NADA SE PUEDE HACER CONTRA LOS TRISTES
El autor, amante a las manipulaciones, secuestra las cartas que jamás llegarán a su personaje. Así, la ella creada seguirá sola y él, ficción al fin, nunca alcanzará la felicidad.
Por las noches, el autor duerme boca abajo por si se le escapan palabras en el sueño y ella se entera del pliegue en su mente donde guarda las cartas nunca enviadas.
La autora de la casa contigua lacera a su personaje, lo tortura transformándolo en constante autor de cartas sin respuesta.
El autor alarga innecesariamente, como todos los ególatras, el desenlace de su protagonista. Le gusta ir hasta las páginas escritas y descubrirla aún allí, bellamente triste, igual a como la mantuvo la noche anterior.
La autora no sabe terminar sus historias en la vida real y tampoco encuentra el punto final tras la espalda de su personaje alejándose.
Cierta oscuridad. La noche se desordena y sale de los altillos entremezclándose. Las letras vuelan y atrapan sueños en el aire.
Autor y autora se han dormido sobre las hojas y las letras aún chorrean tintas inconclusas. En un pliegue profundo de la realidad, los personajes se descubren y descubren en ellos el desprecio hacia quienes los crearon. Se arrancan de las páginas y echan a andar juntos, hacia una historia que les pertenezca.
La autora asombrada despierta sobre cientos de páginas en blanco. El autor, furioso, busca sus textos perdidos.
La siguiente mañana, la policía no puede rotular el extraño caso: los escritores de las casas contiguas, yacen balanceándose colgados de lazos de tinta.
A LOS NIÑOS NO SE LES GOLPEA
A la niña la castigan con silencio. Va donde la abuela, que no le habla, donde la madre, el padre, la cocinera… Desesperada, corre hasta su cuarto: “Dime que me amas” implora a su muñeca. Nadie contesta. Asustada, comprueba la horrorosa conspiración de los adultos con los juguetes que regalan para navidad.
RARA VEZ PELIGROSA
Sobre la piel de los besos se queda una ceniza transparente, de aspecto inofensivo, algo picante, rara vez peligrosa, que hiberna largos años olvidándose a sí misma, que se activa en la vejez y produce escozor en los ojos.
Los nietos preguntan “¿Qué le pasa a la abuela?”.
Las madres, comprensivas, arrastran la lengua por los labios atrapando recuerdos y contestan en un susurro cómplice:
-Cenizas, sólo cenizas.
OTRA CLASE DE ASESINATOS
(A Farha y Samuraya)
Si le raspan la piel verán cómo el tatuaje de tu nombre corre en todos los sentidos por su sangre desbocada.