
¿Cuáles serían tus textos de referencia de deportes o de fútbol a nivel latinoamericano?
(Juan) Villoro escribió un par de libros muy buenos. Me gusta mucho la revista Panenka o gente que leo en Twitter, como Diego Latorre. En El País hay un par de periodistas que escriben muy bien y obviamente que a Pancho Mouat lo vengo leyendo desde hace muchos años. Después me acordé de que uno de mis primeros acercamientos a la lectura fue con la revista Don Balón en los años 96 y 97. Yo vivía en Iquique y en la provincia no había nada. Me llegaban dos semanas después y me las leía igual. Están los cuentos de (Roberto) Fontanarrosa… Me parece que el fútbol se da mejor en el cuento que en la novela, ¿no? Tengo mejores recuerdos de relatos de esa índole, más que de novelas.
Pero en el libro escribes que te gustaría hacer una novela de lo que pasa entre que Rodrigo Toloza saca el centro y Gary Medel lo remata de volea en un clásico de 2007 contra la U. de Chile…
¡Qué hermosa esa hueá! Hay tantas jugadas que ves y te das cuenta de que ahí pasó la vida… Como la jugada de Pelé que no terminó en gol que narra Rodrigues. Ahora que me lo dijiste, me sigue pareciendo una buena idea (ríe). Habría que construirlo bien.
Hay cierto lenguaje o código que se usa en el fútbol. En algún pasaje del texto, pides disculpas por recurrir a lugares comunes o frases hechas del periodismo deportivo. ¿Qué valor le das a ese lenguaje?
Me lo cuestioné mucho, pero en algún momento me solté. Quería hacer un libro amable, que funcionara para gente que no necesariamente lee. No me tomé los tiempos que le dedico a una novela. A mí me gusta cuidar el lenguaje y detenerme, pero quería tener cierta inmediatez, un estilo más de crónica. A ratos me vi escribiendo igual que un periodista deportivo. Yo decía “no puede ser”, trataba de salir, pero se hacía inevitable. Después me sentí cómodo en ese entrar y salir. Esos lugares comunes están ahí por cierta urgencia, como que uno recurre a ellos y me parecen muy bien, me generan gracia, son lingüísticamente divertidos. Me entregué al lenguaje, entendí que estaba entrando a un mundo donde hay códigos. Juguemos con esos códigos, entonces. Y fue muy lindo, porque el libro generó reacciones muy bonitas. Con este libro sentí que pasaron cosas, que se había leído. La gente me escribió en Twitter, muchos se acercaron; como que le vi la cara a los lectores muy rápido.
¿Sirvió este libro como puerta de entrada para que los hinchas leyeran tus novelas o cuentos?
Sí. Eso también fue muy bonito y muy loco. Algunos leyeron el libro de Católica y después pasaron a alguna de las novelas y me dijeron “son muy distintas”. Eso es lo lindo. Quizás el libro de fútbol les dio la posibilidad de leer más. Algunos me han escrito diciéndome “me compré este y está bueno” o “me compré este y no está tan bueno”. El libro me dio muchas alegrías, especialmente por verle la cara a los lectores, que son hinchas y son más efusivos. Hubo mala onda también. A mí, el hincha de Católica me sigue pareciendo muy particular. Miro mucho el Twitter y son difíciles, nada les gusta. Es raro. Mi vínculo con Mario Salas es bueno: es el entrenador que nos sacó bicampeones. Pero hay gente que lo odia. Son hinchas muy temperamentales, los analicé mucho en su momento.
Ser fanático del fútbol, de un equipo como la Católica, ¿te ha entregado algo que se pueda aplicar a la literatura? ¿O algún aprendizaje más general?
A la vida más que a la literatura. La final de 2009 con Colo Colo, la final de 2011 con la Chile, la final de 2013 con O’Higgins; cuando me hablas de aprendizaje pienso inmediatamente en la derrota. Pero lo del triunfo es hermoso. Para el primer campeonato de 2016 yo estaba en la Feria de Buenos Aires y ninguno de nosotros creía que podíamos ser campeones, porque era casi imposible. Me encerré en la habitación del hotel para ver el partido con desfase, fue la peor transmisión del mundo. Pero cuando veo que ganamos 2-1, esa fue una de las alegrías más increíbles del mundo. Me ha producido el mismo asombro que me puede producir un buen libro. El fútbol me ha dado felicidades muy grandes y las derrotas te forman para tomarte todo con más tranquilidad. Puedes llorar, pasarlo mal, pero te entrega una cierta sabiduría para administrar las emociones. Lo pasé muy mal, pero es linda esa sensación de perder, odiarlos a todos y después volver a estar ahí.